jueves, 23 de enero de 2014

“Que tu sangre encienda la chispa de la libertad. COPEL”.

Artículo de César Lorenzo en el último número del periódico CNT a propósito de la publicación de su libro Cárceles en llamas. El movimiento de los presos sociales en la Transición

Escrito en una rudimentaria pancarta, este deseo encabezaba, junto al recuerdo de “Tus compañeros anarquistas”, la comitiva que trasladó el féretro de Agustín Rueda desde el Instituto Anatómico Forense hasta la plaza de Cibeles. Tres días antes, la madrugada del 14 de marzo de 1978, había fallecido víctima de los golpes de un grupo de funcionarios de Carabanchel. De esta forma tan brutal se volvía a poner de manifiesto que los muros de las prisiones a duras penas podían contener la lucha antagónica y sin reglas entre las ansías de libertad de los reos y la voluntad inmovilista de la administración y los carceleros por impedirlo.
Un año antes, en la misma prisión, se habían dado a conocer las siglas de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL). Desde su creación, esta plataforma se propuso erigirse en la representante de los olvidados tras las rejas. Sus miembros denunciaban la pervivencia de leyes, tribunales y funcionarios de indudable corte franquista, así como el deplorable régimen de vida a que estaban sometidos y, por encima de todo, la marginación de la amnistía tras la muerte del dictador. Aquellos hijos del extrarradio crecidos a la sombra del desarrollismo, vagos y maleantes que amenazaban el orden público a base de tirones de bolso y robo de vehículos a motor, habían conseguido dotarse de un discurso propio, fuertemente influenciado por la crítica antiautoritaria post-68 y la efervescencia política que se vivía en la calle. Se habían proclamado presos sociales (retomando una denominación que ya habían usado los presos anarquistas en los años veinte y treinta), para reivindicarse víctimas de la dictadura y, por tanto, con derecho al mismo trato que sus compañeros políticos de reclusión.
Para darse a conocer, los miembros de COPEL dirigieron centenares de instancias al Rey, redactaron manifiestos e informes a la prensa y se sentaron en los patios reclamando un interlocutor, pero la única respuesta que obtuvieron fue el silencio y la represión. Palizas, aislamiento y traslados no tardaron en empujarlos a los tejados en busca de la visibilidad que la Administración les negaba. Gracias a la dispersión que pretendía acabar con las protestas, las consignas de COPEL se dieron a conocer en la mayoría de prisiones, dónde a su vez otros presos formaron nuevos grupos que multiplicarían las revueltas. Sólo en 1977 hubo más de cincuenta motines, nueve de ellos con grandes destrozos e incendios, por toda la geografía española.
Mientras, en la calle, los Comités de Apoyo a COPEL de diversas ciudades o los miembros de la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y Ex Presos (AFAPE), en Madrid, entre cuyos participantes la corriente libertaria era mayoritaria, gritaban “Presos a la calle, comunes también” (o en su versión más radical e irónica, “…políticos también”). El movimiento ácrata fue el principal apoyo organizado de los subidos a los tejados, si por la precaria y recién reconstituida CNT y sus grupos satélites podemos entender una organización más o menos estable. La postura oficial de la Confederación, favorable a una amnistía total, quedó recogida en declaraciones de sus líderes, como las expresadas en los mítines de Mataró (octubre 1976), San Sebastián de los Reyes y Montjuic (marzo y julio de 1977); la de sus militantes de base, en la actividad cotidiana de sus comités pro presos, encargados de la defensa y el apoyo a los muchos simpatizantes (con y sin carné) que cayeron detenidos –a menudo acusados sin pruebas sólidas–, pero también a presos sociales que no tenían más que una relación muy circunstancial con la organización.
La muerte de Agustín Rueda volvió a evidenciar este apoyo, no exento de tensiones internas, y aprovechado por el Estado para ahondar en la criminalización del movimiento libertario. Que Rueda era anarquista se supo la noche del 14, pero faltaba saber si era miembro del sindicato. Además, sus compañeros de infortunio, golpeados como él tras el descubrimiento del túnel en el que trabajan para fugarse, eran todos presos sociales sin ideología política conocida. Un cóctel altamente inflamable cuya deflagración no tardó en producirse. Gómez Casas explica cómo el 15 de marzo, con la noticia en todos los periódicos, desde la redacción del Telediario telefonearon al Comité Nacional para confirmar o desmentir su afiliación. Desde la CNT se les informó que no tenía carné de militante, pero que este detalle resultaba intrascendente en comparación con las circunstancias de su muerte, y que la CNT la asumía como propia por su militancia anarquista, a la vez que acusaba a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias de maltratos y torturas. Pero desde los medios, la versión que dieron fue la siguiente: “consultado el secretario general de la CNT, éste afirmó no haber constancia de la militancia confederal de Agustín Rueda en los archivos”. A pesar de la protesta formal el daño ya estaba hecho; a ojos de la opinión pública la CNT era una guarida de terroristas (por lo reciente del caso Scala), y encima, de cara a sus simpatizantes, no reconocía a quienes no hubiesen satisfecho la cuota sindical.
Las revueltas de presos no se detuvieron tras la muerte de Rueda, pero este hecho y su réplica inmediata (el asesinato por parte de los GRAPO del director general de Instituciones Penitenciarias, una semana después) supusieron un punto de inflexión. El gobierno entendió que era urgente pacificar las cárceles, estableciendo medidas que dificultasen la capacidad de organización de los presos (restricciones de movimientos y comunicaciones) y calmaran los ánimos y fomentasen la colaboración (beneficios selectivos). O dicho en roman paladino: palo y zanahoria. La combinación del premio y el castigo provocaría la fragmentación interna y desaparición de facto de la COPEL antes de acabar el año, mientras en los despachos y el hemiciclo empezaba a tomar cuerpo la que un año después se convertiría en la Ley Penitenciaria que ratificaba estos cambios. La irrupción masiva del consumo de heroína haría el resto en el proceso de desmovilización de los presos sociales.
En cuanto a los militantes libertarios –cenetistas o de grupos autónomos– siguieron dando su apoyo a los presos, pero su incidencia también fue menor, debido a la propias vicisitudes que atenazaban a este colectivo y al endurecimiento de la represión. En la calle, las manifestaciones se combinaron con “cocteladas” e incluso no pocas acciones destinadas a facilitar la fuga a través de túneles y rescates a punta de pistola. Y desde dentro, liderando huelgas de hambre, como la de septiembre de 1982, iniciada en Barcelona y que llegó a aglutinar a varios miles de presos en todo el Estado en demanda de una reforma del Código Penal.
Treinta y cinco años después, a penas ya nadie recuerda a la COPEL, a Agustín Rueda y a tantas otras víctimas de la modélica Transición. Las cárceles rebosan pobres, locos y drogadictos (Mercedes Gallizo dixit), pero todavía parece quedar sitio para una nueva ola represiva contra manifestantes y disidentes al dogma constitucional. El leviatán carcelario es insaciable.
César Lorenzo Rubio  

martes, 21 de enero de 2014

ENTREVISTA A CÉSAR LORENZO RUBIO, AUTOR DE "CÁRCELES EN LLAMAS. EL MOVIMIENTO DE LOS PRESOS SOCIALES EN LA TRANSICIÓN"

Entrevista digital publicada en el periódico Diagonal

Cesar Lorenzo Rubio (Barcelona, 1978) es doctor en historia por la Universidad de Barcelona. Cárceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la transición es el libro de su tesis doctoral. Especializado en cuestiones penitenciarias ha colaborado en la obra El siglo de los castigos. Prisión y formas carcelarias en la España del siglo XX, junto a varias artículos sobre los mismos temas.

¿Por qué un libro sobre los presos sociales en la Transición?

¿Por qué no antes? Durante tres décadas este tema ha quedado completamente olvidado y creo que le sobra entidad como para merecer un estudio en profundidad. Unos años atrás hubo un pequeño “boom” sobre las prisiones franquistas, pero la práctica totalidad de aquellas obras se centraban en los presos políticos de los años cuarenta. ¿Qué sucedió después? ¿Cómo evolucionaron las prisiones de Franco hasta convertirse en las prisiones de la democracia? Esa es la pregunta inicial que da pie al libro, y para responderla hay que explicar el papel central que tuvo el movimiento de presos sociales a finales de los años setenta y principios de los ochenta.

Últimamente están saliendo a la luz numerosos trabajos críticos del proceso denominado “Transición”. ¿Enmarcarías tu investigación dentro de este grupo?

Sin duda el libro está influenciado por otras obras críticas con el proceso, y si puede ayudar a reforzar esta visión, aportando nuevos argumentos, tanto mejor. Pero no es algo exclusivo de las Ciencias Sociales; a nivel de calle también se están cuestionando dogmas que hasta hace unos años parecían intocables. La cultura de la Transición (CT), como la ha llamado Guillem Martínez, se ha resquebrajado, y por sus grietas escapan las contradicciones y las miserias que el consenso, el miedo, o la autosatisfacción hacia un pasado que muchos consideraban idílico, habían ocultado. Las cárceles son uno de esos lugares incómodos que preferiríamos ignorar, pero una revisión de la Transición y de su legado debe cuestionarse el modelo sin dilación.

Has trabajado e investigado todo lo relativo al sistema penitenciario en aquellos años. ¿Hubo ruptura con el franquismo o el sistema penitenciario fue una mera continuación remozada del régimen franquista?

Hubo una reforma legal relativamente rápida y de considerables proporciones: si se compara el reglamento de prisiones franquista y ley penitenciaria de 1979, las diferencias son notables. Pero esta reforma no estuvo acompañada de los medios para ponerla en práctica y por ello quedó, en la mayoría de ámbitos, reducida a una declaración de intenciones. Todavía hoy, algunas de las mejoras que se introdujeron hace 35 años no se cumplen. Además, fue una reforma incompleta, porque se legisló la vida en prisión pero el Código Penal sólo se reformó de forma muy parcial, hasta que en 1995 se aprobó el llamado Código de la democracia. Y éste, paradójicamente, era más duro en cuanto al cumplimiento de penas que el anterior de época franquista. Y, por supuesto, tampoco hubo depuración de funcionarios. En definitiva, hubo ruptura legal en algunos aspectos, pero no real, en la mayoría; y en todo caso, se mantuvieron intactos los principios universales del encierro carcelario: la segregación del individuo de la sociedad, la opacidad informativa de lo que sucede dentro, el premio-castigo como sistema de regulación de la vida entre rejas, etc.

¿Cómo se podría definir la COPEL?

La Coordinadora de Presos en Lucha (Copel) fue el intento de agruparse de los presos sociales (los encarcelados por delitos de Derecho común) para reivindicar su posición tras las amnistías para presos políticos. Al ver que estas medidas no les beneficiaban, a finales de 1976 un grupo de presos de Carabanchel decidió crear una asociación de reclusos para defender sus derechos: la libertad para todos los encarcelados y una reforma drástica y radical del sistema penal y penitenciario.

¿Qué significó la Copel para la lucha de los presos en aquellos años?

A pesar de que no fue una organización en sentido estricto (debido a la imposibilidad de estructurarla por los condicionantes a la comunicación), sus siglas y reivindicaciones se difundieron a la mayoría de prisiones, y su nombre está indisolublemente asociado a las protestas carcelarias de la Transición. Fueron apenas dos años, pero muy convulsos, en los que la Copel se convirtió en la portavoz de los presos sociales en su lucha contra la perpetuación del sistema penitenciario franquista. En sus momentos finales, cuando sus líderes estaban sometidos a un severo aislamiento y se había perdido toda esperanza de lograr la libertad, se acusó a la Copel de mafia al servicio de intereses particulares, y probablemente hubo algunos episodios de abusos e instrumentalización. Pero esos casos u otras contradicciones internas, no pueden hacernos obviar el mayor episodio de movilización colectiva entre rejas de la historia.

Aunque se habla de presos sociales muchos de ellos tenían un claro componente político en sus reivindicaciones. ¿En que manera pudieron influir los presos políticos en esa politización?

Durante los años finales de la dictadura los presos sociales habían convivido junto a militantes antifranquistas de todo tipo, y aunque las relaciones no eran demasiado fluidas, debido a la disparidad de perfiles entre un colectivo y otro, los presos sociales aprendieron mucho gracias a este contacto. De ellos observaron los métodos de organización (vida en comunas) y protesta (redacción de informes y cartas a la prensa, huelgas de hambre…); la vinculación con los grupos de apoyo en el exterior y, sobre todo, se dotaron de un lenguaje con una fuerte carga ideológica, que presentaba su lucha contra la cárcel dentro de la propuesta de ruptura democrática con el pasado. La politización que se daba en las calles también penetraba en las prisiones, y los presos sociales, a pesar de no militar en ninguna organización, no eran ajenos a ese clima de reivindicación a favor de la amnistía y las libertades.

Tiene alguna similitud la lucha de los presos en los años 70 y 80 con la que habían desarrollado en los años 20 y 30?

En los años 20 y 30 la represión al movimiento obrero, especialmente de signo anarquista, provocó que el conflicto social que se vivía en las calles se prolongase al interior de las cárceles. Y durante la II República se produjeron importantes protestas de presos comunes (o sociales) en demanda de libertad tras las amnistías para presos políticos. En este sentido, el paralelismo con los años setenta no son descabellados. Pero medio siglo después, se consiguió articular un discurso unitario y una coordinación –aunque precaria– que en los años treinta nunca se logró al mismo nivel.

¿Con que ideologías se sentía más vinculada organizaciones como la Copel o los presos sociales?

Fue especialmente notable la influencia y el apoyo del movimiento libertario, en línea con la histórica oposición a las prisiones de esta corriente de pensamiento. En la calle, la CNT y la gente que se movía a su alrededor constituyeron uno de los puntales del apoyo extramuros a los presos sociales, y de cancelas para dentro, no pocos militantes ácratas detenidos por distintas causas apoyaron las reivindicaciones de Copel.

