El 4 de noviembre de 1936 se
producía un hecho trascendental en la historia. Ese día, en un Madrid sitiado
por las tropas que se habían sublevado contra la República el 18 de julio de
1936, se produjo una remodelación ministerial en el gobierno de Largo
Caballero. Y por primera en la historia accedieron a dicho gobierno ministros
anarquistas. Juan García Oliver como Ministro de Justicia, Federica Montseny
como Ministra de Sanidad y Asuntos Sociales, Juan Peiró como Ministro de
Industria y Juan López como Ministro de Comercio. Los eternos enemigos del
Estado y del gobierno, el movimiento obrero que había protagonizado las luchas
contra todo tipo de autoridad accedían a tomar cargos de responsabilidad en el
gobierno republicano ante la crítica situación que se vivía en aquellos
momentos de la Guerra Civil.
Pudiera
parecer que fue una contradicción sin paliativos. Y contradicción fue. Pero los
órganos de responsabilidad del movimiento libertario, sus voceros de prensa y
la gran mayoría de su numerosa militancia lo consideraron necesario. Hubo
quienes se opusieron a ello. Voces que vinieron, sobre todo, de los sectores
juveniles del anarquismo y de plumas libertarias desde el extranjero, que no
compartían los criterios de sus compañeros españoles.
Sin
embargo, que los anarquistas participasen en organismos de poder no era nuevo.
No al nivel de ministerios pero si en otros modelos de organización. Durante la
Comuna de París de 1871, los anarquistas que estaban en pleno proceso de
expansión por Francia, participaron de numerosos organismos revolucionarios en
aquel proceso que fue objeto de debate posterior entre marxistas y anarquistas.
En España, durante el movimiento cantonal de 1873, numerosos internacionalistas
antiautoritarios, seguidores del ideal de Bakunin, participaron de los
organismos surgidos por este movimiento. Se podría pensar que ambos casos
fueron experimentos muy tempranos, cuando el anarquismo apenas había tenido recorrido.
Sin embargo, durante la Revolución rusa nos volvemos a encontrar a anarquistas
en organismo obreros de control de la producción y consumo como fueron los
soviets. Unos soviets que también tuvieron capacidad de poder político y de
decisiones más allá de la producción. Soviets como el de Bialystok eran de
mayoría anarquista. Incluso el triunfo bolchevique en octubre de 1917, llevó a
algunos anarquistas a una colaboración con el nuevo gobierno. Algunos de esos
anarquistas acabaron integrándose en las estructuras soviéticas. Otros, a pesar
de su participación en determinados organismo revolucionarios, criticaron el
camino que los bolcheviques había tomado lo que les llevó a un enfrentamiento
directo con las autoridades soviéticas que acabaron con los anarquistas en los
presidios o en el exilio.
No
era pues ajena la historia del anarquismo a la colaboración con organismo de
dirección política. Lejos de la imagen que se ha querido ofrecer del anarquismo
como un ente monolítico, como una ideología cerrada sobre sí misma y ajena al
entorno que le rodeaba, los anarquistas españoles buscaron la colaboración con
otras fuerzas políticas dependiendo de las circunstancias. Durante la dictadura
de Primo de Rivera la política de alianzas de los anarquistas y los republicanos
fue una de las claves del derrocamiento definitivo de la dictadura y de la
monarquía de Alfonso XIII. Los anarquistas no fueron ajenos a la proclamación
de la República el 14 de abril de 1931, a la que recibieron con reservas pero
reclamándose como uno de sus protagonistas en el momento revolucionario que
vivía España. Solo las políticas laborales y sociales del primer bienio
republicano, que los anarquistas consideraron escasas, llevó al enfrentamiento.
Sin embargo, cuando la derecha ganó las elecciones en noviembre de 1933, y el movimiento
obrero detectó un peligro de ascenso del fascismo, tal como sucedía en Europa,
se volvieron a poner encima de la mesa la política de alianzas con otras
fuerzas. Fue el ejemplo de Asturias en 1934 o de los acercamientos a
socialistas y comunistas en otros puntos del país.
La
lectura que sacaron los anarquistas de aquellos primeros años republicanos, fue
la incapacidad por parte del movimiento libertario de derrotar al capitalismo
con sus propias fuerzas. Por ello durante 1936 y ratificado en el Congreso de
Zaragoza de mayo de ese año, los libertarios optaron por proponer una alianza
revolucionaria que uniera el destino de la CNT y de la UGT. Todos estos debates
y movimientos que pretendían llegar a un pacto revolucionario entre las dos
sindicales, fueron cortados por el golpe de Estado contra la República el 18 de
julio de 1936.
