viernes, 20 de enero de 2017

GRACIAS, MARCOS ANA

Hoy Marcos Ana (Fernando Macarro Castillo) habría cumplido 97 años. Recupero el artículo que publiqué en la edición digital de Diagonal con motivo de su fallecimiento el pasado 24 de noviembre

Querido Marcos:
            Estas son las palabras que nadie querría escribir. Pero te nos has ido. Te has ido, pero has dejado muchas cosas, Marcos. Has dejado tu vida como ejemplo. Tu dignidad como bandera. Tu resistencia como forma de afrontar los problemas.
            La primera que escuche tu nombre es cuando era chaval en las calles de Alcalá de Henares. Esa Alcalá que nos vio crecer a los dos en distintas épocas. Tú llegaste con tu familia en la década de 1930. Tiempos difíciles. Tiempos de cambio. Tiempos de esperanza. De ti se comentaba en la ciudad, o mejor dicho, algunos sectores de la ciudad, muchas cosas. Cosas de la guerra. Cuando me fui haciendo mayor y cogí esa apetencia por la historia, hice mi tesis doctoral sobre el movimiento obrero de Alcalá de Henares. Y en ese trabajo aparecías tú. Fernando Macarro Castillo. Y como todo historiador tiene que hacer es no dar nada por sentado. De haber sido así, tú habrías sido culpable por decreto. Sin embargo la fuerza de la historia y los documentos me dijeron lo contrario. Lo que apareció en los mismos es que Fernando Macarro Castillo, hijo de Marcos Macarro y Ana Castillo, fue uno de los organizadores de las Juventudes Socialistas Unificadas en la ciudad (ese mitin de Federico Melchor que lo cambió todo). Fuiste secretario de organización en la misma cuando Agustín Anuarbe era su secretario general. Lo que me decían las fuentes es que fuiste uno de los organizadores del Batallón Libertad, cuando apenas tenías 15 años de vida. Porque aquello del golpe de Estado para ti, un hijo de un jornalero, no era plato de buen gusto. Allí me apareció que aunque fuiste a combatir, eras menor de edad y te sacaron de las zonas de conflicto. Allí vi como Fernando Macarro realizó una importante labor en el interior del movimiento obrero de la ciudad durante la Guerra Civil. Allí también sucedió uno de los momentos más difíciles de tu vida, cuando el 8 de enero de 1937 los bombardeos nazis que sufrió la ciudad acabaron con la vida de tu padre, Marcos Macarro Ramos, con apenas 55 años de edad.
            Sin embargo, cuando acabó la guerra y te convertiste en un proscrito para los vencedores, dijeron otras cosas de ti. Te acusaron de cuatro crímenes. Cuatro crímenes que en mi investigación se quedaron sin fundamento. Dicen que mataste al sacerdote Marcial Plaza y a su padre José Plaza. Una acusación que cae incluso en las propias fuentes franquistas, pues la Causa General, esa que montó el franquismo después de la guerra, cita otros nombres pero no el tuyo. Dijeron también que asesinaste al cartero Amadeo Martín Acuña. ¿Pero como vas a asesinar a Amedeo, amigo Marcos, si ese 3 de septiembre de 1936 estabas en la Cruz Roja con heridas? También dijeron, Marcos, que mataste al labrador Augusto Rosado Fernández. Los que te acusaban no cayeron en la cuenta que ese 30 de julio de 1936 tú estabas con el Batallón Libertad en otro lugar. Estas cosas de las que te acusaron, de las que decían y aun siguen diciendo, yo no me las creí. No me las creí y demostré que fueron falsas, Marcos.
            Sin embargo, aquella justicia al revés del franquismo no se molestaba en comprobar las cosas. Fuiste detenido, torturado, juzgado y condenado a la pena de muerte. La Pepa, esa gachí, que como cantaste una vez en una entrevista en tu casa, tenía predilección por los rojillos en Madrid. Muy cerca estuvo de segar tu vida. Pero el régimen consideró que cuando se produjeron los hechos eras menor de edad y tu pena fue conmutada por la inmediatamente inferior: 30 años. Ibas a estar 30 años en la cárcel, Marcos. No estuviste tanto, fueron 23. Otros compañeros tuyos de Alcalá no lo contaron. No lo contó tu amigo Agustín Anuarbe. Tampoco el maestro Ángel García, ese que también habías conocido. Ni Epifanio Chavarría. Ni Basilio Yebra. Ni muchos otros más. Fueron fusilados. Su delito solo fue, en realidad, ser socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos.
            Sin embargo aprovechaste la cárcel para muchas cosas Marcos. En ese ambiente hostil, lúgubre, de represión, de tristeza, hiciste tu universidad. Allí aprendiste, estudiante, leíste, combatiste, te hiciste poeta. Pero también te apenaba tu madre, Ana. Por eso, tomaste tu sobrenombre de Marcos Ana: Marcos por tu padre; Ana por tu madre. En la cárcel coincidiste con amigos. Amigos que con el tiempo tuvimos en común. Porque otro que me habló de ti fue Fernando Nacarino Moreno. También alcalaíno. Y también comunista, como tú. Él entró en la cárcel más tarde. En 1947, tras la explosión del polvorín. Y con muchos de los que fueron acusados injustamente por ese hecho coincidiste en Burgos. Tú ya llevabas en prisión 8 años. Nacarino me dijo que hablase contigo sobre muchas cosas. Y no me defraudaste. Él también nos dejó. En el 2007.
