En
demasiadas ocasiones nos dejamos llevar por los cliclés, por los
lugares comunes. Es una forma muy cómoda de dar una visión de la
realidad sin reparar en la complejidad de la misma. Y en estos
lugares comunes es muy fácil encontrarse la típica visión del
judío rico, emprendedor, especulador, avaro, usurero, integrante de
un lobby, etc. “Todos los judíos son ricos” es una frase muy
común escuchar. Pero la realidad dista mucho de esas afirmaciones.
Alguna de ellas no dejan de tener el sabor de un pasado que ,
entroncado en la tradición católica (o cristiana para más
extensión), donde se condenó la usura de algunos judíos para
favorecer la suya propia. Entre el control religioso y el control
económico se encuentra la razón de las duras persecuciones que los
judíos han sido víctimas a lo largo de la historia, con hitos como
la expulsión de 1492 por los Reyes Católicos, los progroms
de la Rusia zarista o el Holocausto de los nazis. Unas persecuciones
que en ningún caso justifica la política estatal de Israel
comentiendo contra los palestinos las mismas injusticias a las que
fueron sometidos en otros momentos de la historia. Sin embargo aquí
habría que hablar de la aparición del sionismo, las diferencias
entre sionismo y judío, y eso nos alejaría del objetivo de este
artículo.
Hace
pocas fechas un companero de trabajo me pasó una obra que no conocía
de nada. Su título es Judíos
sin dinero (Una historia del Lower East Side)
y su autor fue Michael Gold. Una novela semi-biográfica que sirve
para romper algunos moldes. Por lo que dice y por su intrahistoria.
El libro nos acerca al barrio newyorkino de Lower East Side. Un
lugar habitado por la fuerte inmigración judía llegada de
Centroeuropa a Estados Unidos desde finales del siglo XIX e inicios
del siglo XX. Unos judíos que huían de las persecuciones de sus
propias zonas y de la miseria. Unos judíos que esperaban encontrar
en EEUU la oportunidad de prosperidad que les negaba su tierra de
origen por diversos motivos. Algunos lo consiguieron. Otros, la
mayoría, siguieron engrosando las filas de los clases pobres. Una
historia que no es nueva y que hoy día sigue sucediendo, cuando
miles y miles de personas buscan en otros lugares unas mejores
condiciones de vida. Una población, la de los judíos de este barrio
newyorkino, que se convirtió, como dijo el propio Michael Gold, en
un enorme ghetto en Nueva York.
Por la obra circula todo tipo de personajes. Ganapanes, rateros,
trabajadores, prostitutas, fanáticos religiosos, especuladores de la
pobreza, etc. La historia de un barrio pobre donde algunos
consiguieron fortuna, otros siguieron postrados en la miseria y
algunos especularon con esa misma miseria. En ese contexto se ve como
algunos de los innumerables protagonistas siguen creyendo en el falso
sueño americano de prosperidad (como el padre del protagonista de la
novela), como los fanáticos religiosos se valen de esa miseria para
canalizar el descontento de la población judía del barrio y como se
van viendo los incipientes movimientos de protesta por la
dignificación de las condiciones de trabajo y de la vida: el
desarrollo de la conciencia de clase y de los sindicatos. También
los importantes lazos de solidaridad que se tejen. Porque si bien el
padre de Mike, el protagonista de la novela, no deja de ser, como se
ha dicho, un soñador que quiere llegar a ser rico a pesar de que
solo es un pintos de brocha gorda, la madre de Mike representa, desde
una concepción religiosa, un lazo de solidaridad y apoyo mutuo con
aquellos que más los necesitan, sin tener nada tampoco ellos. Y el
título de la obra se va reforzando a medida que se pasan que sus
páginas. Porque en ese gran ghetto llamado Lower East Side casi
nadie tiene dinero. Todos son pobres. Judíos pobres y sin dinero.
El autor
No
se puede pasar por alto quien es el autor de este libro. Michael Gold
es una de las máximas autoridades literarias y de la edición en
EEUU. Y su única novela, Judíos
sin dinero,
no deja de ser autobiográfica.
