martes, 30 de abril de 2019

LA HUELGA DE LA CANADIENSE. LA CONQUISTA DE LAS OCHO HORAS DE TRABAJO EN ESPAÑA

En vísperas del Primero de Mayo, que mejor manera de recordar la lucha obrera que llevó aparejada la conquista de derechos laborales y colectivos. Reproducimos los artículos publicados en el periódico "El Salto" con motivo del centenario de la huelga de La Canadiense de 1919, escritos por los historiadores Juan Pablo Calero Delso, Chris Ealham y Julián Vadillo Muñoz

La azarosa lucha de las ocho horas de trabajo (Por Julián Vadillo Muñoz. Historiador)

                Una de las consecuencias que tuvo el desarrollo de la sociedad industrial fue la conformación del movimiento obrero como organismos de defensa de los trabajadores para mejorar sus condiciones de vida. Y aunque el movimiento obrero fue diverso estuvo básicamente conformado, desde el último tercio del siglo XIX, por organizaciones de carácter marxista o anarquista, dependiendo del lugar del desarrollo y la influencia de dichas ideologías.
                Desde la constitución de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en 1864 una de las medidas que van a unir a todos los trabajadores del mundo es la petición de disminución de la jornada laboral, que en algunos sectores podían alcanzar hasta las 17 horas de trabajo diario. Unos trabajadores sin ningún tipo de derechos colectivos que vieron en esas sociedades obreras el mejor vehículo para optimizar sus condiciones de vida. La llegada de la Internacional a España en 1868 vendrá aparejada con esas reivindicaciones que poco a poco, a través de los distintos congresos obreros se iban a hacer populares.
                Sin embargo, fue un acontecimiento internacional lo que iba a posibilitar la popularización del lema “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso. 8 horas de ocio”, que ya había anticipado Robert Owen a inicios del siglo XIX. En el marco de una huelga convocada en mayo de 1886 en Chicago donde se pedían las ocho horas de trabajo, una bomba estalló acusando a una serie de anarquistas de cometer el atentado, lo que les llevó al patíbulo. Su muerte fue entendida como la respuesta que las autoridades daban a la petición de mejora de las condiciones del obrero, lo que generó un movimiento de carácter internacional para reivindicar la reducción de la jornada laboral y que iba a tener al Primero de Mayo (día de aquella huelga en Chicago) como la fecha simbólica.
                En España esas manifestaciones del Primero de Mayo se celebraron a finales del siglo XIX y supusieron una diferenciación de reivindicación entre los socialistas y los anarquistas para una misma finalidad.
                Teniendo en cuenta la dificultad de representatividad de los obreros en la España de la Restauración, la política de los anarquistas de plantar batalla en los centros de trabajo a partir de la huelga general como eje de lucha se popularizo. Un primer acontecimiento en esta reivindicación lo marco el ciclo huelguístico que se vivió en España entre 1901 y 1902 y que tuvo como una de sus reivindicaciones básica la reducción de la jornada laboral, subiendo los salarios e intentado crear un pleno empleo ante la acuciante situación de paro en el país.
                Aunque algunos sectores consiguieron reducciones de jornada laboral (y en algunos sitios del mundo incluso se consiguió las ocho horas), habría que esperar en España a que la influencia del sindicalismo revolucionario eclosionara en la fundación primero de Solidaridad Obrera y luego de la CNT, que tuvieron en sus congresos un eje central de la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas. Aunque la movilización obrera hizo que el gobierno cediese en algunos aspectos, habría que esperar a la huelga general revolucionario de 1917 y al ciclo de huelgas de 1918-1919 para ver materializada en ley la jornada de ocho horas de trabajo.

La efectividad de la acción directa. La Huelga de La Canadiense y sus consecuencias (Por Chris Ealham. Historiador)

La consecuencia de la Primera Guerra Mundial para la patronal en España fue tener frente a ellos a un movimiento obrero bien organizado y un sindicalismo capaz de triunfar en huelgas perfectamente diseñadas. Los conflictos se expandieron por diversos puntos de la Península lo que generó una profunda crisis en la Restauración. En ese momento, la CNT coordinaba las hasta entonces aisladas acciones colectivas rurales con la protesta urbana. Tal y como escribió entonces un industrial catalán, aquellos eran “tiempos de pesadilla”.
                La inquietud de las élites se centraba sobre todo en Cataluña, donde la CNT tenía más de 400.000 afiliados en 1919, lo que representaba casi la mitad de su militancia, un tercio de los cuales se encontraban en la zona barcelonesa.  Este poder de los Sindicatos Únicos de Barcelona quedó patente cuando en 1919 con la huelga en la empresa Riegos y Fuerza del Ebro Sociedad Anónima, una compañía anglo-canadiense conocida localmente como La Canadiense. El conflicto comenzó a comienzos de 1919, con el despido de un grupo de trabajadores administrativos afiliados a la CNT. Los trabajadores sindicados de la empresa, tanto obreros como empleados, abandonaron sus trabajos y llamaron a la solidaridad de la CNT local. De este modo, un conflicto en principio insignificante se convirtió en una lucha titánica entre una amplia coalición que integraba, por un lado, a las autoridades locales y estatales y al capital nacional e internacional, y por otro, a la CNT de Barcelona. El gobierno movilizó a sus fuerzas represivas; se aplicó la ley marcial y, dada la militarización de los servicios básicos, los soldados reemplazaron a los trabajadores; alrededor de 4.000 trabajadores fueron encarcelados. Aún así, los cortes en los suministros de energía paralizaron la industria de la provincia de Barcelona durante 44 días. En medio de la escasez de alimentos, los cortes de electricidad y las antorchas encendidas por las patrullas del Ejército durante la noche, la capital de Cataluña se parecía a una ciudad en guerra. Finalmente, el primer ministro, el Conde de Romanones, trató de calmar la situación enviando un emisario, José Morote, para llegar a un acuerdo entre los sindicatos y la patronal. Tras la presión de Morote, la dirección de La Canadiense cedió a las reclamaciones de la CNT, lo que incluía un aumento de salarios, el pago de los salarios perdidos a los huelguistas y una amnistía total de los piquetes. En un intento de evitar nuevos conflictos de clase, el gobierno de Madrid fue el primero de Europa en aprobar la jornada de ocho horas en la industria. A pesar de la oposición de algunos sectores de la CNT, Seguí anunció las medidas a los militantes en un mitin monstruo el 17 de marzo de 1919. Este triunfo anunció la madurez de la CNT, convirtiéndose actor principal en el mundo del trabajo.
                Sin embargo, el conflicto de La Canadiense había polarizado el contexto social, desencadenando procesos clave que iban a marcar la Restauración. La autoritaria “Federación Patronal de Barcelona”, que representaba a los elementos más activos de la élite industrial, había sellado una alianza con los elementos más extremistas del Ejército en la región.  En un flagrante acto de rebeldía contra el gobierno, el entonces capitán general de Barcelona, el general Joaquín Milans del Bosch, respaldó a una agrupación de oficiales de infantería, los llamados junteros, y azuzado por la Federación Patronal, se negó a liberar a los miembros de la CNT en custodia militar, en un intento de echar por tierra el acuerdo de La Canadiense y provocar un enfrentamiento con los sindicatos. Las posiciones intermedias se desvanecieron. La nueva situación parecía dar la razón a los sectores reacios de la CNT, que el 24 de marzo lanzó una huelga general para lograr la liberación de los encarcelados. El gobierno Romanones reprimió el movimiento, declarando la ley marcial en Barcelona y suspendiendo las libertades civiles en toda España. Ante las acaloradas críticas de la Federación Patronal y el ruido de sables de la guarnición de Barcelona, el desacreditado gobernador civil y el jefe de policía huyeron a Madrid, donde Romanones dimitió.
                El año 1919 fue el ejemplo de como las cuestiones laborales era tomada por una gran parte de las autoridades como un problema de orden público. Aunque republicanos y socialistas intentaron canalizar el descontento a partir de los acuerdos internacionales sellados en la Organización Internacional del Trabajo, la hostilidad de los capitalistas a la intervención del estado en la industria, así como el endurecimiento de las posturas autoritarias de los grupos más reaccionarios de la sociedad española hicieron fracasar cualquier intentona. La evidencia se volvió a comprobar en septiembre cuando el ala sindicalista de la CNT de Barcelona y los elementos más liberales de la burguesía accedieron a someter sus diferencias a la “Comisión Mixta”, un comité de arbitraje patrocinado por el estado. No obstante, sus esperanzas se vieron frustradas ante la erupción de un conflicto social y laboral después de que la Federación Patronal de Barcelona declarase 84 días de cierre patronal que afectó a 300.000 obreros, y que duró desde el 3 de noviembre de 1919 al 26 de enero de 1920.    
                Este creciente poder de los Sindicatos Únicos de la CNT hizo crecer la influencia de una Federación Patronal que pretendió destruir al anarcosindicalismo reivindicando su derecho ilimitado a fijar las condiciones de trabajo. Los capitalistas comenzaron a distanciarse del Estado de la Restauración y el sentimiento de los miembros de la patronal era que las autoridades de Madrid carecían de la voluntad política de enfrentarse a los sindicatos y que el poder central no defendía sus intereses. Para algunos grupos de la burguesía la salvación pareció residir en el Ejército, que comenzaría a actuar de forma autónoma frente al gobierno central, alcanzando una libertad de maniobra que culminaría con el golpe de septiembre de 1923.