¿Como Agustín Rueda? ¿Qué significó su muerte para la lucha de los presos y para la Copel?

Rueda era un joven libertario que fue detenido por participar de las acciones de los grupos autónomos que operaban en el sur de Francia. Desde su ingreso en prisión se posicionó a favor de las demandas de los presos sociales y participó junto a éstos en algunas acciones de protesta. En marzo de 1978, en Carabanchel, lo descubrieron cavando un túnel y por ello fue salvajemente torturado hasta que murió sin recibir la debida atención médica. Su muerte, que intentó ocultarse por parte de la Administración, se convirtió en todo un símbolo del estado de dejadez de las prisiones y la demostración incontestable del abuso de la mano dura entre rejas. Tanto la Copel como el movimiento libertario hicieron suya la pérdida e intentaron denunciar el hostigamiento que padecían, pero fue en vano.

¿Qué acciones hacían estos presos?

El repertorio de protestas empezó de forma pacífica, a base de sentadas o plantes en los patios y el envío de centenares de instancias dirigidas al Rey reclamando un indulto o una amnistía. Pero ante la falta de respuesta positiva y la dureza de los métodos empleados para lograr su desmovilización, también aumentó su grado de violencia. En este contexto se han de entender las ocupaciones de los tejados, el envío de manifiestos, las autolesiones colectivas (cortes en los antebrazos, ingestión de objetos metálicos…), las huelgas de hambre y, también, los motines en los que la destrucción de las celdas y los incendios no eran extraños. Los presos recurrieron a todo para dar a conocer su situación en el exterior.

¿Qué apoyos recibían desde fuera de los recintos penitenciarios?

En diversas ciudades se organizaron Comités de Apoyo a Copel: grupos, más bien informales, que editaban boletines y se manifestaban a las puertas de la prisión para mostrar su solidaridad. En estos colectivos, y otros como la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y Ex Presos, se integraron abogados, trabajadores sociales y, en general, personas concienciadas sobre la situación de las prisiones y sus ocupantes. Ideológicamente predominaban las ideas libertarias, contrarias a todo tipo de instituciones de control (no sólo cárceles, también manicomios, cuarteles…), o de extrema izquierda, aunque hubo iniciativas reformistas –menos radicales que la Copel– más transversales. Numéricamente fueron pocos, pero jugaron un papel fundamental hacia el interior de los muros.

Háblanos un poco de la figura de Daniel Pont al frente de la COPEL

Pont era un joven preso por atraco que consiguió romper con el círculo vicioso de la marginalidad y dotarse de una fuerte conciencia sobre las circunstancias que lo habían llevado a prisión. Participó en la creación de la COPEL en Madrid y fue uno de sus miembros más destacados, lo que lo llevó a entrevistarse con el director general de Instituciones Penitenciarias en una visita de éste al penal de El Dueso. Fue uno de los pocos presos combativos que no acabó enganchado a las drogas, o muerto por disparos de la policía, a pesar de que se le intentó usar como cabeza de turco en un oscuro montaje policial años después.
¿Qué papel jugaron los directores generales de Instituciones Penitenciarias en el mantenimiento de las estructuras carcelarias? ¿Se hizo algo por modificarlas?

Los directores generales no eran más que la cabeza visible de una administración que había jugado un papel central en la represión durante la dictadura y que, salvo mínimos cambios, permanecía intacta. Por tanto, el nuevo talante democrático que pretendieron darle algunos de estos directores quedó muy diluido por la persistencia de una cultura del castigo, de raíz franquista, muy asentada. Las tímidas innovaciones en sentido aperturista que algunos propusieron, fueron rápidamente revocadas por las resistencias de los funcionarios a aplicarlas, así como por la negativa de los presos a rebajar sus demandas. Y junto a estas medidas liberalizadoras, también aplicaron otras destinadas a endurecer las condiciones de reclusión y evitar la proliferación de protestas.

Casi al final de la obra relatas como muchos presos se quejaban las diferencias de tratamiento a unos presos y otros. Para más detalle la benevolencia con la que se trataba a presos de la extrema derecha (como los asesinos de los abogados laboralistas de Atocha) o a los responsables del 23F. Algo que no era nuevo en la historia de España. ¿Puedes hablar brevemente de esto?

En 1979 diversos militantes de extrema derecha estaban recluidos en la cárcel de Ciudad Real, donde disfrutaban de un régimen enormemente laxo. Uno de los asesinos de la matanza de Atocha aprovechó esta libertad de movimientos para intentar escapar armado con un cuchillo de monte, y aunque no lo logró, retuvo durante horas al director de la prisión y a su familia, sin que se le aplicase apenas correctivo. Otro de los asesinos de los abogados laboralistas aprovechó un insólito permiso de Semana Santa para fugarse: primero a Perpignan y de allí al Chile de Pinochet. En este caso la Junta de Régimen de la prisión, con el beneplácito de la dirección general, informó favorablemente, y el juez de la Audiencia Nacional que antes había formado parte del Tribunal de Orden Público (TOP) franquista, lo autorizó, como ya había hecho antes con los acusados de los asesinatos de Montejurra. Estos hechos, y otros más, muestran la existencia de un doble rasero en el trato jurídico-penitenciario en función de la adscripción ideológica de los reclusos, y ponen de manifiesto la ausencia de depuración alguna de la magistratura o los aparatos de control del Estado.

¿Qué factores vieron a romper la lucha de los presos en la cárcel?

En primer lugar, el aislamiento de sus miembros más preparados y las restricciones a la comunicación, lo que provocó que en cada prisión los presos que se identificaban con la Copel actuaran por su cuenta, sin poder establecer tácticas comunes a otros cárceles. A ello se le unió la pérdida de toda posibilidad de excarcelación masiva, tras el fracaso de la propuesta de Ley de Indulto y la prohibición constitucional de indultos generales. Este hecho, junto a la implantación del tratamiento y la lógica punitivo-premial, o del palo y la zanahoria, que castigaba al que se revelaba y premiaba con permisos y progresión de grado al que obedecía, acabó por dar al traste con la unidad de acción. Y por último, aunque se trata de procesos de implantación paralelos y coetáneos en el tiempo, la extensión del consumo de drogas, particularmente heroína, que desmovilizó masivamente a los jóvenes (también en las calles) y en prisión enfrentó a los presos por el control de su venta.

¿Qué queda de la Copel hoy? ¿Existe en la actualidad algún grupo que luche por los derechos de los presos?

La Copel pertenece al pasado, sólo su recuerdo persiste entre las personas que vivieron el proceso más de cerca; para la mayoría, estas siglas carecen de significado. Desde entonces ha habido movilizaciones puntuales de presos entorno a demandas concretas (excarcelación de presos enfermos o con tres cuartas partes de la condena cumplida, abolición del régimen FIES, etc.), pero su alcance ha sido muy minoritario. Al margen de estos episodios, persiste la actividad –tal vez poco visible, pero fundamental– de diversas organizaciones que trabajan ofreciendo asesoramiento y denunciando los abusos del sistema penitenciario. Salhaketa, Madres contra la Droga, la Coordinadora de Barrios, Asociación PreSOS, Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía, o ASAPA, entre muchas otras, constituyen el movimiento social anticarcelario actual, que tiene muy poco que ver con aquel de hace tres décadas, porque tampoco la prisión de entonces y la de ahora, tienen mucho que ver.
Para finalizar ¿Cómo definirías la cárcel?


La cárcel es un vertedero humano. Un inmenso depósito donde aislar los que consideramos subproductos de un sistema económico injusto y excluyente: personas pobres, enfermas mentales, migrantes y adictas a las drogas, que nunca encontrarán entre rejas el tratamiento a sus carencias económicas, sanitarias, educativas, afectivas, o de cualquier otro tipo. En España, este depósito es cada vez más grande y cada día es más fácil entrar y más difícil salir. Estamos a la cabeza de Europa occidental en número de encarcelados en función de nuestra población, y el horizonte de expansión sin límites del sistema penal bajo el signo del populismo, la demagogia y el sensacionalismo más descarnado no augura una mejora a corto plazo, todo lo contrario.

jueves, 16 de enero de 2014

HENRY FORD. EL CAPITALISMO, LA DESMOVILIZACIÓN Y EL “BIENESTAR”

Con motivo del centenario de la aprobación de las 8 horas de trabajo en las fábricas de Ford, he escrito para el periódico Diagonal un pequeño artículo que conmemora tal fecha y repasa algunos hitos del movimiento obrero norteamericano. 
Aquí está la versión íntegra del artículo.

El 6 de enero de 1914 el fabricante de automóviles norteamericano Henry Ford, introducía en sus fábricas una serie de medidas laborales que revolucionaban el panorama laboral. Los trabajadores de su factoría tendrían una jornada laboral de 8 horas diarias y de lunes a viernes. Igualmente introducía el principio de participación en la empresa para el goce de los beneficios. Unas medidas que no se conocían en muchos sectores. Medidas que fueron criticadas por el resto de capitalistas al considerarlas permisivas o por el movimiento obrero al considerarlas paternalistas.
¿Pero quien era Henry Ford y por qué introdujo esas medidas? ¿Qué pretendía con ello?
Henry Ford nació en Dearborn, Michigan, el 30 de julio de 1863, en el seno de la familia de un humilde granjero. Siendo joven abandona el hogar paterno y se instala en Detroit donde trabaja para la Edison Illuminating Company. Junto a ese trabajo funda una familia y comienza a experimentar con los automóviles hasta que en 1903 funda la Ford Motor Company. Una carrera en la que EEUU tenía en ese momento una desventaja frente a Europa.
Ford revoluciona el panorama automovilístico cuando en 1908 lanzo el modelo “T” de coche. Un modelo que lo vendió realmente barato, al precio de 600 u 700 dolores cuando un coche podría valer en la época hasta 2000. El objetivo de Ford era popularizar el uso del coche. Para ello introduce un modelo de producción capitalista que da un vuelco a la visión del momento. Por un lado reduce precio de producción y aumenta las ventas. Eso provoca un aumento en el número de clientes. Por otra parte introduce un modelo de producción en cadena que tenía su reflejo en el modelo de los mataderos de caballos de Chicago. Nace así el llamado fordismo como modelo de producción. Una revolución que introduce ya en 1913, aunque su método de producir más barato hace que en 1910 llegue a facturar 45000 vehículos.
Su visión del modelo de producción lo dejó plasmado en algunas obras entre las que destaca Mi vida y trabajo de 1922 y Mañana y ayer de 1926. En 1911 Ford introduce plantas de producción en Inglaterra y en 1925 en Colonia. Con ello se lanza a la conquista del mercado europeo donde la competencia en muy baja. Solo la General Motors de J.P. Morgan es rival para Ford en EEUU. Incluso Rockefeller se convirtió en inversor de la Ford Motor Company.
A pesar de que la General Motors ganó la partida a Ford, su contribución para que el automóvil se convirtiese en el transporte fundamental de los norteamericanos fue de primer orden.
Pero por encima de los logros técnicos y de los avances mecánicos que pudiesen tener los coches Ford, la ideología que le mueve es fundamental para entender el por qué de las medidas que introduce.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que Ford se guiaba por un paternalismo antisindical y se quería presentar como una especia de reformador social desde la derecha más populista. Algo que no era baladí teniendo en cuenta la fisonomía del movimiento obrero norteamericano que Ford combatió desde el inicio. EEUU fue una referencia del obrerismo desde la segunda mitad del siglo XIX. Que Karl Marx trasladase el Consejo General de la AIT de Londres a Nueva York lo denota. Incluso EEUU es pionero en muchos avances sociales. . En 1840 la administración de Martín van Buren reconoció la jornada de 10 horas para empleados del gobierno y constructores de navales. En 1842 Massachussets y Connecticut redujo la jornada infantil a 10 horas. El amplio poder de implantación que generó la AIT y los ecos revolucionarios que llegaban desde Europa, hizo que en 1868, el presidente norteamericano Andrew Johnson aprobara la Ley Ingersoll, por la cual se establecía la jornada de ocho horas de trabajo para los empleados federales.
A pesar de la desaparición de la AIT el movimiento obrero siguió reivindicando mejoras para la clase obrera. Numerosas huelgas se van sucediendo a lo largo y ancho del mundo, algunas de las cuales consiguen grandes avances para los trabajadores. Por ejemplo la huelga de ferrocarriles de Massachusetts de 1874 conquistaba las 10 horas de trabajo.
Aun así los trabajadores norteamericanos comenzaron a pensar en la posibilidad de establecer un sindicato a nivel general que pudiese articular las reivindicaciones obreras. En Chicago, y haciéndose eco de las reivindicaciones históricas de la AIT, se constituyó un Comité por las Ocho Horas de Trabajo, y fechó la huelga general para el Primero de Mayo de 1886. La huelga fue un completo éxito de convocatoria para el sindicalismo norteamericano. La situación de miseria que vivían los trabajadores era reconocida incluso por los propios gobiernos y el presidente Grover Cleveland dijo: “Las condiciones presentes de las relaciones entre el capital y el trabajo son, en verdad, muy poco satisfactorias, y esto en gran medida por las ávidas e inconsideradas exacciones de los empleadores”. La huelga fue un éxito de convocatoria y más de 5000 huelgas se fueron declarando. En muchos lugares se conquistaron esas ocho horas de trabajo (Chicago, Boston, Pittsburgh, Saint Louis, Washington, etc.) Muchas de ellas a nivel de fábrica o triunfos parciales.
Este poder del movimiento obrero, animado por los anarquistas principalmente, puso en alerta al empresariado norteamericano que no tardó en reaccionar. En las sucesivas manifestaciones tras el Primero de Mayo los patronos lanzaron contra los huelguistas a rompehuelgas y amarillos, sobre todo contra los obreros de la fábrica McCormik. Lo peor llegó cuando el 4 de mayo en Haymarket Square estallaron unas bombas con 15000 personas reunidas. El resultado fue 38 obreros muertos, 115 heridos, un policía muerto y setenta heridos. La prensa, a favor de los patronos, no dudó en apuntar desde el primer momento a la autoría anarquista. Las razzias contra anarquistas iniciadas por el comisario Michael Schaack no se hicieron esperar. Entre los detenidos y acusados de asesinato se encontraban los animadores más entusiastas del movimiento obrero. Todos anarquistas. Los nombres de August Spies, Michael Schwab, Óscar Neebe, Adolf Fischer, Louis Lingg, George Engel, Samuel Fielden o Albert Parsons pasaron a ser primera noticia. Todo el juicio que se montó contra ellos estuvo lleno de irregularidades. El juez Joseph E. Gary, confeso reaccionario, seleccionó al jurado entre personas de clara influencia antisocialista y antianarquista. No se permitió estar entre el jurado a obreros que pudieran tener simpatías por las ideologías obreras. La suerte de los acusados estaba echada de antemano. El 11 de noviembre de 1887 se ejecutaba la sentencia contra los condenados a muerte. Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron ahorcados. Lingg se suicidó el día anterior. Y otros acusado penaron en las cárceles durante varios años. En la memoria quedan los discursos que los acusados dieron en tribunal. Su defensa de inocencia y la defensa de sus ideas. Fueron ejecutados por ser anarquistas y socialistas. Camino a patíbulo los acusados siguieron dando vivas a la anarquía y a la clase obrera. Cantaron La Marsellesa, entonces himno revolucionario por excelencia.
Una guerra sucia desatada contra el movimiento donde la agencia de detectives Pinkerton estaba implicada.
Aun así el movimiento obrero norteamericano no paró de crecer. Motivo por el cual, tras el asesinato del presidente William MacKinley por el anarquista León Czolgosz se decretaron una serie de leyes antianarquistas. Con todo, la fuerza que tanto el Partido Socialista de América como la IWW (Industries Workers of de World), de carácter sindicalista revolucionaria con amplia participación anarquista, no pasó inadvertida a los distintos gobiernos que procedieron a una dura represión contra el movimiento obrero norteamericano sobre todo tras el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. Se procedió a la expulsión de numerosos militantes obreros y revolucionarios por orden del Secretario Palmer. Un proceso que terminó con la detención de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti y que finalizó en 1927 con la ejecución en la silla eléctrica de los militantes anarquistas italianos.
Junto a toda esta ola represiva por parte del Estado, Henry Ford trazó su propio plan para desmontar el movimiento obrero y no permitir su avance en sus propias fábricas. Las medidas que introducía de la jornada de 8 horas de trabajo (reivindicación histórica del obrerismo) así como las medidas de gratificación a los trabajadores sirvieron para anular cualquier proceso de reivindicación obrera. Lejos de contentarse solo con ello, Ford se presentó a las elecciones a senador y se hizo con el control de algunos periódicos como el Dearborn Independent. Desde sus páginas defendió la concepción de su modelo de organización así como responsabilizó al “judaísmo internacional” de los males mundiales. Ford llegó a acusar a los judíos de ser los instigadores de la Primera Guerra Mundial llegando a fletar en 1914 un barco a Europa impulsado por una llamada Liga de la Paz, subvencionada por el mismo Ford, que fracasó. El auge de los totalitarismos en la década de 1920 y 1930 fueron bien vistos por Ford que llegó a mostrar inclinaciones y simpatías por el nazismo. Y es que las ideas de regeneración social y de dar capacidad adquisitiva a los trabajadores para alejarlos de las ideologías revolucionarias era una concepción que aceptaban muchos movimientos: desde el fascismo hasta el catolicismo social (cuando no se mezclaban entre ellos). Ford entendió muy bien desde el inicio este proceso y lo aplicó en su imperio económico.
Cuando Henry Ford murió en 1947 dejó su legado a su nieto conocido con Henry Ford II. Su modelo de producción en cadena y el concepto de paternalismo antisindical fue la seña de identidad de su Ford Motor Company.

