La llegada de las ideas
internacionalistas a España, al calor de la Revolución de 1868, hizo
desarrollar en el campo andaluz un importante movimiento obrero donde el
anarquismo tuvo mucha influencia. Con flujos y reflujos en su organización, los
jornaleros andaluces vieron en las ideas anarquistas una salida a su penosa
situación y una posibilidad de conseguir un reparto más justo de la riqueza que
la propiedad terrateniente le impedía.
Sin
embargo, a pesar de que ese movimiento obrero fue fluctuante, siempre tuvo
mucha presencia y el Estado se decidió a ponerle fin de cualquier de la
maneras. En ese contexto fue cuando se produjeron los sucesos de la Mano Negra,
una pretendida organización anarquista que quería acabar con el gobierno y con
los propietarios agrarios. Andalucía siempre había sido protagonista de las
luchas campesinas en el siglo XIX, pero el carácter de las actuaciones de la
Mano Negra era distinta a la que se había desarrollado en otros momentos
históricos.
En
un contexto de debate del anarquismo y de su organización, entre aquellos,
mayoritarios, que pretendían impulsar una poderosa organización obrera
representada por la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) se
alzaban otros que creían más en la organización de pequeñas estructuras y de
una vía insurreccional. Esos debates teóricos y organizativos fueron
aprovechado por unas autoridades deseosas de acabar con la fuerza, influencia y
vigorosidad del movimiento obrero.
A
partir de finales de 1882, la prensa y las autoridades comenzaron a propalar
las noticias de la existencia de sociedades secretas que pretendían subvertir
el orden establecido. Y detrás de esas organizaciones secretas se encontraba el
movimiento obrero.
A
la movilización jornalera y las detenciones, le siguieron una serie de hechos
criminales como la muerte de los venteros Núñez, reconocidos confidentes
policiales, el crimen de la Venta de Empalme y el crimen del Cortijo de La
Parrilla. En este último, se produjo el supuesto asesinato de Bartolomé Gago
Campos, conocido como el Blanco de Benaocaz, que se le suponía había
participado de las sociedades secretas y había sido asesinado por sus propios
compañeros. Y fue supuesto asesinato porque la aparición de un cadáver en
avanzado estado de descomposición y al que no se le pudo efectuar la autopsia,
fue tenido como la prueba del crimen. Incluso en el juicio, el padre de
Bartolomé Gago aseguró haber recibido una carta de su hijo desde Barcelona,
donde estaba asentado, con posterioridad a la fecha del supuesto crimen.
La
cuestión estribó en que todos estos casos sirvieron para realizar una masiva
detención contra integrantes de organizaciones obreras y montar un macrojuicio
contra las supuestas sociedades secretas que se saldaron con numerosas penas de
muerte. La Audiencia de Jerez de la Frontera juzgó a 17 inculpados por el
crimen de La Parrilla, dictando siete penas de muerte. El mayor escándalo vino
cuando días después, el Tribunal Supremo revisó la sentencia y determinó que
había sido suave, elevando las penas de muerte a 15. El consejo de Ministro las
volvió a reducir, pero se la aplicó a un maestro, Juan Ruiz, conocido en los círculos
obreristas y anarquistas de Cádiz por enseñar a leer y escribir a los hijos de
los trabajadores. La sentencia fue ejecutada el 14 de junio de 1887 en la Plaza
del Mercado de Cádiz.
También
fue ejecutado Juan Galán, acusado de haber asesinado al matrimonio Núñez en
Trebujena. El escándalo estaba servido, tanto a nivel nacional como
internacional. El movimiento obrero se veía debilitado por la fuerte represión
contra sus estructuras, que diseminado, acabó por hacer desaparecer la otrora
poderosa FTRE.
Solo
años después se comenzaron a aplicar indultos contra detenidos por estos supuestos
y averiguar hasta que punto las autoridades habían tenido la máxima
responsabilidad en los hechos.
¿Existió realmente la Mano Negra?
Es
una de las cuestiones que los historiadores se han hecho a lo largo del tiempo
y las investigaciones. Para algunos como Clara E. Lida o Ángel Herrerín la Mano
Negra sí existió. Para otros, como José Luis Gutiérrez Molina, solo fue un
montaje policial y de las fuerzas del Estado contra el anarquismo.
Aunque
la existencia de sociedades secretas o discretas en el entorno del obrerismo
fue una constante, sobre todo para mantener vivas unas estructuras en caso de
persecución o represión por parte de las fuerzas del Estado, las actuaciones de
la supuesta organización de la Mano Negra difería en las estrategias realizadas
incluso por los sectores más insurreccionales del anarquismo. Quizá su
existencia o no como entidad es lo de menos, pero donde los historiadores
coinciden es que las supuestas actividades de esa organización fue el pretexto
necesario para ejercer una dura política represiva con un pujante movimiento
obrero, que tardará algunos lustros en recomponerse y recuperar la fuerza e
influencia que había tenido. No iba a ser la primera vez en la historia del
obrerismo español que se utilizase esta estrategia contra sus estructuras con
la finalidad de endurecer las leyes que reprimiesen y limitasen las actuaciones
del movimiento obrero.
A
pesar de la desaparición de la FTRE en 1888, los libertarios siguieron
articulando organizaciones que mantuviesen vigente el modelo societario. A la
FTRE le sucedió la Federación de Resistencia al Capital que en 1891 pasó a
denominarse Pato de Unión y Solidaridad para desembocar a inicios del siglo XX
en la Federación Regional Española de Sociedades de Resistencia. También, a modo
de una Alianza de la Democracia Socialista, nació en 1888 la Organización
Anarquista de la Región Española (OARE), que de muy corta existencia intentó
mantener unido a distintos grupos para la extensión de una efectiva propaganda
libertaria. Sin embargo, esta dispersión no se iba a subsanar hasta la
fundación y desarrollo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en todo
el territorio español a partir de 1910.
Aun
así, lo sucesos de la Mano Negra se mantuvieron indelebles en la mentalidad del
obrerismo español.
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