Salvador Seguí: el chico que hizo madurar al sindicalismo (Por Juan Pablo Calero. Historiador)

Salvador Seguí Rubinat, que fue popularmente conocido como “el noi del sucre” -el chico del azúcar- fue también, paradójicamente, uno de los principales responsables de llevar al sindicalismo a su etapa de plena madurez. La ciudad de Barcelona fue escenario entre 1902 –fecha de la huelga general convocada por las sociedades obreras anarquistas- y 1919 –el año de la huelga de la Canadiense- de un intenso proceso de evolución del sindicalismo en general y del anarquista en particular; y Seguí fue tanto uno de los mejores exponentes del resultado final de este proceso como uno de sus más destacados protagonistas. Se ha acusado repetidamente al movimiento obrero español de no contar con una nutrida lista de teorizantes, pero se olvida que siempre estuvo a la vanguardia en fórmulas de organización y ámbitos de sociabilidad; y en esos terrenos su aportación resultó indispensable.
Nació Salvador Seguí en 1886 en el seno de una familia campesina de la provincia de Lleida que, al año siguiente, emigró a Barcelona -epicentro de una industrialización española desigual e insuficiente- para ofrecer a sus hijos una vida mejor. Quizás fuese esa condición de emigrante, aunque viniese de la Cataluña interior, que compartió con los miles de trabajadores que por entonces llegaban a esa ciudad desde todos los rincones del país, la que le alejó de un nacionalismo catalán que, en su opinión, “antepone sus intereses de clase, es decir los intereses del capitalismo, a todo interés o ideología”.
Acudió a la escuela pero, como tantos hijos de familias obreras, la abandonó a los doce años para aprender el oficio de pintor –el mismo que tuvo Juan Gómez Casas, otro de los imprescindibles- con el que se ganó la vida hasta el final de sus días. Tres años más tarde abría sus puertas en la capital catalana la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia, mostrando con rotundidad tanto el peso específico que tenía la cultura en el seno del movimiento libertario como las simpatías que éste despertaba entre muchos intelectuales. Naturalmente, Seguí no acudió a sus aulas, pero se formó culturalmente en la vasta red de ateneos y bibliotecas libertarias que en aquellos años salpicaban el mapa de Barcelona y sus contornos, hasta el punto de convertirse en un excelente orador y polemista y en escritor de varias obras sobre sindicalismo, de una novela corta –Escuela de rebeldía- y de incontables artículos en cabeceras de distinta orientación.
En 1907 perteneció a la comisión organizadora de Solidaridad Obrera, la federación de sociedades de trabajadores que nacía como contrapunto obrerista a Solidaritat Catalana, una alianza de todas las corrientes ideológicas –desde los carlistas a los federales- que reconocían la personalidad política de Cataluña. Aún compartiendo el rechazo al asfixiante régimen de la Restauración, este primer congreso de Solidaridad Obrera demostraba que los trabajadores barceloneses se sentían con fuerza suficiente como para confrontarse con el catalanismo y afirmar que “como clase obrera sólo podemos tener un fin común: la defensa de nuestros intereses y sólo un ideal puede unirnos, nuestra emancipación económica”.
Estas dos ideas -la cultura como palanca de liberación personal y el sindicato como herramienta de liberación colectiva-, moldearon el ideario de Seguí y los frutos de su labor no tardaron en llegar: en 1908 Solidaridad Obrera ampliaba su ámbito de actuación a toda Cataluña, en 1910 fue la base de la Confederación Nacional del Trabajo, y en 1918 la regional catalana de la CNT celebró en Sans un congreso en el que daba el paso desde las sociedades de oficio a los sindicatos únicos de ramo –anticipando las federaciones de industria-, un salto cualitativo que dotó a la CNT de una capacidad de respuesta extraordinaria ante los retos que se le presentaban: crisis económica, represión policial y pistolerismo patronal.
Este acuerdo, impulsado por Seguí, permitió al anarquismo obrerista pasar de una estrategia de resistencia al capital a postular una sociedad basada exclusivamente en sindicatos capaces de organizar todos los aspectos de la producción económica y de la vida social. Y esa sociedad futura se hacía presente a través de una amplia red de espacios de sociabilidad y de formación para los trabajadores: ateneos y escuelas, grupos de teatro y orfeones, sociedades excursionistas y deportivas… donde desarrollar el apoyo mutuo, la pedagogía libertaria, el naturismo o el higienismo.
La última lección la dio Seguí con su muerte; los instigadores del crimen, la patronal Fomento del Trabajo Nacional, y los autores del asesinato, los pistoleros del Sindicato Libre –que no era ni una cosa ni la otra-, comprobaron que la red sindical que él había impulsado era mucho más fuerte que su liderazgo personal y que se había forjado una generación de obreros capaces de sostener con aprovechamiento su herencia. En julio de 1936, trece años después de su muerte en las calles del Raval, demostraron que llevaban un mundo nuevo en sus corazones.

No hay comentarios: