La importancia del movimiento
anarquista esta fuera de toda duda, a pesar de la aureola de críticas y, porque
no decirlo, “mala prensa” que siempre ha tenido. Su importancia en el desarrollo
de las ideas socialistas, a partir de personajes de primera línea como Pierre
Joseph Proudhon, Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, Errico Malatesta, Louise
Michel, etc., colocaron al anarquismo como una referencia para la clase
trabajadora a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, llevándose la palma
España al articular el más influyente movimiento anarquista hasta ahora
conocido y canalizado por organismos como la CNT y la FAI.
Sin
embargo, ese desarrollo fue acompañado en muchas ocasiones de una reacción por
parte del Estado que aprobó en muchas ocasiones leyes de excepción que
sirvieron para reprimir al movimiento anarquista bajo el paraguas de la
acusación de “terrorismo” y movimiento violento. Ciertamente, a finales del
siglo XIX el anarquismo, buscando en muchas ocasiones a ciegas un camino de
unidad y organización, fue protagonista de acciones de carácter individual que
llevaron a algunos de sus integrantes a lanzarse a una campaña de atentado
contra personalidades de la política e instituciones. Unas acciones que fueron frecuentes
en varios países como Francia, España, Alemania o EEUU. Sin embargo, esas
acciones aisladas e individuales eran el pretexto perfecto para instruir macro
causas contra las organizaciones anarquistas, la amplia mayoría de las cuales
no aprobaban los métodos de acción terrorista como vías de expresión y lucha
política.
En
este caso hay que matizar algunas cuestiones, como la mala interpretación que
se dio a la expresión “propaganda por el hecho” o a los supuestos acuerdos
adoptados en el Congreso de Londres de 1881 donde se habló de las estrategias
del anarquismo internacional. En el primero de los casos la “propaganda por el
hecho” no era una expresión que remitiese a la violencia terrorista. Muy
alejado de esa acepción, lo que los anarquistas intentaban trasmitir a partir
de ella era a través de acciones prácticas demostrar la utilidad de las ideas
anarquistas. Propaganda por el hecho fueron las acciones que Errico Malatesta
llevó a cabo en el Benevento, donde tomaban un pueblo, quemaban el registro de
la propiedad y durante unas horas proclamaban la anarquía. Propaganda por el
hecho era la implantación y desarrollo de modelos educativos alternativos a los
oficiales donde instruían a la clase obrera. Modelos educativos basados en el
racionalismo y el laicismo que se apartaban de la moral católica dominante en
la época. La asimilación de “propaganda por el hecho” con “terrorismo” fue una
concepción que no existió. Igualmente, el Congreso de Londres de 1881 se ha
colocado como el inicio a nivel internacional de esa actividad terrorista.
Presentado históricamente como el congreso donde se concretó la vertiente
violenta del anarquismo, poniendo a su cabeza personajes como Kropotkin, Most,
Malato, Malatesta, etc., lo cierto es que la inmensa mayoría de las
informaciones que se trasmiten de dicho congreso son las aportadas por Ègide
Spilleux, un confidente policial que actuando con el seudónimo de Serreaux,
financió el periódico La Révolution
Sociale y acudió a dicho congreso, para después pasar información sobre el
mismo a la policía.
A
pesar de todas estas cuestiones y matizaciones, lo cierto es que una parte del
anarquismo, minoritaria, optó por un enfrentamiento directo con las autoridades
y el Estado, lo que conllevó acciones de renombre en muchos países. En España
destaca el intento de asesinato contra el general Martínez Campos por Paulino
Pallás (1893), la bomba del Liceo lanzada por Santiago Salvador (1893), la
bomba contra la procesión del Corpus Christi en la calle Cambios Nuevos de
Barcelona (1896) o el atentado contra el presidente del gobierno Cánovas del
Castillo por el anarquista italiano Michelle Angiolillo (1897). Previamente
había habido dos atentados contra Alfonso XII. Fuera de este criterio quedaría
acciones como la marcha de jornaleros en Jérez, pero la reacción de las
autoridades si provocó que individualidades quisieran vengarse. En Francia los
atentado de Auguste Vaillant contra la cámara de diputados (1892), Emile Henry
en el café Terminus en respuesta a la ejecución de Vaillant (1892), de Sante
Caserio contra el presidente de la República Sadi Carnot (1894) fueron los más
destacados. A ellos se suma el asesinato de la Emperatriz Sisi en Ginebra por
Luigi Lucheni (1898), el del rey de Italia Humberto I por Gaetano Bresci (1900)
o el del presidente de EEUU William McKinley por Leon Czsolgozs (1901). Hubo
más actos, explosiones de dinamita y acciones que se extendió hasta inicios del
siglo XX.
