domingo, 29 de septiembre de 2013

EL ANONIMATO RECUPERADO. “EL ANARQUISTA QUE SE LLAMABA COMO YO”

Reseña del libro de Pablo Martín Sánchez El anarquista que se llamaba como yo

Tengo que reconocer que cuando vi el título de la obra solo tuve reservas ante la misma. Muchas son las novelas que han tratado el tema del anarquismo o han puesto a anarquistas como protagonistas. Y muy pocas, por no decir ninguna, me han convencido. Desde Pólvora negra de Montero Glez, donde se deforma toda la historia de Mateo Morral y el atentado del 31 de Mayo de 1906, pasando por La hija del Canibal de Rosa Montero, donde un anarquista completamente esquemático tiene un papel no se sabe bien de qué, o El anarquista coronado de adelfas de Manuel Vicent que poco o nada tiene que ver con el anarquismo. Por no hablar del clásico El banquero anarquista de Fernando Pessoa donde la deformación de las ideas libertarias son patentes. Son algunos ejemplos. Y quiero decir antes de nada una cosa. No estoy haciendo una crítica formal a las obras. No soy crítico literario. Hablo de cómo abordan una temática histórica después de decir, alguno de ellos, que se han documentado al respecto.
            En definitiva no tenía intención de leerme la obra de Pablo Martín Sánchez. Y eso que el nombre me era familiar. Sin embargo el libro me lo regalaron. Y al echar un primer vistazo a la obra recordé automáticamente quien era Pablo Martín Sánchez. Uno de los ejecutados por los sucesos de Vera de Bidasoa. O esa era una de la hipótesis porque otras decían que logró escapar del cadalso. Y al leer algunos párrafos de forma lineal de la obra me vino a la mente rápidamente otro libro. Este mucho más antiguo. Y de un autor muy conocido. La familia de Errotacho de Pío Baroja. Perteneciente a la trilogía “La selva oscura” junto con El cabo de las tormentas y Los visionarios, la obra de Baroja aborda los sucesos de Vera de Bidasoa. Una novela que leí hace muchos años y que esta reseñada en esta bitácora en noviembre de 2007 (http://fraternidaduniversal.blogspot.com.es/2007/11/la-familia-de-errotacho.html).
            Todas estas cuestiones ya me animaron a leerme el libro de Pablo Martín. Y tengo que decir que la obra no me ha defraudado. La obra de Pablo Martín esta bien escrita y bien estructurada. Por una parte nos encontramos con la vida de Pablo Martín Sánchez, el anarquista, en el exilio de París durante los primeros momentos de la dictadura de Primo de Rivera. Como éste trabaja en la imprenta La Fraternelle de Sebastian Faure, su contacto con los anarquistas exiliados españoles y franceses (si bien no muy vinculado al principio a las actividades de los mismos), etc. La gran cantidad de personajes que circulan esta parte de la obra. Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Gregorio Jover, Vicente Blasco Ibañez, etc. Junto a ellos el círculo más cercano de Pablo Martín, sobre todo “Robinsón”. Los preparativos de la intentona de Vera de Bidasoa, la participación de los anarquistas, sus contactos con los republicanos, etc., son alguno de los temas que se abordan. Esta parte es quizá la más deudora tanto de la obra de Pío Baroja (sobre todo en lo que se refiere a la propia intentona para acabar con la dictadura y la monarquía), como a las obras de historia y las memorias que sobre todo este periodo y proceso se ha escrito.
            Pero alternando estos capítulos aparece la parte que más me ha gustado de la obra. La propia vida de Pablo Martín Sánchez desde su nacimiento hasta su llegada a Francia. Su infancia al lado de su padre en la provincia de Salamanca, su amistad con Robinsón, su amor por Ángela, su trabajo en la prensa y como corresponsal de la Primera Guerra Mundial, su vinculación al anarquismo militante, etc. Todo enmarcado en el contexto histórico y con muchas anecdotas y aventuras del personaje. Aquí el autor del libro mezcla su imaginación literaria con la historia real del personaje y el contexto.
            No voy a desentrañar o resumir la obra de Pablo Martín Sánchez, el autor. Eso le toca al lector que se quiera aproximar a la obra. Pero si me gustaría destacar algunas cosas.
            Lo primero que el autor se ha preocupado por acercarse a la historia y ser lo más fiel posible a la misma. Algo que es digno de agradecerse viendo precedentes en esta línea. Y demuestra el autor que esto no está reñido con la imaginación y la capacidad literaria que le quieras dar a una obra.
            Lo segundo que con esta obra se demuestra, como con algunas otras como la de Pío Baroja, que la literatura narrativa y la historia no están reñidas. Una novela bien puede ser un instrumento de trabajo para un historiador. Un libro de historia puede servir a un novelista para hacer una obra fidedigna. Repasando numerosos trabajos de investigación histórica podemos comprobar como las novelas muchas veces se toman como fuente. Las novelas de Blasco Ibañez, de Emile Zola, de Maximo Gorki, de Charles Dickens y de algunos otros nos pueden mostrar como era la sociedad del momento. La obra de Pablo Martín Sánchez bien puede inscribirse en esta línea.
            Es por ello que en este libro los casos de esquematización que se ha podido incurrir en algún momento quedan salvado y como cuestión menor. Quizá la figura de Sebastian Faure sale mal parado por su actitud personal. O bien la omisión de personajes que en el exilio de París fueron fundamentales en los debates sobre la incursión de Vera de Bidasoa, como el caso de Mauro Bajatierra Morán. Pero insisto, son cuestiones menores.
            Desde esta bitácora recomiendo profundamente la obra de Pablo Martín Sánchez. Interesante, entretenida, bien escrita, con ritmo, con una trama bien basada y una estructura que engancha. A los que somos simples aficionados a la novela esperamos leer más obras como esta.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

