jueves, 16 de enero de 2014

HENRY FORD. EL CAPITALISMO, LA DESMOVILIZACIÓN Y EL “BIENESTAR”

Con motivo del centenario de la aprobación de las 8 horas de trabajo en las fábricas de Ford, he escrito para el periódico Diagonal un pequeño artículo que conmemora tal fecha y repasa algunos hitos del movimiento obrero norteamericano. 
Aquí está la versión íntegra del artículo.

El 6 de enero de 1914 el fabricante de automóviles norteamericano Henry Ford, introducía en sus fábricas una serie de medidas laborales que revolucionaban el panorama laboral. Los trabajadores de su factoría tendrían una jornada laboral de 8 horas diarias y de lunes a viernes. Igualmente introducía el principio de participación en la empresa para el goce de los beneficios. Unas medidas que no se conocían en muchos sectores. Medidas que fueron criticadas por el resto de capitalistas al considerarlas permisivas o por el movimiento obrero al considerarlas paternalistas.
¿Pero quien era Henry Ford y por qué introdujo esas medidas? ¿Qué pretendía con ello?
Henry Ford nació en Dearborn, Michigan, el 30 de julio de 1863, en el seno de la familia de un humilde granjero. Siendo joven abandona el hogar paterno y se instala en Detroit donde trabaja para la Edison Illuminating Company. Junto a ese trabajo funda una familia y comienza a experimentar con los automóviles hasta que en 1903 funda la Ford Motor Company. Una carrera en la que EEUU tenía en ese momento una desventaja frente a Europa.
Ford revoluciona el panorama automovilístico cuando en 1908 lanzo el modelo “T” de coche. Un modelo que lo vendió realmente barato, al precio de 600 u 700 dolores cuando un coche podría valer en la época hasta 2000. El objetivo de Ford era popularizar el uso del coche. Para ello introduce un modelo de producción capitalista que da un vuelco a la visión del momento. Por un lado reduce precio de producción y aumenta las ventas. Eso provoca un aumento en el número de clientes. Por otra parte introduce un modelo de producción en cadena que tenía su reflejo en el modelo de los mataderos de caballos de Chicago. Nace así el llamado fordismo como modelo de producción. Una revolución que introduce ya en 1913, aunque su método de producir más barato hace que en 1910 llegue a facturar 45000 vehículos.
Su visión del modelo de producción lo dejó plasmado en algunas obras entre las que destaca Mi vida y trabajo de 1922 y Mañana y ayer de 1926. En 1911 Ford introduce plantas de producción en Inglaterra y en 1925 en Colonia. Con ello se lanza a la conquista del mercado europeo donde la competencia en muy baja. Solo la General Motors de J.P. Morgan es rival para Ford en EEUU. Incluso Rockefeller se convirtió en inversor de la Ford Motor Company.
A pesar de que la General Motors ganó la partida a Ford, su contribución para que el automóvil se convirtiese en el transporte fundamental de los norteamericanos fue de primer orden.
Pero por encima de los logros técnicos y de los avances mecánicos que pudiesen tener los coches Ford, la ideología que le mueve es fundamental para entender el por qué de las medidas que introduce.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que Ford se guiaba por un paternalismo antisindical y se quería presentar como una especia de reformador social desde la derecha más populista. Algo que no era baladí teniendo en cuenta la fisonomía del movimiento obrero norteamericano que Ford combatió desde el inicio. EEUU fue una referencia del obrerismo desde la segunda mitad del siglo XIX. Que Karl Marx trasladase el Consejo General de la AIT de Londres a Nueva York lo denota. Incluso EEUU es pionero en muchos avances sociales. . En 1840 la administración de Martín van Buren reconoció la jornada de 10 horas para empleados del gobierno y constructores de navales. En 1842 Massachussets y Connecticut redujo la jornada infantil a 10 horas. El amplio poder de implantación que generó la AIT y los ecos revolucionarios que llegaban desde Europa, hizo que en 1868, el presidente norteamericano Andrew Johnson aprobara la Ley Ingersoll, por la cual se establecía la jornada de ocho horas de trabajo para los empleados federales.
A pesar de la desaparición de la AIT el movimiento obrero siguió reivindicando mejoras para la clase obrera. Numerosas huelgas se van sucediendo a lo largo y ancho del mundo, algunas de las cuales consiguen grandes avances para los trabajadores. Por ejemplo la huelga de ferrocarriles de Massachusetts de 1874 conquistaba las 10 horas de trabajo.
Aun así los trabajadores norteamericanos comenzaron a pensar en la posibilidad de establecer un sindicato a nivel general que pudiese articular las reivindicaciones obreras. En Chicago, y haciéndose eco de las reivindicaciones históricas de la AIT, se constituyó un Comité por las Ocho Horas de Trabajo, y fechó la huelga general para el Primero de Mayo de 1886. La huelga fue un completo éxito de convocatoria para el sindicalismo norteamericano. La situación de miseria que vivían los trabajadores era reconocida incluso por los propios gobiernos y el presidente Grover Cleveland dijo: “Las condiciones presentes de las relaciones entre el capital y el trabajo son, en verdad, muy poco satisfactorias, y esto en gran medida por las ávidas e inconsideradas exacciones de los empleadores”. La huelga fue un éxito de convocatoria y más de 5000 huelgas se fueron declarando. En muchos lugares se conquistaron esas ocho horas de trabajo (Chicago, Boston, Pittsburgh, Saint Louis, Washington, etc.) Muchas de ellas a nivel de fábrica o triunfos parciales.
