Artículo publicado en la edición digital del periódico Diagonal
“(…) la creencia de que las causas que triunfan tendrían que
ser las únicas de interés para los historiadores conduce, como
James Joll observó recientemente, al menosprecio de muchos aspectos
del pasado que son estimables y tienen interés, y reduce nuestra
visión del mundo”. Esta es una de las frases con la que Paul
Avrich nos deleita en la introducción de su clásico libro Los
anarquistas rusos publicado en EEUU en 1967 y editado en España
por Alianza en 1974. Y este ejemplo que Avrich ponía para la
historia del anarquismo ruso lo puede también hacer suyo para hablar
de lo que sucedió en España en julio de 1936.
En estos días de aniversario vemos y leemos multitud de artículos
al respecto. Algunos muy serios, trabajados, realizado por
historiadores o investigadores que ofrecen una visión aproximativa a
lo que fue aquel golpe de Estado. Otros menos afortunados,
tendenciosos o justificativos de lo que fue un golpe contra la
República que condujo a España a una Guerra Civil y a la larga
noche de la dictadura. Pero en pocos sitios se recuerda que junto a
esa resistencia del pueblo español contra un grupo de militares y
las fuerzas conservadoras, se desarrolló en muchos lugares de la
retaguardia republicana una profunda transformación social donde se
pudo comprobar la capacidad de construcción que la clase obrera
tenía. Porque en España aquel 18 de julio comenzó una Revolución
social. Una Revolución canalizada por los anarquistas pero de la que
fue partícipe la clase obrera en su conjunto.
La capacidad del obrerismo
Si hubo un protagonista en aquel proceso revolucionario ese fue la
clase obrera. Desde que en 1868 la Internacional llegó a España y
se comenzó a desarrollar las sociedades obreras, el movimiento
obrero fue haciéndose con un papel protagonista en la política
española. Un movimiento obrero dividido en escuelas. Siendo
sintéticos (a la par que reduccionistas) se puede hablar de una
escuela de pensamiento socialista, que representó el Partido
Socialista Obrero Español fundado en 1879 y la Unión General de
Trabajadores fundada en 1888, y una escuela de pensamiento libertaria
o anarquista que tuvo diversos proyectos en el siglo XIX y que
cristalizó con fuerza en 1910 con la fundación de la Confederación
Nacional del Trabajo. Luego aparecerían otras opciones del marxismo
más o menos ortodoxo, o distintas visiones de los libertarios, pero
cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la República, esas eran
las grandes organizaciones donde se encuadraba la clase obrera
española.
Ese obrerismo no solo desarrolló sociedades obreras y sindicatos
que sirvieron, ya fuese desde el reformismo o desde la acción
directa, para defender a la clase obrera. Se preocupó de instruir y
formar a la clase obrera. Se preocupó de capacitarla, de mostrarle a
través de la formación la importancia de lo que significaba ser
obrero. De cómo los medios de producción y consumo estaban en sus
manos pero que al mismo tiempo era enajenado por una economía
opuesta a sus intereses.
Ese obrerismo formó una cultura obrera. Un modo de comportamiento,
de hábitos de comportamiento, de simbología, etc., para
contrarrestar a la sociedad burguesa y capitalista. El obrerismo
revolucionario creía firmemente en la alternativa a la sociedad
económica capitalista. El obrero se instruyó en todos los sentidos:
en las letras, las artes, las ciencias, etc. Se crearon bibliotecas
para combatir a la taberna. Se crearon ateneos, centros culturales,
escuelas para combatir el analfabetismo. La instrucción y la
educación. El movimiento obrero era consciente que tenía que acabar
con el capitalismo y tenía que tener capacidad de asumir los
resortes sociales. Algunos creían que eso se podía hacer
conquistando las instituciones del Estado y de ahí transformar.
Otros destruyendo el Estado y creando una sociedad horizontal. Aquel
18 de julio de 1936 el movimiento obrero pasó de agente de
resistencia a protagonista de dirección.
… y estalló la Revolución
La sublevación militar fue frenada en la mayoría de puntos de
España. El anarquismo, que era uno de los movimientos más dinámicos
del país, se hizo con el control de la situación en muchos lugares.
Mientras se organizaban milicias para combatir a los rebeldes en los
frentes de batalla, los libertarios españoles ocuparon puestos en
los centros de trabajo y en los campos. Muchos empresarios,
complotados con los rebeldes contra la República, huyeron de la
España republicana. Los obreros se vieron con el control de la
producción. Las fábricas tenían que producir. Los campos tenían
que ser cultivados. Y los trabajadores y sus organizaciones, tras
décadas de formación, tomaron el control de la situación. En las
fábricas se constituyeron comités obreros que gestionaron la
producción. En el campo se desarrollaron colectividades agrarias que
puso la tierra al servicio de quien la trabajaba. Aunque existieron
individualistas que siguieron cultivando a su manera la tierra, estar
en la colectividad se planteaba como beneficioso para la marcha de la
sociedad. Producción al servicio de guerra pero también para
mostrar que las cosas se podían hacer de otra forma. En la mayoría
de los casos los anarquistas fueron entusiastas seguidores de un
proceso revolucionario que habían reivindicado desde sus orígenes.
En otros muchos la UGT también participó de ese control obrero y de
esas colectividades. En sitios se llegó a la situación, incluso, de
la desaparición del dinero. Una sociedad horizontal, antiautoritaria
y comunista plena.
Todo en la vida de la retaguardia se colectivizó. La CNT desarrolló
una intensa propaganda a favor de la socialización de los medios de
producción y consumo. Se crearon Consejos Económicos con el
objetivo de hacer eficiente de la producción. Se crearon organismos
como el CLUEA (Consejo Levantino Unificado de Exportación de Agrios)
para poder controlar la producción. Todas las fábricas tuvieron su
comité de control o consejo obrero. Pero no solo fue en el ámbito
económico. En Cataluña, por ejemplo, se desarrolló el CENU
(Consejo de la Escuela Nueva Unificada) para el desarrollo educativo.
Algo que también se hizo en otros puntos de España. El Sindicato
Único de Industria de Espectáculos Públicos de la CNT se hizo con
el control de los principales centros audiovisuales y creo todo un
sistema de cine. Propaganda y cine ficción estuvo en manos de los
trabajadores del espectáculos. El celuloide se hizo colectivo. Las
salas de cine, de teatro, de ocio, estaba bajo el control obrero.
También el transporte, la vivienda, etc.
Todo un esfuerzo revolucionario que fue defendido con tesón por
muchos trabajadores porque veían así algo tangible por lo que
luchar. Sin embargo, los anarquistas, que siempre fueron los grandes
olvidados al haber sido derrotados por varios frentes, también
vieron que la realidad de la guerra imponía sacrificios. Los
anarquistas eran antiestatalistas y sin embargo dieron cinco
ministros, alcaldes, concejales, consejeros, etc,. Los anarquistas
eran antimilitaristas y sin embargo dieron cargos al Ejército
Popular de la República, a los carabineros, etc. Se imponía la
victoria sobre el fascismo. Y eso lo entendían a cualquier precio
pero sin perder lo conquistado. Y esfuerzo y un sacrificio que bien
es cierto que no todos hicieron. Ese desarrollo revolucionario hay
quien lo vio como lesivo e hizo todo lo que tuvo a su alcance para
frenarlo. Fuerzas que eran igual de antifascistas que los libertarios
pero que diferían en estrategias y tácticas. En ocasiones los
procedimientos fueron criminales.
Lo cierto fue que esas colectividades, que ese control obrero, tuvo
exitosos resultados en muchos lugares. En otros no lo fue tanto. No
hay que olvidar que se desarrollaron en un contexto de guerra. Y
aunque a partir de 1937 la efervescencia revolucionaria fue en
declive, lo cierto es que hasta el final de la guerra las
experiencias comunistas libertarias tuvieron desarrollo en muchos
puntos de la España republicana.
Ese sueño colectivo fue aniquilado cuando el 1 de abril de 1939
finalizaba la contienda civil. Y ese movimiento obrero que había
sido formado con abnegación durante décadas fue cruelmente
reprimido. Se buscó su aniquilamiento físico e ideológico. Y si
algo consiguió el franquismo, junto a cunetas y fosas comunes
repletas de antifascistas, fue crear un manto de olvido sobre ese
proceso revolucionario que estalló también en julio de 1936. Desde
ese momento la historia la escribió los vencedores. Pero, como dice
Avrich, a veces hay que aprovechar algunas fisuras para mostrar que
hubo un momento en el que todo fue posible.
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