jueves, 25 de agosto de 2016

EL TRÁGICO FINAL DE LA GUERRA PARA UNOS INCOMPRENDIDOS ANARQUISTAS

Este verano, Stuart Christie me encargó realizar el prólogo para la reedición de la obra de José García Pradas Teníamos que perder, que su editorial Christie Books ha sacado en formato de libro digital. Este es el texto que preparé, que también está en versión inglesa.

Cuando hace unas semanas Stuart Christi me propuso escribir unas letras como prefacio de la re-edición del libro de ¡Teníamos que perder!, de García Pradas, no dudé en aceptar el guante para dicho trabajo. Una re-edición necesaria para seguir desentrañando, con todos los protagonistas y agentes en la mano, lo que fue la historia de la España republicana en los últimos días de la guerra.
Y el libro viene en un momento importante. En los últimos años hemos asistido a la publicación de valiosos trabajos que han tratado de acercar el final de la República. Cabría destacar la obra que en 2009 publicaron los historiadores Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez El desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2009), coincidiendo con el 70 aniversario del final de la contienda. Un libro completo y muy documentado sobre el significado del final de la Guerra. Cuando se alcanzó el 75 aniversario del final de la Guerra aparecieron otros dos importantes trabajos. El catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid, Ángel Bahamonde, publicó el libro Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado (Cátedra, Madrid, 2014), centrado básicamente en los aspectos militares y la figura de Segismundo Casado. El profesor Paul Preston publicó El final de la Guerra. La última puñalda a la República (Debate, Barcelona, 2014), donde hace un pormenorizado análisis de las figuras fundamentales del final de la cotienda y del posicionamiento de las distintas organizaciones al conflicto. El libro de Preston tiene dos grandes virtudes. En primer lugar analiza los antecedentes que llevaron al final de la Guerra Civil, las fuertes disputas en el interior del bando republicano y los diversos focos de conflicto que se dieron en la débil España republicana en marzo de 1939. Por otra parte, Preston traza su libro en un análisis de tres figuras de aquel final: Juan Negrín, presidente del Gobierno de la Segunda República, Segismundo Casado, militar leal a la República pero ambicioso, y Julián Besteiro, una de las figuras más importantes del socialismo español en la década de 1910, 1920 y 1930.
Sin embargo, lo que no se ha aboradado en ningún estudio monográfico o se deja en segundo plano subsidiario es el papel que los anarquistas jugaron en aquellos momentos. Quiza porque la complejidad del tema daría para un solo libro. Quiza porque algunos de los personajes que fueron protagonistas de aquellos sucesos en el campo libertario han quedado desdibujados con el paso del tiempo. José García Pradas fue uno de ellos.
Antes de entrar en desentrañar algunas claves de los anarquistas en el golpe de Casado, hay que hacer notar que lo que aquí se re-edita son unas memorias. Y como todas las memorias son autojustificativas del personaje. A pesar de ello, las memorias son importantes para establecer un estado de la cuestión. Como punto de partida para nuevas investigaciones. Y para tener encima de la mesa todas las cartas. Luego, a partir de esas memorias, hay que recomponer a partir de la documentación la actuación del movimiento libertario.
En este prefacio vamos a tratar de acercanos a lo que fue la actitud de los libertarios ante el golpe de Casado. Y tambieén acercaros biográficamente a algunas de sus figuras, como José García Pradas, Eduardo Val, González Marín o Cipriano Mera, con la idea de no desfigurarlos y analizarlos en su todo y no en una parte.

El 'anticomunismo' en el movimiento libertario

Una de las máximas que se extiende en cualquier historiografía es simplificar los acontecimientos. Hacer bloques cerrados y monolíticos con la idea de ajustar una historia más cómoda. Pero la realidad es muy distinta y, sobre todo, muy compleja. Ciertamente existió un fuerte anticomunismo en algunos sectores anarquistas. Pero más que anticomunismo deberíamos de hablar de anti-PCE. Las razones son variadas pero se pueden resumir de forma simple. El PCE había sido desde su nacimiento en 1921 una fuerza minoritaria en el campo del obrerismo español. Incluso durante la República, el Partido Comunista no pasó de ser una fuerza testimonial, que solo consiguió un diputado en 1933 y diecisiete en 1936 gracias a la coalición del Frente Popular. Sin embargo la estrategia de los comunistas españoles poco a poco iba dando sus frutos. Lejos de los primeros años de ortodoxia, el PCE paulatinamente se fue abriendo a otras capas de la sociedad y cuando se produjo se el golpe de Estado de 1936 era un partido cohesionado, que aglutinaba en su seno a sectores obreros disconformes con la política del PSOE y de los libertarios, pero también a algunas capas de la burguesía que veía en el PCE un partido de orden y de Estado. De hecho las únicas organizaciones que llegan al inicio de la Guerra Civil unidas fueron el PCE y la CNT, que había conseguido reunificarse en el Congreso de Zaragoza de mayo de 1936. Comunistas y anarquistas se veían reforzados frente a sus rivales socialistas y republicanos que cada vez estaban más divididos. La estrategia comunista de unificación salió triunfante en el caso de la juventudes con la fusión de las juventudes socialistas y comunistas, naciendo las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), o en Cataluña con la fundación del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Esto provocó una lucha por el control del movimiento obrero. Comunistas y libertarios rivalizaron para que la mayoría del proletariado español estuviese adscrito a sus posiciones. Mientras la gran asignatura pendiente de los comunistas fue el sindicalismo, al no llegar a articular un sindicato de carácter comunista y fracasar en su intento de control de la CNT a inicio de la década de 1930, los militantes comunistas se volcaron sindicalmente en la UGT con el objetivo de hacerse con el control de la organización sindical. Tarea complicada pues tuvieron que rivalizar con caballeristas y besteiristas. La CNT, por el contrario, si que aglutinó a una parte importante de la clase obrera sindicada.
Esta situación provocó irremediablemente un choque de posiciones entre los libertarios y los comunistas. Un choque que se plasmó de forma muy clara durante la Guerra Civil. Se rivalizó en el campo político, se rivalizó en campo militar, se rivalizó en el campo económico, en la visión de Guerra, etc. Una rivalidad que en tiempo de normalidad habría llevado a enfrentamiento político pleno, pero que en el contexto de guerra alcanzó posiciones criminales. Se sucedieron episodios de enfrentamientos entre comunistas y anarquistas que cristalizaron en los suceso de mayo de 1937. Y en toda esta cuestión la peor parte la recibieron, en un primer momento, los libertarios. Los sucesos de Mayo significaron una quiebra en los proyectos libertarios lo se aprovechó para desalojarlos de los órganos de gobierno y debilitar su posición revolucionaria. Algo que el movimiento libertario tuvo muy en cuenta al producirse el golpe de Casado en marzo de 1939.
Aquí conviene hacer una aclaración. La posición de los anarquistas respecto a su participación gubernamental y en el Ejército no es monolítica. Hubo un sector del anarquismo que estuvo en contra de esa colaboración. Pero hubo una amplia mayoría del movimiento libertario que lo aceptó, haciendo una concesión histórica en sus planteamiento antiestatistas y antimilitaristas. Porque esa colaboración continuó tras los sucesos de Mayo y llegaron a tener un quinto ministro en el gabinete de Juan Negrín: Segundo Blanco al frente del Ministerio del Instrucción Pública.
Aun así los anarquistas consideraron que la responsabilidad de su situación la tenían los comunistas. A lo mismo que los comunistas consideraban que los anarquistas estaban boicoteando la marcha de la guerra por sus posiciones. Una actitud irreconliable que llevó a nuevos enfrentamientos.