Este poder del movimiento obrero, animado por los anarquistas principalmente, puso en alerta al empresariado norteamericano que no tardó en reaccionar. En las sucesivas manifestaciones tras el Primero de Mayo los patronos lanzaron contra los huelguistas a rompehuelgas y amarillos, sobre todo contra los obreros de la fábrica McCormik. Lo peor llegó cuando el 4 de mayo en Haymarket Square estallaron unas bombas con 15000 personas reunidas. El resultado fue 38 obreros muertos, 115 heridos, un policía muerto y setenta heridos. La prensa, a favor de los patronos, no dudó en apuntar desde el primer momento a la autoría anarquista. Las razzias contra anarquistas iniciadas por el comisario Michael Schaack no se hicieron esperar. Entre los detenidos y acusados de asesinato se encontraban los animadores más entusiastas del movimiento obrero. Todos anarquistas. Los nombres de August Spies, Michael Schwab, Óscar Neebe, Adolf Fischer, Louis Lingg, George Engel, Samuel Fielden o Albert Parsons pasaron a ser primera noticia. Todo el juicio que se montó contra ellos estuvo lleno de irregularidades. El juez Joseph E. Gary, confeso reaccionario, seleccionó al jurado entre personas de clara influencia antisocialista y antianarquista. No se permitió estar entre el jurado a obreros que pudieran tener simpatías por las ideologías obreras. La suerte de los acusados estaba echada de antemano. El 11 de noviembre de 1887 se ejecutaba la sentencia contra los condenados a muerte. Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron ahorcados. Lingg se suicidó el día anterior. Y otros acusado penaron en las cárceles durante varios años. En la memoria quedan los discursos que los acusados dieron en tribunal. Su defensa de inocencia y la defensa de sus ideas. Fueron ejecutados por ser anarquistas y socialistas. Camino a patíbulo los acusados siguieron dando vivas a la anarquía y a la clase obrera. Cantaron La Marsellesa, entonces himno revolucionario por excelencia.
Una guerra sucia desatada contra el movimiento donde la agencia de detectives Pinkerton estaba implicada.
Aun así el movimiento obrero norteamericano no paró de crecer. Motivo por el cual, tras el asesinato del presidente William MacKinley por el anarquista León Czolgosz se decretaron una serie de leyes antianarquistas. Con todo, la fuerza que tanto el Partido Socialista de América como la IWW (Industries Workers of de World), de carácter sindicalista revolucionaria con amplia participación anarquista, no pasó inadvertida a los distintos gobiernos que procedieron a una dura represión contra el movimiento obrero norteamericano sobre todo tras el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. Se procedió a la expulsión de numerosos militantes obreros y revolucionarios por orden del Secretario Palmer. Un proceso que terminó con la detención de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti y que finalizó en 1927 con la ejecución en la silla eléctrica de los militantes anarquistas italianos.
Junto a toda esta ola represiva por parte del Estado, Henry Ford trazó su propio plan para desmontar el movimiento obrero y no permitir su avance en sus propias fábricas. Las medidas que introducía de la jornada de 8 horas de trabajo (reivindicación histórica del obrerismo) así como las medidas de gratificación a los trabajadores sirvieron para anular cualquier proceso de reivindicación obrera. Lejos de contentarse solo con ello, Ford se presentó a las elecciones a senador y se hizo con el control de algunos periódicos como el Dearborn Independent. Desde sus páginas defendió la concepción de su modelo de organización así como responsabilizó al “judaísmo internacional” de los males mundiales. Ford llegó a acusar a los judíos de ser los instigadores de la Primera Guerra Mundial llegando a fletar en 1914 un barco a Europa impulsado por una llamada Liga de la Paz, subvencionada por el mismo Ford, que fracasó. El auge de los totalitarismos en la década de 1920 y 1930 fueron bien vistos por Ford que llegó a mostrar inclinaciones y simpatías por el nazismo. Y es que las ideas de regeneración social y de dar capacidad adquisitiva a los trabajadores para alejarlos de las ideologías revolucionarias era una concepción que aceptaban muchos movimientos: desde el fascismo hasta el catolicismo social (cuando no se mezclaban entre ellos). Ford entendió muy bien desde el inicio este proceso y lo aplicó en su imperio económico.
Cuando Henry Ford murió en 1947 dejó su legado a su nieto conocido con Henry Ford II. Su modelo de producción en cadena y el concepto de paternalismo antisindical fue la seña de identidad de su Ford Motor Company.

Julián Vadillo Muñoz



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