La editorial Queimada ha reeditado el libro El error militar de las izquierdas de Abraham Guillén. Un texto de enorme interés donde se analiza los posibles errores en el ámbito militar de la República durante la Guerra Civil y las posibilidades que se habría tenido de que las armas hubiesen sido favorables a la causa republicana. Un gran acierto el haber reeditado dicha obra.
Cuelgo aquí el prólogo a esta nueva edición que amablemente me encargo la editorial.
La Guerra Civil española
significó una prueba de fuego para el movimiento obrero español. La poderosa
organización que los organismos obreros habían alcanzado en España es una de
las razones por la cual las fuerzas conservadoras, derechistas y reaccionarias
de la sociedad se levantan en armas contra la República española en julio de
1936. El movimiento que había surgido en Asturias en octubre de 1934 había
demostrado la capacidad organizativa del movimiento obrero (recordemos que
Oviedo se declaro en República socialista y en Gijón se proclamó el comunismo
libertario). Eso demostró a los defensores del viejo orden que sus estructuras
podían caer. Por ello el general Mola tenía muy claro que la única manera de
descabezar a ese movimiento obrero era imponiendo el terror contra sus partidos
y sindicatos.
La
larga trayectoria del movimiento obrero español había llegado a uno de sus
momentos dulces en ese verano de 1936. Desde hacía décadas (1868 es el año de la
llegada de Fanelli a España y la creación de la Federación Regional Española)
el obrerismo español había analizado la sociedad y había presentado a los
enemigos seculares de los trabajadores y los intereses que les movían contra la
clase obrera.
Uno
de esos enemigos fue el Ejército y el militarismo. Las impopulares guerra en la
que los distintos gobiernos de España habían entrado y por las cuales era la
sangre de los trabajadores las que se derramaba, hizo que los organismos
obreros, sobre todo anarquistas, considerara a la casta militar como un enemigo
a batir. La Guerra de Cuba de 1898 o las distintas guerra en el norte de África
son un ejemplo de ello. Las clases burguesas no acudían a la guerra al pagar
cantidades importantes de dinero que hacía que sus hijos nunca fuesen a los
lugares de conflicto. Por el contrario los trabajadores no tenían esos recursos
económicos y sus hijos eran enrolados a la fuerza y llevados a unas guerras con
unas posibilidades de supervivencia muy reducidas. Mientras tanto esas mismas
familias burguesas pedían que el gobierno entrara en guerra pues sus negocios
se beneficiaban del conflicto. Unos negocios donde las condiciones de vida de
los trabajadores eran realmente duras.
Sin
embargo la lectura de la guerra y del Ejército era diferente para socialistas
que para anarquistas. Mientras los primeros, aun oponiéndose a la guerra,
consideraban injusto que solo fuesen los hijos de los trabajadores, lanzando
campañas como “¡O todos, o ninguno!”,
el anarquismo ponían en tela de juicio la propia existencia del Ejército y de
la casta militar que lo encabezaba:
“Otra calamidad nuevecita es la del
militarismo. Esta improductiva gentuza, arrogantes y briosos, como matones
entre miedosos, han tomado la alternativa, como diría un revistero taurino, y
se han metido a primeros espadas liándose a cintazaros con los periodistas
burgueses por el quítame allá esas pajas de creerse ofendidos en su dignidad de
zánganos y en su clase de asesinos legales (…).
Y tras los palos, la ley militar, por sí y
ante sí, haciendo mangas y capirotes de la libertad de estos buenos ciudadanos
periodistas que con sus bombos al ejército contribuyeron a elevarlos hasta la
cúspide de la soberbia del matón por excelencia.”[1]
Aun
así los anarquistas sabían marcar y analizar los que sucedía en el seno de ese
ejército. Dentro del pragmatismo que siempre caracterizó los análisis
libertarios, el que fuese un ejército de leva donde estaban la mayoría de los
trabajadores, consideraban lo siguiente:
“No rechazamos el ejército; no a esas masas
de hijos del trabajo hacinado sen los cuarteles; rechazamos – porque para nada
nos sirve – a la aristocracia del ejército, a ese elemento autocrático y
dominador que hace del soldado una máquina de sus caprichos.
Los soldados son hijos del pueblo, los
soldados no son responsables de la desmoralización que en ellos introducen
asquerosas Ordenanzas, impuestas por esa semilla que tratamos que desaparezca.”[2].
Esta
idea de la composición de obreros en el Ejército, le llevó al anarquismo a sacar
incluso órganos de expresión para introducir en los propios cuarteles y llevar
la voz del anarquismo a los soldados que lo conformaban. Periódico como el Soldado del Pueblo, editado en Madrid y
que desde muy temprano aparece en la documentación de la FAI madrileña, es un
ejemplo de ello, ya en el periodo republicano.
Pero
igualmente a los anarquistas no se les pasaba por alto la existencia de
elementos más liberales y avanzados en el propio ejército, con lo que en
algunos momento de la historia llegaron a tener contacto y desarrollar
movimiento insurreccionales en conjunto. La simpatías que militares
republicanos como Nicolás Estévanez tenían hacia el anarquismo, la
participación de los libertarios en conspiraciones con militares durante la
dictadura de Primo de Rivera o las grandes simpatías que Fermín Galán, mártir
de Jaca, mostraba hacía el anarquismo, son ejemplo de ello[3].
Y
cuando estalla la Guerra Civil los anarquistas se encuentran ante una tesitura
muy complicada. Frente a un ejército sublevado hay que oponer una resistencia.
Y esa resistencia la representó las Milicias populares que aplastan el golpe. Y
a medida que avanza la guerra, desde las páginas de los periódicos anarquistas
así como en el seno de las propias organizaciones se pide el Mando Único.
Cuando los libertarios aceptan la militarización, lo hacen con una idea muy
clara: van a ser soldados de la República, pero nunca bajo el mando de un
partido concreto. Critican de esta manera la actividad que los comunistas están
desarrollando y la idea de implantación de un modelo militar parecido al Quinto
Regimiento. Así justifica la decisión de la militarización Cipriano Mera:
“Val, el comandante Palacios y yo nos
presentamos en el Estado Mayor de la Defensa de Madrid. El general Miaja nos recibió
nada más llegar y se apresuró a felicitarnos por la defensa que había hecho
nuestras fuerzas en la Cuesta de las Perdices. Hizo al mismo tiempo un gran
elogio del comandante Palacios.
Contesté
a Miaja que no veníamos a buscar felicitaciones. Que su presencia ante él
obedecía a mi decisión de aceptar la militarización y de ponerme a sus órdenes:
-
Mi general, sé
perfectamente que no poseo los conocimientos necesarios en la orden militar y
soy incapaz para mandar una gran unidad. Pero visto el fracaso de las Milicias,
si puedo ayudar a militarizarlas, cosa que estimo de urgente necesidad. Póngame
de sargento, de cabo o de simple soldado, me es igual, ya que mi único interés
consiste en ser más útil de lo que he sido hasta ahora. Aquí estoy para lo que
mande.
-
Muy bien, Mera –
se apresuró a decir el teniente coronel Rojo, que estaba presente –: ese es el
único camino que nos permitirá ganar la guerra.
-
Aunque algo
tarde, Mera – dijo entonces el general Miaja –, lo importante es que hayas
comprendido esa necesidad. Todavía es tiempo de enderezar la situación. Lo que
hace falta es que en lo sucesivo antepongas los intereses de la guerra a todos
los demás. No tiene que haber intereses personales, ni siquiera de organización
o partido, frente a los supremos de ganar la guerra.
-
Así lo entiendo
yo ahora – respondí –, después de haber aceptado la militarización y decidirme
a ser yo en lo sucesivo un militar más. Desde hoy quedo a las órdenes
exclusivas del gobierno de la República y de sus mandos militares superiores.
Este paso que doy me ha costado muchas horas de reflexión e incluso hubo
momento en que, aunque no lo crean, las lágrimas me han saltado de los ojos
solo al pensar que las profundas convicciones que anidaron siempre en mi de una
radical transformación social, quedarían en gran parte abandonadas al aceptar
la militarización. Pero el sacrificio de los que han caído en la lucha no ha de
ser en vano. Además, cabe esperar que cuando ganemos la guerra habrá una
República distinta a la que conocimos hasta ahora, una República que tenga
mucho más en cuenta los intereses de los trabajadores.”[4]
Lo
que sorprende del movimiento libertario es la capacidad que tuvo de adaptarse a
la nueva estructura militar y a al modelo de hacer una guerra. Siendo como
había sido el anarquismo un movimiento de carácter antimilitarista sorprendió
la capacidad militar de muchos de sus militantes. Los casos de Cipriano Mera
(antes citado), Miguel González Inestal, Ricardo Sanz, García Vivancos, etc.,
son paradigmáticos de obreros convertidos en militares con grandes dotes para
ello.
¿A
que se debió este aspecto? En primer lugar muchos libertarios habían vivido la
guerra muy de cerca en las campañas que los distintos gobiernos de la monarquía
borbónica habían conducido al país en Marruecos. Esto les había dado
conocimiento de que era una guerra. Por otra parte, en la biblioteca de los
sindicatos obreros, existían numerosos libros de estrategia militar. Los
militantes anarquistas, en su deseo de cultivarse y formarse, querían conocer
las armas de sus enemigos para poder combatirlos con conocimientos.
Abraham
Guillén (Corduente, Guadalajara, 1913-Madrid, 1993) no solo fue para el
movimiento libertario uno de los máximos conocedores de las teorías económicas
del mismo. Guillén se convierte en uno de los mejores conocedores de la
estrategia militar y guerrillera. Su experiencia durante la Guerra Civil y la
que le dio el exilio en la participación en guerrillas en Uruguay, le convierte
en uno de los pocos anarquistas autorizados para hablar de la estrategia
militar. En El error militar de la
izquierdas, Guillén hace un repaso a lo que fue la organización y
estrategia militar del Ejército Popular de la República. Para Guillén la
República podría haber ganado la guerra, pero partió del error de combatir a un
ejército profesional con otro, abandonando la táctica guerrillera como elemento
fundamental para derrotar al Ejército regular enemigo.
Pero
lejos de la idea usual que se pueda dar del anarquismo (estableciendo lugares
comunes) que nieguen la existencia de un Ejército en la guerra, Guillén
establece que para haber ganado la Guerra Civil no era suficiente solo un
ejército regular. Éste era necesario para combatir en campo abierto al enemigo.
Pero a él se tenían que unir unidades de Milicias Populares regionales, para
dar cobertura a ese ejército profesional, y sobre todo unidades de guerrillas
locales que actuasen en la retaguardia del enemigo para destruir sus
infraestructuras.
Guillén
analiza batalla a batalla y deja claro que la defensa de Madrid fue lo más
cercano a ese modelo de guerrilla. Y por eso Madrid resistió tres años. Sin
embargo cuando el Ejército Popular establecía estrategias de choque frontal en
campo abierto, las derrotas fueron cayendo sobre la República. Una estrategia,
según Guillén, establecidas por los militares profesionales y por los
comunistas que se tornó en fracaso absoluto. Ni siquiera la Batalla de
Guadalajara es para Guillén un ejemplo de victoria, pues las bajas fueron casi
iguales y después se renunció a unidades motorizadas que hubiesen supuesto
ganar terreno al enemigo.
Esta
obra se puede completar con artículos que el propio Abraham Guillén escribió
durante la Guerra Civil. En el periódico CNT
tuvo algunas colaboraciones hablando de estrategia militar. Destacaríamos, por
ejemplo, su artículo “La organización de
retaguardia y la coordinación de mandos militares”[5], donde ya presenta
dotes para la estrategia militar. Y es que para Abraham Guillén la dirección de
la guerra esta íntimamente ligada al desarrollo político y social de la misma.
Tenemos
que felicitar a la editorial Queimada que haya vuelto a editar esta obra, que
no se conocía en España desde 1980. Bajo el nuevo título de El error político militar de la República.
La pérdida de la Guerra Civil, 1936-1939, se reedita una obra necesaria e
importante a la par que olvidada por la amplia literatura sobre el conflicto
civil español. Gracias a los esfuerzo de Joaquín y José Antonio (que son
quienes llevan esta editorial) hoy podemos volver a disfrutar de este gran
clásico, de este análisis militar desde la pluma de un anarquista.
Julián Vadillo Muñoz
Octubre de 2012
[1] El Despertar. 20 de abril de 1895
[2] El Corsario. 21 de mayo de 1893
[3] Ver
Fermín Galán. Nueva creación. La política
ya no es solo arte sino ciencia, Rafael Caro Reggio, Madrid, 1931
[4]
Cipriano Mera. Guerra, exilio y cárcel de
un anarcosindicalista, LaMalatesta y otros, Madrid, 2006. Pág. 165-166.
[5] CNT. 20 de octubre de 1936
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