Gold (que en realidad se llamadaItzok Isaac Granich) nació en 1894
en el propio barrio de Lower East Side, hijo de un matrimonio de
inmigrantes rumanos judíos. Aunque sus primeros artículos escribió
con el nombre de Irwin Granich, tras las persecuciones que el Fiscal
General Palmer dirigió contra el movimiento obrero adoptó el nombre
de Michael Gold.
Gold
se había vinculado antes al movimiento obrero socialista, haciendo
campañas en favor de presos anarquistas, con colaboraciones en
periódico como The
Masses
y con una defensa total a la Revolución rusa de 1917. Su compromiso
y militancia en el Partido Comunista le llevó a visitar Moscú en
1925 y a su regreso comenzó su ardua tarea como editor y escritor
consagrado, haciendo ácidas y fuertes críticas a escritores
consagrados como Marcel Proust o la escritora Gertrude Stein.
Su
novela Judíos sin
dinero
le deparó una gran popularidad y fue un columnista asiduo en el
Daily Worker.
En esa época Gold no dejó de pertenecer al aparato del Partido
Comunista siendo un firme defensor del mismo y un crítico con todos
aquellos que se desviaban de la línea oficial. Un compromiso de
escritor y político que continuó hasta su muerte en 1967. Su
importe aportación documental se encuentran depositidas en el
Biblioteca Tamiment y Archivos Robert F. Wagner de la Universidad de
Nueva York.
Otro mito roto: el movimiento obrero norteamericano
Es
común también considerar al movimietno obrero norteamericano como
marginal y minoritoria. Ver en EEUU un país de ámbito conservador
donde las ideas socialistas no tuvieron cabida. Y esa afirmación
solo forma parte del desconocimiento absuloto de la historia
norteamericana de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX.
Recuerdo perfectamente como durante la carrera de historia debatía
con uno de mis profesores sobre este asunto. Para él movimiento
obrero norteamericano fue fuerte a partir de la llegada de Roosvelt
al poder. Mi visión era muy otra. Roosvelt lo que consigue es llegar
a los sindicatos a la sectorialización y con su política romper la
hegemonía que querían establecer los grandes sindicatos de clase.
El movimiento obrero norteamericano se forja desde finales del siglo
XIX. No hay que olvidar que Karl Marx traslada el Consejo General de
la AIT marxista de Londres a Nueva York en 1872, donde desaparecería
en 1876. Un gesto simbólico pero marcó bastante. Tampoco podemos
dejar pasar que tanto los norteamericanos como los inmigrantes que
van llegando al país comienzan a extender las luchas obreras en las
fábricas. Así se convocó en 1886 una gran manifestación para
reivindicar las 8 horas de trabajo en Chicago, donde unas bombas de
oscura procedencia posibilita una fuerte represión contra un grupo
de trabajadores anarquistas que son conducidos a la horca.
El importante desarrollo de los sindicatos y del movimiento
anarquista sirve de base para que en 1903 se aprueba una Ley
Antianarquista para impedir la llegada de inmigrantes anarquistas.
Una ley promulgada tras el asesinato del presidente William MacKinley
por Leon Czolgosz. A pesar de ello la influencia tanto de la IWW
(Industrial Workers of the World) de carácter sindicalista
revolucionario y del Partido Socialista de América no paró de
crecer, y fueron protagonistas de numerosas huelgas y conflictos
laborales. Es el momento en que comienzan a despuntar figuras claves
en el movimiento obrero norteamericano como Emma Goldman, Alexander
Berkman, John Reed, Eugene Debs o Norman Thomas.
Con el estallido de la Revolución rusa de 1917 y el estímulo que
significó para el movimiento obrero internacional, las autoridades
norteamericanas comenzaron una campaña contra el movimiento obrero,
encabezada por el fiscal Palmer, que acabó con la muerte en
comisaria del anarquista Andrea Salcedo, la deportación de
centenares de militantes obreros y la detención de los anarquistas
Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, acusados de un atraco con
víctimas que no cometieron, y que les llevó a la silla eléctrica
en agosto de 1927. En ese tiempo ya había hecho también su
aparición el Partido Comunista de América.