Casado y los 'casadistas'

Los Hechos de Mayo de 1937 no fue el colofón ni el final a los enfrentamientos. Si los comunistas en aquel momento se sintieron más cómodos el gobierno de Negrín lo cierto es que a nivel militar y del comisariado comenzaron a perder influencia de forma paulatina. Por su parte, la CNT intentó contrarrestar el creciente poder comunista en el sindicalismo aproximándose al sector caballeristas de la UGT para crear un comité de enlace entre ambas sindicales que reformazara la posición del obrerismo. Un sector caballerista que también se vio perjudicado después de Mayo de 1937, al ser desalojado Largo Caballero como presidente del gobierno y sustituido por Negrín. Este acercamiento entre CNT y UGT para recuperar un poder que habían perdido no fue bien visto por algunos sectores del propio anarcosindicalismo, como el de su secretario general Mariano Rodríguez Vázquez que si bien se mostraba partidario de la unión con la UGT también apoyaba al gobierno de Negrín.
Sin embargo, la diversidad geográfica fue nuevamente determinante en la posición de los libertarios. Y la CNT madrileña siempre se había visto subordinada frente a los comunistas. Cuando en los días previos al golpe de Estado de Casado, círculos cercanos al militar toman contacto con los libertarios, muchos de ellos ven en ese movimiento contra el gobierno de Negrín una oportunidad para desquitar cuentas de los sucedido en el pasado.
Contrastando la información queda claro que los objetivos de Casado diferían mucho de los planteamientos de los libertarios y de los caballeristas. De hecho, nadie creía en una rendición incondicional. Los libertarios desconfiaban de un personaje militar como Casado, que lo que pretendía era hacer una especie de “abrazo de Vergara” y pasar a la historia como aquel militar que había acabado con la guerra de forma “honrosa”. Una “honra” que los anarquistas no concedían a Franco ni a ninguno de los militares rebeldes. Eran conscientes que la Quinta Columna estaba en el interior del propio círculo militar de Casado, como el caso de José Centaño de la Paz. Pero también consideraron los anarquistas que el gobierno de Negrín estaba liquidado, que las promesas de armas de Francia e Inglaterra quedaban enterradas cuando esos países reconocieron en febrero la legitimidad del gobierno de Franco. Para los anarquistas la posición de Negrín era insostenible. Consideraban que los comunistas estaban haciendo una labor de presión sobre Negrín y éste estaba completamente entregado a ellos. Tal y como Cipriano Mera muestra en sus memorias, la idea era apoyar Casado, desalojar a los comunistas de los órganos de dirección y poder, dar una tregua mínima a Casado para ver que planteaba y cuando las cosas no fuesen que como establecían seguir resistiendo la embestida de los rebeldes. Sin embargo, esos cálculos no le salieron bien a los libertarios ni a los caballeristas, que finalmente se vieron desbordados y el golpe de Casado precipitó el final de la Guerra como nadie hubiese querido que acabase.
Lo que si es evidente es que las motivaciones de Casado y su círculo era muy distinta de muchos de aquellos que le apoyaron. En el caso de los libertarios, por lo que se ha podido ver en muchas memorias y documentos, fue un apoyo circunstancial pero nunca de objetivos. Otra cuestión es como terminaron los acontecimientos ante un conflicto que pintaba muy complicado para la España antifascista.
A tiempo pasado hay quien platea que la resistencia a ultranza que defendían los comunistas habría sido efectiva porque seis meses después estalló la Segunda Guerra Mundial. La pregunta tiene ida y vuelta. Porque si bien nadie sabía en marzo de 1939 que la Guerra Mundial iba a estallar ese mismo año cabría preguntar: ¿Cúal habría sido la posición del PCE ante ese conflicto una vez que Stalin y Hitler cerraron el pacto germano-soviético? En cualquier caso no merece la pena hacer historia ficción ni ucronías. Más que nada porque quizá Casado si era un entreguista, pero el movimiento libertario también creía en la resistencia. El problema venía de una querellas históricas que precipitaron los acontecimientos. Entonces, no es lo mismo Casado que los 'casadistas'

Algunos protagonistas libertarios

Un último eje a tratar es los protagonistas del acontecimiento. Porque, normalmente, hay personajes que salen mal parados. La razón de ellos es porque se juzga su actuación en marzo de 1939 pero se olvida todo un pasado de militancia obrera y de represión posterior. Siendo ecuánimes, me voy centrar en alguno de esos personajes: José García Pradas, Eduardo Val, Manuel González Marín, Cipriano Mera y Melchor Rodríguez.
García Pradas, autor del texto que presentamos, nació en un pueblo de Burgos en 1910. Su procedencia era de familia acomodada lo que le permitió estudiar. Traslado en la década de 1930 a Valencia, García Pradas comienza a tomar contacto con círculos libertarios y escribe para el diario La Tierra, acabando por trasladarse a Madrid como redactor de dicho diario. Abandona el periódico y comienza a trabajar de albañil inscribiéndose en el poderoso Sindicato Único de la Construcción de la CNT. Igualmente forma parte de la FAI madrileña. Al estallar la Guerra su posición dentro de la CNT adquiere carisma y se llega a convertir en el director de diario CNT y Frente Libertario. Estuvo en los frente de batalla y su posición fue claramente frentepopulista y de unidad de acción con la UGT. Aunque en sus texto hacía una fuerte crítica al comunismo soviético. Tras la Guerra se exilia en Francia y acabó en Londres, donde trabajó de camarero, peón y entregado a las tareas literarias, haciendo de García Pradas uno de los escritores más prolíficos del movimiento libertario, por la gran cantidad de textos que escribió. Aunque parece que se fue alejando de la CNT, nunca dejó los ideales libertarios.
Eduardo Val Bescós, nació en Jaca en 1908 y es uno de los grandes desconocidos del anarquismo madrileño. Participó en la sublevación de Galán y García Hernández en 1930 pasando posteriormente a Madrid donde se convirtió en el máximo organizador del Sindicato Único Gastronómico de la CNT madrileña, siendo protagonista de multitud de huelgas donde se pedían condiciones dignas a los camareros. Junto con la construcción fue el otro gran sector del anarcosindicalismo madrileño. Perteneciente a los Comités de Defensa de la CNT, su actuación en la defensa de Madrid fue fundamental así como su participación en distintos frentes de batalla. Los datos de Val son escasos pero parece que fue organizador de la retaguardia y vigilancia de la quinta columna. Val apoyó el golpe de Casado y al final de la guerra se tuvo que exiliar recalando en Gran Bretaña. Mantuvo desde allí contactos con García Oliver y también con Largo Caballero, al que al parecer le unía una gran amistad. Fue detenido en Francia y encarcelado en Toulouse. Logró evadirse cuando iba camino de un campo de concentración nazi. Al acabar la guerra mundial participó en la reconstrucción de la CNT, pero acabó alejándose por la desazón que le produjo las divisiones internas. La vida de Val es todo un misterio por la escasez de datos que tenemos de él.
Manuel González Marín nació en Cieza (Murcia). Participó desde muy temprano en el movimiento obrero, con su implicación en huelgas y movilizaciones que le llevó en más de una ocasión a la prisión. Cuando el golpe de Estado de julio de 1936 se encontraba preso y tardó unas semanas en salir, participando de un motín en la cárcel. Una vez fuera, González Marín participa del Consejo Municipal (Ayuntamiento) y de la Junta de Defensa de Madrid junto a Amor Nuño (acusado en los últimos tiempos, injustamente, de ser el organizador de las matazas de Paracuellos del Jarama). Su enfrentamiento con José Carzorla fue mas que evidente. González Marín perteneció a los Comités de Defensa confederal. Tras la guerra civil marchó al exilio y participó de la resistencia, acabando preso en Toulouse. Logró llegar a París antes de que los nazis le mandase a un campo de concentración. Participó en la recomposición de la CNT, siendo de los sectores colaboracionistas. Parece que acabó expulsado de la CNT aunque siguió participando en la prensa libertaria.
La gran figura del anarcosindicalismo madrileño fue, sin duda, Cipriano Mera. Nacido en 1897 en Madrid, Mera desde muy pronto se vinculó al obrerismo, primero en la UGT y luego en la CNT. Fue el organizador y dinamizador del Sindicato Único de la Construcción de la CNT que rivalizó con la poderosa Federación de Edificacion de la UGT de Edmundo Domínguez. Al estallar la Guerra, Mera esta en prisión. Salió y rápidamente participó de las milicias que vencen la sublevación militar en Alcalá de Henares y Guadalajara. Mera, desde ese momento, se convierte en el perfecto ejemplo de reconversión de obrero en militar procedente de milicias. Llegó a dirigir la 14 División y a ser el Jefe del IV Cuerpo de Ejército, participando en la Batalla de Guadalajara. Sus unidades fueron fundamentales para vencer a las unidades comunistas tras el golpe de Casado. Al finalizar la Guerra, Mera parte al exilio a Orán. Detenido es deportado a España donde es juzgado y condenado a muerte. Se le conmutó la pena por la de treinta años. Al salir de prisión participó de la reconstrucción clandestina de la CNT y finalmente va al exilio. Allí siguió vinculado al movimiento libertario y trabajando como albañil. Llegó incluso a participar en las jornadas de Mayo del 68. Falleció en su exilio parisino, en la modestía, en 1975.
Por último destacaríamos a Melchor Rodríguez. Nacido en Sevilla en 1893, se trasladó a Madrid y adquirió desde muy temprano las ideas anarquistas. Afiliado a la CNT e impulsor de la FAI, Melchor pasa por ser una de las grandes figuras del anarquismo madrileño. Participó de numerosas huelgas que le llevaron a prisión. También fue protagonista en el levantamietno de Jaca de 1930. Durante la República criticó las medidas laborales y políticas de la misma y participó en huelgas y manifestaciones junto a su inseparable Celedonio Pérez. No estuvo exento de polémica al ser una persona dialogante que intentó la libertad de los presos en cualquier momento, lo que llevó a negociar con el Ministro de Gobernación, Eloy Vaquero, siendo criticado y hasta expulsado de la FAI durante unos meses. Al estallar la Guerra, Melchor se rebeló como el mejor ejemplo del anarquismo humanista. Al frente de la Dirección General de Prisiones frenó las sacas de presos que estaban siendo ejecutado de forma arbitraria en Paracuellos, lo que le valió entre los derechistas el sobrenombre de “El Ángel Rojo”. Labor humanitaria que no paró durante toda la guerra. Al finalizar el conflicto se quedó al frente del Ayuntamiento de Madrid como último alcalde la ciudad y entregar la misma a las tropas sublevadas. Tras la Guerra fue detenido y condenado a treinta años de prisión. Salió y entró en cárcel de forma ininterrumpida, participando en la reconstrucción libertaria en la clandestinidad. Hasta en 34 ocasiones fue detenido y encarcelado. Sin embargo su actuación en la guerra le valió el respeto de muchos vencedores que salvaron su vida gracias a la actuación de Melchor. Falleció en Madrid en 1972.

