lunes, 18 de agosto de 2014

La Gran Guerra

Comenzamos una serie dedicada a la Primera Guerra Mundial, extrayendo los artículos publicados en el periódico Diagonal en su cuadernillo especial sobre el centenario del inicio este conflicto bélico.
Este primer artículo es el dedicado al contexto general de la Gran Guerra escrito por Iván Pascual Ocaña

En el verano de 1914 Europa era un polvorín a la espera de una excusa con la que saltar por los aires y arrastrar consigo al mundo entero. Las tensiones entre los estados eran de tal magnitud, que se podría afirmar que los disparos con los que Gavrilo Princip puso fin a la vida del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la Corona Austro-Húngara, nacía el sangriento siglo XX. Fue la chispa que provocó la Primera Guerra Mundial y que prendió la llama de la revolución rusa. El conflicto que encumbró a los EEUU como la gran potencia mundial y que marcó el declive europeo y la pérdida de sus imperios coloniales. El triunfo del nacionalismo y el nacimiento del fascismo en las trincheras. Una guerra que provocó 30 millones de víctimas entre muertos y heridos, así como la destrucción de cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el otomano y el ruso, y de cuyos escombros emergerían toda una serie de nuevos conflictos. Una guerra de una capacidad destructiva inimaginable tan solo unas décadas antes.

Cuesta creer que semejante conflicto pudiera surgir de una forma casi inesperada. Y es que pocos podían imaginar que el asesinato del Archiduque pudiera desembocar en una guerra mundial. Una guerra global que se combatiría por tierra, mar y aire. Desde los campos de Flandes a las llanuras polacas y de las selvas de Tanzania a los desiertos de Arabia. Y si inesperado fue su comienzo, su finalización fue casi igual de repentina, con el desmoronamiento por agotamiento de las potencias centrales.

Grandes eran las tensiones que corroían Europa. La rivalidad germano-francesa y el deseo de ésta de vengar la derrota de 1870. Las ansias expansionistas alemanas y su conversión en una potencia mundial, lo que era visto con temor por sus vecinos. El conflicto balcánico, donde tres grandes imperios se disputaban la influencia: el austro-húngaro, el ruso y el otomano. El deseo de Serbia de unir bajo su égida a los eslavos del sur, lo que entraba en colisión directa con Austria. La competencia colonial en África y Asia, continentes sometidos casi en su totalidad al dominio europeo. Un nacionalismo agresivo que infectaba a todos y cada uno de los estados europeos. Todo ello había ido provocando la formación de dos grandes bloques de poder. De un lado la Triple Alianza, formada por el imperio Austro-Húngaro, el Reich alemán e Italia. Del otro lado la Triple Entente, formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña, potencias hasta hacía poco rivales, unidas ahora ante la amenaza alemana. Este sistema en teoría garantizaba la paz en Europa, ya que entrar en conflicto con una de ellas, comportaba el riesgo de entrar en guerra con todas las demás.

Con el asesinato del Archiduque, Austria tenía la excusa para ajustarle las cuentas a Serbia. Sin embargo había miedo a la reacción rusa. Lo que parecía tan solo un nuevo conflicto local en los Balcanes dio un peligroso giro cuando Austria consiguió el apoyo incondicional del Kaiser alemán para una intervención contra Serbia. El peligroso juego de las alianzas se había puesto en marcha. A partir de ese momento todo se precipitó. Ultimátum de Viena a Belgrado, solicitud de ayuda de Serbia a Rusia. ¿La respuesta del Zar?: movilización general. A partir de ahí se entró en el punto de no retorno. Uno tras otro los estados europeos se fueron declarando la guerra. Para el 5 de agosto, la Triple Entente estaba en guerra con la Triple Alianza (con la excepción de Italia, que lo haría del lado aliado en 1915). Las masas, deslumbradas por el nacionalismo, se lanzaron entusiasmadas a una guerra que se preveía de corta duración.

