Artículo publicado en la edición digital del periódico Diagonal
He parafraseado chapuceramente a Antonio Machado en su poema a
Federico García Lorca (el crimen fue en Granada). En realidad no iba
a escribir sobre el 83 aniversario de los sucesos de Casas Viejas.
Sin embargo un debate que seguí estos días en un grupo de historia
contemporánea de Facebook me hizo cambiar de opinión. Allí hubo un
acalorado debate entre posiciones del revisionismo histórico (por no
decir neofranquistas, ya que darles la definición de revisionismo en
ocasiones les viene grande) e investigadores que saben contrastar las
fuentes con las que trabajan. Para justificar el golpe de Estado del
18 de julio de 1936 algunos hacían alusión a una serie de golpes de
Estado republicanos y “marxistas” que se habían producido en
España entre 1930 y 1936. Entre ellos ubicaban la sublevación de
Jaca de 1930, la proclamación de la República en abril de 1931, los
movimientos catalanistas, las insurrecciones anarquistas de 1932 y
1933, la huelga general de octubre de 1934 y la victoria del Frente
Popular en las elecciones de febrero de 1936. Es decir, golpe de
Estado era todo lo que había tenido significación transformadora en
la historia de la España de los años 30.
Y de todos los que se hablaban eran las insurrecciones anarquistas
de enero de 1932, enero de 1933 y diciembre de 1933 las que más me
llamaron la atención. Definir esos movimientos como golpes de Estado
no deja de ser algo cómico. Si tomamos un golpe de Estado como la
intervención a la fuerza para controlar las estructuras estatales,
los anarquistas jamás darían un golpe de Estado por la sencilla
razón de que quieren destruir el Estado. Partiendo de ese punto ya
entramos en lo malintencionado de la afirmación. Pero hablar de los
sucedido en España entre 1932 y 1933 promovido por los anarquistas
como un plan para la toma de poder en coalición con otras fuerzas y
que para salvar a España de esa situación se produjo “el
Alzamiento Nacional” (literal) pues entonces ya estamos hablando de
otras cosas.
Esto me llevó a pensar que los que allí escribían poco sabían
del anarquismo y su historia en la Segunda República. Solo un
prejuicio, una imagen preconcebida del anarquismo podría llevar a
una conclusión tal. Por ello me he animado a escribir algunas letras
sobre los que sucedió en Casas Viejas en enero de 1933 y así
comprobar que allí no hubo ningún golpe de Estado.
El paulatino divorcio de la República hacía la revolución
social
Si bien el anarquismo había visto con buenos ojos la proclamación
de la República en abril de 1931, de cuya proclamación se reclamó
parte por su insistente participación en la oposición a la
dictadura de Primo de Rivera en colaboración con otras fuerzas
políticas, el movimiento libertario había reclamado cuestiones que
la República no concedió. Junto a ello parte de la legislación
social y laboral republicana había contado con la oposición de la
CNT y de la FAI, lo que hizo que con el paso de los meses la
separación entre republicanos y libertarios fuese más evidente.
Sucesos como la huelga de la Telefónica en Madrid en mayo de 1931 o
los sucesos del mismo momento en el Parque de María Luisa de Sevilla
marcaban el inicio de esa ruptura.
A ello se une que medidas tan reclamadas por la clase obrera
española como la Reforma Agraria se producía de forma lenta. Para
las masas campesinas República era sinónimo de Reforma Agraria
desde la segunda mitad del siglo XIX. Por ello esperaban una rápida
aplicación de dicha medida. La lentitud del proceso unido a la falta
de recursos, tierras y el hambre que pasaban los jornaleros españoles
hizo que se produjeran levantamientos y motines. Aquí habría que
destacar los sucesos de Arnedo o Castilblanco.
Los
anarquistas en aquellos momentos querían dar un paso más. La
conflictividad laboral iba en aumento y los recien impulsados Grupos
de Defensa Confederal querían plantar batalla al capitalismo. El
levantamiento de la cuenca minera de Alto Llobregat en enero de 1932,
proclamando el comunismo libertario en Figols, y la subsiguiente
huelga general impulsada por la CNT, se saldó con un fracaso y una
fuerte represión contra el movimiento libertario.
A
lo largo de todo 1932 se dabatió en el seno de los organismos
libertarios la conveniencia o no de ir a una huelga general. Sectores
como el ferroviario estaban decididos a ello, pero se consideraba que
un nuevo fracaso hueguístico podría ser fatal para el propio
anarcosindicalismo. Aun así algunos nucleos confederales si estaban
en la linea de iniciar una huelga general con el comienzo del año
1933. Desde el 1 de enero se fueron produciendo movimientos en
distintos lugares: Barcelona, Madrid, Zaragoza, Murcia, Oviedo,
Valencia, etc. En el municipio de Pedralba (Valencia) el choque entre
la fuerza pública y los trabajadores se saldo con un guardia civil y
un guardia de asalto muerto y diez trabajadores asesinados. Pero sin
duda alguna los sucesos más trágicos y que mayores consecuencias
trajo a la propio República se produjo en un pequeño pueblo de la
provincia de Cádiz: Casas Viejas.