            Tus años de cárcel siguieron. Allí me contaste que conociste la verdadera solidaridad. Entre tus camaradas. Entre los presos. Escribiste, hiciste teatro, leíste mucho. Pero también te enfrentaste a tus verdugos. Conociste a gente que en el periodo de la República habían sido de primer orden y sin embargo, el régimen franquista los condenó al ostracismo. ¿Te acuerdas de Eduardo de Guzmán, de Manuel Navarro Ballesteros, de tu amigo Antonio Buero Vallejo, del literato Hoyos y Vinent que murió enfermo en Porlier, etc.?
            Tuvieron que pasar 23 años, querido amigo, para que volvieses a tener libertad. Libertad relativa, porque estabas en España. Y en aquel momento, 17 de noviembre de 1961, España seguía siendo una cárcel. Por eso era mejor salir del país. Y fuera nunca te olvidaste de España. Seguiste trabajando a favor de los presos del franquismo. Seguiste fiel a tu ideario comunista en el PCE. Impulsaste el CISE (Centro de Información y Solidaridad con España). Defendiste a Grimau, a Granado y Delgado, a Puig Antich y a tantos otros. Te hiciste gran amigo de Neruda, de Alberti, de María Teresa León, etc. Todos poetas como tú. También conociste el amor con Vida Sender, con la que tuviste a tu hijo Marcos.
            Pero si algo tiene un luchador es que nunca ceja en empeño. Y murió Franco. Y tú volviste para seguir luchando junto a tus camaradas.
            ¿Sabes una cosa, Marcos? Quizá no es el momento de contar tu vida. Para eso escribiste Decidme como es un árbol y muchas otras obras. Para eso también te grabó el amigo Javi Larrauri en un video llamado “Marcos frente a Marcos”. Para eso me consta que hay un grupo de gente muy capaz trabajando en un proyecto muy bonito sobre tu vida. A mi me gusta recordarte como todas esas veces que nos vimos en actos o cuando te entrevisté un par de veces en tu casa. Cuando presentaste conmigo en la fiesta del Partido Comunista de Madrid mi libro sobre la explosión del polvorín de Alcalá de Henares, donde tanto amigos comunes lo sufrieron.
            Marcos, hoy los comunistas lloran tu perdido. Los comunistas, tus camaradas. Pero otros, que no somos comunistas, pero creemos en la libertad, en la justicia, que somos de otras escuelas, también. Porque tú fuiste un ejemplo. Porque tu abrías las puertas de tu casa y no preguntabas por las ideas. Porque siempre tenías algo que decir y sabias escuchar. Porque no eras un ortodoxo, sino que veías la verdad en los que luchaban, como tú lo hiciste toda la vida, por la justicia, la dignidad y la libertad. Porque no dudabas en ponerte en cabeza de manifestaciones por las causas justas. Nunca te callaste en 96 años de existencia. Criticaste las cosas negativas. Luchaste por la memoria.
            Algunos seguirán diciendo cosas de ti. Cosas falsas. Gente que no se preocupa en leer o investigar, sino que prefiere dar cosas por sentado. Mejor no hacerles casos. Se te ha reconocido muchas cosas. Has demostrado que la dignidad está por encima de cualquier cosa. Pero quedan algunas por reconocerte que todavía no se han logrado. Hay que lograr que Alcalá reconozca tu trayectoria. Y vamos a trabajar en ello. Hay que lograr que esos juicios del franquismo, realizados bajo aberraciones jurídicas, sean declarados ilegales para que gente como tu sea realmente inocente. Los historiadores, o algunos de ellos, hemos intentado poner un granito de arena para desmentir muchas cosas. Espero que hayamos estado a la altura de las circunstancias. Otros todavía tienen que mover muchas palancas.
            Ya no vamos a poder disfrutar de tu presencia, Marcos. Y eso me apena profundamente. Ya no vamos a poder ir a tu casa entrevistarte, como lo hemos hecho muchas veces. Porque hoy se ha ido uno de los nuestros. De los comunistas. De los socialistas. De los anarquistas. De los republicanos. De los antifascistas. De los que se dejaron la piel por una sociedad distinta. La ventaja es que Marcos lo pudo llegar a contar y siguió en la lucha. Los que no pudieron, gente como Marcos nos habló de ellos. Pero nos queda tu legado y nos queda tu obra. Nos queda tu dignidad y nos queda tu pasión por la libertad. Nos queda, en definitiva, lo que ha sido Marcos Ana.
            Que la tierra te sea leve, compañero, camarada. Hasta siempre. Gracias, Marcos.

jueves, 19 de enero de 2017

LA HISTORIA EN UN TABLERO

Artículo publicado en la edición digital del periódico Diagonal

En ocasiones, contar algún acontecimiento histórico puede ser sencillo. Sencillo y complejo, porque lo uno no quita lo otro. Y ejemplificar la historia, hacerla accesible, contar algo a partir de un objeto, puede ser una buena forma de hacer entenderla. Eso es lo que intenta y consigue Juan Mayorga en su obra Reikiavik, que estos días se representa en una reposición en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional.
            La estructura de la obra es simple. Dos personajes (Bailén y Waterloo) y un muchacho (no tiene nombre). Bailén y Waterloo representan al muchacho la partida de Reikiavik, cuando en 1972 los ajedrecistas Bobby Fischer y Boris Spaski se jugaron el campeonato mundial de ajedrez. A partir de ahí, la lectura que podemos sacar de la obra es infinita. Un gran mérito de Juan Mayorga. Y como las lecturas son infinitas, remarco las que me han llamado la atención.
            En primer lugar, Mayorga ha recurrido a una partida de ajedrez para plasmarnos la Guerra Fría. Ese conflicto entre EEUU y la URSS que se extendió desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta la caída de la Unión Soviética en 1991. Y recurrir a un tablero de ajedrez no es baladí. El tablero de ajedrez es simétrico, como simétrico era el conflicto. La URSS dominó el panorama ajedrecístico durante 24 años. Spaski fue uno de sus representantes. EEUU se alzó con el título en ese campeonato en la persona de Bobby Fischer.
            Pero si para Fischer (Waterloo) y Spaski (Bailén) el ajedrez lo era todo, para las dos superpotencias tan solo era un escenario donde poder plasmar su rivalidad. EEUU y la URSS no hablaban de ajedrez. El tablero de ajedrez de las superpotencias era el mundo. Fischer y Spaski dos peones solamente. Y la fecha no era lo de menos: 1972. Aun se dirimen combates de la Guerra de Vietnam, conflicto donde EEUU y la URSS tuvieron una implicación. Es un año antes de que Salvador Allende fuese derrocado por un golpe de Estado que acabó con su vida y con las esperanzas del pueblo chileno de establecer un modelo social distinto. Y viene a colación porque en la obra, los actores interpretan a varios personajes. Y uno de ellos es Henry Kissinger, uno de los impulsores de la política de contención contra su enemigo soviético y uno de los intervinientes a favor del golpe de Pinochet en el Chile de 1973. Tiene reflejo en la obra.
            También podemos ver la obra en clave del olvido. El olvido que cubre a algunos personajes cuando dejan de ser importantes para nuestros intereses. Les pasó a Fischer y Spaski en sus respectivos países. De héroes a villanos. Pero también es el reflejo de Waterloo y Bailén. Personajes anónimos, que como dice el director de la obra “quieren vivir la vida de otros”.