Al iniciarse el conflicto, la situación de las potencias centrales era peor que la de los aliados. Escasas de materias primas y prácticamente rodeadas, su única salvación consistía en derrotar rápidamente a alguno de sus rivales y así romper el cerco. La elegida para recibir el primer golpe fue Francia, mediante un ataque relámpago a través de la neutral Bélgica. La jugada sin embargo salió mal. No solo no se derrotó a Francia, sino que además se ganaron al peor de los enemigos posibles: el Imperio Británico, con acceso prácticamente ilimitado a los recursos naturales y dotado con la marina más poderosa del mundo, con la que puso rápidamente en marcha un bloqueo marítimo con que ahogarlas económicamente. Con la entrada de los turcos en la guerra del lado de las potencias centrales, su situación estratégica mejoró ligeramente, pero esto no podía ocultar el hecho de que a pesar de que se contara con un nuevo aliado y a pesar de que se hubieran infligido dolorosas derrotas a rusos y franceses, la victoria en una guerra de desgaste era imposible. Por ello las potencias centrales tratarán de romper el dogal que se cernía sobre ellas, causando catastróficas derrotas a rusos y franceses, para forzarlas a firmar la paz. También minaron el dominio británico sobre su imperio, fomentando rebeliones internas (como la Yihad en los dominios musulmanes o el apoyo al movimiento independentista irlandés), además de tratar de ahogarla económicamente mediante la guerra submarina indiscriminada. Solo a principios de 1918 consiguieron romper el cerco mediante la firma del tratado de Brest-Litovsk con la Rusia soviética, nacida de la revolución de octubre. Pero la victoria en el este llegaba demasiado tarde, los imperios centrales estaban exhaustos y con claros síntomas de derrumbe. Además, la guerra submarina no solo no había conseguido asfixiar a Gran Bretaña, sino que había provocado la entrada en la guerra de otro enemigo aún más poderoso: los EEUU.


En cuanto a las estrategias aliadas durante la guerra, oscilaron entre la inglesa, más proclive a practicar una guerra de desgaste que provocara el colapso de Alemania, y la francesa y la rusa, mucho más agresiva y partidaria de encontrar una solución militar. La postura británica era comprensible, ya que se sentía segura gracias a su insularidad y al poder que le otorgaba poseer la mayor marina del mundo, que le permitía un acceso casi total a los recursos de su vasto imperio. Rusos y franceses por el contrario habían visto como el enemigo ocupaba amplias zonas de su territorio y veían amenazada su existencia, de ahí su mayor deseo de encontrar una solución militar. En la práctica se alternaron ambas posturas. Por un lado se fue minando la capacidad de resistencia alemana mediante el bloqueo económico. Y por otro se la sometió a continuos ataques con los que minar su capacidad militar: Batalla de Tannenberg, Yprès, Somme, Cambrai...
Rusia, corroída por sus continuos fracasos en el frente, se derrumbó, aupándose al poder los comunistas, los cuales se apresuraron a salir de la guerra. Con ese acto las potencias centrales rompieron por fin el cerco. Pero ya era demasiado tarde. Gracias al tremendo potencial americano la situación aliada seguía siendo muchísimo más favorable. Poco a poco fueron obligando a retroceder a los alemanes. Al final, unas potencias centrales agotadas y exhaustas, desmoralizadas y con el miedo siempre latente a la revolución, fueron solicitando una tras otra el armisticio, el cual se firmaría finalmente con Alemania el 11 de noviembre de 1918. La guerra más mortífera de la historia había terminado.


Este no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años”. Mariscal Ferdinand Foch.

Con estas palabras profetizaba el Mariscal la Segunda Guerra Mundial. En Versalles Alemania firmaba su sumisión económica y política. Millones de alemanes, y entre ellos un joven cabo austríaco, lo vieron como una afrenta y la prueba de que el mundo entero estaba en contra suya. Al fin y al cabo no habían sufrido grandes derrotas, los aliados no habían entrado en suelo patrio y en el este se había ganado la guerra. ¿Por qué entonces semejante trato? Muchas fueron las voces que se opusieron, pero al final no pudieron hacerse valer. El nacionalsocialismo, nacido en el fango de las trincheras, encontraría en un breve plazo, oídos bien dispuestos para su semilla de odio y revanchismo.

A partir de diciembre de 1918 los soldados empezaron a regresar a sus hogares, y entre ellos, hombres que el mundo no conocía aun: Rommel, Paulus, De Gaulle, Mussolini, Goering... y el más insignificante de ellos: Adolf Hitler. En poco tiempo el mundo empezaría a oir hablar de ellos.

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