Tercera entrega sobre la Primera Guerra Mundial. El artículo de Julián Vadillo sobre el movimiento obrero ante la Gran Guerra.
Cuando en 1918 finalizó la
Primera Guerra Mundial, el mapa europeo cambió radicalmente a aquel que había
visto nacer el conflicto en 1914. Y algo parecido le sucedió al movimiento
obrero que cuando finalizó la Guerra Mundial había cambiando sustancialmente su
taxonomía.
De
cara a como el movimiento obrero analizó y actuó durante la guerra habría que
distinguir entre la actitud que
mantuvieron los socialdemócratas y la que mantuvieron los anarquistas, que en
esos momentos eran los movimientos obreros más importantes y organizados a
nivel internacional.
La
posición de los socialistas antes la guerra nunca fue clara. Si bien desde sus
medios emitían proclamas contra la guerra entre los pueblos habían disparidad
de opiniones de como afrontar las campañas contra la guerra. Como ejemplos el
socialismo español al estallar la guerra de Cuba salió con el lema ¡O todos, o
ninguno!, queriendo denunciar que a la guerra solo iban los hijos de los trabajadores
que no tenían suficiente capacidad económica para librarse. El Congreso de
Copenhague de 1910 dejó muy clara las diferencias entre los socialistas
franceses que tenía una importante influencia del sindicalismo revolucionario y
optaban por la proclamación de la huelga general en caso de conflicto bélico, y
los socialistas austriacos y alemanes que consideraban contraproducente esa
opción ya que podían ser perseguidos en sus países por traidores. Esa división
se fue acrecentado con el tiempo en el seno de los propios partidos.
Las
voces contra la guerra en Francia las alzaron socialistas como Jean Jaurès o
sindicalistas revolucionarios como Alphonse Merrheim. La mentalidad
antimilitarista de Merrheim le llevó a condenar las leyes que el gobierno de
Millerand introdujo. El el Congreso de Marsella la posición quedó clara: “El
congreso declara que es preciso, desde el punto de vista internacional,
instruir a los trabajadores, a fin de que en caso de guerra entre potencias, respondan a la
declaración de guerra con una declaración de huelga general revolucionaria”.
De
esta misma opinión era el dirigente socialista Jean Jaurès que condenó la
Guerra desde el principio y apoyaba la idea de una huelga general ante la
misma. Sin embargo Jaurès fue asesinado el 31 de julio de 1914 por un fanático
ultranacionalista, Raoul Villain, poniendo fin a una de las carreras más
brillantes del socialismo internacional.
La
división del socialismo era tan evidente que mientras unos pedían la paz y la
huelga general otros votaron los créditos de guerra en sus países, como los
socialdemócratas alemanes y austriacos. Algunos como Jules Guesde formaron
parte del gobierno de concentración nacional francés presidido por René
Viviani. El socialismo italiano se dividió por las mismas circunstancias.
El
caso del anarquismo fue mucho más homogéneo. Su postura había quedado muy clara
en los decenio anteriores así como en el Congreso de Ámsterdam de 1907. Salvo
algunas excepciones como el caso de Kropotkin, Grave, Mella o Malato que apoyaron
a los aliados en declaración expresa en el “Manifiesto de los 16”, la posición
general y mayoritaria fue la de la condena a la guerra. Errico Malatesta tuvo
intervenciones brillantes contra la guerra y en crítica a los libertarios que
si apoyaron al bando aliado.
Aunque
España fue un país neutral durante la guerra, las consecuencias de la misma se
dejaron sentir pues muchos empresarios españoles se beneficiaron de la venta de
armas. Y el movimiento obrero dio su respuesta. Si los socialistas fueron
aliadófilos, en propias palabras de Pablo Iglesias, la CNT y el movimiento
libertario se opusieron en bloque a la guerra, considerándola un conflicto
imperialista y capitalista. Incluso en
abril de 1915 se llegó a convocar un Congreso por la Paz en Ferrol, impulsado
por los anarquistas, que fue prohibido por el gobierno. Allí acudieron una buena parte los
libertarios españoles, portugueses y de otras nacionalidades.
Los
beneficios económicos de los empresarios españoles llevaron a anarquistas y
socialistas a oponerse a la política del gobierno español y a la convocatoria
de una huelga general revolucionaria en agosto de 1917, cristalizando así el
primer gran pacto entre la CNT y la UGT, las dos grandes centrales sindicales
españolas.
El
final de la Guerra Mundial significó una fractura social en España y el inicio
de un ciclo de conflictividad que llevó al movimiento obrero a las mayores
cotas de movilización y a una dura represión por parte del gobierno.
Lo
quedó claro con el estallido de la Guerra fue que la II Internacional nacida en
París en 1889 había quedado rota y herida de muerte. Los intentos de
conciliación de las distintas posiciones del socialismo fueron inútiles. La
reunión de la Oficina Socialista Internacional el 29 de julio de 1914 no hizo
sino mostrar las divisiones.
Ante
esta división en la ciudad de Zimmerwald (Suiza) se reunieron una serie de
socialistas y sindicalistas opuestos a la guerra. Allí las disputas fueron
otras. O constituir una nueva internacional como proponía Lenin o intentar
mantener la II Internacional vaciándola de los elementos “chovinistas”. Esta
“II Internacional y media” vino a mostrar a un movimiento revolucionario ruso
que ganaba influencia frente a otras posiciones. Lenin sacó la clara conclusión
de que solo la revolución podía parar la guerra.
El
gran hito del movimiento obrero en aquellos años fue el estallido y triunfo de
la Revolución rusa de 1917. El gobierno de los bolcheviques firmo la paz con
Alemania en Brest-Litovsk perdiendo un tercio del territorio ruso y saliendo
Rusia de la Guerra, que ya estaba inmersa en una guerra civil.
Al
finalizar la guerra el movimiento obrero estaba dividido entre una
socialdemocracia que había apoyado el conflicto y que participó de la
reconstrucción reformista de algunos países europeos, una parte de la izquierda
socialista que paulatinamente fueron constituyendo los partidos comunistas y
participaron de intentonas revolucionarias como en Alemania en 1918 o en
Hungría en 1919 y un movimiento anarquista fuerte en España que participó junto
a sus homólogos europeos en la reconstrucción de la Asociación Internacional de
los Trabajadores.
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