Rescato este artículo de mi amigo y compañero Carles Sanz. Un hecho curioso y una historia desconocida sobre Antonio Guadí y la Sagrada Familia. Un artículo que ha sido publicado en el último número de periódico Solidaridad Obrera (Número 357 del 29 de enero de 2014)
Gaudí
es actualmente un producto de consumo de millones de turistas en la
ciudad de Barcelona. La venta de una ciudad, la denominada por sus
promotores-comerciales “marca
Barcelona”,
sólo tiene importancia en tanto resulte rentable económicamente,
eso sí, a corto plazo.
El
movimiento artístico Modernismo, Art Nouveau en el resto de Europa,
de finales del siglo XIX, supuso una ruptura con las formas
académicas de la época y abarcó diferentes ámbitos: arquitectura,
escultura, pintura, literatura, música, etc., inspirados en las
ideas estéticas de Willian Morris que proponía
democratizar la belleza o socializar el arte, en el sentido de que
hasta los objetos más cotidianos tuvieran valor estético y fueran
accesibles a toda la población. Fue un movimiento artístico de
signo burgués olvidado durante el franquismo. En Barcelona en estos
últimos años ha pasado a ser consumo de masas donde lo más
importante es hacerse la foto delante de la casa Batlló, Milà, la
escalinata del Parc Güell, ahora también de pago aunque sea un
parque público, o delante de las famosísimas torres de la Sagrada
Familia.
Antoni
Gaudí fue primero catalogado de loco en su época, luego de genio,
posteriormente de divino y actualmente está siendo elevado a los
altares, ya en proceso de beatificación por parte del Vaticano. En
estos momentos podemos encontrar “estampas” con el título de
“Gaudí
el arquitecto de Dios”.
Un generoso y exhuberante folleto en papel satinado y a todo color,
editado por “Barcelona Turisme” (Ayuntamiento y Cámara de
Comercio), se regala a los turistas que llegan a la ciudad con el
título de “Barcelona:
Gaudí is waiting for you”.
Sobran las palabras.
Todo
este prolegómeno es para constatar lo que todos sabemos, nos gusta
nuestra ciudad pero no precisamente la que nos han montado única y
esclusivamente para el turismo y de espaldas a sus habitantes. Sólo
hay sitio para el consumo, los servicios brillan por su asusencia en
la mayoria de lugares. Un lema sobresale por encima de todos:
“Barcelona
la botiga més gran del món”.
Ale, a consumir.
Hablar
del arquitecto Antoni Gaudí no es cosa baladí, personalmente admiro
algunas de sus obras desde el punto de vista artístico, no tanto
como modernismo sino por la propia obra gaudiniana inspirada en la
naturaleza y con formas geométricas que desafian las líneas rectas.
Por ejemplo la casa Batlló, me parece un poema de cristales
multicolores y cerámicas rotas o bien la casa Milà, un mundo
fantástico de salidas de escaleras y chimeneas que no parecen de
este planeta. Juan Marsé y yo mismo, hemos disfrutado de jóvenes de
la simbología de un parque Güell prácticamente vacio. ¿Me
pregunto que arquitecto ha hecho desde entonces obras tan
imaginativas?
Pero
estas apreciaciones han variado con el tiempo. Actualmente Gaudí
está siendo más valorado por su vertiente espiritual y religiosa
que por la artística. Su profunda religiosidad, sobretodo en los
últimos años de su vida, ha arrastrado a historiadores e
investigadores de su obra hacia un análisis de la arquitectura
gaudiniana rallando únicamente lo mistico. La Sagrada Familia es su
estandarte.
Retrocedamos
en el tiempo. Gaudí se trasladó a vivir a Barcelona desde su ciudad
natal, Reus, en 1869 para iniciar estudios de arquitectura. En esos
primeros años en la ciudad condal trabó relación con el movimiento
obrero. Así, desde 1873, colaboró con la cooperativa La Obrera
Mataronesa, que fue la primera fábrica de propiedad obrera en
España, aunque fracasó años después. De Gaudí sólo ha quedado
una sala de blanqueo con arcos catenáreos y un pabellón de
servicios, pero su relación con la cooperativa no fue únicamente
profesional sino también romántica. En efecto, Gaudí estuvo
enamorado de la maestra de la escuela Pepita Moreu, un idilio que no
llegó a noviazgo; parece ser porque tardó en decidirse en la
solicitud.
Todas
las relaciones de Gaudí con los anarquistas han sido prácticamente
borradas de su biografia. Por ejemplo, su relación con Salvador
Pagés, gerente de la cooperativa mataronense e impulsor de la línea
cooperativista de la AIT, fue muy intensa, hasta el punto de que le
construyó su propia casa. Gaudí había leido libros sobre los
problemas de la clase trabajadora, así en 1878 redactó un proyecto
para viviendas pareadas para obreros, de las que sólo se
construyeron dos. Desgraciadamente no queda ninguna en pie, aunque
por el proyecto sabemos que eran casitas de planta baja muy sencillas
pero interesantes por la novedad que representaba mejorar las
condiciones higiénicas de la clase trabajadora.
Otro
aspecto desconocido de Gaudí y que dio lugar a nuevos contactos con
anarquistas fue su afiliación a la Associació Catalanista
d’Excursions Científicas. En efecto, Gaudi, un estudioso del
paisaje, en 1879 se afilió a esta entidad y también a la Associació
d’Excursions Catalana, donde ocupó puestos directivos en la
primera y cuyo fundador y presidente era el anarquista Eudald
Canivell, tipógrafo y posteriormente bibliotecario de la Biblioteca
Arús. Según Eduardo Rojo, Gaudí tuvo influencias de Eliseo Reclús,
geografo anarquista “que gozó de gran ascendencia entre los
primeros excursionistas y anarquistas catalanes”.
En
1883 cuando Gaudí asumió la dirección de las obras del templo de
la Sagrada Familia sólo contaba con 31 años. Un arquitecto joven
para la magnitud de la obra encomendada, pero como indica Joan
Bassegoda, quizá la persona que más conoce al arquitecto, el reto
le incentivó de tal manera que “renació el arquitecto medieval
constructor de catedrales”. Dedicó 43 años de su vida a una sola
obra, los últimos diez en dedicación exclusiva. Parece ser que el
concepto general del templo siempre lo había tenido en su cabeza,
según dejó expuesto en 1891.
Gaudí
intentaba crear un templo que fuera un símbolo, una obra de arte y
que reflejara la época que vivia. Fue su obra magna y como el mismo
dejó escrito: “única y principal razón del templo es ser casa de
Dios, y por lo mismo de oración y recogimiento. Sin embargo, el
arte... podrá encontrar también lugar en él y su entorno”. Es
decir, unir espiritualidad y arte. ¿Pero cómo era la sociedad a
finales del siglo XIX?, pues realmente muy injusta y en donde la
mayoria de la población vivía en condiciones infrahumanas. Eso
bien lo sabía Gaudí, y Barcelona, para su desgracia, era una de las
ciudades con más focos de resistencia anarquista en lucha contra las
injusticias, algunos de ellos bien conocidos del arquitecto.
Los
anarquistas terriblemente represaliados se defendían de la violencia
estatal y de los poderes fácticos como buenamente podían. El
anarquismo individualista recorría toda Europa. Así, el 24 de
noviembre de 1893 Paulino Pallás lanzó una bomba contra el general
Martínez Campos, en la Gran Via de Barcelona, aunque sin demasiado
éxito. Pallás fue ejecutado y para vengar su muerte otro
anarquista, Santiago Salvador, lanzó dos bombas en la platea del
teatro Liceo. Fallecieron 22 personas y hubo más de 35 heridos. La
burguesía catalana quedó tocada, quizá en su local más
representativo como clase social. A partir de entonces la ciudad
empezó a ser conocida como “la ciudad de las bombas”.
Las
bombas lanzadas, denominadas Orsini, eran artefactos esféricos que
en lugar de activarse mediante espoleta o reloj, lo hacian por
contacto mediante unos resaltes llenos de fulminato de mercurio. La
bomba lleva el apellido de quién la inventó en 1857, Felice Orsini,
un revolucionario italiano que lanzó tres de ellas en 1858 contra la
carroza imperial de Napoleón III, atentando fallido pero que mató a
8 personas y dejó heridas a unas 150.
Las
sociedad burguesa catalana, propietaria de los medios de
comunicación, lanzó entonces una campaña para que se identificará
a los anarquistas como terroristas. Sabiendo que el anarquismo
representaba un peligro para su estatus, desde entonces no han cejado
en el empeño por tal de confundir a la sociedad para que las
palabras violencia y anarquismo aparezcan siempre juntas.
Antoni
Gaudí, que había conocido bien a algunos anarquistas, interpretó
los hechos desde su religiosidad como obra del diablo. Dos años
después del atentado del Liceo Gaudí esculpió, en el pórtico de
la Virgen del Rosario, en la fachada del Nacimiento de la Sagrada
Familia, una escultura artística haciendo un paralelismo entre los
anarquistas y el mal.
La
escultura lleva por título “La tentación del hombre” y
simboliza a un obrero anarquista recibiendo una bomba orsini a través
de la garra de un ser diabólico y maquiavélico. Para Gaudí los
anarquistas no son culpables de esa violencia sino producto de la
maldad del diablo. Ya sabemos que las armas las carga el diablo.
Asimismo y junto a esta escultura Gaudí también reflejó el tema de
la prostitución, otro de los males de la sociedad según sus
creencias. La escultura representa la tentación con una bolsa de
dinero que alguién entrega a una mujer.
Bien,
seguramente para Gaudí era una manera de representar la parte oscura
del alma humana. Ni el templo ni los rezos en más de un siglo han
solucionado el enfrentamiento de clases ni tan siquiera la crueldad
de una burguesía que sigue explotando a la clase trabajadora como
entonces. El templo se construyó y sigue contruyéndose para redimir
los pecados del hombre. Parece ser que para el Dios al que adoran, ni
templos, ni rezos, ni limosnas son suficientes.
Bassegoda
Nonell, Juan. Gaudí
la arquitectura del espíritu,
Salvat Editores, Barcelona, 2001. Libro serio, sin alardes y
riguroso, escrito por quien lleva la Catedra Gaudi de Aquitectura.
Recomendable.
Rojo
Albarrán, Eduardo. Antonio
Gaudí, ese desconocido: el park Güell.
Los Libros de la Frontera, Barcelona, 1987. Una visión diferente de
Gaudí con aspectos desconocidos del arquitecto. El prólogo a cargo
del estimado Miguel Izard.
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