Hubo muchos más personajes, como Mauro Bajatierra, Eduardo de Guzmán, etc., pero estos son suficientemente representativos para comprobar que fueron vidas dedicadas a la militancia obrera y libertaria. Que ser 'casadistas' no les libró de nada y que la represión y el exilio fue lo que les esperó al finalizar la guerra. Algunos nunca más volvieron a España. En el caso de Mauro Bajatierra fue asesinado en la puerta de su casa el 28 de marzo de 1939. Y Feliciano Benito fusilado en el cementerio de Guadalajara en 1940. La venganza de Franco no tuvo piedad con los vencidos.

  La historia del anarquismo en la jornadas de marzo de 1939 aun está por escribir. Este libro solo es una mota de arena en un gran desierto por explorar.

Pd: La versión inglesa, en este enlace: http://www.christiebooks.com/ChristieBooksWP/2016/07/the-war-ends-in-tragedy-for-some-misunderstood-anarchists-by-juan-vadillo-munoz-translation-of-his-preface-to-teniamos-que-perder/

lunes, 22 de agosto de 2016

“Sedano en la obra de Miguel Delibes”

Vamos a romper un poco la dinámica de está bitácora. Hoy no vamos a hablar de la historia social. No vamos a hablar de la memoria histórica. O sí, un poco. Vamos a hablar un poco de la memoria histórica. Y también de uno de mis autores literarios favoritos: Miguel Delibes.
Desde hace unos años paso un nada desdeñable tiempo en Sedano, un pequeño pueblo al norte de la provincia de Burgos. Sedano es un bonito pueblo castellano. Ubicado en un valle, su arquitectura es de casas de piedra. Una Iglesia en lo alto de un castro que da la sensación de una auténtica fortaleza. Un pueblo a lo largo que tiene una importante cantidad de barrios (Lagos, Valdemoro, Trascastro, etc). Sedano también tiene un entorno natural y arquitectónico muy interasante. Esta rodeado de un románico espectacular. Las iglesias de Gredilla de Sedano, Moradillo de Sedano o Escalada (pueblo de origen de la familia de Manuel Azaña) dan testimonio de ello. También el cercano pueblo de Covanera y su idílico Pozo Azul. No muy lejos está Sargentes de la Lora con sus pozos petrolíferos.
Ya en alguna ocasión hemos hablado de Sedano en relación a su memoria histórica y a la represión franquista. Hoy nos acercamos a él con la intención de fijarnos en una personalidad que pasó largas temporadas en Sedano. Un personaje que ha pasado a la historia de la literatura universal: Miguel Delibes.
Aprovechando las fiestas de Sedano hace unas semanas, adquirí un libro que se ha editado no hace mucho tiempo: Sedano en la obra de Miguel Delibes. Y es que Miguel Delibes se enamoró en Sedano y de Sedano. Allí iba en bicicleta desde Molledo (en Cantabria) hasta Sedano, pasando por Corconte, las Bricias, hasta llegar al valle. El objetivo era encontrarse con su novia, Ángeles de Castro, que veraneaba en el pequeño pueblo burgalés. Así fue como Delibes fue haciendo crecer su vinculación con Sedano. ¿Cuantas obras de Delibes no fueron escritas o ideadas en Sedano? Por el entorno que rodea a muchas de ellas podemos pensar que una cantidad nada desdeñable. Delibes iba a Sedano desde 1942 y su primera gran obra, La sombra del ciprés es alargada (Premio Nadal) se publicó en 1947. Podemos hacernos una idea.
El libro en cuestión que abordamos es una recopilación de textos de Delibes que hace referencia de Sedano. Los comentarios y la selección de esos textos ha sido realizados por Emilia Espinosa, Mª Paz Espinosa y José Ignacio Martínez. Han hecho un gran trabajo. Los libros en cuestión son: El libro de caza menor (1964), Vivir al día (1968), Con la escopeta al hombro (1970), Un año de mi vida (1972), Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1976), Misa migas las truchas (1977), Las perdices del domingo (1981), El otro fútbol (1982), Tres pájaros de cuenta (1982), Castilla habla (1986), Mi vida al aire libre (1989), Pegar la hebra (1990), Señora de rojo sobre fondo gris (1991) y El último coto (1992). Una buena recopilación para mostrar, a partir de comentarios introductorios acertados, la vida del pueblo en otros tiempos. Una vida que hoy ya no existe pero que gracias a la pluma de Delibes la podemos rescatar a modo de etnografía. Unos textos que trasmite el aprecio de Delibes por Sedano y su entorno. Un entorno castellano que ya dejó plasmado en otro gran libro: Castilla, lo castellano y los castellanos (1979). Un recorrido por las actividades del pueblo, por su entorno, por sus animales, su vegetación, sus gentes, etc. Un recorrido por las actividades ordinarias de un pueblo castellano en los años de plomo del franquismo, de sus actividades, del trabajo de sus gentes, etc. En definitiva, una buena manera de recuperar el pasado inmediato de un pueblo de mano de la pluma de uno de los grandes escritores españoles del siglo XX.
¿Y qué queda hoy de Miguel Delibes en Sedano? Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que no todo lo que se debería. Su centro de interpretación lleva el nombre de Miguel Delibes y allí hay un buen número de ejemplares de su obra. La familia de Delibes ha conservado la casa y los chalets donde el escritor vallisoletano pasaba horas escribiendo y pergueñando su gran obra. Allí seguro que desarrolló gran parte de su obra: La sombra del ciprés es alargada, El hereje, El camino, Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo (cuya adaptación cinematográfica fue realizada en la zona – Cortiguera, entre otros pueblos – y que le sirvió de inspiración), etc.
Sin embargo, Delibes daría mucho más de sí. El libro propone un recorrido por el Sedano de Miguel Delibes. Un buen recorrido que serviría de reclamo turístico para el entorno. Incluso acompañan al libro con un mapa sobre esos lugares que Delibes recuerda. Una señalética en esos lugares no estaría de más.
Y, sobre todo, un reconomiento al propio Delibes. Eso sí que hace falta. La plaza de Sedano se denomina Alejandro Rodríguez de Valcárcel y Nebreda. ¿Quién era?. Un gobernador de Burgos en el periodo franquista. Primero militante del Partido Nacionalista Español (el Partido de la Porra de José María Albiñana, que se dedicaban a dar mandobles a los asistentes a mítines de la izquierda) y después de Falange Española. Llegó a asumir la Jefatura del Estado a la muerte de Franco hasta que Juan Carlos I tomó posesión del cargo. Este personaje da nombre a la Plaza de Sedano. Y bajo el cartel que lleva su nombre hay una placa puesta en el periodo franquista donde pone que “bajo el signo de Franco” se llevaron las aguas a Sedano (por cierto, en un estado realmente lamentable). Ambas placas incumplen la Ley de Memoria Histórica. Y, aprovechando que hay que hacer cumplir la ley, esa plaza debería de llevar el nombre de Miguel Delibes. Alguien que realmente ha hecho algo importante por el pueblo de Sedano. Y como sustitución a la placa conmemorativa, una que lleve alguna frase de Delibes que haga justicia al pueblo de Sedano. Y, junto a todo ello, hacer a Delibes hijo adoptivo de Sedano a título póstumo (desconozco si lo es ya)
 Miguel Delibes ha sido una de las plumas más importantes de la literatura española. Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Premio Cervantes. Desde mi modesta opinión, Delibes se quedó injustamente sin el Nobel de Literatura. Sedano tiene que seguir haciendo justicia con Delibes. Sería lo justo y necesario para su figura. Y para Sedano un auténtico honor.

miércoles, 17 de agosto de 2016

80 aniversario del asesinato de Federico García Lorca

80 aniversario del asesinato de Federico García Lorca. Otra víctima de la inquina fascista que asoló España. Un recuerdo para él con el poema que le dedicó Antonio Machado, fallecido también el 22 de febrero de 1939 partiendo al exilio en Colliure
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío, 
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
Se le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

A 80 años del golpe de Estado. Como se gestó un golpe

Artículo publicado en el mes de julio en el periódico Diagonal con motivo del 80 aniversario del golpe de Estado contra la República. Escrito por los historiadores Fernando Hernández Sánchez y Julián Vadillo Muñoz

Las interpretaciones dadas al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 han sido de los más variopintas desde el mismo momento de producirse. Y desde ese momento lo que se ha generado ha sido un intento de justificación de la razón por la que un grupo de militares, con apoyo de algunos elementos civiles, se sublevaron contra la República legítimamente constituida.
Normalmente se ha intentado equiparar responsabilidades. Se ha puesto a la misma altura los golpes de la derecha y la movilización de la izquierda. Y estableciendo que dicha equiparación es falsa, lo cierto es que si algún grupo fue hostil a la República desde el primer momento esa fue la derecha política, de raíz monárquica, que nunca aceptó el cambio de régimen en España.
El dificil primer bienio (1931-1933). Objetivo: matar a la República
El ambiente de festividad que trajo la Segunda República fue acompañado por los primeros movimientos para derrocarla. Cierto que el Alfonso XIII marchó al exilio. Cierto que las fuerzas de orden público no hicieron nada para impedir la proclamación de la República. Pero figuras monárquicas, algunas de las cuales habían tenido cargos importantes durante la dictadura de Primo de Rivera, se reunieron en la misma noche del 14 de abril de 1931 en la casa del Conde de Guadalhorce. A dicha reunión, junto con el propio conde que había sido ministro de la dictadura, acudieron el Marqués de Quintanar, José Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, José Antonio Primo de Rivera, Yanguas Messía y Vegas Latapié. En dicha reunión ya se juró como objetivo liquidar la República lo antes posible. Y hacerlo por cualquier medio. Aquí se entiende la agitación que los monárquicos tuvieron en los primeros momentos de la proclamación republicana en contra del propio régimen.
Pero los monárquicos no se frenaron ahí. Gracias a las leyes de libertad de asociación republicana, pronto constituyeron un Círculo Monárquico, cuya sede estuvo en la calle de Alcalá. Y muchas personalidades partidarias del Rey destronado visitaron a este en Roma (Luca de Tena, el conde Gamazo, Gabriel Maura, etc.)
No se puede decir que la Iglesia actuara tampoco para dar paz en la República. Desde el primer momento consideraron las medidas llevadas a cabo por la República como un ataque. El cardenal primado de Toledo, Pedro Segura, llegó a decir que “la maldición bendita caiga sobre España si llega a consolidarse la República”. Frente a unas medidas moderadas en materia religiosa por parte del gobierno republicano, la Iglesia le plantó batalla a la República desde el primer momento a través de sus asociaciones (Acción Española) o desde sus medios de comunicación (El Debate). La laicización del Estado y la sociedad, así como de la educación, bastión de la Iglesia católica en otras épocas, no fue bien acogida por la amplia mayoría del catolicismo español. Hablar de violencia anticlerical antes de la Guerra Civil se antoja complicado, teniendo en cuenta que solo durante la movilización en Asturias en 1934 se produjeron asesinatos de sacerdotes. En el resto del periodo no hubo víctimas clericales. La Guerra Civil si marcó un cambio en este aspecto.
Tampoco extraña la virulencia con la que los cuerpos de seguridad de la República actuaron contra las movilizaciones obreras, motivadas por la lentitud de las reformas y la premura de la búsqueda de soluciones. Las fuerzas de orden público no fueron depuradas por las instituciones republicanas y en su seno actuaban elementos que venían de otras épocas donde la represión era sin cuartel. Aquí hay que inscribir los sucesos de Arnedo o Castilblanco. Para remediarlo, la República promulgó la creación de la Guardia de Asalto. Pero en dicho cuerpo acabaron personajes como el capitán Rojas Feijespán, elemento derechista y ejecutor de la masacre de Casas Viejas. Sin quitar responsabilidad a las autoridades políticas republicanas, lo cierto es que sus cuerpos de seguridad actuaron en más de una ocasión contra ella misma.
El hecho más destacado del primer bienio fue el intento de golpe de Estado que el general Sanjurjo encabezó el 10 de agosto de 1932. En dicha conspiración participaron viejas glorias monárquicas: Barrera, Cavalcanti, Fernández Pérez, Sainz de Lerín, etc. Pero la conspiración fue un fracaso. Solo Sevilla el golpe tomó visos de triunfo. Pero la movilización obrera así como el fracaso del resto del plan, hizo caer las pretensiones de los militares golpistas. La República se había salvado.
