martes, 15 de noviembre de 2016

Renunciar a todo menos a la victoria. Los anarquistas en el gobierno de la República

Artículo publicado en la edición digital de Diagonal

El 4 de noviembre de 1936 se producía un hecho trascendental en la historia. Ese día, en un Madrid sitiado por las tropas que se habían sublevado contra la República el 18 de julio de 1936, se produjo una remodelación ministerial en el gobierno de Largo Caballero. Y por primera en la historia accedieron a dicho gobierno ministros anarquistas. Juan García Oliver como Ministro de Justicia, Federica Montseny como Ministra de Sanidad y Asuntos Sociales, Juan Peiró como Ministro de Industria y Juan López como Ministro de Comercio. Los eternos enemigos del Estado y del gobierno, el movimiento obrero que había protagonizado las luchas contra todo tipo de autoridad accedían a tomar cargos de responsabilidad en el gobierno republicano ante la crítica situación que se vivía en aquellos momentos de la Guerra Civil.
            Pudiera parecer que fue una contradicción sin paliativos. Y contradicción fue. Pero los órganos de responsabilidad del movimiento libertario, sus voceros de prensa y la gran mayoría de su numerosa militancia lo consideraron necesario. Hubo quienes se opusieron a ello. Voces que vinieron, sobre todo, de los sectores juveniles del anarquismo y de plumas libertarias desde el extranjero, que no compartían los criterios de sus compañeros españoles.
            Sin embargo, que los anarquistas participasen en organismos de poder no era nuevo. No al nivel de ministerios pero si en otros modelos de organización. Durante la Comuna de París de 1871, los anarquistas que estaban en pleno proceso de expansión por Francia, participaron de numerosos organismos revolucionarios en aquel proceso que fue objeto de debate posterior entre marxistas y anarquistas. En España, durante el movimiento cantonal de 1873, numerosos internacionalistas antiautoritarios, seguidores del ideal de Bakunin, participaron de los organismos surgidos por este movimiento. Se podría pensar que ambos casos fueron experimentos muy tempranos, cuando el anarquismo apenas había tenido recorrido. Sin embargo, durante la Revolución rusa nos volvemos a encontrar a anarquistas en organismo obreros de control de la producción y consumo como fueron los soviets. Unos soviets que también tuvieron capacidad de poder político y de decisiones más allá de la producción. Soviets como el de Bialystok eran de mayoría anarquista. Incluso el triunfo bolchevique en octubre de 1917, llevó a algunos anarquistas a una colaboración con el nuevo gobierno. Algunos de esos anarquistas acabaron integrándose en las estructuras soviéticas. Otros, a pesar de su participación en determinados organismo revolucionarios, criticaron el camino que los bolcheviques había tomado lo que les llevó a un enfrentamiento directo con las autoridades soviéticas que acabaron con los anarquistas en los presidios o en el exilio.
            No era pues ajena la historia del anarquismo a la colaboración con organismo de dirección política. Lejos de la imagen que se ha querido ofrecer del anarquismo como un ente monolítico, como una ideología cerrada sobre sí misma y ajena al entorno que le rodeaba, los anarquistas españoles buscaron la colaboración con otras fuerzas políticas dependiendo de las circunstancias. Durante la dictadura de Primo de Rivera la política de alianzas de los anarquistas y los republicanos fue una de las claves del derrocamiento definitivo de la dictadura y de la monarquía de Alfonso XIII. Los anarquistas no fueron ajenos a la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, a la que recibieron con reservas pero reclamándose como uno de sus protagonistas en el momento revolucionario que vivía España. Solo las políticas laborales y sociales del primer bienio republicano, que los anarquistas consideraron escasas, llevó al enfrentamiento. Sin embargo, cuando la derecha ganó las elecciones en noviembre de 1933, y el movimiento obrero detectó un peligro de ascenso del fascismo, tal como sucedía en Europa, se volvieron a poner encima de la mesa la política de alianzas con otras fuerzas. Fue el ejemplo de Asturias en 1934 o de los acercamientos a socialistas y comunistas en otros puntos del país.
            La lectura que sacaron los anarquistas de aquellos primeros años republicanos, fue la incapacidad por parte del movimiento libertario de derrotar al capitalismo con sus propias fuerzas. Por ello durante 1936 y ratificado en el Congreso de Zaragoza de mayo de ese año, los libertarios optaron por proponer una alianza revolucionaria que uniera el destino de la CNT y de la UGT. Todos estos debates y movimientos que pretendían llegar a un pacto revolucionario entre las dos sindicales, fueron cortados por el golpe de Estado contra la República el 18 de julio de 1936.
            El golpe de Estado precipitó los acontecimientos. Y lejos de la idea que pudiese llevar de un anarquismo que se podía imponer en sus zonas de influencia a las otras corrientes del antifascismo, los libertarios decidieron participar en organismos junto a otras fuerzas revolucionarias y republicanas. El Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña es un ejemplo de ello, donde participaron representantes de la CNT, el PSUC o la Esquerra Republicana.
            El paso definitivo vino tras el verano de 1936. Por una parte el Movimiento Libertario comenzó a pensar en la posibilidad de creación de un Consejo Nacional de Defensa que sustituyese al gobierno de la República y que estuviese conformado por las fuerzas revolucionarias, dándole más peso a las organizaciones sindicales. Una idea que no cuajó en el resto del antifascismo español. Sin embargo, en ese mismo mes de septiembre, con la Generalitat de Cataluña reconstruida, la CNT pasó a tener tres consejeros en sus órganos de gobierno: Juan Pablo Fábregas como Consejero de Economía, Juan José Domenech como Consejero de Abastos y Antonio García Birlán como Consejero de Sanidad y Asistencia Social.
            Fue un momento clave en la historia del anarquismo. Para aquellas fechas, Francisco Largo Caballero, presidente del consejo de ministros y uno de los líderes más representativos de la UGT, veía con buenos ojos la llegada de la CNT al gobierno central, lo que reforzaría la idea de un gobierno sindical. La política de colaboración de los anarquistas estaba en pleno proceso. Ya había integrantes de la CNT y de la FAI que eran concejales en los distintos municipios. Se habían integrado de lleno en las estructuras del Frente Popular. A nivel militar, comenzaban a dar los primeros pasos para su integración en el Ejército. Todo esto no sin debate. Porque el anarquismo había defendido el antiestatismo y colaboraba con el Estado republicano en guerra. El anarquismo era antimilitarista y colaboraba con el Ejército Popular de la República. Si algún movimiento cedió más en sus pretensiones en aquellos momentos en su lucha contra el fascismo, ese fue el movimiento anarquista.
            El 4 de noviembre de 1936 se culminaba esa escalada de colaboración con la llegada de los ministros de la CNT y la FAI al gobierno. Un momento difícil, pues la capital de la República corría peligro de caer en manos de los sublevados. De hecho, una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue trasladarse a Valencia y dejar Madrid en manos de una Junta de Defensa de Madrid encabezada por el general José Miaja y con representación de todas las fuerzas del antifascismo español en la capital.
            Y los anarquistas en el gobierno no tomaron medidas sencillas. Muy por el contrario fueron cuestiones complejas y profundas. Juan García Oliver, camarero nacido en Reus, se mostró como un Ministro de Justicia solvente. Bajo su mandato, fueron clausuradas las prisiones que estaban en manos de partidos y sindicatos para regularizar una justicia revolucionaria y garantista en tiempos de guerra. El asesoramiento de personajes como Eduardo Ortega y Gasset o Eduardo Barriobero fue evidente. En caso de condena a muerte por los instaurados tribunales revolucionarios, sería en última estancia el Consejo de Ministros quien aplicaría la pena o no. García Oliver actuó con contundencia contra la represión extraoficial. Nombró Director General de Prisiones a Melchor Rodríguez García, y las sacas de las prisiones madrileñas que estaban provocando las matanzas en Paracuellos del Jarama fueron frenadas. García Oliver regularizó los campos de trabajo donde los presos tenían derechos laborales y jornadas diarias de ocho. García Oliver o Melchor Rodríguez, conocían bien las cárceles por dentro y de ahí su sensibilidad ante la situación de los presos. La represión de los primeros momentos prácticamente desapareció de la retaguardia republicana.
            Federica Montseny actuó con contundencia en el Ministerio de Sanidad. La política de las mujeres libertarias por los liberatorios de prostitución o la extensión de la profilaxis fue un hecho. Personajes como Amparo Poch Gascón asesoraron a la nueva ministra en esta línea. Montseny planteó una ley de aborto, que solo se aplicó en Cataluña, que creó un debate intenso en el interior del consejo de ministros. Hasta la fecha ha sido la ley más avanzada en esta línea de la historia de España. Montseny se apoyó en profesionales de la medicina como la ya citada Poch Gascón o los médicos José Mestres Puig, Juan Morata cantón o Félix Martí Ibáñez. Se incentivó la sanidad pública para todos los ciudadanos y se invirtió en investigación para el avance de la medicina en un momento difícil. No era sino poner en práctica esas corrientes del neomalthusianismo que los anarquistas habían defendido desde inicios del siglo XX. Proliferaron Institutos de Higiene y Alimentación así como la sanidad en el frente de batalla. A nivel social, la preocupación por la infancia y el niño fueron ejes de la política de Montseny.
            Aunque menos brillantes, los ministerios de industria y comercio también tuvieron intentos de avance. Juan Peiró logró aprobar normas para el desarrollo de la industrial civil. Intentó regularizar el control obrero en las fábricas. Un control obrero donde el trabajador tendría todo el poder sobre la producción. Unas medidas que no fueron bien vistas por los otros socios de gobierno. Juan López, desde la cartera de comercio, cuidó las iniciativas revolucionarias de exportación de productos como el CLUEA (Consejo Levantino Unificado de la Exportación Agrícola). Incentivar la producción comercial de las colectividades agrarias fue uno de los objetivos de su Ministerio.
            Sin embargo esta labor apenas duró unos meses. La crisis de mayo de 1937, que llevó a la dimisión del gobierno de Largo Caballero, dejó también fuera de la dirección política a los anarquistas. El primer gobierno de Juan Negrín no contó con la participación de la UGT ni de la CNT. Aunque una remodelación ministerial en 1938 llevó a la entrada, nuevamente, de la CNT en el gobierno de la República, cuando Segundo Blanco toma posesión del Ministerio de Instrucción Pública.
            El final de la Guerra Civil llevó al anarquismo español a un profundo debate sobre lo sucedido en aquellos años. Algunos no se arrepintieron de su colaboración y reivindicaron su obra al frente de las instituciones. Otros lo consideraron un error. Algunos pensaban que esa colaboración con el resto de fuerzas se tenía que mantener hasta que Franco fuese eliminado de la escena política, que la Guerra no acabaría hasta entonces. Otros consideraron que la colaboración acabó con el final de la Guerra.

