Revisando algunos libros que aun
tengo en casa de mis padres me tope con tres novelas que, quizá, si alguien ve
el resto de títulos en marcados en la historia política del siglo XIX y XX,
podría considerar como fuera de lugar. En las estantería repletas de obras
localiza una obra de Hazañas Bélicas con el título Loz, el partisano escrita por Harry Cowerland en 1959 y dos novelas
policíacas de la editorial Rollán, de la serie “Selección FBI”, escritas por
Eddie Thorny con el título Réquiem por
Larry y Prisión de oro. Creo
recordar que tengo alguna más, que no localicé en ese momento, de temática de
western escritas por Edward Goodman. Una literatura de quiosco que se vendió en
España en los años de la dictadura y que tenía como finalidad el
entretenimiento.
La
razón de que ese tipo de obras formen parte de mi biblioteca no es tanto por la
temática sino por lo autores. Esos nombres anglófonos y americanizados no son
sino seudónimos de personajes muchos más conocidos pero que la censura y la
persecución política de la dictadura les impedía firmar obras con su nombre.
Tras
el nombre de Eddie Thorny o Edward Goodman se esconde la personalidad de Eduardo
de Guzmán Espinosa, uno de los más influyentes personajes de la España de la década
de 1920 y de 1930. Afiliado a la CNT, simpatizante del movimiento libertario y
perteneciente a una corriente a caballo entre el republicanismo más radical y
el anarquismo, Eduardo de Guzmán fue uno de los redactores del periódico La Tierra, escribió en la páginas de La Libertad y durante la Guerra Civil
fue el director de Castilla Libre,
uno de los órganos de expresión de la CNT. Al acabar la Guerra, Eduardo de Guzmán
fue apresado en el puerto de Alicante y trasladado a distintos centros de
internamientos (campos de concentración y prisiones) hasta que un Consejo de
Guerra lo condenó a muerte, pena que fue conmutada por la inferior de 30 años y
que al final logró salir de la cárcel en una libertad vigilada. Guzmán,
periodista y escritos profesional, no pudo firmar durante el franquismo ningún
artículo ni ningún libro. Fue completamente expulsado del círculo de escritores
y periodistas y se tuvo que ganar la vida escribiendo novelas policíacas y del
oeste que firmaba con seudónimo (a los ya citados hay que unir otros como
Richard Jackson, Anthony Lancaster o Charles G. Brown). Muchos de esos nombres
no pasaban desapercibidos. Edward Goodman es muy claro, pero Eddy Thorny se podía
traducir por Eduardo Negro, ya que Thorny es la trascripción de negro en lengua
rusa (черный). Aunque Eduardo de Guzmán volvió a ejercer su profesión y
escribir libros de enorme calado (como ejemplo La muerte de la esperanza, El
año de la victoria, Nosotros, los
asesinos, Historias de la prensa o
la Segunda República fue así) este
periodo lo recordaba el protagonista como de enormes agobios económicos pues no
ganaban mucho dinero con esta literatura barata y, además, no ejercía el
talento que siempre caracterizó la pluma de Eduardo de Guzmán.
El
otro título, Loz, el partisano, tengo
que reconocer que lo adquirí por el título, por la
ubicación de la obra
(Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial) y porque me parecía curioso que durante
la dictadura se escribiese algo relacionado con la lucha del antifascismo
yugoslavo contra los nazis, aunque fuese en una novela. El libro está impreso en Argentina, pero la Editorial Toray que lo publicaba tenía distribución tanto en Buenos Aires como en Barcelona. Tiempo después averigüé
que tras el nombre de Harry Cowerland se escondía la personalidad de Enrique Sánchez
Pascual, escritor que durante la Guerra Civil había estado en la zona
republicana y comprometido con ella. Al finalizar la guerra se exilió a
Francia, pero decidió regresar, cumpliendo penas de prisión. Al igual que
Eduardo de Guzmán, Enrique Sánchez no podía firmar con su nombre las novelas de
aventuras que realizaba y tuvo infinidad de seudónimos (Isaías Bronstein, Alex
Simmons, Oskar Soren, etc.). Llegó a fundar una editorial en 1955 con el nombre
de Mando y dirigió la agencia de cómics Comundi. Su hijo, Enrique Sánchez Abulí,
siguió la estela de su padre.
Habría
que citar en este sentido a un último personaje, muy famoso en las novelas del
periodo dictatorial como fue Marcial Lafuente Estefanía. Marcial Lafuente, hijo
de periodista y escritor, también estuvo comprometido con la causa republicana,
alcanzado incluso grados de oficial en el Ejército Popular de la República. Al
acabar el conflicto, Marcial Lafuente decidió no exiliarse y esto le costó
penas de prisión en numerosas ocasiones. Sin embargo, fue en ese tiempo cuando
cogió afición por la lectura, y pasado unos años comenzó a escribir novelas del
oeste y de amor que se iban a popularizar en la España del momento. Aunque
utilizó seudónimos (Tony Spring, Cecilia de Iradulce, Dan Luce, etc.), Marcial
Lafuente si firmó obras con su nombre, gracias al contrato firmado con la
editorial Bruguera (editorial con una historia muy interesante) que le convirtió
en el más prolífico escritor de novelas del oeste. Tal fue su fama que Marcial
Lafuente Estefanía se convirtió prácticamente en una marca, pues los propios
hijos del escritor se dedicaron a ello y firmaban con el nombre de su padre.
Lo
que tiene en común todos estos personajes fue su pasado republicano y de
izquierdas y la represión que sufrieron durante la dictadura que les impidió en
muchos casos poder firmar con su propio nombre. Ahora que es tiempo de ferias
de libro viejo y de ocasión busquen algunas de estas novelas, que son de bajo
precio, pero piensen que detrás de ella existe una historia de represión de un
régimen que cortó las alas y expulsó de la vida social (en muchos sentidos) a
una generación de intelectuales y escritores que fue la flor y nata del país. Algunos
siguieron escribiendo aunque fuese en una literatura barata y de consumo.
1 comentario:
Tengo algunos libros de Estefania en casa.
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