El
golpe de Estado precipitó los acontecimientos. Y lejos de la idea que pudiese
llevar de un anarquismo que se podía imponer en sus zonas de influencia a las
otras corrientes del antifascismo, los libertarios decidieron participar en
organismos junto a otras fuerzas revolucionarias y republicanas. El Comité de
Milicias Antifascistas de Cataluña es un ejemplo de ello, donde participaron representantes
de la CNT, el PSUC o la Esquerra Republicana.
El
paso definitivo vino tras el verano de 1936. Por una parte el Movimiento
Libertario comenzó a pensar en la posibilidad de creación de un Consejo
Nacional de Defensa que sustituyese al gobierno de la República y que estuviese
conformado por las fuerzas revolucionarias, dándole más peso a las
organizaciones sindicales. Una idea que no cuajó en el resto del antifascismo
español. Sin embargo, en ese mismo mes de septiembre, con la Generalitat de Cataluña
reconstruida, la CNT pasó a tener tres consejeros en sus órganos de gobierno:
Juan Pablo Fábregas como Consejero de Economía, Juan José Domenech como
Consejero de Abastos y Antonio García Birlán como Consejero de Sanidad y
Asistencia Social.
Fue
un momento clave en la historia del anarquismo. Para aquellas fechas, Francisco
Largo Caballero, presidente del consejo de ministros y uno de los líderes más
representativos de la UGT, veía con buenos ojos la llegada de la CNT al
gobierno central, lo que reforzaría la idea de un gobierno sindical. La
política de colaboración de los anarquistas estaba en pleno proceso. Ya había
integrantes de la CNT y de la FAI que eran concejales en los distintos
municipios. Se habían integrado de lleno en las estructuras del Frente Popular.
A nivel militar, comenzaban a dar los primeros pasos para su integración en el
Ejército. Todo esto no sin debate. Porque el anarquismo había defendido el
antiestatismo y colaboraba con el Estado republicano en guerra. El anarquismo
era antimilitarista y colaboraba con el Ejército Popular de la República. Si
algún movimiento cedió más en sus pretensiones en aquellos momentos en su lucha
contra el fascismo, ese fue el movimiento anarquista.
El
4 de noviembre de 1936 se culminaba esa escalada de colaboración con la llegada
de los ministros de la CNT y la FAI al gobierno. Un momento difícil, pues la
capital de la República corría peligro de caer en manos de los sublevados. De
hecho, una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue trasladarse a
Valencia y dejar Madrid en manos de una Junta de Defensa de Madrid encabezada
por el general José Miaja y con representación de todas las fuerzas del
antifascismo español en la capital.
Y
los anarquistas en el gobierno no tomaron medidas sencillas. Muy por el
contrario fueron cuestiones complejas y profundas. Juan García Oliver, camarero
nacido en Reus, se mostró como un Ministro de Justicia solvente. Bajo su
mandato, fueron clausuradas las prisiones que estaban en manos de partidos y
sindicatos para regularizar una justicia revolucionaria y garantista en tiempos
de guerra. El asesoramiento de personajes como Eduardo Ortega y Gasset o
Eduardo Barriobero fue evidente. En caso de condena a muerte por los
instaurados tribunales revolucionarios, sería en última estancia el Consejo de
Ministros quien aplicaría la pena o no. García Oliver actuó con contundencia
contra la represión extraoficial. Nombró Director General de Prisiones a
Melchor Rodríguez García, y las sacas de las prisiones madrileñas que estaban
provocando las matanzas en Paracuellos del Jarama fueron frenadas. García
Oliver regularizó los campos de trabajo donde los presos tenían derechos
laborales y jornadas diarias de ocho. García Oliver o Melchor Rodríguez,
conocían bien las cárceles por dentro y de ahí su sensibilidad ante la
situación de los presos. La represión de los primeros momentos prácticamente
desapareció de la retaguardia republicana.
Federica
Montseny actuó con contundencia en el Ministerio de Sanidad. La política de las
mujeres libertarias por los liberatorios de prostitución o la extensión de la
profilaxis fue un hecho. Personajes como Amparo Poch Gascón asesoraron a la
nueva ministra en esta línea. Montseny planteó una ley de aborto, que solo se
aplicó en Cataluña, que creó un debate intenso en el interior del consejo de
ministros. Hasta la fecha ha sido la ley más avanzada en esta línea de la
historia de España. Montseny se apoyó en profesionales de la medicina como la
ya citada Poch Gascón o los médicos José Mestres Puig, Juan Morata cantón o Félix
Martí Ibáñez. Se incentivó la sanidad pública para todos los ciudadanos y se
invirtió en investigación para el avance de la medicina en un momento difícil.
No era sino poner en práctica esas corrientes del neomalthusianismo que los anarquistas
habían defendido desde inicios del siglo XX. Proliferaron Institutos de Higiene
y Alimentación así como la sanidad en el frente de batalla. A nivel social, la
preocupación por la infancia y el niño fueron ejes de la política de Montseny.
Aunque
menos brillantes, los ministerios de industria y comercio también tuvieron
intentos de avance. Juan Peiró logró aprobar normas para el desarrollo de la
industrial civil. Intentó regularizar el control obrero en las fábricas. Un
control obrero donde el trabajador tendría todo el poder sobre la producción.
Unas medidas que no fueron bien vistas por los otros socios de gobierno. Juan
López, desde la cartera de comercio, cuidó las iniciativas revolucionarias de
exportación de productos como el CLUEA (Consejo Levantino Unificado de la
Exportación Agrícola). Incentivar la producción comercial de las colectividades
agrarias fue uno de los objetivos de su Ministerio.
Sin
embargo esta labor apenas duró unos meses. La crisis de mayo de 1937, que llevó
a la dimisión del gobierno de Largo Caballero, dejó también fuera de la
dirección política a los anarquistas. El primer gobierno de Juan Negrín no
contó con la participación de la UGT ni de la CNT. Aunque una remodelación
ministerial en 1938 llevó a la entrada, nuevamente, de la CNT en el gobierno de
la República, cuando Segundo Blanco toma posesión del Ministerio de Instrucción
Pública.
El
final de la Guerra Civil llevó al anarquismo español a un profundo debate sobre
lo sucedido en aquellos años. Algunos no se arrepintieron de su colaboración y
reivindicaron su obra al frente de las instituciones. Otros lo consideraron un
error. Algunos pensaban que esa colaboración con el resto de fuerzas se tenía
que mantener hasta que Franco fuese eliminado de la escena política, que la
Guerra no acabaría hasta entonces. Otros consideraron que la colaboración acabó
con el final de la Guerra.
Independientemente
de los análisis, la participación gubernamental de los libertarios fue un hecho
histórico que había tenido tenues precedentes pero que la Guerra Civil los
superó. Y dentro de todas las contradicciones que se pueden establecer de esta
colaboración anarquista, lo cierto fue que las medidas que esos ministros
anarquistas implantaron o intentaron implementar fueron medidas tan avanzadas
que aun hoy, muchas de ellas, no están conseguidas. Hace 80 años el anarquismo
hizo, una vez más, Historia con mayúscula.
TEXTOS DE LOS ANARQUISTAS Y EL
PODER
Para
completar este acontecimiento histórico, hay algunas obras clave que merece la
pena leer. Por una parte dos clásicos escritos por dos militantes libertarios.
Por una parte Juan Gómez Casas publicó en 1977 Los anarquistas en el gobierno (Editorial Bruguera). Unos años
antes, César Martínez Lorenzo publicaba en 1972 Los anarquistas españoles y el poder (Ruedo Ibérico). No podemos
olvidar las propias memorias. Juan García Oliver hace un repaso a su gestión en
El eco de los pasos y Federica
Montseny hace lo propio en Mis primeros
cuarenta años. Biografías de Federica Montseny como la de Irene Lozano Federica Montseny. Una anarquista en el
poder (Espasa, Madrid, 2004) o Susana Tavera con su Federica Montseny. La indomable (Temas de Hoy, Madrid, 2005),
marcan un avance en la investigación histórica sobre el papel de Federica
Montseny en el ministerio. Por último destaquemos dos libros más recientes. El
de Dolors Marín Ministros anarquistas. La
CNT en el gobierno de la II República (Ed. Debolsillo, Barcelona, 2005) y
el excepcional trabajo de Juan Pablo Calero Delso El gobierno de la anarquía (Síntesis, Madrid, 2011)
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