“Un castigo ejemplar”
El
día 10 de enero de 1933 y tras una serie de malos infortunios (nadie
avisó a los campesinos de Casas Viejas que la huelga había
fracasado por problemas de comunicación), un grupo de militantes
libertarios de la pequeña población tomó el cuartel de la Guardia
Civil por asalto, quedando dos guardias civiles heridos (fallecieron
después). Proclamaron el comunismo libertario, izaron la bandera
rojinegra e incautaron los productos de primera necesidad dando a los
tenderos un vale que les sería canjeado una vez triunfase la
revolución.
Sin
embargo tanto la Guardia Civil de la provincia como la Guadia de
Asalto se desplazaron rápidamente a Casas Viejas. Los campesinos,
temerosos de la represión, huyeron. Pero no se pudo evitar la
respuesta desprorcionada de las fuerzas de orden público. Hasta allí
se desplazó el capitan de la Guardia de Asalto Manuel Rojas
Feijespán. Se detuvieron a varios campesinos y se cercó la choza de
Francisco Cruz Gutiérrez, alias “Seisdedos”, un viejo militante
anarquista de 72 años de edad que no había tenido participación en
los sucesos. Dentro de la choza había varios familiares de
Seisdedos. Se intento tomar la choza por asalto pero los habitantes
se atricheraron y con escopetas disparaban a los guardias de asalto
produciéndose un muerto y un herido. El capitán Rojas mandó
disparar con ametralladora sobre la choza y lanzar bolas de algodón
empapadas en gasolina e incendiadas sobre el techo de la misma. Seis
personas quedaron completamente calcinadas solo sobreviviendo María
Silva Cruz, nieta de Seisdedos, que logró huir. Inmediatamente
después fueron conducidos al lugar los detenidos y asesinados a
sangre fría por las fuerzas del capitán Rojas, que previamente
habían asesinado también a otro anciano, Antonio Barberán
Castellán, de 74 años que nada tuvo que ver con el asalto al
cuartel de la Guardia Civil.
El resultado final de la masacre fue 23 personas asesinadas por las
fuerzas del orden público (diecinueve hombres, dos mujeres y un
niño) y tres guardias asesinados por los revolucionarios. Rojas
Feijespán lo justificó en el juicio como acción para defender a
España de la anarquía.
Las consecuencias a la República
Los sucesos de Casas Viejas causaron una gran conmoción en el país.
El gobierno republicano-socialista de Manuel Azaña estaba en una
encrucijada. Las explicaciones de Azaña ante el congreso no fueron
convincentes y se desplazó una comisión parlamentaria a Casas
Viejas para emitir un informe de los sucesos. Con ella fueron dos
periodistas que plasmaron lo que allí sucedió en artículos y
libros: Ramón J. Sender y Eduardo de Guzmán.
La
implicación de Rojas Feijespán era evidente en la desproporción
del suceso. Lo que no quedaba claro era si fue una decisión personal
suya o la orden vino de más arriba. El capitán Rojas acusó a
Arturo Menéndez de darle la orden de “sin
piedad contra todos los que dispararan contra las tropas”.
Pero tanto el capitán Rojas como el también capitán Bartolomé
Barba hablaban de una orden directa de Manuel Azaña (“ni
heridos, ni prisioneros. Tiros a la barriga”).
Si bien es algo que siempre se mantuvo en una nebolusa, recientes
investigaciones de Tano Ramos (El
caso Casas Viejas: Crónica de una insidia, 1933-1936)
sitúan que aunque desde el gobierno había ordenes de mantener el
orden público solo el capitán Rojas actuó de dicha manera.
Sea como fuere, el gobierno salió erosionado. Los socialistas se
plantearon desde entonces su salida del gobierno, produciéndose tal
circunstancia en septiembre de 1933. La imagen de Azaña y de los
republicanos quedó dañada por la brutalidad de la represión contra
los campesinos.
Lo que también es cierto fue que todos los directores de la
represión en Casas Viejas se sublevaron posteriormente contra la
República en julio de 1936. El capitán Rojas, que fue condenado por
estos sucesos, salió de prisión y se unió a los sublevados,
participando activamente en la represión en Granada. Bartolomé
Barba, que ya había tenido cargos durante la dictadura de Primo de
Rivera, fue uno de los organizadores de la UME (Unión Militar
Española), dirigió la represión en Zaragoza y fue gobernador civil
con Franco. El general Cabanellas, director general de la Guardia
Civil durante los sucesos de Casas Viejas, fue otro de los sublevados
contra la República (a pesar de la vitola de progresista que se le
daba), presidió la Junta de Defensa Nacional hasta que tomó el
mando definitivo Franco.
El
crimen de Casas Viejas significó un antes y un después. Para el
anarquismo porque a partir de ese momento muchos de sus sectores se
replantearon la estrategia insurreccional como eje central. Para la
República porque la gestión del suceso le costó el gobierno a la
izquierda ya que en noviembre de ese 1933 la derecha ganó las
elecciones. Porque se mostró la brutalidad con la que las fuerzas de
orden público reprimieron una revuelta de campesinos y por ende del
movimiento obrero (quedaban más episodios para comprobarlo). Hoy, el
lugar que ocupaba la choza de Seisdedos es un lugar de la memoria. Un
lugar para recordar lo que sucedió cuando unos jornaleros se
levantaron contra el hambre y por unos ideales. Para los
malintencionados solo decirles que nada tiene que ver con un golpe de
Estado, que sí se produjo en julio de 1936 encabezado por una serie
de militares que llevaron a España al desastre.
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