jueves, 28 de septiembre de 2017

“OS SALVARÉ LA VIDA”. Una novela sobre Melchor Rodríguez

Cuando se van a escribir unas letras sobre un libro siempre tienes dudas. Las valoraciones a veces pueden ser contraproducentes y en este caso hay algunas peculiaridades. Estamos hablando de una novela, un relato con partes reales y partes ficticias de uno de los momentos más críticos de la historia de España. Igualmente estamos hablando de una novela de autoría doble. Por una la de un político, Joaquín Leguina, al que personalmente no conozco pero con el que no me siento para nada identificado ni en sus ideas ni es sus pensamientos y acciones. Por otra parte la de un escritor y dramaturgo que al mismo tiempo es un buen amigo, Rubén Buren, al que aprecio y al que me une muchas cuestiones aunque en otras discrepemos. En definitiva un compañero.
            Si hiciese una crítica a nivel personal probablemente sería injusto, ya que me dejaría llevar por la crítica que pudiese ejercer contra uno de los autores. También sería injusto para Rubén, pues en definitiva el trabajo que presenta es conjunto y es algo en lo que Rubén lleva trabajando mucho tiempo. Además, Rubén como profesional de la escritura no tiene la obligación de dar cuentas a nadie de con quién escribe, aunque a algunos a nivel personal no nos guste esa persona con la que ha escrito la novela.
            Así que siendo justos las líneas que voy a dedicar a valorar esta novela la voy a hacer en dos claves. Una las cosas que me han gustado de la misma. Y por otra la parte que no me ha gustado. Y en esta última parte voy a hacer una crítica desde la historia. Porque aunque estamos hablando de una novela, en buena parte de la misma se esta hablando de la historia de España más reciente.

Lo que me ha gustado

            Puedo decir que, a nivel general, la novela me ha gustado. Es una novela muy bien escrita. De hecho en dos tardes me la había terminado. Su estructuración en píldoras, en capítulos que hablan sobre personajes concretos, algunos reales y otros ficticios, nos muestra una obra amena y agradable de leer. Muy sencilla.
            Igualmente, la figura de Melchor siempre me ha resultado interesante y por eso he seguido siempre muy cerca los trabajos que ha realizado sobre el personaje el documentalista y periodista (y también amigo) Alfonso Domingo así como los textos que yo mismo he podido producir sobre Melchor: (http://www.fronterad.com/?q=14976)
            Además, prácticamente la mitad de la novela está basada en la obra de teatro de Rubén Buren La entrega de Madrid, que tuve oportunidad de ver en su momento en una pequeña sala madrileña (Sala Mirador, en la calle doctor Fourquet) y de hacer una reseña sobre la misma en el periódico CNT (http://fraternidaduniversal.blogspot.com.es/2013/06/la-dignidad-de-un-anarquista-en-el.html). Y la adaptación de la obra de teatro a la novela se ha hecho de forma excelente.
            Además, aunque la obra se ha intentado presentar como la vida de Melchor Rodríguez, en realidad es la vida de Amapola, su hija, la que se esta retratando en la novela. Y esto tiene una carga importante, porque estamos hablando de las vivencias personales y de lo que sucedía en la casa de un anarquista por los testimonios que Amapola le legó a Rubén Buren. Y él lo ha llevado a una novela con todas las licencias literarias. No es la historia de las sociedades obreras, de la militancia de Melchor, de su participación en algunas cuestiones, sino como lo veía los ojos de una niña en el final de la guerra y de una mujer durante el franquismo. Incluso aquí la obra tiene un sabor feminista, por la hija que se llega a rebelar  contra un padre que, aun siendo anarquista, tiene clichés propios de una sociedad machista. Por eso la novela tiene mucho de la visiones y de la vida del propio Rubén, por lo que ha vivido en su propia casa.
            El elenco de personajes, las historias entrecruzadas de los mismos, de agradecidos y de traidores a lo que Melchor hizo están visto por los ojos de Amapola.
            Destaco el último capítulo, “La última bandera”, que me han encantado, porque hacía tiempo que una novela no lograba introducirme en la atmósfera que relata, en este caso el de los últimos días de vida de Melchor. He podido dejar volar la imaginación para meterme, por efecto de empatía, en el momento.
            En este sentido, de la carga literaria, la primera y la tercera parte son buenas y solo por ello merece la pena ser leída la novela.

