Con motivo del centenario de la aprobación de las 8 horas de trabajo en las fábricas de Ford, he escrito para el periódico Diagonal un pequeño artículo que conmemora tal fecha y repasa algunos hitos del movimiento obrero norteamericano.
Aquí está la versión íntegra del artículo.
El 6 de
enero de 1914 el fabricante de automóviles norteamericano Henry
Ford, introducía en sus fábricas una serie de medidas laborales que
revolucionaban el panorama laboral. Los trabajadores de su factoría
tendrían una jornada laboral de 8 horas diarias y de lunes a
viernes. Igualmente introducía el principio de participación en la
empresa para el goce de los beneficios. Unas medidas que no se
conocían en muchos sectores. Medidas que fueron criticadas por el
resto de capitalistas al considerarlas permisivas o por el movimiento
obrero al considerarlas paternalistas.
¿Pero
quien era Henry Ford y por qué introdujo esas medidas? ¿Qué
pretendía con ello?
Henry
Ford nació en Dearborn, Michigan, el 30 de julio de 1863, en el seno
de la familia de un humilde granjero. Siendo joven abandona el hogar
paterno y se instala en Detroit donde trabaja para la Edison
Illuminating Company. Junto a ese trabajo funda una familia y
comienza a experimentar con los automóviles hasta que en 1903 funda
la Ford Motor Company. Una carrera en la que EEUU tenía en ese
momento una desventaja frente a Europa.
Ford
revoluciona el panorama automovilístico cuando en 1908 lanzo el
modelo “T” de coche. Un modelo que lo vendió realmente barato,
al precio de 600 u 700 dolores cuando un coche podría valer en la
época hasta 2000. El objetivo de Ford era popularizar el uso del
coche. Para ello introduce un modelo de producción capitalista que
da un vuelco a la visión del momento. Por un lado reduce precio de
producción y aumenta las ventas. Eso provoca un aumento en el número
de clientes. Por otra parte introduce un modelo de producción en
cadena que tenía su reflejo en el modelo de los mataderos de
caballos de Chicago. Nace así el llamado fordismo como modelo
de producción. Una revolución que introduce ya en 1913, aunque su
método de producir más barato hace que en 1910 llegue a facturar
45000 vehículos.
Su
visión del modelo de producción lo dejó plasmado en algunas obras
entre las que destaca Mi vida y trabajo de 1922 y Mañana y
ayer de 1926. En 1911 Ford introduce plantas de producción en
Inglaterra y en 1925 en Colonia. Con ello se lanza a la conquista del
mercado europeo donde la competencia en muy baja. Solo la General
Motors de J.P. Morgan es rival para Ford en EEUU. Incluso Rockefeller
se convirtió en inversor de la Ford Motor Company.
A pesar
de que la General Motors ganó la partida a Ford, su contribución
para que el automóvil se convirtiese en el transporte fundamental de
los norteamericanos fue de primer orden.
Pero por
encima de los logros técnicos y de los avances mecánicos que
pudiesen tener los coches Ford, la ideología que le mueve es
fundamental para entender el por qué de las medidas que introduce.
Lo
primero que hay que tener en cuenta es que Ford se guiaba por un
paternalismo antisindical y se quería presentar como una especia de
reformador social desde la derecha más populista. Algo que no era
baladí teniendo en cuenta la fisonomía del movimiento obrero
norteamericano que Ford combatió desde el inicio. EEUU fue una
referencia del obrerismo desde la segunda mitad del siglo XIX. Que
Karl Marx trasladase el Consejo General de la AIT de Londres a Nueva
York lo denota. Incluso EEUU es pionero en muchos avances sociales. .
En 1840 la administración de Martín van Buren reconoció la jornada
de 10 horas para empleados del gobierno y constructores de navales.
En 1842 Massachussets y Connecticut redujo la jornada infantil a 10
horas. El amplio poder de implantación que generó la AIT y los ecos
revolucionarios que llegaban desde Europa, hizo que en 1868, el
presidente norteamericano Andrew Johnson aprobara la Ley Ingersoll,
por la cual se establecía la jornada de ocho horas de trabajo para
los empleados federales.
A pesar
de la desaparición de la AIT el movimiento obrero siguió
reivindicando mejoras para la clase obrera. Numerosas huelgas se van
sucediendo a lo largo y ancho del mundo, algunas de las cuales
consiguen grandes avances para los trabajadores. Por ejemplo la
huelga de ferrocarriles de Massachusetts de 1874 conquistaba las 10
horas de trabajo.
Aun así
los trabajadores norteamericanos comenzaron a pensar en la
posibilidad de establecer un sindicato a nivel general que pudiese
articular las reivindicaciones obreras. En Chicago, y haciéndose eco
de las reivindicaciones históricas de la AIT, se constituyó un
Comité por las Ocho Horas de Trabajo, y fechó la huelga general
para el Primero de Mayo de 1886. La huelga fue un completo éxito de
convocatoria para el sindicalismo norteamericano. La situación de
miseria que vivían los trabajadores era reconocida incluso por los
propios gobiernos y el presidente Grover Cleveland dijo: “Las
condiciones presentes de las relaciones entre el capital y el trabajo
son, en verdad, muy poco satisfactorias, y esto en gran medida por
las ávidas e inconsideradas exacciones de los empleadores”. La
huelga fue un éxito de convocatoria y más de 5000 huelgas se fueron
declarando. En muchos lugares se conquistaron esas ocho horas de
trabajo (Chicago, Boston, Pittsburgh, Saint Louis, Washington, etc.)
