El 28 de enero de 2013 fue una
fecha triste. Triste en los personal y triste para la ciencia histórica. A eso
de las 19:30 me llamó por teléfono un amigo para comunicarme que Julio Aróstegui
había fallecido hacía poco. Sabía que estaba enfermo. Una semana antes había
estado hablando con él por teléfono. Estábamos dando los últimos toques a mi
tesis doctoral (la última que dirigió) y que iba a leer el 31 de enero. “Ciudadano
Vadillo, ya casi doctor”, fue la frase con la que me interpeló. Sabía,
igualmente, que no iba a poder estar en la lectura. Pero tenía ganas de
celebrar con él el título de doctor. Alguien quien tan sabiamente me había dado
las claves para poder adaptar una metodología coherente a un trabajo de
investigación. Alguien que supo guiar de forma coherente mi trabajo de
investigación. Y hubo muchas cosas a valorar de ese proceso de dirección que
había empezado en 2009, pues yo venía de hacer mi DEA en la Universidad de
Alcalá de Henares en 2007. Con Julio las reuniones de dirección no eran como
las habituales. En su despacho de la UCM nos vimos algunas veces. Pero otras
fueron en el VIP, rodeado de refrescos y patatas. Julio cuando hablaba contigo
no te daba la sensación de ser un alumno suyo. Te hablaba de igual a igual.
Para él su pasión era enseñar, pero también aprender. Y eso es un valor que no
todo el mundo tiene en el mundo académico. Su forma didáctica y divulgativa de
enseñarte cosas para mejorar un trabajo era el fiel reflejo de alguien que había
pasado por muchos estadios de la educación. Sin ir más lejos Julio había sido
profesor de instituto antes que profesor de Universidad. Y eso es algo que se
nota a la hora del trabajo y de la docencia.
La
lectura de tesis aquel 31 de enero de 2013 fue triste. Triste por la muerte de
mi director que no pudo ver consumado el final de su última tesis dirigida. Quince
días después, mi buen amigo Sergio Gálvez Biesca también leyó su tesis,
dirigida por Julio. Ambos trabajos hoy están publicados. Y de si algo nos
podemos sentir orgullosos es de la enorme escuela historiográfica y de los discípulos
que Julio ha dejado y que, aun hoy, siguen dando frutos sus trabajos. No hay más
que repasar las obras publicadas por el propio Sergio Gálvez, por Sandra Souto, por Jorge Marco, por González Calleja, etc,. En cada uno de ellos, cuando lees
sus obras, notas algo de Julio en las mismas. Quizá la tenacidad, el trabajo
meticuloso, el contraste de fuentes, el cariño en la investigación. En
definitiva la pasión por la Historia que es algo que nos une a todos los discípulos
del historiador granadino.
Igualmente,
en los prolegómenos de su muerte, Julio había publicado su último trabajo de
investigación. La biografía de Francisco Largo Caballero. Un extraordinario
trabajo que cerraba una larga tarea de investigación sobre una de las figuras más
representativas del socialismo español. Una biografía que mi amigos me
regalaron una vez me convertí en doctor y que, no puedo negar, leí con mucha
desazón por saber que no iba a poder comentar con Julio el producto de su
trabajo.
Julio
Aróstegui fue más que un historiador y un profesor. Fue alguien que te enseñó a
escribir Historia. Hace poco, preparado un tema de oposición, al hablar de la
historiografía española no puede evitar meter a Julio Aróstegui. Repasé su
libro La investigación histórica: teoría
y método. Toda una fuente de inspiración y manual de cómo abordar la
ciencia histórica.
Y
es que Aróstegui es, con diferencia, el mejor historiador que ha tenido este país
en nuestro periodo más reciente. Ha bebido del magisterio de uno de los
mejores: Manuel Tuñón de Lara. Con las obras de Julio podemos aprender de
carlismo (la que fue su tesis doctoral), de la Guerra Civil española (que gran obra la suya sobre la Junta de Defensa de Madrid), de la
historia del movimiento obrero, de sus dirigentes, de la represión franquista,
etc. Teorizó sobre la memoria histórica, en la que se implicó como movimiento
social colaborando con distintas asociaciones de memoria y fundando la Cátedra
Complutense de Memoria Histórica del siglo XX, con la intención de tejer lazos
entre el mundo académico y la sociedad civil en esta línea.
Sin
duda alguna su actividad, su actitud, su sentido del humor, sus conocimientos
infinitos, han hecho de Julio Aróstegui no solo un gran investigador, un gran
historiador y un gran profesor, sino también una gran persona. Para Julio la
diversidad y el poder debatir de ideas de la Historia era fundamental para que
pudiese avanzar la ciencia. Por lo que le traté poco cabía en él aquellos que
intentaban sentar cátedra definitiva sobre cuestiones. Eso estaba reñido con la
propia Historia. Igualmente combatió, desde la tribuna y su obra, a ese revisionismo histórico que se iba
haciendo un hueco cada vez mayor en la academia.
Un lustro sin Julio son muchos años. Sin embargo su legado no ha dejado de dar
frutos. Los que le conocimos y aprendimos de él hemos seguido, desde la
modestia, ofreciendo nuestros trabajos de investigación y nuestra docencia. Le
echamos mucho de menos, pero cada vez que abrimos uno de sus libros o cada vez
que publicamos un libro o un artículo, una parte de Julio está ahí. Esa es la
grandeza del magisterio que ha dejado y muy pocos podrán igualarlo.
Gracias
Julio por haber existido.
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