A veces dan ganas de
pensar que, como decía Azaña, la mejor forma de guardar un secreto
en España es publicarlo en un libro
Entrevistamos a Fernando
Hernández Sánchez, historiador, profesor de la Universidad Autónoma
de Madrid, y autor del libro 'El bulldozer negro del general Franco'
Fernando
Hernández Sánchez tiene una larga trayectoría como docente y como
investigador. Especializado en la historia del comunismo español es
autor de obras de enorme calidad como Guerra
o revolución. El Partido Comunista de España en la Guerra Civil
(que
fue su tesis doctoral) o Los
años del plomo. La reconstrucción del PCE bajo el franquismo
(1939-1953),
ambos publicados en Crítica. Estos entre otros muchos libros,
capítulos de libros y artículos en revistas especializadas.
Pero
junto a esta tenaz tarea investigadores, Fernando es profesor. Lo fue
durante veintres años en la enseñanza secundaria. Y lo es desde
cinco años en la Universidad Autónoma de Madrid. De su experiencia
como docente ha realizado este libro: El
bulldozer negro del general Franco (Pasado
& Presente, 2016). Como el mismo subtitula, “historia de España
en el siglo XX para la primera generación del siglo XXI”. Un libro
ameno, divulgativo y didáctico que no va a dejar indiferente a
nadie.
- El bulldozer negro del general Franco. Historia de
España en el siglo XX contada para la primera generación del siglo
XXI cuenta de forma sencilla y amena el desarrollo de la
historia española alejándola de determinados mitos. ¿Hay mucho
déficit en el conocimiento histórico de las dos últimas
generaciones de ciudadanos?
No es una hipótesis: es una realidad que ratifican sistemáticamente
estudios y sondeos de opinión, con resultados altamente
preocupantes. Por poner un par de ejemplos: en 2010, el CIS hizo
pública una encuesta realizada con motivo de la entrada en vigor de
la ley de memoria histórica. De las tres mil personas entrevistadas,
el 69% afirmó que habían recibido poca o ninguna información sobre
la guerra civil en el colegio o el instituto.
Por otra parte, un estudio que realicé entre un centenar de
estudiantes de magisterio durante el curso 2013/2014 mostró que solo
el 27% de los futuros maestros habían visto los contenidos relativos
a la Segunda República, la guerra civil, el franquismo y la
transición durante la etapa de su educación obligatoria. Solo uno
de cada cinco de sus profesores abordó los temas con detenimiento y
profundidad, frente a casi un tercio que lo hizo deprisa y
superficialmente con pretextos como rehuir la polémica política o
la proximidad (¡casi 80 años después de la guerra y 40 de la
muerte del dictador!) a los hechos.
- El título del libro llama mucho la atención. ¿Por qué has
utilizado el término bulldozer para definir a
la España y la política de Franco?
El título remite a una cita de la Autobiografía del general
Franco, de Manuel Vázquez Montalbán que he incluido en el
epílogo. Con visión casi profética, el autor aventuraba que la
figura del dictador iría desdibujándose en las referencias
divulgativas del futuro, apareciendo en las enciclopedias como un
gobernante severo bajo el que se sentaron las bases del
desarrollismo. Basta leer algunas interpretaciones actuales que
rebajan la naturaleza totalitaria de su régimen y le atribuyen la
eclosión de las clases medias que acabarían alumbrando la
democracia para llegar a la descorazonadora conclusión del escritor
barcelonés: “Y cada vez que un ciudadano del futuro lea esa
Historia objetivada o presencie esos videos reductores, será como si
usted [Franco] emergiera del horizonte conduciendo un bulldozer negro
dispuesto a cubrir con una capa más de tierra a todas sus víctimas
de pensamiento, palabra, obra y omisión…”
- Es evidente que este libro está realizado en función de tus
propias experiencias como profesional de la historia y de la
educación. ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de esa
dilatada trayectoria profesional y qué ha generado este libro?
He ejercido como profesor de secundaria durante veintitrés años
bajo prácticamente todas las leyes educativas. Pues bien, en lo que
respecta a la enseñanza de la historia del presente español ha
habido poca variación en el catálogo de pretextos empleados para
obviar su tratamiento en las aulas. Primero fue aquello de que los
hechos eran demasiado recientes y que no existía perspectiva
suficiente para abordarlos con criterio científico. Luego se ha dado
en repetir como un mantra la queja sobre lo apretado de los
programas, la escasez de horas lectivas, lo controvertido de los
contenidos… El resultado es que desde comienzos del siglo XXI,
entre ocho o nueve millones de jóvenes habrán sido llamados a
elegir a sus representantes para que tomen decisiones que afectarán
a sus vidas, afrontando problemas cuyas raíces se hunden en procesos
de la historia reciente sobre los que apenas habrán recibido
formación escolar alguna. Y es probable que más de la mitad de los
que aún permanecen dentro del sistema educativo formal apenas
reciban una información superficial sobre episodios fundamentales
como la Segunda República o la guerra civil española. Y
prácticamente ninguna sobre la dictadura franquista o la transición.
No es de extrañar que en el magma de esas carencias proliferen los
discursos mistificados, los relatos ficticios y los errores de larga
duración.
- El libro tiene una estructura curiosa e interesante. A las
explicaciones históricas del desarrollo cronológico has incluído
una parte titulada “El rincón de los lugares comunes”. Y son,
quizá, estos lugares comunes los que hace que la historia de España
esté distorsionada. ¿Tantos lugares comunes tiene la historia de
España del siglo XX? ¿A qué crees que se deben?
Hay dos factores fundamentales: la funcionalidad de las explicaciones
simples y la perdurable supervivencia de las ideas ingenuas. A falta
de datos e interpretaciones precisos, lo que queda en la percepción
del estudiante, una vez vomitada en los exámenes la sobredosis de
conocimiento factual, es un collage de lugares comunes,
anécdotas, informaciones fragmentadas, datos aislados y
anacronismos. La explicación teleológica –bien está lo que bien
acaba- que describe el advenimiento de la democracia con la
facilitadora ayuda de un pacto entre notables absuelve, por lo demás,
a una mayoría social que no hizo nada para enfrentarse al régimen,
porque no hay que olvidar que Franco murió en la cama. Por
añadidura, el lugar que no ocupan los historiadores lo toman al
asalto las producciones estridentes de tertulianos, literatos de la
industria productora de hegemonía o revisionistas silvestres. Los
debates prejuiciados sobre cosas tan evidentes como la imperativa
erradicación de los vestigios hagiográficos de la dictadura o el
contenido de los anaqueles de novedades editoriales de las grandes
superficies son muestra evidente de ello.
- Desde tu posición de historiador y como conocedor exhaustivo
del periodo de la Segunda República y el franquismo. ¿Qué aportó
la Segunda República a la sociedad española y por qué es tan
denostada en muchos análisis? Por el contrario ¿Qué significó el
franquismo y que se mantiene de él?
La República tuvo que acometer grandes reformas estructurales en un
contexto internacional marcado por el retroceso en toda Europa de los
sistemas parlamentarios y la recesión económica contando con la
oposición, cada vez más virulenta, del viejo bloque hegemónico
conformado durante la incompleta revolución burguesa del siglo
anterior. La oligarquía terrateniente, con la Iglesia como poder
legitimador, el ejército como partido en armas y la monarquía como
clave de bóveda, nunca le perdonaron a la República el sobresalto
que supuso para su hasta entonces incontestable control patrimonial
del país. Sus herederos, tampoco. A la postre, consiguieron lo que
se proponían. Lo que no pudo la obstrucción legislativa desde
dentro del sistema lo acabó consiguiendo la intervención militar.
La raíz republicana, obrerista, federal y laica de la España
popular acrisolada en el primer tercio del siglo XX fue arrancada de
forma tan implacable que jamás volvió a rebrotar.
El franquismo fue la forma política en que se encarnó la coalición
contrarrevolucionaria que venció en la guerra civil. La Iglesia
católica lo legitimó obteniendo a cambio una generosa financiación
estatal y la adecuación de la educación y la legislación civil a
la horma de su sistema de valores. Colaboradores de la dictadura
fueron quienes se aprovecharon de un sistema intrínsecamente
corrupto y los cómplices de la represión unidos a ella por un pacto
de sangre. Sin olvidar la conformidad pasiva de la denominada mayoría
silenciosa. Es en el espesor de este entramado de intereses y
miedo colectivo donde se encuentran algunas de las razones que
explican la larga duración del franquismo y su herencia envenenada.
El recuerdo del baño de sangre original como elemento disuasorio del
compromiso político; la tolerancia con la corrupción y la general
presunción de deshonestidad en los gobernantes de cualquier
tendencia sin que ello se materialice en una coherente reacción
cívica; la consolidación, en definitiva, de un bajo nivel de
exigencia para con los representantes públicos es el legado que la
sociedad española debe a Franco mucho tiempo después de su muerte.
-A tu juicio, ¿está la Transición idealizada en la historia de
España?
En los últimos tiempos estamos asistiendo a una relectura del
proceso, no muy bien asumida en algunos ámbitos. Nadie debería
sorprenderse de que esto ocurra. La generación que protagonizó la
Transición está en la estación término de su presencia pública.
Según el INE, el 36% de la población española nació después de
la promulgación de la Constitución y el 68% no tuvo ocasión de
votarla. No es de extrañar, pues, que haya un movimiento de fondo
que pretenda hacer realidad el viejo aforismo de los radicales
anglosajones del XIX de que no debe encomendarse a los muertos el
gobierno de los vivos. Máxime cuando la crisis de larga duración
que venimos sufriendo desde 2008 ha erosionado los pilares del
discurso sobre el que se construyó el mito: la liberalización
política, la conquista de las libertades, la modernización social y
económica y el protagonismo de España en el concierto
internacional. El proceso no ha hecho más que empezar. Todavía no
ha llegado el momento álgido para la crítica de la Transición en
sí: pasarán décadas antes de que las fuentes primarias sean
accesibles y revelen a los historiadores algunos de los secretos
custodiados en el sancta sanctorum de los depósitos
administrativos, diplomáticos y militares. Estamos en la fase de la
crítica de la Transición para sí, del relato sobre la
edificación del sistema a que dio lugar. Sus mayores activos, el
consenso que desembocó en la promulgación de la constitución de
1978 y la previsibilidad conferida por un sistema electoral
bipartidista con apoyos circunstanciales de nacionalistas moderados o
de una izquierda subsidiaria, se han esfumado. La triple crisis,
económica, social y de representatividad política desencadenada en
el periodo 2008-2015 ha hecho estallar sus costuras generacionales y
territoriales. Estamos, de nuevo, en tiempos de refundación. Está
por ver de qué.
- De entre los pasajes del libro hay un par de acontecimientos que
llaman la atención. Uno es la forma de abordar las razones del golpe
de Estado de julio de 1936. El otro la participación de España
junto a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuáles crees que
son las razones para seguir manteniendo determinados mitos alrededor
de ambos acontecimientos cuando han pasado ya más de siete décadas?
A veces dan ganas de pensar que, como decía Azaña, la mejor forma
de guardar un secreto en España es publicarlo en un libro. Desde la
llegada de la democracia, la investigación académica ha producido
montañas de estudios, artículos y tesis que han ido desmontando los
basamentos del relato sobre el que se asentaba el franquismo. Pues
bien, sus conclusiones no han calado suficientemente en los manuales
escolares, aquellos textos en los jóvenes aquilatan su percepción
de la historia en el periodo de su formación inicial. No es raro
seguir leyendo que bajo la República se produjeron oleadas de
huelgas, quemas de iglesias y enfrentamientos armados, mezclando el
legítimo ejercicio de un derecho constitucional con manifestaciones
de piromanía anticlerical y actos terroristas. O que en la dinámica
del golpe militar de julio de 1936 se obvie lo que hoy sabemos acerca
del tiempo largo de la trama conspirativa o sobre la adscripción
fundamentalmente monárquica de sus urdidores. Respecto al
distanciamiento del Eje, se suele pasar por alto que Franco se
adhirió al Pacto de Acero, que incluía cláusulas de apoyo
mutuo con Alemania e Italia. O que otorgó facilidades para
suministrar víveres y combustible a los submarinos alemanes en los
puertos del Atlántico. Tampoco leerán nuestros estudiantes que, más
que la supuestamente irritante entrevista en Hendaya, lo que impidió
que España entrara en la guerra mundial al lado de Hitler fueron los
sobornos –valorados en unos 170 millones de euros actuales-
realizados por los servicios de inteligencia británicos a destacados
generales del entorno del Caudillo. Es más fácil repetir los
tópicos manidos que, en última instancia, acaban pasteurizando al
franquismo al aligerarlo de aquellos rasgos estridentes que habían
quedado sepultados bajo los escombros de cancillería de Berlín o
colgando de la marquesina de una gasolinera en la piazzale Loreto
de Milán.