LUGARES DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA

Es importante saber donde se realizaron los actos del horror durante del franquismo. La Dirección General de Seguridad (DGS) fue uno de ellos. Partes de este texto han sido utilizados para el artículo aparecido en el número 206 de Diagonal con el título "El terror de la Dirección General de Seguridad" escrito entre el periodista Tomás Muñoz y el historiador Julián Vadillo

Hay instituciones y lugares que marcan la historia y el pasado. Lugares donde en muchos momentos históricos se produjeron actos delictivos, crímenes contra la humanidad. Lugares que fueron amparados por instituciones y estancias estatales en el momento concreto. En muchos países esos lugares son actualmente lugares de la memoria. Los campos de concentración nazis (Dachau, Mauthausen, Auschwitz, etc.), los gulags soviéticos, los campos de exterminio camboyanos, etc. Sin embargo en otros países a esos lugares les han desdibujado la memoria y han ocultado su pasado oscuro. En el Estado español existen muchos de esos lugares. Y uno de ellos es la antigua Dirección General de Seguridad, hoy sede del gobierno autonómico de Madrid. Situado en la madrileña Puerta del Sol (escenario de tantos momentos históricos y luchas políticas), ocupa toda una manzana entre la Calle Carretas y la Calle Correo. Durante muchos años sus muros fueron testigos de la represión ejercida por la dictadura franquista.

Origen y desarrollo

         La Dirección Nacional de Seguridad fue fundada en octubre de 1886 como dependencia policial del Ministerio de Gobernación. Fundado bajo los auspicios del gobierno liberal-fusionista de Sagasta el primer director de la DGS fue el mariscal Antonio Dabán y Ramírez Arellano. Los distintos gobiernos de la Restauración de Alfonso XII y de Alfonso XIII se dotaron de instrumentos para poder ejercer las tareas de represión contra los distintos movimientos huelguísticos y de oposición que se presentaron. Eran momento donde el movimiento obrero organizado convocó numerosas huelgas. Igualmente fueron momentos de intentonas republicanas a través de movimientos civiles y militares. El gobierno de la Restauración consideró este tipo de movimientos como problemas de orden público para lo cual la DGS fue el instrumento necesario de represión. La DGS fue protagonista de la represión de las huelgas de  inicios de siglo XX o de la Huelga General Revolucionaria de agosto de 1917. Ejercía un control total sobre las reuniones y manifestaciones de las sociedades obreras, que tenían que notificar cualquier tipo de acto o movilización, siendo en última estancia la DGS quien lo aprobaba.
         La característica común de este primer momento que es que sus directores eran militares profesionales. Desde la aprobación de la Ley de Jurisdicciones en 1906 por el gobierno de Segismundo Moret, los militares pasaron a ser protagonistas indiscutibles de la política española. Fue el comienzo de una derechización en el Ejército que remató el franquismo. Durante la dictadura de Primo de Rivera los directores de la DGS ejercieron las tareas de represión contra todos los movimientos de oposición a la dictadura y la monarquía. De este último periodo de la monarquía habría que destacar como director de la DGS a Emilio Mola, que ejerció como tal desde febrero de 1930 hasta abril de 1931. Mola sería después uno de los cerebros del golpe de Estado del 18 de julio.
         La Segunda República trajo algunas variaciones en la DGS. Si bien los militares siguieron controlando el organismo, también hubo momentos donde los civiles vinculados a los partidos políticos de la izquierda tuvieron el control del mismo. Destacan los casos de Ángel Galarza Gago, Manuel Andrés Casaus o José Alonso Mallol. Aun así las tareas de represión contra el movimiento obrero y huelguísticos siguió adelante. Eran numerosos los escritos de anarcosindicalistas que denunciaban la actitud que Galarza tenía contra los trabajadores. Los problemas estructurales de la clase obrera se siguieron considerando un problema de orden público.
         La actuación de la DGS durante la Guerra Civil no dejó de ser polémico. Madrid permaneció leal a la República hasta el final de la contienda. La dirección del organismo correspondió al gobierno republicano. A pesar de que tuvo actuaciones polémicas (cosa de Paracuellos del Jarama), lo cierto es que la reestructuración de la justicia en la retaguardia republicana, impulsada sobre todo por el ministro anarquista Juan García Oliver, sirvió para que la represión fuese controlada. Igualmente el control de la DGS estuvo básicamente en manos de civiles. Solo dos militares estuvieron al frente del organismo durante la Guerra Civil y en espacios muy cortos de tiempo.
         El final de la guerra inauguró un nuevo momento de la DGS donde la maquinaria represiva franquista tuvo su mejor escenario.

Unas dependencias al servicio del franquismo

         El periodo más oscuros de este organismo fue la dictadura franquista. Nada más acabar la guerra fue nombrado director el militar José Ungría Jiménez, que duró muy poco en el cargo. Le sustituyó José Finat y Escrivá Romaní, Conde de Mayalde. La característica de este integrante de Falange fue sus simpatias por la Alemania nazi. Como dice Josep Fontana: Era el conde de Mayalde un hombre con las manos manchadas de sangre que, como director general de Seguridad, había invitado en 1940 a Heinrich Himmler para que visitara Madrid, con el fin de establecer formas de colaboración con la Gestapo. Finat elaboró al frente de la DGS todo un censo de judios para poder deportar a los campos de exterminio nazis. Y es que una de las reclamaciones que los nazis hacian a España era ese censo de judíos. Hasta 6000 fueron censados en el llamado Archivo Judaíco (mucho de ellos judíos chuetas). El fanatismo de Finat le llevó a ser nombrado Embajador en Alemania una vez que cesó como director general de Seguridad. Fue posteriormente alcalde de Madrid entre 1952 y 1965, falleciendo el 30 de mayo de 1995. Hoy en Madrid todavía se conserva la calle Alcalde Conde de Mayalde en el distrito de Hortaleza.
         Pero quizá del periodo franquista el director de la DGS más trascendental fue Carlos Arias Navarro. Sus actuaciones durante la Guerra Civil ya marcaban su impronta. Conocido como el carnicero de Málaga, Arias Navarro estuvo al frente de la DGS entre junio de 1957 y febrero de 1965, cuando fue nombrado alcalde de Madrid. Fueron momento duros para la oposición antifranquista. Al frente del Tribunal especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo (rebautizado con diversos nombres durante la dictadura) estaba la siniestra figura de Enrique Eymar.  Bajo la dirección de Arias Navarro se produjeron dos de los hechos más destacables de la DGS. La muerte del comunista Julián Grimau y de los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. En este momento tiene mucha importancia también el ministerio de Camilo Alonso Vega, que actuó con Arias Navarro para ejercer la represión, tortura, carcel y ejecución de numerosos militantes antifranquistas.
         Tras su paso por la alcaldía de Madrid, Arías Navarro alcanzó la presidencia del gobierno tras la muerte de Carrero Blanco en diciembre de 1973. Con Franco muerto, Arias fue ratificado como presidente por Juan Carlos I y en las primeras elecciones de 1977 se presentó en las listas de Alianza Popular junto a Manuel Fraga. Murió en 1989. En el año 2010 el Ayuntamiento de Madrid le rindió un homenaje y puso a un parque en el barrio de Aluche el nombre de Carlos Arias Navarro.
         La DGS actuó como aparato represor durante toda la dictadura. Lo curioso es que tras la muerte de Franco siguió dirigida por militares y falangistas. En diciembre de 1975 tomó el cargo de director el militar franquista Víctor Castro Sanmartín. Y entre julio de 1976 y mayo de 1979 el cargo lo tuvieron los falangistas Emilio Rodríguez Román y Mariano Nicolás García.

