Cuando se van a escribir unas
letras sobre un libro siempre tienes dudas. Las valoraciones a veces pueden ser
contraproducentes y en este caso hay algunas peculiaridades. Estamos hablando
de una novela, un relato con partes reales y partes ficticias de uno de los
momentos más críticos de la historia de España. Igualmente estamos hablando de
una novela de autoría doble. Por una la de un político, Joaquín Leguina, al que
personalmente no conozco pero con el que no me siento para nada identificado ni
en sus ideas ni es sus pensamientos y acciones. Por otra parte la de un escritor y
dramaturgo que al mismo tiempo es un buen amigo, Rubén Buren, al que aprecio y
al que me une muchas cuestiones aunque en otras discrepemos. En definitiva un
compañero.
Si
hiciese una crítica a nivel personal probablemente sería injusto, ya que me
dejaría llevar por la crítica que pudiese ejercer contra uno de los autores.
También sería injusto para Rubén, pues en definitiva el trabajo que presenta es
conjunto y es algo en lo que Rubén lleva trabajando mucho tiempo. Además, Rubén como profesional de la escritura
no tiene la obligación de dar cuentas a nadie de con quién escribe, aunque a
algunos a nivel personal no nos guste esa persona con la que ha escrito la novela.
Así
que siendo justos las líneas que voy a dedicar a valorar esta novela la voy a
hacer en dos claves. Una las cosas que me han gustado de la misma. Y por otra
la parte que no me ha gustado. Y en esta última parte voy a hacer una crítica
desde la historia. Porque aunque estamos hablando de una novela, en buena parte
de la misma se esta hablando de la historia de España más reciente.
Lo que me ha gustado
Puedo
decir que, a nivel general, la novela me ha gustado. Es una novela muy bien
escrita. De hecho en dos tardes me la había terminado. Su estructuración en
píldoras, en capítulos que hablan sobre personajes concretos, algunos reales y
otros ficticios, nos muestra una obra amena y agradable de leer. Muy sencilla.
Igualmente,
la figura de Melchor siempre me ha resultado interesante y por eso he seguido
siempre muy cerca los trabajos que ha realizado sobre el personaje el documentalista y periodista (y también amigo) Alfonso
Domingo así como los textos que yo mismo he podido producir sobre Melchor: (http://www.fronterad.com/?q=14976)
Además,
prácticamente la mitad de la novela está basada en la obra de
teatro de Rubén Buren La entrega de
Madrid, que tuve oportunidad de ver en su momento en una pequeña sala
madrileña (Sala Mirador, en la calle doctor Fourquet) y de hacer una reseña sobre la misma en el periódico CNT (http://fraternidaduniversal.blogspot.com.es/2013/06/la-dignidad-de-un-anarquista-en-el.html).
Y la adaptación de la obra de teatro a la novela se ha hecho de forma excelente.
Además,
aunque la obra se ha intentado presentar como la vida de Melchor Rodríguez, en
realidad es la vida de Amapola, su hija, la que se esta retratando en la
novela. Y esto tiene una carga importante, porque estamos hablando de las
vivencias personales y de lo que sucedía en la casa de un anarquista por los
testimonios que Amapola le legó a Rubén Buren. Y él lo ha llevado a una novela
con todas las licencias literarias. No es la historia de las sociedades
obreras, de la militancia de Melchor, de su participación en algunas
cuestiones, sino como lo veía los ojos de una niña en el final de la guerra y
de una mujer durante el franquismo. Incluso aquí la obra tiene un sabor
feminista, por la hija que se llega a rebelar contra un padre que, aun
siendo anarquista, tiene clichés propios de una sociedad machista. Por eso la novela tiene mucho de la visiones y de la vida del propio Rubén, por lo que ha vivido en su propia casa.
El
elenco de personajes, las historias entrecruzadas de los mismos, de agradecidos
y de traidores a lo que Melchor hizo están visto por los ojos de Amapola.
Destaco
el último capítulo, “La última bandera”, que me han encantado, porque hacía
tiempo que una novela no lograba introducirme en la atmósfera que relata, en
este caso el de los últimos días de vida de Melchor. He podido dejar volar la imaginación para meterme, por efecto de empatía, en el momento.
En
este sentido, de la carga literaria, la primera y la tercera parte son buenas y
solo por ello merece la pena ser leída la novela.
Lo que no me ha gustado
Sin
embargo, es verdad, que nunca llueve a gusto de todos y lo mismo que habrá
quien haga críticas desde la perspectiva literaria, yo la tengo que hacer desde
la perspectiva histórica pues en estos aspectos soy bastante quisquilloso. Y en este sentido hay algunos aspectos del libro que no me han gustado.
En
primer lugar no creo que sea necesario ejercer comparaciones para demostrar que
la acción de Melchor estaba dentro de su ideología anarquista. Es evidente que
el anarquismo como movimiento político y social es diverso y heterogéneo. Pero
sobra decir que las acciones de Melchor fueron mejores que las de otros
anarquistas de la época. Dicen que las comparaciones son odiosas y es verdad.
Por
otra parte, a veces, da la sensación que la retaguardia republicana era el
terror absoluto y no es cierto. Nadie niega la represión republicana y hoy existen grandes estudios históricos donde se relata y se acerca en su justa medida. Y
como eso que algunos denominaron “checas” no existieron como tal (eran comités
o prisiones del Frente Popular, y a una reciente tesis del historiador Fernando Jiménez Herrera me remito como estudio novísimo al respecto) y que a la altura de diciembre de 1936 estaban
todos clausurados por disposición gubernamental. En ningún momento se equipara
las zonas en conflicto, pero si es cierto que muchos pasajes bebe de los
lugares comunes típicos de determinada historiografía. La retaguardia republicana fue mucho más que Agapito García Atadell, que Felipe Emilio Sandoval o que, incluso, Melchor Rodríguez. No era solo una lucha entre los que mataba y los que luchaban porque no se matase de forma arbitraria, sino un golpe de Estado que generó una Guerra Civil. A veces estos aspectos tan simples los pasamos por alto.
En
este caso, la segunda parte del libro, “Por la senda de la rebeldía”, es la que
menos me ha gustado. Porque cuando los autores se adentran en las cuestiones
estrictamente históricas es donde patinan al abordar unas cuestiones que,
quizá, son excesivamente complejas como para novelarlas. Además que algunos
pasajes amplios de esta parte ni siquiera están novelados, sino que son
afirmaciones históricas sin más. Y en este caso incluso se incurre en errores
históricos concretos. No quiere ser un libro de historia pero se vale de la misma para afirmar cuestiones que, a veces, no casan con la realidad.
Rescatando
toda la parte vital de Melchor, es evidente que los autores deberían de haber
utilizado fuentes histórica que saquen al anarquismo, al movimiento obrero, a
la historia de la Segunda República, a la FAI, etc., de los lugares comunes en
los que machaconamente se le ha incluido durante décadas.
No
voy a poner ningún ejemplo concreto ni enumerar errores históricos, porque no es de recibo (ya se los comentaré a Rubén en persona). Pero solo una píldora, que no está
en la novela, pero que dijo el señor Leguina en unas de las entrevistas que se
le hizo con motivo de la publicación del libro. Para Leguina el sindicalismo de
la CNT se dividía entre pacífico y violento. Esto, así de entrada, ya es un
craso error. Acto seguido comparo a Melchor Rodríguez con Ángel Pestaña, como
indicando que ambos tenían el mismo modelo organizativo sindical, frente a
otros como Durruti que difería. En esto lo que demostraba el señor Leguina era
su completo desconocimiento sobre la historia de la CNT. Ángel Pestaña,
personaje interesantísimo donde los haya, sale de la CNT en 1932 tras la firma
del “Manifiesto de los Treinta”, optando por una vía sindical, la de la
Federación Sindicalista Libertaria, que si no renegaba del sindicalismo
revolucionario (que seguía defendiendo) si optaba por estrategias distintas en
el momento que le tocó vivir. Incluso Pestaña dio un paso más para fundar el
Partido Sindicalista y dar el salto a la política. Por el contrario, Melchor
Rodríguez nunca firmó el "Manifiesto de los Treinta", se mantuvo dentro de la
CNT, aprobó y participó de la estrategia de los Comités de Defensa Confederal y
siempre fue un integrante de la FAI, que él mismo fundó en 1927.
Además, la vida de los personajes no es homogénea. No es lo mismo el Pestaña de
la década de 1910, que el de 1920 y que el de 1930. Lo mismo con Melchor y lo
mismo con Durruti y todos. A veces, alguna historiografía, se deja llevar en exceso por contrafactuales. En novela están permitidos, en historia son una temeridad sin fundamento científico. Algunas afirmaciones de Leguina en las presentaciones del libro han sido temeridades sin fundamento intentando sentar cátedra en un sector, como el de la historia, donde tiene grandes lagunas.
Sinceramente
creo que algunas partes de esta novela han necesitado los ojos de un
historiador para corregir incongruencias. Pero también hay que tener en cuenta una cosa que podría hasta invalidar todo lo anterior. Estamos hablando de una novela, no de un libro de historia. Y ahí se juega con más licencias.
En
definitiva, es una novela recomendable, entretenida, bien escrita, con sus
salvedades (como todas), y donde a pesar de la forma hay que quedarse más con
el fondo. Porque del señor Leguina no tengo ni idea (y quizá ni ganas de
saberlo) pero de mi amigo Rubén puedo decir que es permeable a cualquier tipo
de debate sobre estas cosas que tanto le gusta. En esto (y en muchas otras cosas) es igual que su bisabuelo Melchor. Genes de familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario