A pesar que siempre se ha
achacado a España un atraso respecto a otros países, lo cierto es que nuestro
país fue pionero en muchas ocasiones sobre cuestiones de igualdad en el
movimiento obrero. Al finalizar el Trienio Liberal en 1823, donde ya habían
destacado mujeres importantes como Mariana Pineda, el exilio liberal español
tomó contacto en el exterior con las corrientes más avanzadas del liberalismo y
del primer socialismo.
Muchos
de esos exiliados conocieron y trajeron a España las concepciones políticas de
Owen, de Saint-Simon, de Fourier, de Cabet, etc. Son los casos de Joaquín
Abreu, Narciso Monturiol o más tarde Fernando Garrido y Pi i Margall. Al calor
de las corrientes fourieristas nació el periódico El nuevo pensil de Iberia. En sus páginas podemos leer los primeros
manifiestos en defensa de los derechos de las mujeres en los escritos de
Margarita Pérez de Celis siendo uno de los primeros ejemplos de vinculación de
los derechos de la mujer con el socialismo.
Sin
embargo la España de la época era eminentemente machista, donde la posición de
la mujer se reducía a “ángel del hogar”. Una perspectiva que vino a romper la
irrupción del movimiento obrero.
La
introducción de la Internacional en España trajo consigo de la mano el triunfo
de las ideas bakuninistas, y con ellas su concepción sobre el papel de la mujer
en el movimiento obrero y revolucionario. Tanto en el Primer Congreso obrero
celebrado en Barcelona en 1870 como, sobre todo, en el Segundo Congreso Obrero
de Zaragoza de 1872, se aprobaron dictámenes donde se declaraba de forma
abierta la igualdad del hombre y la mujer, animando también a las mujeres a la
afiliación a los organismos obreros. El dictamen del Congreso de Zaragoza decía
así:
“La mujer es un ser libre e inteligente, y como tal responsable de sus
actos, lo mismo que el hombre; pues si esto es así lo necesario es ponerla en
condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades. Ahora
bien; si relegamos a la mujer exclusivamente a las faenas domésticas es
someterla, como hasta aquí, a la dependencia del hombre, y por tanto, quitarle
su libertad”.
Este
dictamen no solo supuso una ruptura con la sociedad del momento sino también un
acercamiento a las concepciones de Bakunin que estaban muy alejadas, respecto a
la mujer, de las de Proudhon. Además, desde muy temprano las mujeres
participaron del movimiento obrero y se afiliaron a la Internacional. En España
tenemos el caso de Guillermina Rojas y Orgis, nacida en 1849, y de la que
Anselmo Lorenzo nos legó algunos pasajes en su libro El proletariado militante.
Las
bases sentadas por la Internacional posibilitaron un mayor desarrollo del
anarquismo en el seno del movimiento obrero. Por ello el anarquismo español se
convirtió en el primer baluarte de la lucha femenina. En las filas del
anarquismo del último tercio del siglo XIX, comenzaron a militar mujeres tanto
del campo intelectual como del campo obrero. El primer punto interesante es
comprobar como paulatinamente la mujer iba accediendo a trabajos de corte
intelectual. Comenzaron a aparecer maestras de formación que en muchos casos se
vincularon a las pioneras escuelas laicas que iban surgiendo en España. Un
ejemplo de ello fue la figura de Teresa Mañé (1865-1939). Nacida en Cubelles,
se formó en el magisterio y comenzó a ejercer en la escuela laica de Vilanova i
la Geltrú. Se unió sentimentalmente a Juan Montseny, con el que inicio
proyectos educativos como la escuela laica de Reus o proyectos periodísticos
como La Revista Blanca. Teresa Mañé
escribió numerosos textos y artículos, algunos con su seudónimo de Soledad
Gustavo. En ellos ya dejaba plasmado su lucha por la emancipación de la mujer,
por el amor libre y por una sociedad libre de carácter anarquista. Algo
completamente revolucionario a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
En
esa misma lucha se inscribiría la figura de Belén Sárraga (1874-1951),
propagandista, autora de numerosos escritos, que recorrió varias ciudades de
España exportando las nuevas ideas de carácter socialista para la emancipación
de la mujer.
Inscritas
en la misma época, y participantes de movimientos comunes, habría que destacar
a mujeres como Amalia Domingo Soler, Rosario de Acuña o Ángeles López de Ayala.
Muchas de estas mujeres eran republicanas, masonas, teósofas, espiritistas,
etc., movimientos de la época que pretendía la secularización y laicización de
la sociedad. Algunas se hacían eco de movimientos como la teosofía que a nivel
internacional tuvo a importantes mujeres a su cabeza como Helena Petrovna
Blavatsky o Annie Besant.
Pero
el anarquismo no solo contribuyó en el campo intelectual. Obreras conscientes
comenzaron a desarrollar sus actividades en el seno de las sociedades obreras e
incluso fundaron y potenciaron sociedades obreras propias. Destacamos el caso
de Teresa Claramunt (1862-1931). Inscrita en la segunda generación de
militantes obreros del anarquismo, Teresa Claramunt fundó en 1891 la Agrupación
de Trabajadoras de Barcelona. El objetivo de Teresa Claramunt era doble. Por
una parte organizar a las mujeres en una sociedad obrera que defendiese sus
derechos en un trabajo que era mayoritariamente femenino. Por otra crear
conciencia y potenciar las organizaciones de género frente a una sociedad
machista. Fue el primer ejemplo obrero solo y exclusivamente integrado por
mujeres.
A
pesar de la corta experiencia de muchas de estas iniciativas, las bases para el
posterior desarrollo del obrerismo femenino y del feminismo socialista estaban
sentadas.
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