¿Fue el único intento? No. Los monárquicos alfonsinos y carlistas tenian en mente golpes y conspiraciones que no llegaban a fraguar. Nombres como los de Burgos y Mazo, Víctor Pradera, Esteban Bilbao, el Conde de Rodezno, Lamamié de Clairac, etc., estaban metidos en dichas conspiraciones. Además en ese tiempo ya comienzan a emerger los grupos de carácter fascista o fascistizante, que como el Partido Nacional Español de José María Albiñana, las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas de Ramiro Ledesma Ramos o la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera, tenían como objetivo prioritario matar a la República.
¿Hubo violencia política por parte de la izquierda? Sí. Pero en ningún caso se podía establecer como algo conspirativo. Las movilizaciones obreras vinieron dadas por la lentitud o insuficiencia de las reformas republicanas. Los libertarios, que participaron en la llegada de la República, fueron beligerantes con ella a través de movilizaciones que pretendía proclamar el comunismo libertario. Una quimera de objetivo que los propios libertarios reconocieron como error en su congreso de 1936. Unas movilizaciones que también tenían su parte al denunciar que leyes como la de Defensa de la República eran más dura con las movilizaciones obreras que con los intentos de sedición de la derecha.
Hacia la victoria del Frente Popular
Que la República era una democracia normal lo demuestra que cuando en noviembre de 1933 se celebraron elecciones generales, las candidaturas de derechas representada por la CEDA y el Partido Radical obtuvieron la victoria. Y aunque la trayectoria republicana de los radicales era innegable, la lealtad republicana de la CEDA se pone en entredicho.
El bienio de la derecha intentó derogar parte de las medidas del primer bienio. Y el hito represivo más importante del momento fue la huelga general de octubre de 1934. La intervención del Ejército de África en la represión en Asturias, con el beneplácito del gobierno, marcaba un macabro precedente. Militares que serán protagonistas en julio de 1936 ya participaron en dicha represión. Francisco Franco o López Ochoa son ejemplo de ello. La derecha, en vez de depurar responsabilidades por las barbaridades que el Ejército cometió en la represión asturiana, continuó con la tarea de presentar a la izquierda como golpista, encarcelando a sus dirigentes y militantes y presentando la huelga general y los sucesos de Asturias como el precedente del “bolchevismo en España”. Una razón sin pies ni cabeza pero que sirvió para crear una sensación de terror en parte de la población.
A esta política represiva se unió una serie de escándalos de corrupción que acabaron con el gobierno de la derecha y la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. Un Frente Popular concebido como coalición electoral pero donde los partidos obreros no iban a tener incidencia en el gobierno. El gobierno que salió de esas elecciones estuvo en manos de partidos republicanos como Izquierda República o Unión Republicana, anda sospechosos de bolcheviques o anarquistas.
Lo que si se dio en aquel momento fue una aceleración de los procesos que, como al Reforma Agraria, era una asignatura pendiente. Unas movilizaciones que fue entendida y manipulada por parte de la derecha como el antecedente de una revolución comunista para predisponer a la población a la necesidad de un golpe de Estado.
Creando el ambiente propicio
No hubo que esperar a la confirmación oficial del triunfo del Frente Popular para que la derecha pintara la nueva situación con tintes apocalípticos. La CEDA había alertado de que, si triunfaba la izquierda, las consecuencias serían “armamento de la canalla, incendio de Bancos y casas particulares, reparto de bienes y tierras, saqueos en forma, reparto de vuestras mujeres”. Tras las elecciones se publicaron panfletos apócrifos con listas negras de gentes de orden a las que se aplicarían las guillotinas ocultas en las Casas del Pueblo. Hubo amenazas de cierre patronal, se detectaron fugas de capitales y retirada de fondos bancarios. El general Franco solicitó al jefe de gobierno saliente, Portela Valladares, que no entregase el poder a los ganadores. Contrariados en sus propósitos, los militares, con Emilio Mola como “Director”, activaron la maquinaria de un golpe de estado con seguro a todo riesgo: cada uno de sus cabecillas recibió del banquero-contrabandista Juan March la promesa de un millón de pesetas depositado en una cuenta extranjera si la intentona fracasaba.
El peso fundamental de la trama civil corrió a cargo de los monárquicos. Su líder, José Calvo Sotelo, no era, como se dice, el jefe de la oposición. Renovación Española solo tenía 12 de los 473 diputados de las cortes republicanas, es decir, un pobre 2,5 %. Pero contaba con el apoyo de Mussolini a través del ex rey Alfonso XIII, afincado en Roma. Los falangistas, que no obtuvieron representación parlamentaria, crearon mediante el terrorismo contra militantes izquierdistas, magistrados, agentes y oficiales de los cuerpos de seguridad el clima de alarma propicio para una intervención militar. Gil Robles, cuyas Juventudes de Acción Popular (JAP) se estaban pasando en masa a la Falange, remitió a los conspiradores medio millón de pesetas del remanente de su presupuesto electoral.
El asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de julio, se invocó tradicionalmente como el Rubicón de los conjurados. Sin embargo, se sabe que la primera directriz de Mola para la planificación del golpe tenía fecha del 25 de mayo; que Franco había sido encargado de dirigir la conspiración en Canarias el 24 de junio; que el 1 de julio, el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez firmó contratos con la Società Anonima Idrovolanti Alta Italia para el suministro de unos 40 aviones –cazas, bombarderos e hidroaviones- con su combustible, 12.000 bombas de 2 a 50 kilogramos, ametralladoras y munición por valor superior a 39 millones de liras, aportadas por March.; y que el 9 de julio, el periodista de ABC, Luis Bolín, contrató el Dragon Rapide y los servicios de su piloto, un espía británico, para llevar a Franco desde Gran Canaria a Tetuán y liderar la sublevación en el protectorado de Marruecos. Un solo obstáculo se interponía en su camino entre Tenerife, donde Franco se encontraba alejado por el gobierno, y el norte de África. Se trataba del general Amado Balmes, gobernador militar de Las Palmas, contrario a sumarse al levantamiento. Pero el 16 de julio murió a consecuencia de un absurdo accidente durante unas rutinarias prácticas de tiro. Franco pretextó su asistencia al entierro para viajar sin levantar sospechas. Da que pensar si fue esta oportuna y sospechosa muerte, la de Balmes, y no la de Calvo Sotelo, la que jalonó el inicio de su marcha hacia el poder absoluto tras otras desapariciones azarosas -las de Sanjurjo y el propio Mola- y la masacre contra su propio pueblo en una guerra larga e inclemente.
Mitos sin fundamento
Los golpistas siempre pretextaron que la sublevación fue la respuesta al clima de violencia del periodo republicano y a un inminente levantamiento comunista. Respecto a lo primero, los estudios más recientes estiman en 2.629 las víctimas de la violencia social y política entre 1931 y el 18 de julio de 1936, una media de casi 1,5 muertes diarias. Pero no se produjeron a un ritmo constante. Un 7% cayeron durante el cambio de régimen y el 13,5%, con el bienio republicano-socialista. La mayor proporción, el 65%, se dio bajo gobiernos radical-cedistas –con la salvaje represión de Asturias en el cénit- para acabar con el 14,5% durante el Frente Popular. El periodo en que gobernaron los partidos de derecha fue el más mortífero: 1.550 víctimas no fueron causadas por las milicias marxistas o los grupos de acción ácratas, sino por las fuerzas de seguridad del estado que, a su vez, sufrieron 455 bajas. Ello desmiente que la República fuera tolerante con la violencia política. De los 530 individuos cuya afiliación se ha identificado, dejando aparte octubre de 1934, 484 pertenecían a partidos o sindicatos de izquierda. El estado, pues, conservó el monopolio de la violencia y lo empleó contra aquellos que pusieron en cuestión el orden establecido. Con mayor eficacia, por cierto, que contra quienes conspiraban para derribarlo.
Las fuentes demuestran también que el comunismo nunca fue una amenaza consistente. Desde que en el VII Congreso de la Komintern (1935), se adoptara la línea de Frente Popular, la revolución proletaria desapareció del horizonte inmediato, relegada por la prioridad de combatir al fascismo. La URSS apostó por un sistema de seguridad colectiva basado en la alianza con Francia y las democracias occidentales para frenar al expansionismo alemán. En el plano interior, los comunistas españoles decidieron apoyar al gobierno contra un posible golpe de estado reaccionario. Se enfrentaron, incluso, a los socialistas de izquierda y a los anarcosindicalistas que, con sus huelgas sectoriales, desbordaban a las autoridades. No existía una amenaza de revolución comunista en la primavera de 1936. El PCE no tenía peso, influencia ni fuerza parlamentaria suficiente como para asaltar el poder o inducir a otros a tomarlo. Sus 17 diputados suponían el 3,6% de los escaños. Ni la Komintern ni las prioridades geoestratégicas de la URSS apuntaban al desencadenamiento de una revolución proletaria en España. Fue, paradójicamente, la sublevación militar la que propició tanto el estallido de la revolución social, al desarbolar el estado republicano, como el espectacular desarrollo del PCE, que precisamente se fijó como uno de sus objetivos prioritarios reconstruirlo.
Y se produjo el golpe
Y finalmente el 18 de julio una parte del Ejército, complotada con parte de la sociedad civil, dieron un golpe de Estado que dio inicio a la Guerra Civil y que terminó con la victoria golpista y la instauración de una dictadura que sumió a España en una larga noche.
Lejos de la visión de una República caótica, salvada por unos militares patriotas, lo cierto es que la derecha política tuvo desde el primer momento como objetivo derrocar esa República con la que no se sintió cómoda. Repartir responsabilidad, como hacen los “revisionistas”, en una auténtica temeridad a tenor de las nuevas investigaciones.