Artículo aparecido en la edición digital del periódico Diagonal
Muchas veces establecemos lugares comunes en la historia y en nuestra
memoria a la hora de analizar la realidad. En ese sentido siempre
hemos oído como se ha catalogado a provincias como Guadalajara o
Burgos como conservadoras en lo político. Sin embargo, cuando nos
acercamos a la realidad histórica, nos damos cuenta que esos lugares
comunes son eso: lugares comunes. Decir lo contrario sería obviar
que en otros momentos históricos provincias como Burgos tuvieron uno
de los movimientos sindicales más dinámicos. Que la población de
Aranda de Duero contó con unos de los sindicatos de la CNT más
poderosos, el de los ferroviarios que le unía a otra ciudad también
insertada en esos lugares comunes como Soria.
Desgraciadamente en este país nos
damos cuenta de esto por dos vías. Cuando hacemos estudios
históricos de esas provincias que en muchos casos tiene una relativa
difusión. O cuando se exhuma alguna de las múltiples fosas que
pueblan la geografía de nuestro país. Y aquí Burgos tiene un
protagonismo inusitado.
Lo último. Monte Estépar
Mientras España vivía
unos momentos de reposo, preparada para las elecciones municipales
próximas o veía pasar diversas procesiones, un grupo de personas se
reunía en Monte Estépar, un lugar muy cercano a Burgos capital.
Monte Estépar es un lugar escondido dentro del municipio de Estépar.
Allí durante la Semana Santa (el viernes día 3 para ser más
precisos) un grupo de arqueólogos, represetantes de la memoria
histórica y familiares han llevado a cabo una exhumación. Una
exhumación que no ha contado con apoyo de ninguna institución. Que
no ha despertado el interés de una clase política que considera
todo esto de la memoria histórica como algo “incómodo”. Solo
las organizaciones civiles, las asociaciones de la memoria y los
familiares de la víctimas se movilizan. En el caso de Monte Estépar
el dinero para la exhumación ha salido de un crowdfunding, impulsado
por la Coordinadora Provincial de Memoria Histórica de Burgos o por
grupos como Espacio Tangente.
El año pasado ya comenzaron las
exhumaciones de esta zona. Se localizaron 70 cuerpos bajo la tierra.
Este fin de semana han aparecido 26 más. Cuatro fosas. 96 cadáveres.
Todos ellos fusilados entre agosto y octubre de 1936. La mano
ejecutora el ejercito sublevado franquista, las partidas de
falangistas que iban de pueblo en pueblo y de prisión en prisión
para cobrarse una contribución de sangre generada por el odio. A su
cabeza el gobernador de la provincia en esa época: Fidel Dávila
Arrondo. A muchos este nombre ya ni les sonará. O sí les suena,
pero como el nombre de una calle. Muchas calles en la geografía
española tiene todavía el nombre de Fidel Dávila. Un militar
africanista, fuertemente conservador, que durante la Segunda
República pasó a la reserva y que una vez que se consumó el golpe
de Estado de julio de 1936 se unió a los rebeldes en Burgos donde
residía. Fue uno de los mandos del Ejercito del Norte, formó parte
del Junta Técnica de Estado, embrión del Estado franquista y ocupó
numerosos cargos militares y políticos durante la dictadura hasta su
fallecimiento en 1962.
Fidel Dávila fue la cabeza de todo un aparato represivo que se
cobró la vida de miles de personas en la provincia de Burgos y otros
lugares. Entre las víctimas hay personajes como director del Orfeón
de Burgos Antonio José Martínez Palacios, el director de Burgos
Gráfico Antonio Pardo Casas, etc.
El modus operandi. ¿Por qué el Monte Estépar?
La represión tuvo muchas aristas.
De los cuerpos encontrados en Monte Estépar hay varios ejemplos.
Algunos eran sacados de sus casas por las partidas de falangistas,
llevados a lugar del crimen y ejecutados. La fosa donde se enterraban
estaba cavada previamente (muchas veces por vecinos de los pueblos
limítrofes) o bien la cavaba el propio reo. Era una represión
extrajudicial. Desaparecidos que no dejaron ningún rastro hasta que
se exhuma la fosa. Para otros el final era también igual de cruel.
Se hacían listas en las cárceles, se dictaba orden de libertad y en
el traslado eran asesinados. Sacas de presos que sí dejaron listas
de personas que nunca aparecieron. Por eso se sabe que los lugares de
fusilamientos fueron muchos más. Otros eran sacados y ejecutados
tras consejos de guerra sumarísmos donde se dictaminaba pena de
muerte bajo leyes aberrantes y que contravenía cualquier tipo de
derecho.
La elección de los parajes de
ejecución tampoco era aleatoria. En un principio las ejecuciones era
muy visibles. Pero paulatinamente los rebeldes fueron perfeccionando
su técnica. Había que tapar responsabilidades. Luis Castro,
documentalista, historiador e integrante de la Cátedra Complutense
de Memoria Histórica del siglo XX de la Universidad Complutense de
Madrid nos da la clave de la elección de estos lugares en su libro
Capital de la Cruzada,
Burgos durante la Guerra Civil:
“La situación
llegó a ser tan escandalosa en este aspecto que las autoridades
dictaron normas para tratar de disimular los crímenes y se ordenó
que las ejecuciones se hicieran en lugares más alejados (Estépar,
la Brújula, la Pedraja, etc.) y que los cadáveres fueran
debídamente enterrados. Con frecuencia se hacía en zanjas
longitudinales, cavadas al efecto por los ejecutores o por los
vecinos de pueblos próximos que eran obligados a ello por lo que se
denomina 'prestación personal'”.
