jueves, 23 de agosto de 2018

Las “lois scélérates” o leyes perversas. El antianarquismo en acción


La importancia del movimiento anarquista esta fuera de toda duda, a pesar de la aureola de críticas y, porque no decirlo, “mala prensa” que siempre ha tenido. Su importancia en el desarrollo de las ideas socialistas, a partir de personajes de primera línea como Pierre Joseph Proudhon, Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, Errico Malatesta, Louise Michel, etc., colocaron al anarquismo como una referencia para la clase trabajadora a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, llevándose la palma España al articular el más influyente movimiento anarquista hasta ahora conocido y canalizado por organismos como la CNT y la FAI.
            Sin embargo, ese desarrollo fue acompañado en muchas ocasiones de una reacción por parte del Estado que aprobó en muchas ocasiones leyes de excepción que sirvieron para reprimir al movimiento anarquista bajo el paraguas de la acusación de “terrorismo” y movimiento violento. Ciertamente, a finales del siglo XIX el anarquismo, buscando en muchas ocasiones a ciegas un camino de unidad y organización, fue protagonista de acciones de carácter individual que llevaron a algunos de sus integrantes a lanzarse a una campaña de atentado contra personalidades de la política e instituciones. Unas acciones que fueron frecuentes en varios países como Francia, España, Alemania o EEUU. Sin embargo, esas acciones aisladas e individuales eran el pretexto perfecto para instruir macro causas contra las organizaciones anarquistas, la amplia mayoría de las cuales no aprobaban los métodos de acción terrorista como vías de expresión y lucha política.
            En este caso hay que matizar algunas cuestiones, como la mala interpretación que se dio a la expresión “propaganda por el hecho” o a los supuestos acuerdos adoptados en el Congreso de Londres de 1881 donde se habló de las estrategias del anarquismo internacional. En el primero de los casos la “propaganda por el hecho” no era una expresión que remitiese a la violencia terrorista. Muy alejado de esa acepción, lo que los anarquistas intentaban trasmitir a partir de ella era a través de acciones prácticas demostrar la utilidad de las ideas anarquistas. Propaganda por el hecho fueron las acciones que Errico Malatesta llevó a cabo en el Benevento, donde tomaban un pueblo, quemaban el registro de la propiedad y durante unas horas proclamaban la anarquía. Propaganda por el hecho era la implantación y desarrollo de modelos educativos alternativos a los oficiales donde instruían a la clase obrera. Modelos educativos basados en el racionalismo y el laicismo que se apartaban de la moral católica dominante en la época. La asimilación de “propaganda por el hecho” con “terrorismo” fue una concepción que no existió. Igualmente, el Congreso de Londres de 1881 se ha colocado como el inicio a nivel internacional de esa actividad terrorista. Presentado históricamente como el congreso donde se concretó la vertiente violenta del anarquismo, poniendo a su cabeza personajes como Kropotkin, Most, Malato, Malatesta, etc., lo cierto es que la inmensa mayoría de las informaciones que se trasmiten de dicho congreso son las aportadas por Ègide Spilleux, un confidente policial que actuando con el seudónimo de Serreaux, financió el periódico La Révolution Sociale y acudió a dicho congreso, para después pasar información sobre el mismo a la policía.
            A pesar de todas estas cuestiones y matizaciones, lo cierto es que una parte del anarquismo, minoritaria, optó por un enfrentamiento directo con las autoridades y el Estado, lo que conllevó acciones de renombre en muchos países. En España destaca el intento de asesinato contra el general Martínez Campos por Paulino Pallás (1893), la bomba del Liceo lanzada por Santiago Salvador (1893), la bomba contra la procesión del Corpus Christi en la calle Cambios Nuevos de Barcelona (1896) o el atentado contra el presidente del gobierno Cánovas del Castillo por el anarquista italiano Michelle Angiolillo (1897). Previamente había habido dos atentados contra Alfonso XII. Fuera de este criterio quedaría acciones como la marcha de jornaleros en Jérez, pero la reacción de las autoridades si provocó que individualidades quisieran vengarse. En Francia los atentado de Auguste Vaillant contra la cámara de diputados (1892), Emile Henry en el café Terminus en respuesta a la ejecución de Vaillant (1892), de Sante Caserio contra el presidente de la República Sadi Carnot (1894) fueron los más destacados. A ellos se suma el asesinato de la Emperatriz Sisi en Ginebra por Luigi Lucheni (1898), el del rey de Italia Humberto I por Gaetano Bresci (1900) o el del presidente de EEUU William McKinley por Leon Czsolgozs (1901). Hubo más actos, explosiones de dinamita y acciones que se extendió hasta inicios del siglo XX.
