Cuelgo aquí el artículo que hace unos días publiqué en la edición digital del periódico Diagonal. Un ejemplo de como el actual sistema democrático está sustentado sobre la dictadura y los cadáveres de los luchadores por la libertad que todavía hoy están en las cunetas de España.
“El presupuesto ético-político de la democracia, de aquella
democracia a la que aspiramos, que por ser auténtica no mira hacia atrás, sino
que, fervientemente, quiere superar y trascender las divisiones que nos
separaron y enfrentaron en el pasado.” Con esta frase definía la Ley de
Amnistía Rafael Arias Salgado, portavoz del gobierno de UCD de Adolfo Suarez.
La Ley de Amnistía fue aprobada el 15 de octubre de 1977 por las primeras
cortes democráticas tras la muerte de Franco.
Pero tras esa Ley y tras esas palabras de Arias Salgado, se
esconde todo un componente que marcará el devenir del nuevo régimen, que viene
de la ilegitimidad del anterior y no de una ruptura con él.
La Ley de Amnistía exoneraba de todos los crímenes cometidos
en España con anterioridad al 15 de diciembre de 1936 y hasta el 15 de junio de
1977. Todos los crímenes cometidos en ese tiempo quedaban amnistiados y los
presos políticos quedaban en libertad. No todos, porque aquellos que no
aceptaron el modelo siguieron en la cárcel, al tipificar la ley que todos los
actos cometidos con anterioridad al 15 de octubre de 1977 que fuesen
constitutivos de delitos lesivos no serían amnistiados. Era un párrafo dirigido
básicamente contra los integrantes de ETA-Militar.
Sin embargo, el exonerar cualquier crimen entre 1936 y 1977
era el gran triunfo del Franquismo para que no fuese juzgado por crímenes
contra la Humanidad. Todos los supuestos crímenes que había cometido el bando
perdedor en la Guerra habían sido juzgados por el Franquismo bajo una
legislación arbitraria que contemplaba la presunción de culpabilidad y no la de
inocencia. Los miles de consejos de guerra que durante el Franquismo se
desarrollaron eran todo un componente ilegítimo donde el reo estaba sentenciado
de antemano. Y no por crímenes sino por cuestiones ideológicas. Un modus
operandi que no varió el franquismo en sus casi 40 años de existencia. A pesar
del surgimiento del TOP (Tribunal de Orden Público) donde se siguió juzgando
las ideas, lo que el Franquismo consideraba como un atentado contra el régimen
pasaba por tribunal militar. Incluso ese TOP, que había tenido como antecedente
el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, se
convirtió con la muerte de Franco en la actual Audiencia Nacional.
La Ley de Amnistía exoneraba a los criminales que durante el
Franquismo habían actuado de tal forma. Pero por dicha Ley también se cubría en
un manto de olvido a las víctimas. No iban a poder ser reparadas. Aquellos que
entre 1936 y 1977 había sido asesinados por cuestiones políticas iban a quedar
condenados al ostracismo. Desde los miles de militantes antifascistas de
primera hora, hasta Salvador Puig Antich, los cinco fusilados en septiembre de
1975, los muertos en Vitoria en enero de 1976 o, incluso, los abogados
laboralistas de Atocha de enero de 1977.
Una Ley que, como no podía ser de otra manera, fue
alegremente recibida por los franquistas. Teniendo en cuenta que todo el
proceso de Transición fue dirigido por esas élites provenientes del Franquismo,
era evidente que iban a legislar en esa línea. Pero esta Ley contó con la
inestimable colaboración de un sector de la izquierda que recibió con algarabía
y entusiasmo un proceso que sepultaba su propia historia. Poco le importó al
PSOE y al PCE la combatividad de la sangre derramada por miles y miles de sus
militantes fusilados, encarcelados y exiliados durante los largos años de la
dictadura. Muy por el contrario prefirieron “amnistiar” los crímenes del
Franquismo frente a sus propios militantes.
La jugada no quedó solo ahí. Esa ley fue aprobada, como
hemos dicho anteriormente, por una cortes surgidas de las elecciones de junio
de 1977. Elecciones que estaban lejos de ser libres. No todas las candidaturas
políticas pudieron presentarse. Todas las opciones críticas con el proceso
iniciado no fueron legalizadas. Ni republicanos ni extrema izquierda tuvieron
hueco en esas elecciones. El parlamento lo compusieron opciones políticas,
desde la izquierda moderada hasta los nacionalistas y los sectores franquistas,
pasando por los comunistas, que iban a aprobar esa ley de punto y final.
Igualmente, sin ser constituyentes, comenzaron a redactar una constitución que
afianzaba las estructuras heredadas del Franquismo (el Jefe de Estado, la
verticalidad política y sindical, las estructuras judiciales, etc.). Ningún
funcionario franquista, fuese del cuerpo que fuese, fue depurado. Por el
contrario continuaron en sus puestos. Lo mismo el Ejército o la colaboración
eclesiástica con la dictadura. Tal como el dictador había dicho “todo quedaba
atado y bien atado”.
Cuando muchos años después esos pactos de silencio habían
caducado, las oligarquías políticas que siguen en el Gobierno se amparan en la
Ley de Amnistía de 1977 para no juzgar los crímenes del Franquismo. Incluso el
tan cacareado auto de Garzón era bloqueado por el propio juez en virtud de
dicha ley y de su propia inhibición para juzgar el Franquismo. Han pasado ya 35
años. Y de esos polvos estos lodos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario