Hace 10 años, en octubre de 2009,
se presentó en Colmenar Viejo un libro que, al leerlo, me generó una
sensación de tener delante de mí una
obra que aportaba cosas muy importantes. El libro era la culminación de varios
meses de investigación por parte de dos conocedores de la zona, Fernando
Colmenajero García y Roberto Fernández Suárez. Los primeros proletarios. Los sucesos de la Huelga de Octubre de 1934
en Colmenar Viejo, fue la primera pieza de una gran historia que se estaba
fraguando. En aquel momento, en el proceso de elaboración de aquella obra, fue
cuando conocí a Roberto. Yo trabajaba en la Fundación Anselmo Lorenzo como
archivero y Roberto acudió a consultar fuentes de primera mano a los archivos
allí depositados. Por entonces, me encontraba también en plena elaboración de
mi tesis doctoral sobre el movimiento obrero en Alcalá de Henares, y al leer
las aportaciones de Roberto me daba cuenta de las grandes conexiones que
existían entre los dos núcleos de población. Esto venía a confirmar unas de mis
tesis, que era la importancia que la historia local (y no el localismo) tiene
para la historiografía. Roberto, muy amablemente, me ofreció en aquella ocasión
epilogar su obra, cosa que hice que todo el placer del mundo.
Diez
años después volvemos a escribir unas palabras para introducir la obra de
Roberto, y nos damos cuenta que hay cosas que permanecen pero muchas otras han
cambiado. En estos diez años se ha reforzado el desarrollo de una historia
local de calidad, que se pone en conexión con la historia general para tratar
de ver las semejanzas y las diferencias que hay entre ambas. Esto no quiere
decir que haya contradicciones pero si nos muestra peculiaridades distintas
dependiendo de la zona, de las circunstancias y de las necesidades. En este
tiempo, Roberto ha seguido trabajando sobre la historia de Colmenar y toda la
sierra norte de Madrid, lo que ha generado una serie de trabajos de calidad.
Destacar su magnífico La sierra convulsa.
Segunda República, Guerra Civil y primer franquismo al norte de Madrid
donde ejerció como coordinador de un equipo extraordinario (Fernando
Colmenajero, Juan Ignacio Vasco, Antonio Corona y Carmen Saez) o el trabajo
realizado para la reconstrucción de los bombardeos sublevados sobre Colmenar
Viejo durante la Guerra Civil, también como trabajo colectivo y que dio como
resultado un documental.
Siguiendo
el esquema ofrecido en La sierra convulsa,
Roberto Fernández nos vuelve a adentrar en la historia de esas zonas de Madrid
que no han sido trabajadas y que tan necesarias son para el entendimiento de la
historia y de la acción colectiva. El trabajo que aquí presentamos lleva por
título Convulsiones en las puertas de
Madrid. Fuencarral durante la Segunda República, la Guerra Civil y el primer
franquismo. Fuencarral, hoy parte de la gran urbe madrileña, fue población
independiente y en ese deseo de Roberto de abarcar todo el norte madrileño se
nos presenta en las puertas de Madrid para hablarnos de un periodo de enorme
trascendencia.
Y
trascendencia por muchas cuestiones, aunque destacaré algunas. La primera es
las semejanzas y diferencias que presenta el caso de Fuencarral en el periodo
estudiado con el de otras zonas de Madrid. A los trabajos de Roberto, que
intenta abarcar una generalidad más amplia en microespacios, hay que unir los
trabajos que en los últimos años han aportado cuestiones de enorme valor e
interés y que han roto los moldes de la historiografía más clásica. Desde que
en 2004, Sandra Souto Kustrín con su Y
¿Madrid? ¿Qué hace Madrid? Movimiento revolucionario y acción colectiva,
1933-1936 nos mostrara que había otra manera de plantear la historia local
a partir de fuentes primarias no utilizadas por casi nadie, el mundo
historiográfico madrileño se ha ido agitando. Desde los grupos de investigación
que desde la Universidad Complutense de Madrid han ido dando salidas a tesis
doctorales sobre la ciudad hasta los trabajos más generales que han puesto
también a Madrid como eje del marco explicativo. Pero Roberto, y aquí la
segunda aportación, no hace un remedo de lo que desde algunos lugares investigan
para trasladarlo al núcleo urbano en el que se centra. Nos descubre los enormes
vasos comunicantes que existen entre zonas y los lazos de sociabilidad que el
movimiento obrero de la época desarrolló. La cercanía de ese norte madrileño
con barrios de enorme implantación obrerista como Cuatro Caminos o pueblos como
Tetuán de las Victorias, cuna del anarcosindicalista Cipriano Mera, no es
baladí.
Poco
a poco, esas teselas de la historia que vamos rescatando entre todos, están
conformado un mosaico que nos muestra la complejidad organizativa no solo de la
capital sino la importancia de sus alrededores. Lo pude comprobar con mis
trabajos de Alcalá de Henares y lo compruebo cada vez que leo una aportación
nueva, de las cuales las de Roberto están en un lugar privilegiado.
Porque
sin desgranar lo más mínimo el contenido del libro, la secuencia del mismo es
clásica pero con la complejidad que nos quiere mostrar. Los antecedentes son
importantes para saber de lo que estamos hablando y a ello se dedica Roberto en
la primera parte del libro, pues no dejaba de ser Fuencarral un eje central de
los proyectos de ensanche de ciudad que Madrid pretendía. Igualmente, nos
muestra como con la llegada de la Segunda República en 1931 y su proyecto
democratizador y modernizador, Fuencarral intentó salir de un letargo para
desarrollarse. Pero al mismo tiempo se produce toda una fase de conflictividad
donde los tiempos para el desarrollo de esa modernización serán claves para
entenderla. Todas las partes del periodo republicano están perfectamente
reflejadas en el libro.
Sin
embargo, merced a la mayor cantidad de fuentes, la Guerra Civil es el periodo
más amplio. Y aquí Roberto no deja puntada sin hilo. Habla de la Guerra pero,
sobre todo, de la retaguardia. Como se organizó una zona como Fuencarral en
pleno periodo bélico. Como una zona, donde el frente y el asedio del ejército
sublevado estaban tan cercanos, se reconstruyó. Cual fue el papel del
movimiento obrero en esa reconstrucción, los controles obreros y las
colectividades, etc. No olvida tampoco que en un contexto de guerra existió una
represión en la retaguardia, reconstruyéndola de forma pormenorizada. Los
acuerdos y desacuerdos, los conflictos entre las distintas escuelas que estaban
en el lado de la República son los protagonistas hasta el desplome definitivo y
la llegada de los sublevados a la zona.
A
partir de ese momento la correlación de fuerzas cambia, y el triunfo de
franquismo inaugurará un periodo donde todas las conquistas generadas en los
años democráticos o, inclusive, en los duros años de la guerra van a ser
pulverizadas. Pulverizadas porque fueron proyectos diametralmente opuestos,
pero también porque la represión va a tener unas características exterminadoras
que va a devastar todo el tejido creado en los años precedentes.
Y
aquí engancho con algo que hay que saber diferenciar bien, porque el peligro de
la historiografía revisionista, muy en boga en algunos círculos, tiende a unas
equiparaciones imposibles o a un reparto de responsabilidades que no casan con
la realidad. Es imposible comparar la República con el franquismo porque es
comparar la democracia con una dictadura. Si la Guerra Civil se produjo fue,
precisamente, porque hubo un golpe de Estado contra las instituciones
democráticas que existían en España en 1936. Por ello hay que hacer una
diferenciación clara entre lo que es la explicación de la Segunda República y
lo que fue la Guerra Civil y el franquismo. El primero es un sistema
democrático pero el franquismo tiene un origen antidemocrático y como
consecuencia de una guerra. Algo que el profesor Fernando Hernández Sánchez ha
dejado meridianamente claro en obras como El
bulldozer negro del general Franco: historia de España en el siglo XX para la
primera generación del XXI. Esto no
nos tiene que llevar, en ningún caso, a idealizar ningún sistema político, pues
la República tuvo problemas estructurales importantes que no supo resolver de
forma inmediata desde las instituciones del Estado y que se reflejó perfectamente
en las fracturas sociales que se veía en los microespacios como Fuencarral. Eso
generó conflictividad, pero no era superior o diferente a la de otros países de
nuestro entorno. El corte brusco de un golpe de Estado, una guerra y una
dictadura, que pone termino a ese proceso, no se puede equiparar. Tampoco se
puede ser simplista y hablar de la República como un bloque monolítico, pues
dentro de su estructura y al margen de ella existían y coexistían distintos
proyectos sociales. Esa complejidad queda muy clara en la obra de Roberto.
Por
último, destacar una cuestión muy propia de las obras de Roberto y que se
agradece sobremanera. Las reconstrucciones vitales de los protagonistas de esta
historia. Quienes eran, donde militaban y como acaban. Algunas de esas
biografías, que ocupan la parte final, son muy completas y otras apenas son
unas pinceladas. Pero nos muestra a la perfección que detrás de todas esas
organizaciones y todas esas acciones colectivas había individuos concretos, con
una trayectoria y, algunos, con trágico final.
Una
nueva piedra la que ha colocado Roberto en la reconstrucción de una
historiografía en la que le tenemos ya como referencia. Porque las obras de
Roberto, y esta no es menos, tienen una cosa en común: están perfectamente
trabajadas e investigadas a partir de fuentes primarias y contrastadas con
secundarias.
Disfruten
de este buen libro de historia.
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