Durante los años 30 el movimiento obrero siguió actuando, aunque
bajo enorme vigilancia, y el estallido de la Guerra Civil española
sirvió para movilizar a muchos de sus efectivos que realizaron
campañas de solidaridad y se alistaron voluntarios en las Brigadas
Internacionales. Fue tras la Segunda Guerra Mundial y la represión
del macarthismo cuando el movimiento obrero revolucionario
norteamericano comenzó a declinar.
Y en este contexto político desarrolló su actuación Michael Gold.
La novela Judíos
sin dinero y España
La
primera vez que vio la luz la novela de Michael Gold en España fue
poco después de su publicación en EEUU. En 1930, la editorial
Cenit, la publicaba por primera vez en castellano. Hoy apenas
conocida la editorial Cenit nació en 1928 de la mano de Rafael
Giménez Siles y Graco Marsá. Ambos estaban en la cárcel por su
compromiso contra la dictadura de Primo de Rivera y ya habían
participado de otros proyectos como la revista Post-Guerra
(donde también estaba Jose Antonio Balbontín) o la editorial
Oriente, que publicó numerosos títulos de carácter marxista. La
editorial Cenit nació en la carcel Modelo de Madrid y su primer
libro fue El
problema religioso en Méjico. Católicos y cristianos
de Ramón J. Sender y con prólogo de Ramón María del Valle-Inclán.
En el desarrollo de la editorial hubo otros personajes importantes de
la política del momento como Juan Andrade.
La
editorial existió hasta 1936 y sacó más de 200 títulos. Durante
la Segunda República la editorial dio a conocer un buen número de
publicaciones teóricas de marxismo, pero también novelas e incluso
cuestiones médicas. Esta editorial tuvo el mérito de dar a conocer
en España obras de autores como Hermann Hesse, John Dos Passos,
Upton Sinclair, Sinclair Lewis, Fedor Gladkov, etc. Todo un número
de autores norteamericanos y soviéticos hoy casi desconocidos para
el gran público (alguno de estos autores y títulos han sido
rescatados recientemente por la editorial Capitán Swing). Pero
también Cenit dio a conocer biografías de personajes como Isadora
Duncan, León Trotsky o Charles Chaplin, así como dio cobertura a
jóvenes autores como César Vallejo o a escritores como Ramón J.
Sender.
No
fue un proyecto novedose el de Cenit. Desde inicios del siglo XX se
venía desarrollando en España todo un componente de editoriales que
ponían a disposición del gran público títulos o autores de
carácter progresista y revolucionario. Los anarquistas aquí
tuvieron un papel protagonista, así como los republicanos y
posteriormente los comunistas. Proyectos como Cuento
Semanal de
Eduardo Zamacois, La
novela roja,
La novela ideal
de Federico Urales y Soledad Gustavo, La
novela política,
La novela
proletaria,
etc. Todo un compendio donde autores como Eduardo Barriobero,
Salvador Sediles, Ángel Samblancat, Ceferino González Avecilla,
Joaquín Arderiús, Hildegart Rodríguez, Ricardo Baroja, Alardo
Prats, etc., se dieron cita.
No sabemos el impacto que tuvo la novela de Gold cuando fue
publicada en España en 1930, pero los canales abiertos por Cenit nos
hace intuir que tuvo aceptación. La novela fue reeditada en 1973 por
la editorial Zero, otro proyecto que tuvo un importante papel en el
final del franquismo.
Sin embargo, la edicion de Dirección Única, nos la vuelve a
aproximar y rescatar del ostracismo. Y a su vez para sacar del
ostracismo muchas otras cosas. Un gran acierto volver a poner al
alcance de todos esta pequeña joya que nos legó Michael Gold.
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