            Independientemente de los análisis, la participación gubernamental de los libertarios fue un hecho histórico que había tenido tenues precedentes pero que la Guerra Civil los superó. Y dentro de todas las contradicciones que se pueden establecer de esta colaboración anarquista, lo cierto fue que las medidas que esos ministros anarquistas implantaron o intentaron implementar fueron medidas tan avanzadas que aun hoy, muchas de ellas, no están conseguidas. Hace 80 años el anarquismo hizo, una vez más, Historia con mayúscula.

TEXTOS DE LOS ANARQUISTAS Y EL PODER

            Para completar este acontecimiento histórico, hay algunas obras clave que merece la pena leer. Por una parte dos clásicos escritos por dos militantes libertarios. Por una parte Juan Gómez Casas publicó en 1977 Los anarquistas en el gobierno (Editorial Bruguera). Unos años antes, César Martínez Lorenzo publicaba en 1972 Los anarquistas españoles y el poder (Ruedo Ibérico). No podemos olvidar las propias memorias. Juan García Oliver hace un repaso a su gestión en El eco de los pasos y Federica Montseny hace lo propio en Mis primeros cuarenta años. Biografías de Federica Montseny como la de Irene Lozano Federica Montseny. Una anarquista en el poder (Espasa, Madrid, 2004) o Susana Tavera con su Federica Montseny. La indomable (Temas de Hoy, Madrid, 2005), marcan un avance en la investigación histórica sobre el papel de Federica Montseny en el ministerio. Por último destaquemos dos libros más recientes. El de Dolors Marín Ministros anarquistas. La CNT en el gobierno de la II República (Ed. Debolsillo, Barcelona, 2005) y el excepcional trabajo de Juan Pablo Calero Delso El gobierno de la anarquía (Síntesis, Madrid, 2011)

viernes, 11 de noviembre de 2016

CUANDO MADRID FUE LA CAPITAL DEL ANTIFASCISMO MUNDIAL 80 aniversario de la defensa de Madrid