Lo que no me ha gustado

            Sin embargo, es verdad, que nunca llueve a gusto de todos y lo mismo que habrá quien haga críticas desde la perspectiva literaria, yo la tengo que hacer desde la perspectiva histórica pues en estos aspectos soy bastante quisquilloso. Y en este sentido hay algunos aspectos del libro que no me han gustado.
            En primer lugar no creo que sea necesario ejercer comparaciones para demostrar que la acción de Melchor estaba dentro de su ideología anarquista. Es evidente que el anarquismo como movimiento político y social es diverso y heterogéneo. Pero sobra decir que las acciones de Melchor fueron mejores que las de otros anarquistas de la época. Dicen que las comparaciones son odiosas y es verdad.
            Por otra parte, a veces, da la sensación que la retaguardia republicana era el terror absoluto y no es cierto. Nadie niega la represión republicana y hoy existen grandes estudios históricos donde se relata y se acerca en su justa medida. Y como eso que algunos denominaron “checas” no existieron como tal (eran comités o prisiones del Frente Popular, y a una reciente tesis del historiador Fernando Jiménez Herrera me remito como estudio novísimo al respecto) y que a la altura de diciembre de 1936 estaban todos clausurados por disposición gubernamental. En ningún momento se equipara las zonas en conflicto, pero si es cierto que muchos pasajes bebe de los lugares comunes típicos de determinada historiografía. La retaguardia republicana fue mucho más que Agapito García Atadell, que Felipe Emilio Sandoval o que, incluso, Melchor Rodríguez. No era solo una lucha entre los que mataba y los que luchaban porque no se matase de forma arbitraria, sino un golpe de Estado que generó una Guerra Civil. A veces estos aspectos tan simples los pasamos por alto.
            En este caso, la segunda parte del libro, “Por la senda de la rebeldía”, es la que menos me ha gustado. Porque cuando los autores se adentran en las cuestiones estrictamente históricas es donde patinan al abordar unas cuestiones que, quizá, son excesivamente complejas como para novelarlas. Además que algunos pasajes amplios de esta parte ni siquiera están novelados, sino que son afirmaciones históricas sin más. Y en este caso incluso se incurre en errores históricos concretos. No quiere ser un libro de historia pero se vale de la misma para afirmar cuestiones que, a veces, no casan con la realidad.
            Rescatando toda la parte vital de Melchor, es evidente que los autores deberían de haber utilizado fuentes histórica que saquen al anarquismo, al movimiento obrero, a la historia de la Segunda República, a la FAI, etc., de los lugares comunes en los que machaconamente se le ha incluido durante décadas.
            No voy a poner ningún ejemplo concreto ni enumerar errores históricos, porque no es de recibo (ya se los comentaré a Rubén en persona). Pero solo una píldora, que no está en la novela, pero que dijo el señor Leguina en unas de las entrevistas que se le hizo con motivo de la publicación del libro. Para Leguina el sindicalismo de la CNT se dividía entre pacífico y violento. Esto, así de entrada, ya es un craso error. Acto seguido comparo a Melchor Rodríguez con Ángel Pestaña, como indicando que ambos tenían el mismo modelo organizativo sindical, frente a otros como Durruti que difería. En esto lo que demostraba el señor Leguina era su completo desconocimiento sobre la historia de la CNT. Ángel Pestaña, personaje interesantísimo donde los haya, sale de la CNT en 1932 tras la firma del “Manifiesto de los Treinta”, optando por una vía sindical, la de la Federación Sindicalista Libertaria, que si no renegaba del sindicalismo revolucionario (que seguía defendiendo) si optaba por estrategias distintas en el momento que le tocó vivir. Incluso Pestaña dio un paso más para fundar el Partido Sindicalista y dar el salto a la política. Por el contrario, Melchor Rodríguez nunca firmó el "Manifiesto de los Treinta", se mantuvo dentro de la CNT, aprobó y participó de la estrategia de los Comités de Defensa Confederal y siempre fue un integrante de la FAI, que él mismo fundó en 1927. Además, la vida de los personajes no es homogénea. No es lo mismo el Pestaña de la década de 1910, que el de 1920 y que el de 1930. Lo mismo con Melchor y lo mismo con Durruti y todos. A veces, alguna historiografía, se deja llevar en exceso por contrafactuales. En novela están permitidos, en historia son una temeridad sin fundamento científico. Algunas afirmaciones de Leguina en las presentaciones del libro han sido temeridades sin fundamento intentando sentar cátedra en un sector, como el de la historia, donde tiene grandes lagunas.
            Sinceramente creo que algunas partes de esta novela han necesitado los ojos de un historiador para corregir incongruencias. Pero también hay que tener en cuenta una cosa que podría hasta invalidar todo lo anterior. Estamos hablando de una novela, no de un libro de historia. Y ahí se juega con más licencias.