- Podemos decir que no estamos ante un libro al uso. Entre tus
fuentes bibliográficas y documentales para su elaboración has
utilizado el cómic y los nuevos recursos como los códigos QR.
¿Consideras el cómic una fuente para el conocimiento histórico?
¿Crees que las nuevas tecnologías ayudan para ese conocimiento?
El comic o la novela gráfica me parecen excelentes medios para
introducir al alumnado en el conocimiento de nuestra historia
reciente. Para una generación eminentemente audiovisual, ejercen un
atractivo indudable. Maus o Los surcos del azar hacen
más por el conocimiento de la naturaleza del nazismo o de la
participación española en la resistencia antifascista que los
recursos bibliográficos al uso. Y el acceso inmediato a esa inmensa
base de materiales audiovisuales que es Youtube posibilita
ampliar lo expuesto en el texto –por definición, limitado- e
iniciar una búsqueda propia aprovechando la estructura reticular del
medio, a fin de seguir profundizando y desarrollar el espíritu
crítico. Incluso cuando lo que se encuentra es basura
propagandística, es útil porque favorece el ejercicio del
contraste. El reto, cuando se trabaja con nativos digitales, no es el
exceso de información, sino la provisión de las claves necesarias
para descodificarla.
- El libro trata de romper muchos mitos. Mitos forjados ayer pero
mantenidos hoy por los llamados revisionistas. ¿Por qué esa
“historiografía” revisionista goza de tan buena salud?
Porque reconforta a ciertos sectores ideológicos. No es estético
presumir de ser, al mismo tiempo, demócrata y franquista. De ahí la
necesidad de desnaturalizar la dictadura, con la tramposa
contraposición entre totalitarismo y autoritarismo; de alabar sus
logros macroeconómicos y sus derivadas sociales, el surgimiento de
la mesocracia y la falaz apertura de prensa de Manuel Fraga; y, para
sus orígenes, rebuscar pretextos para justificar el golpe de estado
contra la República como respuesta a una situación de necesidad,
imputar a otros la responsabilidad del desencadenamiento de la guerra
o diluir la magnitud represiva en la estupefaciente atmósfera de la
“guerra entre hermanos”, la “locura colectiva” o el “si
hubo Badajoz, también hubo Paracuellos”. Si, además, estos
argumentos pueden servir como munición en el combate político del
día a día, como ocurrió con la guerra de las esquelas en tiempos
de Zapatero o con el callejero madrileño en la actualidad, miel
sobre hojuelas…
- Tras la elaboración de este libro, por tu contacto con la
comunidad educativa en su conjunto y en relación a la propia
sociedad, ¿hay esperanzas de que en un futuro las nuevas
generaciones entiendan mejor la historia? ¿Y qué futuro le
vislumbras a la propia ciencia histórica, a tenor del panorama
actual, para esta cuestión? Por decirlo de otra forma, ¿cómo son
las nuevas generaciones de alumnos, de historiadores y de ciudadanos
en general?
No albergo ilusiones de una conversión masiva hacia el estudio de la
Historia en estos tiempos de postración ante las carreras
utilitarias. Confío, eso sí, en los jóvenes historiadores que
tendrán la oportunidad de contrastar el relato de ese pasado con las
fuentes directas que -así es como avanza el saber- lo pondrán en
cuestión. Me contentaría con que lográsemos ser una sociedad
democrática normal, en la que quedara desterrado para siempre
aquello de “yo no soy franquista, pero…” No hay nada bueno que
venga detrás de ese pero. Una sociedad que se enfrentase a su
pasado asumiendo su complejidad y su conflictividad, sin miedos ni
reservas, agradecida con quienes se dejaron lo mejor de sí mismos en
la lucha por la libertad de todos. Como lo hacen, por utilizar una
conocida expresión-comodín, todos los países de nuestro entorno.
En esa labor, como decía Eric J. Hobsbawm, los historiadores,
encargados de recordar lo que otros olvidan, pueden ejercer una
importante función social, la de restablecer la conexión entre la
sociedad y su pasado con el fin de dar sentido a las aparentemente
insondables contradicciones del presente.
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