martes, 31 de marzo de 2020

JULES VALLÈS EN "LE CRI DU PEUPLE"

Traducción del artículo de Jules Vallès en el periódico Le cri du peuple el 30 de marzo de 1871, en pleno desarrollo de la Comuna de París.
Publicado en el periódico El Obrero

Le Cri du Peuple, 30 de marzo de 1871

El periodista y revolucionario Jules Vallès, fundador del periódico Le Cri du Peuple (El Grito del Pueblo), escribió este artículo el 30 de marzo de 1871 para celebrar la proclamación de la Comuna de París. Vallès fue una figura de primer orden en la literatura y periodismo de la época, autor de obras de amplio calado como Los refractarios (recopilación de parte de su obra periodística) o obras autobiográficas como L’enfant (El niño), Le Bachelier (El Bachiller) y L’Insurgé  (El insurgente)

¡La Comuna ha sido proclamada!
Salió de las urnas, triunfante, soberano y armado. Los representantes elegidos por el pueblo entraron en el antiguo Ayuntamiento, que escuchó el tambor de Santerre y el disparo del 22 de enero, en esta plaza donde la sangre de las víctimas del honor nacional y la dignidad parisina acaba de ser limpiada por el polvo levantado en este día festivo tras las huellas de los batallones victoriosos.
Ya no oiremos el tamborileo de Santerre; las armas ya no brillarán en las ventanas del Hotel Comunal y la sangre ya no manchará la Plaza de Grève si así lo deseamos. Y lo haremos, ¿verdad, ciudadanos?
La Comuna ha sido proclamada. La artillería de los muelles tronó sus salvas al sol que doraban el humo gris de la plaza. Detrás de las barricadas, donde se encontraba la multitud: hombres saludando con sombreros, mujeres saludando con pañuelos, la procesión triunfal, los cañones bajando sus bozales de bronce, humildes y pacíficos, temiendo amenazar a la alegre multitud.
Frente a la fachada oscura, cuyo cuadrante ha sonado tantas horas que ya tienen siglos, y a la luz de tantos acontecimientos que ya son historia, bajo estas ventanas pobladas por respetuosos asistentes, la Guardia Nacional pasó con los vítores de su tranquilo y orgulloso entusiasmo. El busto de la República, que se destacaba en blanco sobre el telón rojo, observaba impasible como se vislumbraba la cosecha de brillantes bayonetas, en medio de las cuales temblaban las banderas y el manillar de brillantes colores, mientras que el zumbido de la ciudad, los sonidos del cobre y de la piel de burro, las salvas y los vítores se elevaban en el aire.
La Comuna fue proclamada en un día de fiesta revolucionaria y patriótica, pacífica y alegre, de embriaguez y solemnidad, de grandeza y alegría, digna de los que vieron a los hombres del 93 y consoladora de veinte años de imperio, seis meses de derrotas y traiciones. El pueblo de París, en pie de guerra, proclamó la Comuna, que les ahorró la vergüenza de la rendición, el escándalo de la victoria prusiana y que los liberará como si fuera una victoria.
¡Lo que se proclamó el 31 de octubre!
¡Qué importa! ¡Ustedes que murieron en Buzenval, víctimas del 22 de enero, ahora están vengados!
La Comuna ha sido proclamada.
Los batallones que espontáneamente, desbordando las calles, los muelles, los bulevares, haciendo sonar el aire con las bandas de música de las cornetas, haciendo rugir los ecos y latiendo los corazones con los golpes de tambor, vinieron a aclamar y a saludar a la Comuna, para darle esta soberana promulgación de la gran revista cívica que desafía a Versalles, y levantaron las armas sobre sus hombros hacia los suburbios, llenando de rumores la gran ciudad, la gran colmena.
La Comuna ha sido proclamada.
Hoy es la fiesta nupcial de la idea y la revolución.
Mañana ciudadano-soldado para fecundar la Comuna aclamada y casada el día anterior, será necesario recuperar, siempre orgulloso, ahora libre, su lugar en el taller o en el mostrador.
Después de la poesía del triunfo, mi prosa de trabajo

jueves, 26 de marzo de 2020

EUGÈNE VARLIN EN EL ANIVERSARIO DE LA COMUNA DE PARÍS

Artículo publicado en el diario digital El Obrero


Si bien sobre la Comuna de París se conocen muchas cuestiones y se ha trabajando, en el caso de España, sobre la repercusión que ejerció sobre nuestro país, un poco más difuminado queda la participación de algunos protagonistas del mismo. Si bien conocemos el nombre de muchos de ellos, algunas de trascendencia internacional como Louise Michel, otros quedan más desdibujados. Es el caso de Eugène Varlin.
            Varlin fue uno de lo representante más dinámicos y activos del movimiento obrero francés en el periodo que media entre la proclamación del Segundo Imperio de Luis Napoleón Bonaparte y el final de la Comuna de París en mayo de 1871.
            Obrero encuadernador, fundó en la década de 1850 una Sociedad de Socorros Mutuos de Encuadernadores y fue un firme partidario de la igualdad hombre-mujer. En el concepto mutualista del obrerismo francés, Varlin fue impulsor de la cooperativa La Ménagère y del restaurante cooperativo La Marmite. Iniciativas muy usuales en el obrerismo francés para paliar la situación de los trabajadores y extender el concepto de solidaridad de clase.
            Lejos de quedarse en el desarrollo del movimiento obrero de su país, Varlin se afilió desde muy temprano a la Asociación Internacional de los Trabajadores, desarrollando una importante sección que se extendió, gracias a la labor de Varlin, a zonas como Lille o Lyon, además de París.
            Firme partidario de una salida revolucionaria para Francia y defensor de la Guardia Nacional, Varlin fue uno de los principales protagonistas de la Comuna de París, participando de las actuaciones en la Place Vendôme el 18 de marzo de 1926. Como integrante del Comité Central de la Guardia Nacional fue uno de los firmantes del llamamiento a las elecciones que provocó la proclamación de la Comuna en París, siendo elegido como diputado en representación de varios distritos.
            Siguiendo los postulados internacionalistas muy cercanos a Bakunin, Varlin fue un firme opositor al establecimiento del Comité de Salud Público que pedían insistentemente los blanquistas y los jacobinos en el París sitiado por los versalleses y los prusianos.
            Su compromiso revolucionario con la Comuna le llevó a combatir durante las jornadas de la Semana Sangrienta del 21 al 28 mayo, hasta que ese último día fue identificado, arrestado, linchado y fusilado.
            Aunque es complicado ubicar ideológicamente a Varlin en un grupo concreto, lo cierto fue que en interior de la Internacional se mostró mucho más cercano a las posiciones de Bakunin que a las de Marx. En el movimiento obrero francés, aunque discutió con parte de los postulados de Proudhon, también se hizo eco de muchos de ellos, teniendo en cuenta que el movimiento obrero francés tuvo una fuerte impronta proudhoniana hasta el estallido de la Comuna de París.
            Lo que no cabe ninguna duda es que Varlin influyó en el desarrollo del posterior sindicalismo revolucionario, desde las aportaciones de Joseph Jean-Marie Tortelier hasta Fernand Pelloutier o Émile Pouget como principales representante, fundado la Federación de Bolsas de Trabajo y la Confederación General del Trabajo respectivamente.
            La prematura y trágica muerte de Varlin privó al obrerismo francés e internacional de una figura que aportó cuestiones organizativas de mucho peso y calado para el posterior movimiento obrero.

domingo, 8 de marzo de 2020

La importante aportación a la reconstrucción de la historia de la provincia de Madrid