            En definitiva, es una novela recomendable, entretenida, bien escrita, con sus salvedades (como todas), y donde a pesar de la forma hay que quedarse más con el fondo. Porque del señor Leguina no tengo ni idea (y quizá ni ganas de saberlo) pero de mi amigo Rubén puedo decir que es permeable a cualquier tipo de debate sobre estas cosas que tanto le gusta. En esto (y en muchas otras cosas) es igual que su bisabuelo Melchor. Genes de familia.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Introducción del libro "La explosión del polvorín en Alcalá de Henares (1947)"

Hace unos días se presentó en Alcalá de Henares la reedición del libro "La explosión del polvorín en Alcalá de Henares (1947)" de Julián Vadillo Muñoz y Alejandro Remeseiro Fernández. La primera edición, impulsada y realizada por el Foro del Henares en 2009, se agotó apenas salió a la luz y durante mucho tiempo ha sido uno de los libros más buscados en la ciudad complutense. Gracias al esfuerzo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y al interés de la editorial Domiduca, se ha podido reeditar el libro que ya está disponible en distintas librería de España.
Colgamos aquí la presentación de la presente edición para abrir boca en aquellos que quieran acercarse a esta historia.

Hay acontecimientos que marcan la historia de una ciudad. Algunos de ellos son positivos, otros son negativos. Pero siempre se mantienen como huella indeleble en la mentalidad colectiva. La larga dictadura que tuvo España desde el final de la Guerra Civil en 1939 hasta la misma muerte del dictador en noviembre de 1975, es tiempo suficiente para que muchos acontecimientos se sucedan y jalonen la historia de cualquier población.
            Eso sucedió el 6 de septiembre de 1947 cuando los polvorines A y B del Gurugú hicieron explosión. La vida de la ciudad de Alcalá de Henares cambió completamente. No solo por la desaparición física del cerro donde estaba ubicado el polvorín, sino por las muertes que el desastre provocó. Las víctimas militares (soldados que se encontraban en el lugar) y civiles que trabajaban en las inmediaciones, hacen de este acontecimiento algo terrible y que dejó huella en la ciudad.
            Pero las consecuencias del mismo fueron también sangrientas. Lejos de cerrar la investigación militar tal como en los primeros momentos se había establecido, la de un accidente que repetía los mismos errores que se habían dado en Cádiz unas semanas antes, las autoridades militares, los máximos organismos de represión del régimen franquista que aun estaba en Estado de Guerra, comenzaron a detener a integrantes de organizaciones clandestinas comunistas. Detenciones que se extendieron durante semanas y que conformaron cinco causas contra estos militantes del Partido Comunista de España y de las Juventudes Socialistas Unificadas. Nada nuevo en una España que vivía una represión permanente a nivel estatal desde el 1 de abril de 1939. Pero si impactante para una población que veía como todavía a esas alturas se fusilaba en el cementerio de la ciudad de Alcalá por “delitos de la guerra” y que comprobaba como vecinos de la ciudad eran sacados de sus casas para ingresarlos en prisión y, en algún caso, ser ejecutados.  Además, con todas las fuentes encima de la mesa, se comprueba que las responsabilidades de estas detenciones fueron múltiples en la ciudad. El resultado fue ocho fusilados en Ocaña en agosto de 1948 y varias decenas de detenidos y condenados a diversas sentencias. Un crimen que queda constatado por la inexistencia de pruebas que culpasen a los detenidos. Pero como dice el profesor Fernando Hernández Sánchez en el prólogo de esta edición, no hacía falta pruebas para condenar, tan solo la existencia de grupos comunistas contra los que actuar.