            Esto hizo que muchos países adoptaran leyes, no contra el terrorismo, sino contra el anarquismo, que permitió una represión institucionalizada al movimiento, a pesar de que la  inmensa mayoría del mismo optaba por las formaciones obreras y no era partidario de las acciones individuales de carácter terrorista. El antecedente más inmediato fueron las leyes antisocialistas en Alemania, aprobadas entre 1878 y 1881.
            Uno de esos primeros países fue Francia con sus “lois scélérates” o “leyes perversas” (el nombre se debe a Emile Pouget y León Blum). Fueron una serie de leyes aprobadas entre 1893 y 1894 que tenía como objetivo proscribir al anarquismo. Leyes que fueron realizadas bajo la égida de los atentados cometidos en esa época en el país galo. Tras el atentado de Auguste Vaillant contra el parlamento francés, se aprobó la primera ley perversa, que consistía en detención y prisión preventiva contra todos aquellos que provocaran indirectamente o hiciesen apología del anarquismo. Una ley que cercenaba las libertades públicas en la III República francesa. Tres días después se volvió a presentar otra ley por la cual la pertenencia a organizaciones anarquistas (aunque hablaba de asociaciones de malhechores) podría ser considerada delito, incentivando las delaciones para poder interceptar la propaganda anarquista. Esta ley afectaba no solo a aquellos que cometían acciones sino a su entorno. La última ley se aprobó en julio de 1894 y afectaba directamente al anarquismo al prohibir todo tipo de propaganda y clausurar sus centros y órganos de expresión.
            Leyes de excepción que contó con la oposición del anarquismo pero también de algunos socialistas como Jean Jaurès que denunció el recorte de libertades y acusaba de provocaciones policiales para actuar contra el anarquismo. La reacción de Jaurès se produjo al descubrir a agentes provocadores entre los mineros de Carmaux, que habían inaugurado una oleada de huelgas. Años después, León Blum también criticó estas medidas desde La Revue Blanche, que actuaban contra el anarquismo de forma impune.
            Lo curioso de las leyes perversas es que hicieron reconducir al anarquismo y el sindicalismo revolucionario ganó terreno organizativo frente a las acciones de carácter individual. Además, como dato curioso, estas leyes estuvieron vigentes en Francia hasta 1992, en la que la ley antianarquista de 1894 fue derogada.
            Estas leyes francesas tuvieron reflejo en otros lugares. En España, a raíz de la serie de atentados que se produjeron a finales del siglo XIX, también se creo una legislación especial contra el anarquismo, que acabó con parte del tejido asociativo ácrata y con algunos libertarios ejecutados. Atentado como el de Cambios Nuevos en 1896 y el oscurantismo alrededor de los verdaderos autores del mismo, hizo que a nivel internacional se produjeran movilizaciones y acciones de protesta contra las autoridades españolas. Estas leyes de excepción antianarquistas en España se fueron manteniendo durante mucho tiempo, lo que indica que sus organizaciones fueran proscritas en más de una ocasión incluso en momentos de libertades democráticas.
            También EEUU promovió leyes antianarquistas tras el asesinato de McKinley, que se fueron perfeccionando contra el movimiento obrero y contra la inmigración (la inmigración fue sinónimo de llegada de anarquistas) a raíz del triunfo de la Revolución rusa en 1917. Sin este tipo de leyes o de esa atmósfera antianarquista y anti movimiento obrero no se entiende casos como el de Sacco y Vanzetti.
            Se llegó a celebrar, incluso, en 1898 una Conferencia Internacional Antianarquista en Roma, donde se analizaba el fenómeno y las medidas para detenerlo. Es el momento también del desarrollo de las teorías de Lombroso, donde se intentaba categorizar de forma física y psicológica como era un anarquista. Los resultados fueron monstruosos. Unas acciones que venían a ocultar una realidad de situación extrema de la clase trabajadora y la nula acción por parte del Estado para remediar esas situaciones. La mano dura se impuso frente a la protesta y el chivo expiatorio del terrorismo (palabra apenas utilizada en la época) se convirtió en baluarte.
            A pesar de la minoría que representaba la rama violenta en el anarquismo, este tipo de leyes servía para crear un clima hostil a las sociedades obreras de carácter libertario, que provocó una dura represión contra todos los que defendían dichas ideas, pero también para generar una leyenda negra sobre el anarquismo que aun hoy se mantiene en un buen número de obras de historia.

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