Hace 10 años, en octubre de 2009, se presentó en Colmenar Viejo un libro que, al leerlo, me generó una sensación  de tener delante de mí una obra que aportaba cosas muy importantes. El libro era la culminación de varios meses de investigación por parte de dos conocedores de la zona, Fernando Colmenajero García y Roberto Fernández Suárez. Los primeros proletarios. Los sucesos de la Huelga de Octubre de 1934 en Colmenar Viejo, fue la primera pieza de una gran historia que se estaba fraguando. En aquel momento, en el proceso de elaboración de aquella obra, fue cuando conocí a Roberto. Yo trabajaba en la Fundación Anselmo Lorenzo como archivero y Roberto acudió a consultar fuentes de primera mano a los archivos allí depositados. Por entonces, me encontraba también en plena elaboración de mi tesis doctoral sobre el movimiento obrero en Alcalá de Henares, y al leer las aportaciones de Roberto me daba cuenta de las grandes conexiones que existían entre los dos núcleos de población. Esto venía a confirmar unas de mis tesis, que era la importancia que la historia local (y no el localismo) tiene para la historiografía. Roberto, muy amablemente, me ofreció en aquella ocasión epilogar su obra, cosa que hice que todo el placer del mundo.
            Diez años después volvemos a escribir unas palabras para introducir la obra de Roberto, y nos damos cuenta que hay cosas que permanecen pero muchas otras han cambiado. En estos diez años se ha reforzado el desarrollo de una historia local de calidad, que se pone en conexión con la historia general para tratar de ver las semejanzas y las diferencias que hay entre ambas. Esto no quiere decir que haya contradicciones pero si nos muestra peculiaridades distintas dependiendo de la zona, de las circunstancias y de las necesidades. En este tiempo, Roberto ha seguido trabajando sobre la historia de Colmenar y toda la sierra norte de Madrid, lo que ha generado una serie de trabajos de calidad. Destacar su magnífico La sierra convulsa. Segunda República, Guerra Civil y primer franquismo al norte de Madrid donde ejerció como coordinador de un equipo extraordinario (Fernando Colmenajero, Juan Ignacio Vasco, Antonio Corona y Carmen Saez) o el trabajo realizado para la reconstrucción de los bombardeos sublevados sobre Colmenar Viejo durante la Guerra Civil, también como trabajo colectivo y que dio como resultado un documental.
            Siguiendo el esquema ofrecido en La sierra convulsa, Roberto Fernández nos vuelve a adentrar en la historia de esas zonas de Madrid que no han sido trabajadas y que tan necesarias son para el entendimiento de la historia y de la acción colectiva. El trabajo que aquí presentamos lleva por título Convulsiones en las puertas de Madrid. Fuencarral durante la Segunda República, la Guerra Civil y el primer franquismo. Fuencarral, hoy parte de la gran urbe madrileña, fue población independiente y en ese deseo de Roberto de abarcar todo el norte madrileño se nos presenta en las puertas de Madrid para hablarnos de un periodo de enorme trascendencia.
            Y trascendencia por muchas cuestiones, aunque destacaré algunas. La primera es las semejanzas y diferencias que presenta el caso de Fuencarral en el periodo estudiado con el de otras zonas de Madrid. A los trabajos de Roberto, que intenta abarcar una generalidad más amplia en microespacios, hay que unir los trabajos que en los últimos años han aportado cuestiones de enorme valor e interés y que han roto los moldes de la historiografía más clásica. Desde que en 2004, Sandra Souto Kustrín con su Y ¿Madrid? ¿Qué hace Madrid? Movimiento revolucionario y acción colectiva, 1933-1936 nos mostrara que había otra manera de plantear la historia local a partir de fuentes primarias no utilizadas por casi nadie, el mundo historiográfico madrileño se ha ido agitando. Desde los grupos de investigación que desde la Universidad Complutense de Madrid han ido dando salidas a tesis doctorales sobre la ciudad hasta los trabajos más generales que han puesto también a Madrid como eje del marco explicativo. Pero Roberto, y aquí la segunda aportación, no hace un remedo de lo que desde algunos lugares investigan para trasladarlo al núcleo urbano en el que se centra. Nos descubre los enormes vasos comunicantes que existen entre zonas y los lazos de sociabilidad que el movimiento obrero de la época desarrolló. La cercanía de ese norte madrileño con barrios de enorme implantación obrerista como Cuatro Caminos o pueblos como Tetuán de las Victorias, cuna del anarcosindicalista Cipriano Mera, no es baladí.
            Poco a poco, esas teselas de la historia que vamos rescatando entre todos, están conformado un mosaico que nos muestra la complejidad organizativa no solo de la capital sino la importancia de sus alrededores. Lo pude comprobar con mis trabajos de Alcalá de Henares y lo compruebo cada vez que leo una aportación nueva, de las cuales las de Roberto están en un lugar privilegiado.
            Porque sin desgranar lo más mínimo el contenido del libro, la secuencia del mismo es clásica pero con la complejidad que nos quiere mostrar. Los antecedentes son importantes para saber de lo que estamos hablando y a ello se dedica Roberto en la primera parte del libro, pues no dejaba de ser Fuencarral un eje central de los proyectos de ensanche de ciudad que Madrid pretendía. Igualmente, nos muestra como con la llegada de la Segunda República en 1931 y su proyecto democratizador y modernizador, Fuencarral intentó salir de un letargo para desarrollarse. Pero al mismo tiempo se produce toda una fase de conflictividad donde los tiempos para el desarrollo de esa modernización serán claves para entenderla. Todas las partes del periodo republicano están perfectamente reflejadas en el libro.
            Sin embargo, merced a la mayor cantidad de fuentes, la Guerra Civil es el periodo más amplio. Y aquí Roberto no deja puntada sin hilo. Habla de la Guerra pero, sobre todo, de la retaguardia. Como se organizó una zona como Fuencarral en pleno periodo bélico. Como una zona, donde el frente y el asedio del ejército sublevado estaban tan cercanos, se reconstruyó. Cual fue el papel del movimiento obrero en esa reconstrucción, los controles obreros y las colectividades, etc. No olvida tampoco que en un contexto de guerra existió una represión en la retaguardia, reconstruyéndola de forma pormenorizada. Los acuerdos y desacuerdos, los conflictos entre las distintas escuelas que estaban en el lado de la República son los protagonistas hasta el desplome definitivo y la llegada de los sublevados a la zona.
            A partir de ese momento la correlación de fuerzas cambia, y el triunfo de franquismo inaugurará un periodo donde todas las conquistas generadas en los años democráticos o, inclusive, en los duros años de la guerra van a ser pulverizadas. Pulverizadas porque fueron proyectos diametralmente opuestos, pero también porque la represión va a tener unas características exterminadoras que va a devastar todo el tejido creado en los años precedentes.
            Y aquí engancho con algo que hay que saber diferenciar bien, porque el peligro de la historiografía revisionista, muy en boga en algunos círculos, tiende a unas equiparaciones imposibles o a un reparto de responsabilidades que no casan con la realidad. Es imposible comparar la República con el franquismo porque es comparar la democracia con una dictadura. Si la Guerra Civil se produjo fue, precisamente, porque hubo un golpe de Estado contra las instituciones democráticas que existían en España en 1936. Por ello hay que hacer una diferenciación clara entre lo que es la explicación de la Segunda República y lo que fue la Guerra Civil y el franquismo. El primero es un sistema democrático pero el franquismo tiene un origen antidemocrático y como consecuencia de una guerra. Algo que el profesor Fernando Hernández Sánchez ha dejado meridianamente claro en obras como El bulldozer negro del general Franco: historia de España en el siglo XX para la primera generación del XXI.  Esto no nos tiene que llevar, en ningún caso, a idealizar ningún sistema político, pues la República tuvo problemas estructurales importantes que no supo resolver de forma inmediata desde las instituciones del Estado y que se reflejó perfectamente en las fracturas sociales que se veía en los microespacios como Fuencarral. Eso generó conflictividad, pero no era superior o diferente a la de otros países de nuestro entorno. El corte brusco de un golpe de Estado, una guerra y una dictadura, que pone termino a ese proceso, no se puede equiparar. Tampoco se puede ser simplista y hablar de la República como un bloque monolítico, pues dentro de su estructura y al margen de ella existían y coexistían distintos proyectos sociales. Esa complejidad queda muy clara en la obra de Roberto.
            Por último, destacar una cuestión muy propia de las obras de Roberto y que se agradece sobremanera. Las reconstrucciones vitales de los protagonistas de esta historia. Quienes eran, donde militaban y como acaban. Algunas de esas biografías, que ocupan la parte final, son muy completas y otras apenas son unas pinceladas. Pero nos muestra a la perfección que detrás de todas esas organizaciones y todas esas acciones colectivas había individuos concretos, con una trayectoria y, algunos, con trágico final.
            Una nueva piedra la que ha colocado Roberto en la reconstrucción de una historiografía en la que le tenemos ya como referencia. Porque las obras de Roberto, y esta no es menos, tienen una cosa en común: están perfectamente trabajadas e investigadas a partir de fuentes primarias y contrastadas con secundarias.
            Disfruten de este buen libro de historia.