Hace 65 años tembló la ciudad de
Alcalá de Henares. Cuando a las 21:45 horas de aquel 6 de septiembre de 1947
explotó los polvorines Gurugú A y B, muchas cosas pasaron por la cabeza de los
alcalaínos. Quizá el recuerdo de una reciente guerra y de una durísima
represión que atizó a la población de Alcalá. Quizá que una maldición caía
sobre la ciudad y que iba de desgracia en desgracia. Ese año el río Henares se
había desbordado. También explotaba el polvorín.
Con
las primeras pesquisas militares estaba claro que había sido un terrible
accidente. Las malas condiciones de las instalaciones, grupos electrógenos
averiados, material en mal estado que se había destruido los días previos, etc.
Nada nuevo para un país que había tenido otros casos como en Peñaranda de
Bracamonte (Salamanca) en 1939, Cerro el Águila (Sevilla) en 1941, Ferrol en
1943 o el más cercano de Cádiz en agosto de ese 1947. Tampoco fue el último.
Sucedió en Tarancón en 1949 o en Pinar de Antequera (Valladolid) en 1950.
Desastres militares de un Ejército que se autodenominaba de la Victoria pero
que tenía enormes carencias. Una negligencia que se cobró un total de 24
víctimas.
Sin
embargo algo fue distinto en Alcalá de Henares. Lejos de considerarse un
accidente, tal como ocurrió, se consideró un atentado político. Una acción de
integrantes del Partido Comunista y de la JSU en la ciudad. Y se aprovechó la
circunstancia para reprimir las estructuras clandestinas que estas organizaciones
tenían en la ciudad. Los militares rebeldes que se habían levantado en armas
contra la República en julio de 1936 tenían una cuenta pendiente con Alcalá.
Con “Alcalá la roja”, como la denominaban. Contra una ciudad que había
desarrollado importantes estructuras del obrerismo, que alcanzó grados de
desarrollo durante la República y la Guerra y que fueron derrotadas. Alcalá era
una ciudad progresista, había sido leal a la República. Ahora le tocaba la
represión. En las tapias del cementerio de Alcalá se ejecutó a casi 300
personas. En 1946 las estructuras clandestinas de la CNT habían sido
desarticuladas. En 1947 se aprovechó la explosión del polvorín para acusar a
los comunistas de atentado.
Decenas
de detenciones, interrogatorios, vejaciones, torturas, etc., tuvieron que
sufrir los militantes comunistas de Alcalá, Corpa, Villalbilla y Madrid. Toda
una estructura organizativa clandestina que se diluyó como un azucarillo.
Confesiones inverosímiles, contradicciones por las torturas, etc., fueron la
tónica de aquellas detenciones. Arsenales que no existían, bombas que no
tenían, envoltorios de bocadillos convertidos en papel de explosivos, etc.
Lo
peor estaba por venir. Tras la instrucción del Rafael de las Morenas, la causa
pasa a Enrique Eymar, integrante del Tribunal Especial para la Represión de la
Masonería y el Comunismo. Por la firma de Eymar se conocen más de 1000
ejecuciones en España. Para Eymar estaba claro. Era un atentado de los
comunistas, la bestia negra del franquismo. Opinión que ni compartían los
informes periciales del Ejército, ni los datos de la Guardia Civil, ni los de
la Dirección General de Seguridad ni el Consorcio de Seguros, que se hizo cargo
de los daños (cuestión que nunca hubiesen hecho si hubiese sido un atentado)
El
Consejo de Guerra se celebró en Ocaña el 9 de julio de 1948. Era el primero de
una larga serie (hasta un total de cinco). De allí salieron ochos penas de
muerte ejecutadas el 20 de agosto de 1948. Manuel Villalobos Villamuelas,
Eugenio Parra Rubio, Rogelio García del Barrio, Pedro Martínez Magro, Benito
Calero Vázquez, Daniel Elola Gómez, Luciano Arroyo Cablanque y Félix López
Casares. Son los 8 nombres para el recuerdo. Otros penaron en cárceles durante
muchos años. Fernando Nacarino Moreno (fallecido en marzo de 2007) o Ricardo
Lidó Expósito, fallecido el pasado mes de agosto. También un recuerdo y una
mención para ellos.
Un maestro llamado Pedro Martínez Magro
Si
alguna impronta puede quedar de un acontecimiento son las vidas personas. De
todos los fusilados, algunos tenían una amplia trayectoria en el movimiento
obrero alcalaíno, como fue el caso de Daniel Elola. Pero de todas las historia
es interesante destacar la de Pedro Martínez Magro, por haber conocido
recientemente a las hijas del mismo.
Pedro
Martínez Magro nació en el guadalajareño pueblo de Jadraque el 29 de agosto de
1913. Curso los estudios de magisterio, profesión que ejerció durante la
Segunda República como maestro nacional. Su llegada a Alcalá de Henares se
produjo porque su padre, que era Guardia Civil de profesión, fue destinado a la
ciudad complutense. En Alcalá comienza a tomar contacto con las organizaciones
obreras. Cuando estalla la Guerra Civil se incorpora al Ejército Popular de la
República donde alcanza el grado de Teniente. Es capturado por los rebeldes en
Castellón y encarcelado. Aunque su causa es sobreseída y puesto en libertad, no
se libra de la depuración como maestro y jamás volvió a ejercer su verdadera
profesión.
Aunque
su militancia de izquierdas es anterior a la Guerra no ocupó cargos de
responsabilidad. Es ya en la clandestinidad cuando Pedro Martínez Magro
comienza a tener puestos en la organización clandestina. Primero en la UNE
(Unión Nacional Española) siguiendo la línea monzonista que en ese momento
defiende el PCE. La tareas eran, básicamente, repartir los órganos de prensa (Mundo Obrero y Reconquista de España), así como acciones como la que se llevó a
cabo el 7 de noviembre de 1947 (coincidiendo con el aniversario de la
Revolución Rusa y de la Defensa de Madrid) de llenar de pintadas y pasquines
republicanos la ciudad de Alcalá de Henares. Por aquel entonces Pedro Martínez
Magro es el Secretario General de la Comarcal del PCE. Igualmente organiza en
la fábrica Forjas Alcalá (su centro de trabajo) el Comité de Empresa clandestino
compuesto por Julio Perdigón Sánchez, Martín Zamarraño Pérez, Marcial López
López y Bonifacio Piquet Rosado.
Dos
días después de la explosión del polvorín Pedro Martínez Magro es detenido. Se
le acusa de ser uno de los ideólogos e inductores del atentado. Consciente de
su inocencia y la de sus compañeros, Pedro Martínez Magro entiende que lo mejor
es que el juicio al que les van a someter tenga resonancia internacional. Iba a
ser un nuevo crimen de Estado por parte del franquismo.
Gracias
a Pedro Martínez se conoce también la lucha de los presos en interior de las
cárceles y los plantes que se llevaron a cabo entre 1946 y 1947, apoyados por
la organización comunista que él mismo lideraba.
Aun
así el maestro comunista fue juzgado y condenado a muerte el 9 de julio de
1948. Y ejecutado el 20 de agosto de ese mismo año. Su mujer, Basilia Solis
Campos cayó enferma de tuberculosis y trasladada al sanatorio de Alcolea del
Pinar. Sus hijas internadas en un colegio. Vidas rotas por la represión franquista.
El
olvido sobre Pedro Martínez Magro ha continuado hasta nuestros días. Pero hoy
podemos tomar prestada la frase de Julia Conesa, una de las 13 rosas asesinada
en agosto de 1939 y decir también para Pedro Martínez Magro: “Que su nombre no
se borre de la historia”
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