Muchas de ellas a nivel de fábrica o triunfos parciales.
Este
poder del movimiento obrero, animado por los anarquistas
principalmente, puso en alerta al empresariado norteamericano que no
tardó en reaccionar. En las sucesivas manifestaciones tras el
Primero de Mayo los patronos lanzaron contra los huelguistas a
rompehuelgas y amarillos, sobre todo contra los obreros de la fábrica
McCormik. Lo peor llegó cuando el 4 de mayo en Haymarket Square
estallaron unas bombas con 15000 personas reunidas. El resultado fue
38 obreros muertos, 115 heridos, un policía muerto y setenta
heridos. La prensa, a favor de los patronos, no dudó en apuntar
desde el primer momento a la autoría anarquista. Las razzias contra
anarquistas iniciadas por el comisario Michael Schaack no se hicieron
esperar. Entre los detenidos y acusados de asesinato se encontraban
los animadores más entusiastas del movimiento obrero. Todos
anarquistas. Los nombres de August Spies, Michael Schwab, Óscar
Neebe, Adolf Fischer, Louis Lingg, George Engel, Samuel Fielden o
Albert Parsons pasaron a ser primera noticia. Todo el juicio que se
montó contra ellos estuvo lleno de irregularidades. El juez Joseph
E. Gary, confeso reaccionario, seleccionó al jurado entre personas
de clara influencia antisocialista y antianarquista. No se permitió
estar entre el jurado a obreros que pudieran tener simpatías por las
ideologías obreras. La suerte de los acusados estaba echada de
antemano. El 11 de noviembre de 1887 se ejecutaba la sentencia contra
los condenados a muerte. Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron
ahorcados. Lingg se suicidó el día anterior. Y otros acusado
penaron en las cárceles durante varios años. En la memoria quedan
los discursos que los acusados dieron en tribunal. Su defensa de
inocencia y la defensa de sus ideas. Fueron ejecutados por ser
anarquistas y socialistas. Camino a patíbulo los acusados siguieron
dando vivas a la anarquía y a la clase obrera. Cantaron La
Marsellesa, entonces himno revolucionario por excelencia.
Una
guerra sucia desatada contra el movimiento donde la agencia de
detectives Pinkerton estaba implicada.
Aun así
el movimiento obrero norteamericano no paró de crecer. Motivo por el
cual, tras el asesinato del presidente William MacKinley por el
anarquista León Czolgosz se decretaron una serie de leyes
antianarquistas. Con todo, la fuerza que tanto el Partido Socialista de
América como la IWW (Industries Workers of de World), de carácter
sindicalista revolucionaria con amplia participación anarquista, no
pasó inadvertida a los distintos gobiernos que procedieron a una
dura represión contra el movimiento obrero norteamericano sobre todo
tras el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. Se procedió a la
expulsión de numerosos militantes obreros y revolucionarios por
orden del Secretario Palmer. Un proceso que terminó con la detención
de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti y que finalizó
en 1927 con la ejecución en la silla eléctrica de los militantes
anarquistas italianos.
Junto a
toda esta ola represiva por parte del Estado, Henry Ford trazó su
propio plan para desmontar el movimiento obrero y no permitir su
avance en sus propias fábricas. Las medidas que introducía de la
jornada de 8 horas de trabajo (reivindicación histórica del
obrerismo) así como las medidas de gratificación a los trabajadores
sirvieron para anular cualquier proceso de reivindicación obrera.
Lejos de contentarse solo con ello, Ford se presentó a las
elecciones a senador y se hizo con el control de algunos periódicos
como el Dearborn Independent. Desde sus páginas defendió la
concepción de su modelo de organización así como responsabilizó
al “judaísmo internacional” de los males mundiales. Ford llegó
a acusar a los judíos de ser los instigadores de la Primera Guerra
Mundial llegando a fletar en 1914 un barco a Europa impulsado por una
llamada Liga de la Paz, subvencionada por el mismo Ford, que fracasó.
El auge de los totalitarismos en la década de 1920 y 1930 fueron
bien vistos por Ford que llegó a mostrar inclinaciones y simpatías
por el nazismo. Y es que las ideas de regeneración social y de dar
capacidad adquisitiva a los trabajadores para alejarlos de las
ideologías revolucionarias era una concepción que aceptaban muchos
movimientos: desde el fascismo hasta el catolicismo social (cuando no
se mezclaban entre ellos). Ford entendió muy bien desde el inicio
este proceso y lo aplicó en su imperio económico.
Cuando
Henry Ford murió en 1947 dejó su legado a su nieto conocido con
Henry Ford II. Su modelo de producción en cadena y el concepto de
paternalismo antisindical fue la seña de identidad de su Ford Motor
Company.
Julián
Vadillo Muñoz
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