Eran pues elecciones de lugares premeditadas. El paraje de Monte
Estépar era un lugar ideal para estas ejecuciones. Un lugar ideado
por el franquismo. Un lugar premeditamente olvidado por las
autoridades tras la muerte de Franco. Un lugar en la memoria de
muchos habitantes de Burgos, que muchos años después ha podido
salir a la luz.
Al
pie de las fosa exhumada estos días, junto a los esqueletos de los
represaliado, se encontraron los casquillos de las balas falangistas
que les ejecutaron. Una prueba más del crimen del franquismo. Unos
tiros de gracia que tienen también nombres propios. El libro La
Guerra Civil en Burgos: fusilados, detenidos y represaliados en 1936
de Fernando Cardero Azofra y Fernando Cardero Elso, narra una de las
historias más terribles de ese lugar llamado Monte Estépar: “Se
comentaba que José Iñigo, comandante de Caballería, encargado de
descerrajar el tiro de gracia en la nuca de los fusilados de Estépar,
cada vez que lo hacía, exclamaba en tono sarcástico '¿véis lo que
me obligáis a hacer, comunistas de mierda?'”
Los otros lugares de la memoria
En Monte Estépar se han recuperado en total 92 cuerpos. Hay más.
Los testimonios dicen que muchas de esas sacas fueron ejecutadas
allí. El problema viene que tras la construcción de la carretera
que une Valladolid y Burgos, muchos de esos lugares fueron
destruídos. Nada nuevo bajo el sol. Rita Barberá lo hizo en
Valencia. Gallardón en Madrid.
Pero de un tiempo a esta parte en Burgos las asociaciones civiles y
de la memoria, junto a los familiares están realizando un trabajo
titánico. Ya en Monte Estépar se señalizó en 1989 como lugar de
fusilamientos. Tuvo que pasar muchos años más para que haya sido
exhumada.
Otros lugares han tenido tambien su exhumación. Incompleta, porque
siempre hay falta de recursos, problemas de la administración y
mucho voluntarismo. Aranda de Dueron en lugares como Monte Castoján
o La Lobera han sido exhumados ya 130 cuerpos. Se estiman que hay
muchos más. En Gumiel de Izán se localizaron 59 en un lugar llamado
La Legua. En Milagros, en La Casilla de los Camineros se exhumaron
46. En Quintanilla de la Mata, en Monte Andaya los cuerpos fueron 85.
En el cementerio de Valdenoceda 114 cuerpos. En Villamayor de los
Montes, en en Alto de la Venta, 46 cadáveres.
Mención especial merece la fosa de Villafranca de los Montes de
Oca, en el Monte de La Pedraja. Allí han sido localizados 135
cuerpos. De entre ellos vamos a nombrar a uno. Antoni Benaiges,
maestro de Bañuelos de Bureba. Benaiges era un maestro freinetista,
una técnica educativa que se basaba en la utilización de la
imprenta en el aula. El maestro Benaiges prometió a sus alumnos que
irían a ver el mar en el verano de 1936. Sin embargo tras el golpe
de Estado Benaiges desapareció. Fue ejecutado por los falangistas en
La Pedraja. Nunca pudo llevar a sus alumnos al mar. Muchos años
después su familia, investigadores y documentalistas como Sergi
Bernal lo han dignificado. Pero junto a él hay 134 cuerpos más por
dignificar.
En
Burgos se han localizado tambien fosas más pequeñas, que tienen
entre uno y diez-doce cuerpos y otras con algunos más. Otros lugares
están localizados pero no exhumanos. Por ejemplo la Torca Palomera
en Mozuelos de Sedano. En ese paraje las partidas falangistas
fusilaban y lanzaban los cuerpos a una sima de más de 60 metros de
profundidad. Unos de los dirigentes falangistas ejecutores que vivia
en Masa dijo que en esa sima cabían todos los militantes de
izquierdas del Valle de Sedano. Según Jesús Gutiérrez Flores en su
libro Guerra Civil
en Cantabria y pueblos de Castilla
calcula unos 40 ejecutados en ese paraje. No se sabe. No se ha podido
bajar a la sima. Hoy esos cuerpos descansan bajo una pila de basura y
animales muertos.
Burgos, la que fuera la capital de la España franquista, es una
gran tumba bajo cuya tierra todavía reclaman justicia cientos y
cientos de fusilados. Puede que miles. No se sabe el censo que a
medida que se exhuma crece.
No
se puede edificar una democracia cuando aquellos que la fueron a
defender en sus diversas formas tras el golpe de julio de 1936 están
enterrados bajo el asfalto de carreteras, en parajes perdidos o bajo
toledas de carroña y basura. Esto no es necesario que lo diga
alguien de izquierda. No hace falta que lo diga un historiador. Es
una cuestión de sentido común. Pero para los herederos de aquel
régimen, para los que defienden a rajatabla la Ley de Amnistía de
1977 el peligro es el sentido común.
Pd: Foto de Álvaro Minguito. Diso Press
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