Artículo aparecido en la edición digital del periódico Diagonal

El 7 de noviembre de 1936 toda la ciudad de Madrid amanecía con un lema: “¡No pasarán!”. Las tropas sublevadas contra la República desde julio de ese mismo año se habían marcado un objetivo: la toma Madrid. La pérdida de la capital de la República sería un golpe moral para las aspiraciones republicanas. Franco quería tomar la capital lo antes posible. No lo consiguió en el golpe de Estado, pues los planes de Fanjul fueron derrotados por el pueblo madrileño que tomó el Cuartel de la Montaña. No los consiguió con sus embestidas por la zona norte, donde las unidades milicianas lograron frenar a las tropas sublevadas.
            Pero desde septiembre-octubre la situación de Madrid era cada vez más crítica. La toma de Badajoz por parte de las fuerzas de Yagüe y la toma de Toledo, cercaban a la capital de España. Igualmente, Madrid sufría intensos bombardeos contra su población civil. Cuatro columnas militares asediaban la ciudad. El general Mola decía que una quinta estaba actuando ya en el interior de la ciudad (de ahí el nombre del quintacolumnismo).
            Largo Caballero, presidente del gobierno, realizaba un cambio ministerial. El gobierno se veía reforzado con la entrada de cuatro anarquistas. El “gobierno de la victoria” lo llamaron. Sin embargo, una de sus primeras decisiones fue abandonar la capital de la República y trasladarse a Valencia. “¡Viva Madrid sin gobierno!” gritaban los anarquistas madrileños con las tropas asediando la ciudad.
            Para la defensa de la ciudad, el gobierno de la República dejó instrucciones a los militares José Miaja y Vicente Rojo. Había que constituir una Junta Delegada de la Defensa de Madrid que dirigiera los designios de la capital. A pesar de que la orden era que los sobres dejados con las instrucciones del gobierno no se abriesen hasta horas después de la marcha del gobierno, la orden no fue cumplida. Ante la sorpresa, Miaja vio que iban a estar solos en las duras horas que le esperaba a Madrid. Nadie confiaba en su resistencia. Nadie daba un duro por la capital de la República. Parecía que Miaja y Rojo solo iban a gestionar la retirada y la derrota.
            Pero la idea que albergaba el pueblo madrileño y sus organizaciones populares era muy otra. Madrid iba a ser una trinchera. Iban a defender Madrid para que no cayese en manos de los sublevados. Iban a hacer todo lo posible para que el general Mola no se tomase su café con leche a las cinco de la tarde en la Puerta del Sol como había amenazado. Iban a intentar hacer posible lo imposible.
            En primer lugar se constituyó esa Junta de Defensa de Madrid.  Y todas las organizaciones antifascistas se adhirieron a ella. El PSOE, el PCE, la UGT, la CNT, Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Sindicalista la conformaron. Estaría presidida por José Miaja Menant, militar profesional de probada lealtad republicana. Al frente de las tropas que defenderían Madrid estaría Vicente Rojo Lluch, uno de los militares más brillantes de la Guerra Civil. Su capacidad para organizar esa defensa y de posteriores, le valió el ascenso a general en 1937. Su libro Así fue la defensa de Madrid muestra a la perfección su participación en la defensa de la capital de España.
            Junto ellos actuaron otros militares, algunos procedentes de milicias, como Enrique Lister, Adolfo Prada, José María Galán, Carlos Romero, Luis Barceló, Antonio Escobar o Cipriano Mera. A ellos se uniría más tarde la columna Durruti, procedente de Aragón. Pero en la defensa de Madrid hicieron aparición las primeras unidades de la Brigadas Internacionales, el cuerpo de voluntarios extranjeros que habían venido a socorrer a la República. Los nombres de Emilio Kleber, Paul Lukacs o Hans Beimler comenzaron a hacerse famosos en Madrid. Las memorias de la época recuerdan como aquello militantes extranjeros llegaban a Madrid y desfilaban con la única idea de combatir al fascismo como la lucha de sus propios países.
            Estas fuerzas se dispusieron en todos en los lugares estratégicos de la ciudad para frenar el avance sublevado. Junto a ellos el pueblo de Madrid que colaboró en esa resistencia. Hombres, mujeres e incluso niños cavaban trincheras y pertrechaban la defensa. La trinchera de la República era Madrid. Madrid era la trinchera donde se jugaba la suerte del antifascismo mundial.