            Una obra que puedes sacar la lectura de que incluso cuando ganas, puedes perder. Fischer y Spaski era unos fuera de serie. Unos auténticos genios en su materia. Ambos habían ganado en algún momento. Pero posteriormente perdieron. Perdieron su batalla individual. Se dieron cuenta que eran unos peones en un tablero demasiado complejo. Incluso la complejidad del ajedrez era demasiado simple en un contexto donde lo que menos importaba es como moviesen ellos las piezas en su tablero. La partida era otra. Y por ello, también, los nombres de los protagonistas no son casuales. Bailén y Waterloo. Derrotas determinantes de alguien que había nacido para ganar: Napoleón Bonaparte.
            Pero también la obra refleja la vida y la esperanza. Fischer y Spaski tenía esperanza en el ajedrez. Su vida era el ajedrez. Bailén y Waterloo tienen la esperanza de representar esa vida para que otros la conozcan. Y no es trabajo menor, porque en muchas ocasiones nosotros y nosotras imitamos otras vidas. Pero también la obra tiene una clave en la muerte. Porque de aquella partida de ajedrez de 1972 que duró semanas (del 11 de julio al 31 de agosto y que gano Fischer por 12 ½ a 8 ½) solo vive hoy Spaski.
            La propia vida de los protagonistas reales de la obra daría para un artículo. Fischer falleció y fue enterrado en Reikiavik. El tormento fue el leiv motiv de la vida de Fischer. Infancia difícil. El era judío pero rechazaba sus propios orígenes. La partida que jugó contra Spaski fue la última que hizo oficialmente. Tuvo problemas con EEUU cuando fue a jugar a Yugoslavia otra partida con Spaski en 1992. EEUU había bloqueado las relaciones con Yugoslavia y le fue retirado el pasaporte. Acabó sus días en Islandia, concediéndole la nacionalidad islandesa. Murió el 17 de enero de 2008. Spaski tuvo distinta trayectoria pero también muy trágica. Fue uno de los mejores ajedrecistas del momento. Ganó el campeonato mundial. Pero su derrota con Fischer le hizo bajar el nivel y ya no fue lo mismo de cara a las autoridades soviéticas. Tanto fue así que en 1984 cayó en desgracia y tuvo que salir de la URSS, nacionalizándose francés. Aun así, él siguió en la élite del ajedrez y llegó a jugar con el que sería un futuro campeón como Anatoli Karpov. Actualmente sigue viviendo en San Petersburgo.
            Quizá en la obra de Mayorga los aspectos biográficos son los que menos interesen. Lo que importa es lo psicológico. Porque entre los dos grandes personajes, entre Fischer y Spaski, entre Bailén y Waterloo, está el muchacho. Y ese muchacho somos nosotros, los espectadores. Los ciudadanos. Además, el muchacho se mimetiza con uno de los personajes, que esta desahuciado vitalmente, con la clara intención de sustituirle en esa plasmación de otras vidas. Sin quererlo, el muchacho puede ser el personaje más importante de la obra.
            En definitiva, estamos ante una obra de teatro de calado. Muy recomendable. Lo poliédrico de sus lecturas hace de la obra algo magistral. A eso ayuda la enorme dirección de Juan Mayorga, que se nota que se documenta para las obras, como de los actores Daniel Albadalejo, Elena Rayos y César Sarucho.

            Si pueden no pierdan la oportunidad de ver Reikiavik, una partida de ajedrez con historia donde todos podremos vernos reflejados.