miércoles, 2 de octubre de 2019

El franquismo y algunas novelitas del oeste


Revisando algunos libros que aun tengo en casa de mis padres me tope con tres novelas que, quizá, si alguien ve el resto de títulos en marcados en la historia política del siglo XIX y XX, podría considerar como fuera de lugar. En las estantería repletas de obras localiza una obra de Hazañas Bélicas con el título Loz, el partisano escrita por Harry Cowerland en 1959 y dos novelas policíacas de la editorial Rollán, de la serie “Selección FBI”, escritas por Eddie Thorny con el título Réquiem por Larry y Prisión de oro. Creo recordar que tengo alguna más, que no localicé en ese momento, de temática de western escritas por Edward Goodman. Una literatura de quiosco que se vendió en España en los años de la dictadura y que tenía como finalidad el entretenimiento.
            La razón de que ese tipo de obras formen parte de mi biblioteca no es tanto por la temática sino por lo autores. Esos nombres anglófonos y americanizados no son sino seudónimos de personajes muchos más conocidos pero que la censura y la persecución política de la dictadura les impedía firmar obras con su nombre.
            Tras el nombre de Eddie Thorny o Edward Goodman se esconde la personalidad de Eduardo de Guzmán Espinosa, uno de los más influyentes personajes de la España de la década de 1920 y de 1930. Afiliado a la CNT, simpatizante del movimiento libertario y perteneciente a una corriente a caballo entre el republicanismo más radical y el anarquismo, Eduardo de Guzmán fue uno de los redactores del periódico La Tierra, escribió en la páginas de La Libertad y durante la Guerra Civil fue el director de Castilla Libre, uno de los órganos de expresión de la CNT. Al acabar la Guerra, Eduardo de Guzmán fue apresado en el puerto de Alicante y trasladado a distintos centros de internamientos (campos de concentración y prisiones) hasta que un Consejo de Guerra lo condenó a muerte, pena que fue conmutada por la inferior de 30 años y que al final logró salir de la cárcel en una libertad vigilada. Guzmán, periodista y escritos profesional, no pudo firmar durante el franquismo ningún artículo ni ningún libro. Fue completamente expulsado del círculo de escritores y periodistas y se tuvo que ganar la vida escribiendo novelas policíacas y del oeste que firmaba con seudónimo (a los ya citados hay que unir otros como Richard Jackson, Anthony Lancaster o Charles G. Brown). Muchos de esos nombres no pasaban desapercibidos. Edward Goodman es muy claro, pero Eddy Thorny se podía traducir por Eduardo Negro, ya que Thorny es la trascripción de negro en lengua rusa (черный). Aunque Eduardo de Guzmán volvió a ejercer su profesión y escribir libros de enorme calado (como ejemplo La muerte de la esperanza, El año de la victoria, Nosotros, los asesinos, Historias de la prensa o la Segunda República fue así) este periodo lo recordaba el protagonista como de enormes agobios económicos pues no ganaban mucho dinero con esta literatura barata y, además, no ejercía el talento que siempre caracterizó la pluma de Eduardo de Guzmán.
            El otro título, Loz, el partisano, tengo que reconocer que lo adquirí por el título, por la
ubicación de la obra (Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial) y porque me parecía curioso que durante la dictadura se escribiese algo relacionado con la lucha del antifascismo yugoslavo contra los nazis, aunque fuese en una novela. El libro está impreso en Argentina, pero la Editorial Toray que lo publicaba tenía distribución tanto en Buenos Aires como en Barcelona. Tiempo después averigüé que tras el nombre de Harry Cowerland se escondía la personalidad de Enrique Sánchez Pascual, escritor que durante la Guerra Civil había estado en la zona republicana y comprometido con ella. Al finalizar la guerra se exilió a Francia, pero decidió regresar, cumpliendo penas de prisión. Al igual que Eduardo de Guzmán, Enrique Sánchez no podía firmar con su nombre las novelas de aventuras que realizaba y tuvo infinidad de seudónimos (Isaías Bronstein, Alex Simmons, Oskar Soren, etc.). Llegó a fundar una editorial en 1955 con el nombre de Mando y dirigió la agencia de cómics Comundi. Su hijo, Enrique Sánchez Abulí, siguió la estela de su padre.
            Habría que citar en este sentido a un último personaje, muy famoso en las novelas del periodo dictatorial como fue Marcial Lafuente Estefanía. Marcial Lafuente, hijo de periodista y escritor, también estuvo comprometido con la causa republicana, alcanzado incluso grados de oficial en el Ejército Popular de la República. Al acabar el conflicto, Marcial Lafuente decidió no exiliarse y esto le costó penas de prisión en numerosas ocasiones. Sin embargo, fue en ese tiempo cuando cogió afición por la lectura, y pasado unos años comenzó a escribir novelas del oeste y de amor que se iban a popularizar en la España del momento. Aunque utilizó seudónimos (Tony Spring, Cecilia de Iradulce, Dan Luce, etc.), Marcial Lafuente si firmó obras con su nombre, gracias al contrato firmado con la editorial Bruguera (editorial con una historia muy interesante) que le convirtió en el más prolífico escritor de novelas del oeste. Tal fue su fama que Marcial Lafuente Estefanía se convirtió prácticamente en una marca, pues los propios hijos del escritor se dedicaron a ello y firmaban con el nombre de su padre.
            Lo que tiene en común todos estos personajes fue su pasado republicano y de izquierdas y la represión que sufrieron durante la dictadura que les impidió en muchos casos poder firmar con su propio nombre. Ahora que es tiempo de ferias de libro viejo y de ocasión busquen algunas de estas novelas, que son de bajo precio, pero piensen que detrás de ella existe una historia de represión de un régimen que cortó las alas y expulsó de la vida social (en muchos sentidos) a una generación de intelectuales y escritores que fue la flor y nata del país. Algunos siguieron escribiendo aunque fuese en una literatura barata y de consumo.

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

Tengo algunos libros de Estefania en casa.