            Frente a ellos los militares sublevados. Mola, Franco, Ben Mizzian, Moscardó, Varela, Cabanillas, Castejón, etc. Unas fuerzas que eran muy superiores y estaban apoyadas por los fascistas italianos y los nazis alemanes. Parecía que Madrid no podría resistir mucho.
            Pero a veces la casualidad también juega en la Historia. Y la casualidad quiso que los planes de la toma de la ciudad cayeran en manos de esa Junta de Madrid al ser interceptado un militar sublevado que las llevaba encima. Eso permitió a establecer un plan de defensa. Lo que iba a ser un paseo militar de los sublevados se estaba convirtiendo en una tenaz resistencia. Franco no iba a tomar la capital. Los enfrentamientos hicieron que el anarquista Buenaventura Durruti se desplazase con sus unidades milicianas del frente de Aragón a Madrid. Probablemente Aragón era más estratégico, pero para Durruti si caía Madrid la guerra estaba perdida. La Columna Durruti se unió a las Brigadas Mixtas del Ejército Popular de la República en formación, a las unidades milicianas de Madrid encabezadas por los sindicatos obreros y las Brigadas Internacionales. En esa lucha Durruti perdió la vida en los combates en la Ciudad Universitaria, siendo su muerte aun hoy un misterio.
            En medio de toda la lucha, se produjeron acontecimientos en el interior de Madrid que mancharon la imagen de la República. Esa Quinta Columna de la que hablaba Mola actuaba en la capital. Fue una de las razones por la que se produjeron, sin competencia gubernamental, las sacas de las prisiones madrileñas que acabaron en los fusilamientos de Paracuellos del Jarama. Una cuestión aplacada por el gobierno de la República, en la figura de su Ministro de Justicia Juan García Oliver, y de la designación del anarquista Melchor Rodríguez García, que frenó las sacas de las prisiones y puso fin a la represión en la retaguardia republicana. La República era garantista y se hizo valer su legislación aun en tiempos de guerra.
            La defensa de Madrid se hizo barrio a barrio, calle a calle, casa a casa. La única idea que tenía el pueblo madrileño era no ceder. La Defensa de Madrid fue el foco de todos los medios nacionales y extranjeros. Corresponsales de guerra extranjeros plasmaron en sus crónicas aquellos días: Geoffrey Cox, Louis Fischer, William Forrest, Mijail Koltsov, Ilsa Kulcsar, Martha Gellhorn, Jay Allen, Herbert Matthews, etc. La Defensa de Madrid fue también narrada por los cronistas de guerra de los distintos periódicos. Aquí los comunistas y los anarquistas destacaron por encima del resto. Por parte de los comunistas habría que destacar a Jesús Izcaray, Clemente Cimorra, Mariano Perla o Eduardo de Ontañón. Por los anarquistas a José María Zambruno “Nobruzán”. Pero por encima de todos emerge la figura de Mauro Bajatierra Morán. Anarquista y cronista de guerra del periódico CNT, sus crónicas son una combinación de dramatismo y humor, que al leerlas se siente la cercanía del autor con el entorno de guerra. Bajatierra y “sus muchachos”, se hicieron populares durante todo el conflicto. Todas estas crónicas nos muestran a un pueblo heroico, confluyendo la historia como tal con hechos magnificados para elevar la moral del combatiente. La propaganda como vehículo de importancia en la guerra.
            En definitiva Madrid resistió. No cejó en su empeño Franco en tomarla, y volvería a carga por maniobras alrededor de la capital que también fueron fallidas, como la Batalla de Guadalajara como primera derrota del fascismo internacional. O someter a la ciudad a duros bombardeos que provocaron centenares de víctimas. Madrid resistió toda la guerra y solo al final, exhausta, no pudo resistir más. El final de la guerra en Madrid es todo un acontecimiento que merece un artículo independiente.

            Las jornadas de noviembre en Madrid y la resistencia de la ciudad para la causa republicana fueron factibles por un combinado de diversas actuaciones. Pero en lo que coinciden todos los protagonistas de aquellos acontecimientos es en la actitud mostrada por el pueblo de Madrid frente a los ataques de los sublevados. El pueblo madrileño logró que los sublevados no pasasen a la capital. Y ese Madrid fue el reflejo para el antifascismo mundial que veía que su suerte era la suerte del mundo.