Los casos de Centeno, Grimau y Granados y Delgados

 
Si bien son muchas las historias y las torturas que se produjeron entre los muros de la DGS, destacaremos tres por su trascendencia. La primera la del militante del PSOE Tomas Centeno Sierra. Su trayectoria en el socialismo era muy dilatada. En 1953 Centeno fue detenido por la Brigada Político-Social. Fue torturado hasta la muerte en los sótanos de la DGS. Posteriormente las autoridades franquistas dijeron que Centeno se había suicidado en su calabozo. Era director de la DGS el militar Rafael Hierro Benítez.
       
El caso de Grimau tiene una conexión directa con la Guerra Civil. Integrante del PCE, Julián Grimau fue delatado y detenido en 1962. Juzgado por supuestos delitos nunca probados durante la Guerra Civil por un tribunal militar, fue condenado a muerte. Previamente había sido torturado en las dependencia de la DGS.

         El caso de Granados y Delgado pasa a la historia por ser un juicio express durante el franquismo. Integrantes de las Juventudes Libertarias, se desplazaron a España con la intención de asesinar a Franco. No consiguiendo su objetivo fueron detenidos y torturados por acusaciones falsas en los sótanos de la DGS. Juzgados en agosto de 1963 fueron ejecutados apenas 10 días después de la sentencia a garrote vil en la cárcel de Carabanchel.



¿Desaparición?

         En 1986 la DGS fue disuelta y se integró en una secretaria, la actual Secretaria de Estado de Seguridad.
         Hoy el edificio es la sede del gobierno de la Comunidad de Madrid. En ningún lugar del mismo se encuentra ningún recordatorio u homenaje a los que fueron torturados y asesinados entre sus muros. Sin embargo muchas calles de Madrid y espacios públicos tiene los nombres de los torturadores. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

LA MEMORIA SEPULTADA EN BARCONES

Artículo aparecido en el último número del periódico CNT a propósito de la exhumación de la fosa del pueblo soriano de Barcones. Un merecido homenaje a Arsenio Martínez

Barcones es un pequeño pueblo de la provincia de Soria, muy cerca de Guadalajara. Sus alrededores son realmente hermosos. Apenas cuenta con más de 500 vecinos. Si visitas sus calles o su entorno nunca podrías imaginar que el horror se instaló allí en 1936, cuando estalló una Guerra Civil que nunca existió en esa zona. Porque si de algo fue testigo Barcones no fue de combates sino de la represión pura y dura de los franquistas.
A las afueras del pueblo, entre Barcones y la provincia de Guadalajara, hay varios terrenos de labranza. En uno de ellos, perteneciente a un antiguo alcalde franquista, se había 10 cadáveres. ¿Quiénes eran? Eran seis republicanos y cuatro anarquistas que fueron fusilados el 14 de agosto de 1936. Sacados de la cárcel de Burgo de Osma (a apenas 30 kilómetros de la zona) fueron llevados hasta allí y ejecutados. Fueron enterrados en dos fosas distintas. En uno los seis republicanos, todos de San Esteban de Gormaz. En otra los cuatro anarquistas que se negaron a confesar. Allí han estado sepultados durante 77 años. Allí estuvo la memoria bajo tierra.
Pero a pesar de los años que han pasado, de las penalidades que el franquismo impuso a las familias y de los intentos de olvido que el actual sistema estableció tras los pactos de silencio de la Transición, hay quien no quiso olvidar. Y no quisieron olvidar porque recordar y restablecer la verdad es el mejor ejercicio que se puede hacer. Los familiares de los que allí estaban no han olvidado. Las asociaciones memorialistas no han olvidado. Las organizaciones a las que pertenecían los fusilados no han olvidado. Esta conjugación ha posibilitado rescatar la verdad en Barcones.
Gracias a la Fundación Aranzadi, que ha realizado un trabajo de terreno impecable, a la capacidad de trabajo de Iván Aparicio García, presidente de la Asociación Soriana Recuerdo y Dignidad, y al tesón de algunos familiares se han podido recuperar a algunos de los fusilados. Los días 19, 20 y 21 de julio comenzaron las tareas de excavación y localización de las fosas. Los primeros en aparecer fueron los seis de San Esteban de Gormaz. En posición de fila de tres y unos encima de otros. Una imagen terrible. Una muestra de lo que fue la represión y el genocidio del franquismo. Ese sistema que para algunos era algo plácido donde poder vivir, pero que sepultó bajo tierra a miles de españoles, a otros los condenó al exilio y a otros al ostracismo.
Las tareas siguieron pero la fosa con los cuatro anarquistas no apareció. Tras los trabajos realizados durante todo el día el sábado y la mañana del domingo fue imposible dar con ellos. Se cavó en la zona donde un testigo presencial vio los asesinatos. Pero no aparecieron. Quizá en otra zona alrededor de donde se cavó estén. Familiares y asociaciones de memoria van a volver en breve para rescatar los cuerpos de los cuatro libertarios.

Los anarquistas de Barcones. Arsenio Martínez

Soria fue un enclave importante del movimiento libertario. La línea férrea que llegaba hasta Aranda de Duero era zona de influencia de la CNT. Así lo atestigua los datos que de esa zona se extrajeron del Congreso de Zaragoza de mayo de 1936. Según los datos de dicho congreso rescatados por Juan Pablo Calero en el trabajo “Vísperas de la revolución. El congreso
de la CNT (1936)”, había 140 afiliados en Arcos de Jalón y 403 en Soria capital. Entre esos 403 se encontraba la figura de Arsenio Martínez. Arsenio fue, con toda probabilidad, la figura más representativa del anarcosindicalismo soriano. Chófer de profesión, Arsenio Martínez pertenecía a esa clase de anarquistas autodidactas que adquirieron una enorme cultura haciéndose una referencia no solo política sino social y cultural. Recorría varias pueblos de la zona soriana, bajaba a la vecina Guadalajara para intervenir en mítines. Pero su militancia no se centraba solo en la CNT. También fue integrante del grupo anarquista “Los Intransigentes” de la FAI, junto a González Inestal, Benigno Mancebo o Lorenzo Íñigo. Una figura así no podía pasar desapercibida. Era integrante de un anarquismo humanista muy cercano a la figura de Melchor Rodríguez, al que conoció en el Madrid republicano como militantes faistas. Colaboró en varios periódicos de la época, entre ellos El Trabajo de Soria.
Cuando se perpetró el golpe de Estado contra la República, Arsenio Martínez acudió hasta el Gobierno Civil para pedir armas al pueblo. Sus peticiones no fueron aceptadas. Y con ellas el desastre para el movimiento obrero en Soria así como para la propia República. Fue detenido y condenado a muerte. Los reaccionarios no podían pasar la ocasión de eliminar a una de las figuras más prestigiosas del obrerismo soriano. Según el libro La represión en Soria durante la Guerra Civil (escrito en 1982 por Gregorio Herrera Balsa y Antonio Hernández García) tuvo un discurso ante su pelotón de fusilamiento como perdonando lo que iban a hacer contra él y sus compañeros. Más cercano a la leyenda que a la realidad es probable que Arsenio Martínez diera un discurso de despedida manteniendo intacta su posición anarquista.
Han pasado 77 años de su ejecución y la de sus compañeros. Hoy estamos a punto de recuperar su cadáver para rescatar su memoria. Por deseo de la familia y particularmente Miguel Romera (su sobrino-nieto), la Confederación Nacional del Trabajo de Guadalajara les hizo entrega de una bandera para que cuando aparezca su cuerpo pueda ser enterrado en los colores por los que luchó. Los colores del anarquismo. La bandera de la clase obrera. Así se hizo y así lo hubiese querido él mismo.
La memoria libertaria 77 años después ha sido rescatada en Barcones.