Julián Vadillo Muñoz



viernes, 10 de enero de 2014

La importancia de la divulgación en la historia del anarquismo

Abrimos el primer post del año con el artículo aparecido el último número del periódico CNT que hace el repaso a algunos proyectos y obras históricas en el anarquismo desde una divulgación bien trabajada.

Un error importante que se ha cometido es haber dejado la llamada divulgación de la historia a todos unos agentes interesados que han ofrecido una visión distorsionada de la realidad que sucedió. Si te acercar a cualquier librería grande o centro comercial y vas a la sección de historia se puede comprobar como acontecimientos como la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, etc., ha caído en manos de charlatanes que con importantes grupos mediáticos y de presión detrás logran trasmitir una visión interesada de esa historia.
Lo peor viene cuando esa misma historia la venden como “palabra de la verdad” y lo enmarcan en una llamada corriente revisionista de la historia. Quieren forjar historiografía cuando en realidad no hacen sino crear una historietografía sin ningún fundamento científico. Muchas de esas historias no son novedosas, aunque se vendan como tales. Basadas en los más rancios apologetas del franquismo no hacen sino instrumentalizar la realidad.
Por otra parte nos encontramos con obras puramente académicas que se hacen bastante inaccesibles al gran público. Obras que sirven para el debate universitario pero que poco hace en el resto de la sociedad. Son obras valiosas para las fuentes de investigación pero menos válidas para hacer accesible la ciencia histórica.
Por último vemos también proliferar multitud de libros de memorias. Valiosísimos para acercarnos a la realidad del pasado. Pero no deja de estar tamizado por la visión del personaje que lo escribe. La memoria siempre será una fuente fundamental de la historia. Pero también tiene que estar sujeta al contraste científico.
Sin embargo estamos asistiendo en los últimos tiempos a una proliferación de obras que desde una posición divulgativa, entendida esta como acercar a todos los públicos (académicos y no académicos) la historia del anarquismo sin perder un ápice de rigurosidad científica. Aquí enmarcaríamos proyectos como la revista Germinal. Revista de estudios libertarios, que es el mejor intento de unión entre el mundo académico y el movimiento anarquista con la colaboración en sus páginas de las mejores plumas en la investigación de las ciencias sociales y humanas sobre el anarquismo.
En este grupo de buenos y grandes historiadores sobre el anarquismo podemos enmarcar la obra de Juan Pablo Calero. Con una rigurosidad y minuciosidad exquisita, Juan Pablo Calero ha sabido recuperar con un lenguaje para todos a personajes como Isabel Muñoz Caravaca, Celso Gomis o la participación de los anarquistas en el gobierno de la República durante la Guerra Civil. Hoy por hoy es, quizá, el mejor historiador en estos campos.
En la misma línea, pero con un campo más amplio de estudio, tendríamos la obra de Dolors Marín. Desde aspectos como la Semana Trágica de 1909, el maquis libertario, los ministros anarquistas o una historia general del anarquismo, su contribución a estos aspectos son fundamentales. También podríamos nombrar aquí la obra de José Luis Gutiérrez Molina, Susana Tavera, Carles Sanz, Marciano Cárdaba y así un largo etcétera.
Voy a destacar a una mujer que también esta contribuyendo como la que más a estos aspectos. Me refiero a Laura Vicente. Laura Vicente (como Juan Pablo Calero o Dolors Marín) es profesora de enseñanza secundaria, esa enseñanza tan maltratada por lo recortes. Y esto se nota mucho a la hora de saber trasmitir un conocimiento. Laura Vicente se doctoró en historia en la Universidad de Zaragoza con una tesis sobre la conflictividad social y el movimiento obrero en Zaragoza. Otra de sus grandes contribuciones a la recuperación de la historia del anarquismo en España fue su obra Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista, publicada en el 2006 por la Fundación Anselmo Lorenzo. Ha participado también la obra conjunta Aproximació a Mujeres Libres, en algunas otras obras colectivas y en diversas revistas y congresos.
Hace poca fechas ha publicado una obra que se enmarca perfectamente en eso que veníamos hablando con anterioridad sobre la divulgación en el anarquismo. Su Historia del anarquismo en España, editado por La Catarata, ha sabido trasmitir con un lenguaje sencillo y una estructura accesible una historia tan compleja como la del anarquismo español.
Es una obra que da paso a distintas lecturas. Como un primer acercamiento a la materia o como un material de debate. Porque sin entrar a analizar el contenido algunos de los aspectos que se vierten en la obra puede ser polémicos o parte de un debate historiográfico del anarquismo. Los debates sobre el surgimiento del pistolerismo, las diferenciaciones entre sindicalistas y anarquistas, el papel de la CNT durante la Segunda República, el lugar de la FAI en el movimiento anarquista, la actuación del movimiento libertario en el exilio y en la Transición, etc., son cuestiones que pueden generar un interesante y rico debate sobre la historia del anarquismo. En 220 páginas es difícil compilar tanto.
Pero por encima de todo Laura Vicente ha sabido trasmitir con esta obra algo fundamental. El surgimiento y forja de una conciencia propia. El nacimiento y desarrollo de una cultura obrera y libertaria que ofreció una salida a la sociedad capitalista del momento. Y que esos valores siguen teniendo una vigencia en los momentos actuales.
Esperemos poder disfrutar en el futuro de obras que sigan recuperando la historia del anarquismo uniendo en un mismo volumen, rigurosidad, ciencia y divulgación.

Julián Vadillo Muñoz