viernes, 31 de enero de 2020

Las mujeres en el movimiento obrero español. Los orígenes

Artículo publicado en El Obrero


A pesar que siempre se ha achacado a España un atraso respecto a otros países, lo cierto es que nuestro país fue pionero en muchas ocasiones sobre cuestiones de igualdad en el movimiento obrero. Al finalizar el Trienio Liberal en 1823, donde ya habían destacado mujeres importantes como Mariana Pineda, el exilio liberal español tomó contacto en el exterior con las corrientes más avanzadas del liberalismo y del primer socialismo.
            Muchos de esos exiliados conocieron y trajeron a España las concepciones políticas de Owen, de Saint-Simon, de Fourier, de Cabet, etc. Son los casos de Joaquín Abreu, Narciso Monturiol o más tarde Fernando Garrido y Pi i Margall. Al calor de las corrientes fourieristas nació el periódico El nuevo pensil de Iberia. En sus páginas podemos leer los primeros manifiestos en defensa de los derechos de las mujeres en los escritos de Margarita Pérez de Celis siendo uno de los primeros ejemplos de vinculación de los derechos de la mujer con el socialismo.
            Sin embargo la España de la época era eminentemente machista, donde la posición de la mujer se reducía a “ángel del hogar”. Una perspectiva que vino a romper la irrupción del movimiento obrero.
            La introducción de la Internacional en España trajo consigo de la mano el triunfo de las ideas bakuninistas, y con ellas su concepción sobre el papel de la mujer en el movimiento obrero y revolucionario. Tanto en el Primer Congreso obrero celebrado en Barcelona en 1870 como, sobre todo, en el Segundo Congreso Obrero de Zaragoza de 1872, se aprobaron dictámenes donde se declaraba de forma abierta la igualdad del hombre y la mujer, animando también a las mujeres a la afiliación a los organismos obreros. El dictamen del Congreso de Zaragoza decía así:

“La mujer es un ser libre e inteligente, y como tal responsable de sus actos, lo mismo que el hombre; pues si esto es así lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades. Ahora bien; si relegamos a la mujer exclusivamente a las faenas domésticas es someterla, como hasta aquí, a la dependencia del hombre, y por tanto, quitarle su libertad”.

            Este dictamen no solo supuso una ruptura con la sociedad del momento sino también un acercamiento a las concepciones de Bakunin que estaban muy alejadas, respecto a la mujer, de las de Proudhon. Además, desde muy temprano las mujeres participaron del movimiento obrero y se afiliaron a la Internacional. En España tenemos el caso de Guillermina Rojas y Orgis, nacida en 1849, y de la que Anselmo Lorenzo nos legó algunos pasajes en su libro El proletariado militante.
            Las bases sentadas por la Internacional posibilitaron un mayor desarrollo del anarquismo en el seno del movimiento obrero. Por ello el anarquismo español se convirtió en el primer baluarte de la lucha femenina. En las filas del anarquismo del último tercio del siglo XIX, comenzaron a militar mujeres tanto del campo intelectual como del campo obrero. El primer punto interesante es comprobar como paulatinamente la mujer iba accediendo a trabajos de corte intelectual. Comenzaron a aparecer maestras de formación que en muchos casos se vincularon a las pioneras escuelas laicas que iban surgiendo en España. Un ejemplo de ello fue la figura de Teresa Mañé (1865-1939). Nacida en Cubelles, se formó en el magisterio y comenzó a ejercer en la escuela laica de Vilanova i la Geltrú. Se unió sentimentalmente a Juan Montseny, con el que inicio proyectos educativos como la escuela laica de Reus o proyectos periodísticos como La Revista Blanca. Teresa Mañé escribió numerosos textos y artículos, algunos con su seudónimo de Soledad Gustavo. En ellos ya dejaba plasmado su lucha por la emancipación de la mujer, por el amor libre y por una sociedad libre de carácter anarquista. Algo completamente revolucionario a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
            En esa misma lucha se inscribiría la figura de Belén Sárraga (1874-1951), propagandista, autora de numerosos escritos, que recorrió varias ciudades de España exportando las nuevas ideas de carácter socialista para la emancipación de la mujer.
            Inscritas en la misma época, y participantes de movimientos comunes, habría que destacar a mujeres como Amalia Domingo Soler, Rosario de Acuña o Ángeles López de Ayala. Muchas de estas mujeres eran republicanas, masonas, teósofas, espiritistas, etc., movimientos de la época que pretendía la secularización y laicización de la sociedad. Algunas se hacían eco de movimientos como la teosofía que a nivel internacional tuvo a importantes mujeres a su cabeza como Helena Petrovna Blavatsky o Annie Besant.
            Pero el anarquismo no solo contribuyó en el campo intelectual. Obreras conscientes comenzaron a desarrollar sus actividades en el seno de las sociedades obreras e incluso fundaron y potenciaron sociedades obreras propias. Destacamos el caso de Teresa Claramunt (1862-1931). Inscrita en la segunda generación de militantes obreros del anarquismo, Teresa Claramunt fundó en 1891 la Agrupación de Trabajadoras de Barcelona. El objetivo de Teresa Claramunt era doble. Por una parte organizar a las mujeres en una sociedad obrera que defendiese sus derechos en un trabajo que era mayoritariamente femenino. Por otra crear conciencia y potenciar las organizaciones de género frente a una sociedad machista. Fue el primer ejemplo obrero solo y exclusivamente integrado por mujeres.
            A pesar de la corta experiencia de muchas de estas iniciativas, las bases para el posterior desarrollo del obrerismo femenino y del feminismo socialista estaban sentadas.

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