Segundo de los artículos publicados en el cuadernillo especial del periódico Diagonal sobre la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias del conflicto por Carlos José Márquez-Álvarez
La primera guerra general europea desde 1815 comenzó por los intereses de los ultraconservadores, término con el que agrupamos a unas clases dominantes que formaban latifundistas integrados en el sistema financiero internacional, que se reproducían socialmente por la herencia, y que tenían el dominio político en las sociedades europeas en 1914. La excepciones eran la clase dominante británica (formada por propietarios industriales) y la francesa (que competía por el dominio político con los demo-republicanos y los diversos socialismos). Pero ni Gran Bretaña ni Francia fueron el modelo de sistema político en Europa tras el ciclo revolucionario de 1848, sino las monarquías ultraconservadoras de Alemania, Austria-Hungría, y Rusia: un jefe de Estado tenía el poder ejecutivo y sin responsabilidad ante las instituciones legislativas (que en cualquier caso controlaban los ultraconservadores: monopolio de la cámara alta con derecho de veto sobre la baja cuyos miembros no se elegían por sufragio universal masculino en todos los estados europeos). Además, el jefe del Estado en tanto que comandante supremo usaba el ejército para mantener una paz sociopolítica asociada a la defensa de las jerarquías existentes, que se legitimaban por las iglesias regnícolas cristianas, y cuya constitución político-cultural era con clientes de los ultraconservadores y valores aristocráticos
Desde 1900 los ultraconservadores afrontaron una crisis potencial de su dominio. En la segunda mitad del siglo XIX los trabajadores fabriles aumentaron por la industrialización; las clases medias, por el incremento derivado de las necesidades administrativas. Ambos grupos sociales engrosaron los diversos socialismos, el demo-liberalismo y el demo-republicanismo, y los movimientos de liberación nacional. Para las monarquías ultraconservadoras, la crisis potencial amenazaba su existencia en tanto que supraestructuras políticas. Cuando un acto de terrorismo individual escaló diplomáticamente en una guerra general europea por la competencia imperialista, los ultraconservadores apoyaron a sus gobiernos para que la crisis potencial se superara por la movilización patriótica en una guerra internacional breve.
Pero la guerra se prolongó tras el verano de 1914. La industrialización dio más potencia de fuego sin más movilidad a los ejércitos contendientes. En dos meses una guerra de movimientos se transformó en una guerra de posiciones, de desgaste y total. El impacto en las retaguardias e incluso en los frentes por las demandas humanas y materiales resultó en la extensión del cinismo político y del derrotismo. Cuando los movimientos de contestación a las monarquías ultraconservadoras los aprovecharon para disputar el dominio político comenzó el ciclo revolucionario de 1917, en el que una serie de conflictos civiles y de guerras de independencia se prolongó más allá de los armisticios paralelos de noviembre de 1918 y de los tratados de paz de París de 1919-1920 y hasta la Guerra Civil española.
Tras la Revolución Soviética el ciclo revolucionario de 1917 se caracterizó en un contexto de crisis económicas sucesivas por la polaridad política entre los ultraconservadores y los diversos socialismos. Estos se dividían en última instancia entre reformistas (aceptaban la propiedad privada pero sometida a su posible redistribución por el Estado) y revolucionarios (pretendían instituir la propiedad colectiva ya fuera justo tras la toma del poder político o en fases históricas sucesivas), pero ambos afirmaban el concepto ilustrado de modernización: realizar el interés objetivo universal por el desarrollo económico y la educación.
Extinguido el sistema de monarquía ultraconservadora tras noviembre de 1918, en algunas sociedades europeas los ultraconservadores se aliaron con tránsfugas socialistas que proponían que la lucha de clases se superara por una movilización patriótica como la de 1914 y no por el establecimiento de un régimen de propiedad colectiva. Surgió una síntesis ideológica, el fascismo, que apelaba a las clases medias en riesgo de proletarización por las crisis económicas de posguerra con un concepto de modernización alternativo al ilustrado: realizar el interés subjetivo universal por la disolución de todos los intereses particulares en el interés del Estado. Hasta después de la Guerra Civil española la polarización política en Europa no fue entre el fascismo y el antifascismo. Este era una alianza entre los socialistas revolucionarios, los reformistas, y los demo-liberales o demo-republicanos (para los que el fascismo amenazaba la propiedad privada e incluso la cultura tradicional y las iglesias regnícolas en sentido similar a los socialismos pero de forma inmediata).
Los ultraconservadores no perdieron su poder político en toda Europa de forma definitiva hasta que hubo una nueva guerra general europea que a diferencia de la de 1914-1918 terminó con una derrota militar absoluta. Tras 1945 los partidos socialistas reformistas o revolucionarios accedieron al gobierno en el continente y aplicaron programas que se basaban en el concepto ilustrado de modernización. Fue la destrucción económica definitiva de los ultraconservadores.
España fue la gran salvedad.
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