jueves, 8 de abril de 2021

DOS COMUNAS EN LA MEMORIA


 Artículo publicado en el número 381 del periódico Tierra y Libertad

En este año 2021 se conmemora dos acontecimientos que marcaron un antes y un después en la historia del movimiento obrero en general y del anarquismo en particular. La historia de dos movimientos revolucionarios que cambiaron la forma entender algunos procesos políticos y sociales, que marcaron las diferencias entre revolucionarios y que iniciaban, en todas sus variables, momentos diferentes. Ambos se produjeron con 50 años de diferencia, en espacios geográficos alejados, pero compartían muchas similitudes así como sus diferencias: la Comuna de París de 1871 y la rebelión de los marinos de Kronstadt en 1921. Han pasado 150 y 100 años respectivamente de ambos acontecimientos. Sin embargo, su memoria indeleble sigue estando presente y es objeto de debate.

Cuando en París estalló la revolución

                Si algo distinguió a Francia desde el final del siglo XVIII y a lo largo del XIX fue que se presentó como un laboratorio de ideas y movimientos que eran vistos con admiración y temor por el resto del continente y del mundo. Si la Revolución Francesa iniciada en 1789 significó la puesta en práctica de gran cantidad de teorías políticas que habían mostrado su oposición al Antiguo Régimen así como la irrupción de las masas obreras en los procesos revolucionarios también fueron derrotadas por la fuerza de las armas por diversas circunstancias. El poso dejado por aquellos revolucionarios no fue desechado por sus defensores en el siglo XIX. Si en 1830 Francia conquistó sus derechos liberales en 1848 hizo lo mismo con los democráticos. Y aunque se produjeron flujos y reflujos en el proceso, lo cierto fue que aquellas jornadas la conciencia del obrerismo incipiente fue conformando todo un movimiento que se preparaba para el asalto.

                La fundación de la Primera Internacional bajo parámetros franceses e ingleses posibilitó al movimiento obrero francés conformar una herramienta supranacional que articulase y estructurase sus actividades. La figura de Proudhon fue capital en todo aquel proceso.

                Pero Europa estaba dirimiendo un conflicto entre potencias que estaba conformando el futuro mapa político que llevó al mundo a la Primera Guerra Mundial. Uno de esos episodios fue el enfrentamiento abierto entre la Francia de Napoleón III y la Prusia de Bismarck y el Kaiser Guillermo. La guerra franco-prusiana de 1870 y la derrota en Sedan de las fuerzas imperiales francesas abrió un escenario en Francia que intentó en muchos puntos retomar el proceso que se había abierto en 1848. Mientras algunos reivindicaron la vuelta a la República otros consideraron que aquella moderada tenía que ser superada por una social. Con un movimiento obrero mejor estructurado, muchas ciudades francesas se lanzaron a la constitución de organismo revolucionarios que pusieran en práctica los modelos de democracia directa. Lyon fue la primera pero donde más trascendencia tuvo el acontecimiento fue en la ciudad de París.

                Con una Francia sitiada por las fuerzas del Kaiser, un gobierno nacional que buscaba una capitulación y que veía mayor peligro en las fuerzas revolucionarias del interior del país, los revolucionarios parisinos se hicieron con el control de la ciudad, la Guardia Nacional controló los cañones del Montmartre y neutralizó a las fuerzas del gobierno de Thiers. Unos días después celebraron unas elecciones donde la victoria fue sin paliativos para las fuerzas partidarias de proclamar a París en Comuna, estableciendo un autogobierno de la ciudad, la supresión de los consejos de guerra, la amnistía para los presos políticos y la libertad de prensa. Un movimiento encabezado por trabajadores e intelectuales, con representación de todas las escuelas del socialismo y de las ideas más avanzadas. Allí había proudhonianos o bakuninistas como Benoît Malon, Eugène Varlin, Jules Vallès o Charles Longuet. Había blanquistas (seguidores de Auguste Blanqui) como Théophile Ferré o Raoul Rigalt. Jacobinos como Charles Delescluze o Gustav Flourans. O marxistas como Leo Frankel o Auguste Serrailler.

                Aquel grupo diverso dio como resultado una serie de medidas que fueron inéditas en la historia de la Francia y del movimiento revolucionario internacional. Lo primero que aplicaron los comuneros parisinos fue una política de representación federal, donde cada arrondisement (distritos) tenía su comité y sus órganos decisorios.  Un federalismo que bebía directamente del modelo de Pierre Joseph Proudhon.

                La Comuna optimizó los recursos de primera necesidad creando comedores populares al estilo de las clásicas Marmitas. Se vació de contenido político al funcionariado parisino y se estableció que serían de designación directa por el pueblo de París y con cargo revocables. Las condiciones de vida de la clase obrera fueron mejoradas, con el establecimiento de la jornada de 8 horas y la regulación del trabajo, en influencia directa de la Primera Internacional. Se reconoció el matrimonio civil y las uniones libres, dando carta de naturaleza jurídica los hijos que naciesen de estas uniones en igualdad de condiciones. Igualmente, impulsados por personajes como Édouard Vaillant o Louise Michel, se aprobó un modelo educativo laico, dando carta de naturaleza a la separación total entre la Iglesia y el Estado, con el fomento de la educación obligatoria, las formaciones profesionales y la coeducación de sexos.

                Durante las jornadas de la Comuna, la mujer tuvo una participación activa. Proliferaron clubs y asociaciones de mujeres, al frente de las cuales estaban Louise Michel, Nathalie Lemel, André Leó o Elisabeth Dmitriev. Las mujeres tuvieron un papel protagonista en la formación política y en la defensa de la ciudad París. Por ello pasaron a la historia con el apelativo peyorativo de las petroleuses (las petroleras) en resonancia a las tricoteuses de la Revolución de 1789.

                La Comuna de París abolió el culto obligatorio de la Iglesia aunque dejó libertad a cada habitante de profesar la religión que quisiera. Igualmente, abolieron la pena de muerte, con la destrucción simbólica de guillotinas a los pies del filósofo y escritor Voltaire. Retomaron el calendario de la revolución y algunos monumentos simbólicos, como la Columna Vendôme o la casa de Thiers fueron destruidas como inicio de una nueva era.

                Los organismos de gobierno estaban basados en la democracia directa, con la proliferación de clubs de todas las ideologías, así como que la defensa de la Comuna correspondió a la Guardia Nacional. Se fomentó las artes y la cultura, lo que hizo que artistas de primer nivel como Gustav Courbet participasen de forma activa.

                Sin embargo, la Comuna tuvo tres elementos en contra que determinó su derrota. El primero que el movimiento no se extensivo a todo el territorio francés y los intentos de articulación de comunas similares en lugares como Marsella, Lyon. Narbonne, etc., fracasaron. Por otra parte, Francia estaba en guerra con los prusianos, y para estos los ideales de la comuna tenían que ser derrotados. Y, por último, en consonancia con los prusianos, el gobierno que había salido de París hacia Versalles también quería la derrota total del movimiento revolucionario. Thiers desde el gobierno, Gallifet y MacMahon al frente del ejército emprendieron una ofensiva contra el París revolucionario que liquidó la experiencia en la llamada “Semana Sangrienta”, y donde perdieron la vida un gran número de comuneros. EL 28 de mayo de 1871, las ultimas resistencia de la Comuna de París en el cementerio de Pere Lachaise sucumbían.

                La represión contra la Comuna se saldó con 30000 fusilados, miles de encausados, condenados a distintas penas y deportados a las colonias francesas. Durante muchos años hablar de la Comuna estuvo prohibido en Francia, aunque sus ecos, sus simbologías y su trascendencia marcó el dinamismo del movimiento revolucionario internacional.

La flor y nata de la Revolución rusa. Kronstadt


                La historia quiso que cuando se conmemoraba el 50 aniversario de la Comuna de París que había sido antorcha de muchos movimientos, se produjera el trágico final de otro intento de hacer variar el curso de la revolución.

                A muchos kilómetros de París, en la isla de Kotlin, frente a Petrogrado (hoy San Petersburgo), unos marinos revolucionarios quisieron continuar con el legado aportado por la Revolución de octubre de 1917 y fueron aplastados por ello.

                Hay que ponerse en situación. En Rusia, en octubre de 1917, las fuerzas revolucionarias se habían hecho con el control pero la reacción contra las mismas hizo que estallase una larga Guerra Civil (1918-1921). La ciudad de Kronstadt era una de las plazas fuertes del Báltico, donde los marinos a ella adscrita había participado de todos los movimientos revolucionario desde inicios del siglo XX.

                Kronstadt había tenido unas características peculiares y aquella plaza era un hervidero de ideas. El soviet de Kronstadt se caracterizó por su pluralidad: bolcheviques, socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas y un largo etcétera. Durante la Revolución de febrero, Kronstadt actuó como una república independiente, pues no reconocía al gobierno provisional y presionaba a la revolución socialista. Un marino anarquista, Efim Yarchuk, formado en la ciudad de Bialystok era uno de sus más dinámicos impulsores. La revolución de octubre no habría sido posible sin esos marinos de Kronstadt como tampoco su resistencia numantina cuando la revolución fue atacada por las tropas blancas. Fue un también un marino anarquista de Kronstadt, Anatoli Zhelezniakov, quien puso fin a las actividades de la efímera Asamblea Constituyente Rusa.

                El objetivo de los marinos Kronstadt al igual que los comuneros parisinos, era una democracia obrera directa. Pero la guerra civil impidió cualquier intento o desarrollo de debate entre las escuelas revolucionarias, cuestión que fue aprovechada por los bolcheviques para reforzar su poder en el gobierno soviético.

                Cuando la Guerra Civil tocaba a su fin, esos marinos que habían estado tres años combatiendo a los blancos y muchos de ellos habían perdido la vida, creyeron que era el momento de volver a plantear el modelo de revolución que se tenía que implementar. Además, habían denunciado que la política bolchevique había actuado en muchas ocasiones en contra de los intereses de los obreros. Eso hizo que los bolcheviques de Kronstadt fuesen perdiendo influencia o bien se posicionasen en los sectores críticos al gobierno.

                Las políticas gubernamentales y el modelo revolucionario hicieron que los marinos de Kronstadt emitiesen en febrero de 1921 un documento con una serie de reivindicaciones, amparándose en la potestad del plural soviet de su zona de influencia. Los marinos de Petropavloks y del Sebastapol pedían libertad de expresión para todas las corrientes de la izquierda, soviets libres sin control de ningún partido político y corrección de la política económica impulsada por el comunismo de guerra. No dejaban de ser reivindicaciones en consonancia con otros movimientos como el de Majnó en Ucrania o el de Antonov en la región de Tambov.

                Al frente de aquellos marineros estaba un antiguo militante del Partido Bolchevique que la había abandonado por divergencias con la dirección del partido: Stepan Petrichenko. Junto a él, un simpatizante del anarquismo: Perepelkin.

                La rebelión de los marinos de Kronstadt no es una revuelta de ninguna ideología en concreto y lo fueron de todas que criticaban desde la izquierda la política de los bolcheviques. A pesar de la propaganda de la prensa gubernamental, que trataba de vincular el movimiento de Kronstadt a las fuerzas blancas y contrarrevolucionarias, el gobierno de Lenin era consciente que aquello era otra cosa. Era una revuelta de la izquierda revolucionaria, pedían la vuelta al modelo plural de octubre de 1917 y no se sentían identificados con la dictadura de un solo partido. Si la idea era la negociación, aquello tenía visos de extenderse demasiado en el tiempo y se podía poner en peligro el poder de los bolcheviques. A pesar de los intentos de mediación, la opción gubernamental fue la represión contra los marinos de Kronstadt. Zinoviev, Trotsky y Tujachevsky encabezaron el ataque que en apenas una semana liquidó la resistencia del Comité Revolucionario del Petropavlosk.

                La idea de una Tercera Revolución de aquellos marinos, que conformaban una puzzle y caleidoscopio de ideas y iniciativas, fracasó por la fuerza de las armas. Anarquistas, socialistas revolucionarios o bolcheviques de izquierdas acabaron juzgados y presos por su apoyo a Kronstadt. Trostky, que había definido Kronstadt como “la flor y nata de la revolución” varió su visión para catalogarla en 1921 como “la canalla contrarrevolucionaria”. Esos bolcheviques que reprimieron a Kronstadt fueron víctimas unos años después de las persecuciones estalinistas: Trostsky, Zinoviev, Piatakov, Tujachevsky, Dybenko, etc.

                Kronstadt no fue una revuelta antibolchevique, como pudo ser la de Antonov. Lo que buscaron aquellos marinos fue articular una nueva base de poder revolucionario y continuar con el proceso que se abrió en 1917. Sus resultados fueron catastróficos.

                Mismo final para dos comunas, la de París y la de Kronstadt, que creyeron en todo momento en la necesidad de un movimiento revolucionario plural y donde el anarquismo tuvo un papel protagonista.

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