Julián Vadillo Muñoz

viernes, 6 de septiembre de 2013

MONUMENTO A UNA COLUMNA FRANQUISTA

El 30 de marzo de 1939 tomaba la ciudad de Alcalá de Henares la columna Sagardía. Con ello se ponía fin a la resistencia de la ciudad durante casi tres años de Guerra Civil. La fuerzas revolucionarias y leales a la República le tocaba el camino del exilio, la cárcel, la clandestinidad o los paredones de fusilamiento. La primera medida que tomaron las nuevas autoridades complutenses ese mismo día fue realizar una misa en la Plaza de Cervantes. Terminó la contienda y empezó la victoria en una ciudad que fue conocida como “Alcalá la roja”.
¿Pero quién era Sagardía? ¿Quién dirigía esa columna que puso fin a la República en Alcalá de Henares en 1939?
Antonio Sagardía Ramos fue uno de esos militares que el 18 de julio de 1936 se sublevó contra la República apoyando el plan trazado por Mola. Su animadversión a la República venía al haber sido uno de los militares que le afectó la Ley Azaña siendo comandante. Zaragozano de nacimiento provenía de una familia de antiguos hidalgos de origen navarro. Tras su retirada forzosa salió para Francia y estuvo allí residiendo hasta el golpe de Estado y su unión a los militares golpista.
Con la guerra en marcha creó una columna de voluntarios que actuó en el norte de Burgos, en el límite entre esta provincia y Cantabria. La composición de la Columna Sagardía era básicamente jóvenes falangistas. Sus actuación fue importante en la Loras de la zona, en el puerto del Escudo, Valle de Sedano, etc, en coordinación con otros militares golpistas de la zona como el comandante Luis Moliner o el teniente-general Gerardo Mayoral. La represión en la zona fue realmente cruel. En esa zona norte de Burgos se recuerda los fusilamientos en el kilómetro 14 de la carretera de Covanera o las ejecuciones en la Torca Palomera de Mozuelos de Sedano. La gran mayoría de la represión de la zona contó con la participación de la Columna Sagardía.
Posteriormente Sagardía se desplazó con sus fuerzas hacía Cataluña. En abril de 1938 alcanza la comarca de Pallars Sobirá. Y todas las prácticas que había ejercido en el norte de Burgos las traslada a la zona. Su pretensión fue muy clara: “Fusilaré a 10 catalanes por cada muerto de mi guardia”. La represión se cebó con la población. Numerosos militantes de organizaciones de izquierdas y sindicales fueron ejecutados de forma arbitraria por los integrantes de las fuerzas de Sagardía. En el pueblo de Sort se ejecutó sin juicio y de forma completamente arbitraria a 67 personas, entre ellas mujeres, ninos y ancianos. Fueron conocidos como “Los santos inocentes del 38”. La crueldad de las tropas de Sagardía aun es recordada en la zona. De hecho muchas fosas de la zona aun no han sido localizadas.
Al finalizar la Guerra Civil, Sagardía fue uno de los militares condecorados y declarado héroe de la patria. Alcanzó el puesto de Inspector General de la Policía Armada y de Tránsito, así como Gobernador Militar en Cartagena. Murió en Madrid el 16 de enero de 1962.
Las actuaciones de Sagardía y de los integrantes de su columna son crímenes contra la humanidad. Sin embargo en la carretera N-623 que une Burgos con Santander, a la altura del pueblo Cilleruelo de Bricia (Burgos), hay un mastodóntico monumento en homenaje a las fuerzas de Sagardía. Este verano me desplacé hasta el lugar para visitarlo. Deteriorado por el paso del tiempo y por agentes humanos, es un monumento compuesto por un gran bloque de mármol emulando un águila, una lápida conmemorativa en el suelo y dos columnas que dan entrada al mismo. No pasa desapercibido cuando pasas con el coche. En los laterales del monumentos una sucesión de repetición del “PRESENTE, PRESENTE, PRESENTE”.


Estamos pues ante un monumento público de homenaje a Sagardía y los integrantes de su columna que ejercieron la peor de las represiones en las zonas donde actuaron. Es una de las características de España que le diferencia de los países de su entorno. Aquí los vencedores de la Guerra Civil todavía tienen sus espacios de sociabilidad y los monumentos de su victoria. Cosa que en países como Francia o Alemania no ocurre. La insuficiente Ley de Memoria Histórica tendría que ser suficiente como para hacer desaparecer un monumento de homenaje a comprobados criminales de guerra. Sin embargo no se ejerce ningún tipo de actuación. Muy por el contrario se ampara en decir que es parte de la historia y que es una forma de recordarla. La historia se puede recordar de muchas maneras y no precisamente a través de monumentos mastodónticos de homenajes a tropas criminales. ¿Hacemos un monumento en Auschwitz en homenaje a las SS que ejecutaron de forma a impune? Todos diríamos que no. Y más teniendo en cuenta que a pocos kilometros donde esta el monumento a la Columna Sagardía hay lugares como la Torca Palomera donde fueron arrojados (algunos con vida) decenas de militantes e integrantes de las organizaciones sindicales y políticas y no hay ninguna placa conmemorativa de nada. Un ejemplo del origen de nuestro propio sistema y como todavía siguen existiendo vencedores y vencidos.