            El trabajo que presentamos aquí es una reedición del que ya publicamos en el año 2009. En aquella ocasión, gracias al esfuerzo del Foro del Henares, logramos sacar adelante una investigación de años que sirvió para esclarecer lo sucedido. Aun permanece en nuestra memoria la multitudinaria presentación del libro que hicimos en el Nuevo Parador de Alcalá de Henares el 21 de mayo de 2009, junto a Manuel Rioyo, como representante del Foro del Henares, y el catedrático Julio Aróstegui, de la Universidad Complutense de Madrid, y que desgraciadamente nos dejó en enero de 2013.
            Nos podemos congratular de que el libro La explosión del polvorín de Alcalá de Henares (1947) significó un avance en la investigación de la represión franquista en nuestra ciudad así como de la organización del antifranquismo. Sin embargo, aquella edición de lujo que diseñó con tan buen criterio (como siempre) Vicente Alberto Serrano, apenas duró unos días en librerías. Se agotó.
            Es por ello que hemos visto de necesidad tantos años después de proceder a la revisión y reedición de libro. Y lo hemos hecho por varias razones. En primer lugar porque somos de la convicción de que para pasar página hay que leerla primero. Quizá es por nuestra formación de historiadores que nos gusta cerrar el círculo. Pero también somos conscientes de que las nuevas generaciones en la ciudad no conocen este acontecimiento que marco la vida de la misma. Es necesario que los alumnos de los institutos de Alcalá, los alumnos de Historia de la Facultad, tengan acceso a un trabajo que marcó la historia de Alcalá de Henares.
            En este punto también hay factores que viene a contribuir a la reedición de esta obra. Aunque el movimiento por la recuperación de la memoria histórica en nuestra ciudad ha gozado siempre de simpatías y personas que lo han nutrido, el nacimiento de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Historia de Alcalá de Henares ha dado un salto en este campo. Porque la memoria histórico no solo es un elemento de investigación académica (y del que este libro sería una muestra) sino también un movimiento social que dinamiza la vida de los lugares recuperando nuestro pasado traumático para actualizarlo y darle lectura. Por eso la ARMH de Alcalá ha trabajado en esta línea desde su nacimiento. Hay que agradecer a Manuel Ibáñez, su presidente, así como a todos sus integrantes el trabajo que están realizando en la ciudad de Alcalá y que está cristalizando en cuestiones físicas y palpables. Esta reedición es un ejemplo de ello.
            Pero para que exista un texto reeditado hace falta que una editorial se interese por el mismo. Y, al igual que con la memoria histórica, la ciudad de Alcalá tiene en la editorial Domiduca un pilar donde recuperar la historia de la ciudad en cualquiera de sus épocas. Ofrecer la reedición de este libro a Marcos y Asela y aceptar este reto ha sido todo uno. Muchas gracias por confiar en este trabajo tanto años después, lo que demuestra la vigencia de su investigación y conclusiones. El mimo y el cuidado con la que han trabajo sobre nuestro texto es de agradecer. Estas partes, menos visibles, son fundamentales para dar a conocer los trabajos.
            Antes de acabar esta introducción toca repetir agradecimientos. Decimos repetir porque son los mismos que se hiceron hace años, con alguna inclusión. En primer lugar aquella investigación no pudo ser posible sin la disposición ofrecida por diversos archivos: Archivo Histórico del PCE, Fundación Pablo Iglesias, Fundación Anselmo Lorenzo, Archivo Municipal de Alcalá de Henares, Archivo Militar de Ávila, Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, Archivo y Biblioteca de Instituciones Penitenciarias, Archivo del Tribunal Militar de la Región Primera, etc.
            Tampoco nos podemos olvidar de la ayuda ofrecida por distintos amigos y colegas que estuvieron (y están) atentos al desarrollo del trabajo. Queremos destacar la labor desempeñada por Daniel López Serrano-Paez (aunque le conocemos todos como Canichu), que no dudó en ayudarnos mirando legajos y documentos mientras nosotros estabamos mirando otras cuestiones relacionadas con la investigación. Tal fue su pasión e interés que con posterioridad a la publicación del libro en 2009 siguió investigando el impacto en prensa del acontecimiento y ha publicado algunas comunicaciones a congresos sobre el tema. Gracias Daniel (Canichu) por tu interés en este tema y ayudarnos. También queremos agradecer a amigos como Juan Pablo Calero, Alfredo González, Eduardo Villaverde, Iván Pascual, Rubén González Cuerva, etc., el que nos hayan dado consejos para mejorar el trabajo en distintas aristas. También agradecemos la prestanza que amigos y colegas como Manuel Vicente Sánchez Moltó, José Félix Huerta Velayos o José María Nogales nos prestaron con información y material gráfico. Esta edición también se nutre de esa generosidad. Y, como no, extender esos agradecimientos a historiadores como Urbano Brihuega, conocedor de la biografía de alguno de los condenados y de la historia de Alcalá, del historiador alemán Hermut Heine o el gallego Enrique Barrera Beitia, que nos facilitó información valiosísima sobre el suceso. No quiero olvidar aquí a Fernando Hernández Sánchez, que ha accedido amablemente a prologar esta edición. Y nunca olvidar a Julio Aróstegui, quizá el mejor historiador que ha tenido este país en el último medio siglo en historia contempóranea, que se mostró interesado por nuestro trabajo desde que se lo dimos a conocer. No olvidamos tampoco todo el esfuerzo que puso el Foro del Henares para sacar este trabajo adelante. Fali, Jacinto, Manuel, Javier, etc., fueron protagonistas insustituibles de aquella publicación. Este actual es deudora, sin ninguna duda.
            La última parte de esta introducción la queremos dedicar al recuerdo. Al recuerdo de dos personas que nos ofrecieron todo su conocimiento para rescatar esta historia. En primer lugar a Fernando Nacarino. Su memoria prodigiosa, su planteamiento sosegado a pesar de los años que vivió en prisión, su generosidad y buen carácter, hicieron de aquellas jornadas que le entrevistamos y vivimos con él grandes momentos, una de las situaciones más interesantes de esta investigación. Cuando el 31 de marzo de 2007 nos dieron el mazazo de su muerte solo pudimos sentir un profundo sentimiento de pena. No dio tiempo a que viese reflejado sobre el papel su inocencia. En segundo lugar recordar a Ricardo Lidó Expósito, otro de los protagonistas y condenados en aquellas jornadas que nos puso su sapiencia y buen estar en todo momento para la investigación. Con Lidó pudimos celebrar la publicación del libro y homenajearle en vida. Desgraciadamente el paso del tiempo es letal para ser humano, y en agosto de 2012 nos abandonó para siempre. Gracias Nacarino y gracias Lidó por haber existido.
            Y como este apartado puede ser muy grande solo nos queda un último agradecimiento. Gracias a todos aquellos que durante los difíciles años de una dictadura atroz no cejaron en su empeño de luchar por un mundo mejor.

Julián Vadillo Muñoz
Alejandro Remeseiro Fernández

jueves, 7 de septiembre de 2017

DISCURSO DE INAUGURACIÓN DE LA PLACA CONMEMORATIVA DEL 70 ANIVERSARIO DE LA EXPLOSIÓN DEL POLVORÍN EN ALCALÁ DE HENARES

Este fue el discurso que se leyó el 6 de septiembre de 2017 con motivo de la inauguración de la placa conmemorativa por el 70 aniversario de la explosión del polvorín en Alcalá de Henares en 1947.

Buenas tardes a todas y todos. Gracias a los asistentes y a las autoridades municipales del Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de Henares que han hecho posible este acto.

            Hace 70 años este lugar se cubrió de luto. A las 21:45 del 6 de septiembre de 1947  una explosión asolaba la ciudad de Alcalá de Henares. Aquel día más de un alcalaíno recordó los duros bombardeos con los que la aviación nazi castigó la cuna de Cervantes durante la Guerra Civil. No estaba siendo un año sencillo para la ciudad de Alcalá. A las inundaciones que se produjeron ese mismo año se unía este suceso. El polvorín de la ciudad de Alcalá saltaba por lo aires acabando con la vida de 24 personas (10 militares y 14 civiles). El cerro del Puente de Zulema desapareció. El puente fue literalmente destruido. La fábrica Río Cerámica destruida igualmente. A los fallecidos se unieron cientos de heridos.
            La explosión del depósito de minas en Cádiz el 19 de agosto de 1947 (solo unos días antes) no hacía presagiar nada bueno. Muchos vecinos de la ciudad, sobre todo los más cercanos a los polvorines, temían que algo similar sucediese allí. Y fue precisamente lo que sucedió.
            Las primeras pesquisas de la instrucción militar que se formó a partir de este suceso fueron claras: material en mal estado, equipos electrógenos que mal funcionaban, destrucción de pólvoras los días previos, etc. Un accidente que se venía a unir a una serie de explosiones en arsenales militares desde el final de la Guerra Civil y que tendría nuevos episodios en el futuro en distintos puntos de la geografía española.
            Pero el ejército del régimen franquista a la altura de 1947 seguía siendo el ejército de la victoria. En Cádiz, a pesar del debate que se generó entre los propios militares, se reconoció la negligencia de tener un arsenal peligroso en el centro de la ciudad. La actitud de las autoridades municipales fue fundamental en este caso. Pero en Alcalá de Henares, a excepción de la actitud del alcalde accidental Félix Huerta, no sucedió. Poco después de la explosión comenzaron a producirse detenciones contra militantes clandestinos del Partido Comunista de España y de las Juventudes Socialistas Unificadas. Algunos de ellos conocidos en la izquierda alcalaína desde la Segunda República. Otros afiliados a esas organizaciones en ese primer franquismo. Todos ellos muy jóvenes.
            El objetivo por parte de las autoridades militares era claro. Vincular la militancia clandestina de los comunistas a la explosión del polvorín siniestrado. Acusar a las estructuras del PCE y de las JSU de un acto de sabotaje y terrorismo. Las detenciones se contaron por decenas, las torturas hicieron que los propios detenidos realizaran declaraciones contradictorias entre sí y que acababan acusándose unos a otros para evitar un desenlace que ellos mismos sabían. Tras dos meses de interrogatorios, de torturas, de intentos de suicidio por parte de alguno de los detenidos, la causa pasó a manos de Enrique Eymar Fernández, juez del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, famoso porque por sus manos pasaron causas como las del comunista Julián Grimau o de las de los anarquistas Granados y Delgado. Eymar dividió la causa en cinco partes, incluyendo en la primera a los que iban a ser ejecutados. El consejo de guerra celebrado en Ocaña el 9 de julio de 1948 tenía la sentencia determinada y el 20 de agosto del mismo año eran fusilados en Ocaña Manuel Villalobos Villamuelas, Eugenio Parra Rubio, Rogelio García del Barrio, Pedro Martínez Magro, Benito Calero Vázquez, Daniel Elola Gómez, Luciano Arroyo Cablanque y Félix López Casares. Junto a ellos, en las distintas causas, 69 condenados a distintos años de prisión.
            Un juicio amañado, sin garantías judiciales, sin profesionales conforme al derecho para los acusados y, lo que fue más grave, sin ningún tipo de dato técnico tenido en cuenta que demostraba la imposibilidad de cualquier tipo de sabotaje. Documentos técnicos generados por el propio régimen franquista que se quería cobrar su contribución de sangre para mantener la mano hierro sobre el país.
            Tras lo sucesos, el silencio. Un silencio que duró años. Muy pocos se atrevieron a hablar alto y claro de lo que sucedió aquel 6 de septiembre y las consecuencias que tuvo. Siempre planeó la sombra de la duda sobre los acusados, cuando no la culpabilidad directa. El Foro del Henares dio un paso adelante en el año 2006 y comenzó una investigación que nos pasó a Alejandro Remeseiro y a un servidor, como profesionales de la historia que somos, que se plasmó en la publicación de libro La explosión del polvorín en Alcalá de Henares (1947) donde por primera vez se hablaba de todo el puzzle del acontecimiento. Pero faltaba el reconocimiento oficial a las víctimas. A las víctimas militares, civiles y políticas de este luctuoso suceso. Ese fue el objetivo que se marcó a inicios de año la ARMH de Alcalá, a la que hoy represento, y ese ha sido el sentir del Ayuntamiento alcalaíno.
            Setenta años después hay un reconocimiento oficial. Esta placa que aquí se descubre hace su parte de justicia. La reedición del libro, gracias a la labor de Domiduca, que presentaremos esta tarde también la complemente.
            Hoy Ricardo Lidó y Fernando Nacarino estarían felices. Hoy la verdad, la justicia y la reparación a las víctimas del franquismo está más cerca en la ciudad de Alcalá de Henares.
            Muchas gracias.