Esto
hizo que muchos países adoptaran leyes, no contra el terrorismo, sino contra el
anarquismo, que permitió una represión institucionalizada al movimiento, a
pesar de que la inmensa mayoría del
mismo optaba por las formaciones obreras y no era partidario de las acciones
individuales de carácter terrorista. El antecedente más inmediato fueron las leyes antisocialistas en Alemania, aprobadas entre 1878 y 1881.
Uno
de esos primeros países fue Francia con sus “lois scélérates” o “leyes
perversas” (el nombre se debe a Emile Pouget y León Blum). Fueron una serie de leyes aprobadas entre 1893 y 1894 que tenía
como objetivo proscribir al anarquismo. Leyes que fueron realizadas bajo la
égida de los atentados cometidos en esa época en el país galo. Tras el atentado
de Auguste Vaillant contra el parlamento francés, se aprobó la primera ley
perversa, que consistía en detención y prisión preventiva contra todos aquellos
que provocaran indirectamente o hiciesen apología del anarquismo. Una ley que
cercenaba las libertades públicas en la III República francesa. Tres días
después se volvió a presentar otra ley por la cual la pertenencia a
organizaciones anarquistas (aunque hablaba de asociaciones de malhechores)
podría ser considerada delito, incentivando las delaciones para poder
interceptar la propaganda anarquista. Esta ley afectaba no solo a aquellos que
cometían acciones sino a su entorno. La última ley se aprobó en julio de 1894 y
afectaba directamente al anarquismo al prohibir todo tipo de propaganda y
clausurar sus centros y órganos de expresión.
Leyes
de excepción que contó con la oposición del anarquismo pero también de algunos
socialistas como Jean Jaurès que denunció el recorte de libertades y acusaba de
provocaciones policiales para actuar contra el anarquismo. La reacción de
Jaurès se produjo al descubrir a agentes provocadores entre los mineros de
Carmaux, que habían inaugurado una oleada de huelgas. Años después, León Blum
también criticó estas medidas desde La Revue Blanche, que actuaban contra el anarquismo de forma
impune.
Lo
curioso de las leyes perversas es que hicieron reconducir al anarquismo y el
sindicalismo revolucionario ganó terreno organizativo frente a las acciones de
carácter individual. Además, como dato curioso, estas leyes estuvieron vigentes
en Francia hasta 1992, en la que la ley antianarquista de 1894 fue derogada.
Estas
leyes francesas tuvieron reflejo en otros lugares. En España, a raíz de la
serie de atentados que se produjeron a finales del siglo XIX, también se creo
una legislación especial contra el anarquismo, que acabó con parte del tejido
asociativo ácrata y con algunos libertarios ejecutados. Atentado como el de
Cambios Nuevos en 1896 y el oscurantismo alrededor de los verdaderos autores
del mismo, hizo que a nivel internacional se produjeran movilizaciones y
acciones de protesta contra las autoridades españolas. Estas leyes de excepción
antianarquistas en España se fueron manteniendo durante mucho tiempo, lo que
indica que sus organizaciones fueran proscritas en más de una ocasión incluso
en momentos de libertades democráticas.
También
EEUU promovió leyes antianarquistas tras el asesinato de McKinley, que se
fueron perfeccionando contra el movimiento obrero y contra la inmigración (la
inmigración fue sinónimo de llegada de anarquistas) a raíz del triunfo de la
Revolución rusa en 1917. Sin este tipo de leyes o de esa atmósfera
antianarquista y anti movimiento obrero no se entiende casos como el de Sacco y
Vanzetti.
Se
llegó a celebrar, incluso, en 1898 una Conferencia Internacional Antianarquista
en Roma, donde se analizaba el fenómeno y las medidas para detenerlo. Es el
momento también del desarrollo de las teorías de Lombroso, donde se intentaba
categorizar de forma física y psicológica como era un anarquista. Los
resultados fueron monstruosos. Unas acciones que venían a ocultar una realidad
de situación extrema de la clase trabajadora y la nula acción por parte del
Estado para remediar esas situaciones. La mano dura se impuso frente a la
protesta y el chivo expiatorio del terrorismo (palabra apenas utilizada en la
época) se convirtió en baluarte.
A
pesar de la minoría que representaba la rama violenta en el anarquismo, este
tipo de leyes servía para crear un clima hostil a las sociedades obreras de
carácter libertario, que provocó una dura represión contra todos los que
defendían dichas ideas, pero también para generar una leyenda negra sobre el
anarquismo que aun hoy se mantiene en un buen número de obras de historia.
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