Breve reseña de libro de Adrián Shubert, Espartero, el Pacificador (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2018)
Uno de los lugares comunes que la
historia reciente de España ha formado, y donde el franquismo tiene una
responsabilidad enorme, es el papel del ejército en la historia del país. Que
las armas en la Guerra Civil (1936-1939) fueran favorables a los elementos más
reaccionarios y antiliberales del ejército, determinó un modo de entender el
mismo. El franquismo nutrió la idea de un Ejército formado sobre los valores
del tradicionalismo más atrasado y retrógrado, vinculando todas las acciones
del mismo con esas ideas y lanzando al sumidero de la historia a otra parte del
ejército que quedó desdibujado, manipulado o prácticamente desconocido para las
generaciones venideras. La historiografía progresista tampoco fue, en líneas generales,
generosa con el ejército, centrándose en los procesos más ominosos del mismo
(guerras de Marruecos, represión ejercida por los militares contra el movimiento
obrero, etc.) y dejando en un segundo plano el papel del ejército en el
desarrollo de numerosos procesos revolucionarios. A pesar de ello, han existido
grandes historiadores que, como Gabriel Cardona o Carlos Blanco Escolá, han tenido
mucho empeño en recuperar una parte muy desconocida de los militares.
Quizá
en esto no hay culpas que valgan. Ciertamente, una parte del ejército participó
de forma activa en los procesos más ominosos de la historia de España reciente,
sus actuaciones en lugares como Filipinas o Cuba fueron de nefasto recuerdo,
las guerras en Marruecos tiene episodios de crueldad inusitada y sirvieron para
que un grupo de militares tomaron privilegios dentro del ejército (los
africanistas) y, para rematar, los militares fueron los protagonistas de dos
dictaduras que ha sufrido España en el siglo XX, siendo la de Franco
especialmente virulenta y represiva. Fueron este grupo de militares los que imprimieron
una visión unilateral de lo que era el Ejército y, por extensión, de España.
Sin
embargo, esos largo años de dictadura ocultó la faceta del ejército más
liberal, aquella que sirvió como contraparte y, en muchas ocasiones, como apoyo
para las trasformaciones progresivas de la sociedad española. Hoy apenas son
conocidas las facetas que militares como Nicolás Estévanez dieron a la causa
republicana. O como el general Villacampa, junto a la política desarrollada por
Ruiz Zorrilla, intentaron proclamar la República en España. Tampoco como
militares como Tomás de la Llave, expulsado incluso del cuerpo de ejército,
promovió en el interior del mismo las juntas de suboficiales en el periodo de
crisis iniciado en 1917 y que llegó a vincularse con el movimiento republicano
e, inclusive, anarquista. Como ese ejército, descontento con la dictadura de
Primo de Rivera, pactó con los republicanos y los anarquistas la necesidad de
expulsar del país al dictador y al propio rey Alfonso XIII. No olvidemos que
Fermín Galán y Ángel García Hernández eran militares que fueron fusilados por
intentar proclamar la República en España en diciembre de 1930. Lean la obra de
Galán Nueva creación y verán como ese
militar tenía unas ideas enormemente avanzadas. También es justo rescatar que
la sublevación de 1936 la hizo una parte del Ejército, porque otra se mantuvo
leal a la República, que crearon organismo como la UMRA (Unión Militar
Republicana y Antifascista) y que algunos de esos militares, como Juan Perea
Capulino o Enrique Pérez Farrás, estuvieron con las milicias libertarias y muy cerca
de la CNT. Sin hablar de personajes como Vicente Rojo o José Miaja, o, incluso,
ya en las postrimerías de la dictadura franquista, la existencia y la represión
contra la UMD (Unión Militar Democrática) de la que todavía se espera un restablecimiento.
Muchos de estos militares pagaron con su vida, con el exilio o el ostracismo su
lealtad republicana y su visión diferente de la sociedad.
Esta
tradición liberal del ejército parte del siglo XIX. Allí existieron personajes como Juan
Prim y, sobre todo, Baldomero Espartero. Espartero es, con diferencia, el
personaje más importante y trasversal de la política española del siglo XIX. Y
gracias a la obra del historiador Adrián Shubert se ha recuperado la figura de
Espartero poniéndola en su justa medida en la historia de España del siglo XIX.
El
libro de Shubert es muy completo y muy trabajado, haciendo una biografía total
del personaje en cuestión, desde su nacimiento en el manchego pueblo de
Granátula de Calatrava en 1793 hasta su muerte en Logroño en 1879. Pero Shubert
no solo que queda en una historia lineal y una biografía al uso, sino que incluye
al personaje en su época, haciendo un ejercicio prosopográfico con nota.
De
Espartero conocíamos muchos aspectos, pero Shubert ha logrado darle la
dimensión que realmente tuvo. Su origen militar, su participación en las
guerras en América, el ascenso de su popularidad con las guerras carlistas y la
derrota de los tradicionalistas, su posición influyente de poder en el interior
de la monarquía y su forma particular de entender las cosas. Un militar que
fundamenta el progresismo liberal político, que siempre fue monárquico (era lo
que tocaba en la época) pero que respeto la proclamación de la República en
1873. A pesar de sus exilios, Espartero se convirtió en un auténtico héroe nacional
y su figura circulaba por distintos lugares de España con el sobrenombre de “El
pacificador”. Un verdadero culto a la personalidad en el siglo XIX que valió a
Espartero a ser comparado con George Washington o Napoleón Bonaparte. Pero también alabado, como cuando supo que poco podía hacer por la nación se retiro cual Cincinato a Logroño, donde se le seguía consultando y tentando. Un
defensor acérrimo de la constitución y del liberalismo progresista que no dudó
en afear a los suyos cuestiones en las que no estaba de acuerdo (especiales polémicas
con Salustiano Olózaga), ya tuviera o no razón. Autor de medidas populares y
también impopulares, que le granjearon fama de duro y autoritario (como el
bombardeo de Barcelona, el de Sevilla o el fusilamiento de Diego de León). Un personaje que
consiguió que fuese reclamado por monárquicos, republicanos e inclusive por
socialistas como Fernando Garrido que veían en él, a pesar de su oposición, la
única persona capaz de poner orden en el país antes de acometer
transformaciones más profundas. Además, Espartero fue acumulando títulos y
menciones a lo largo de su trayectoria (Duque de la Victoria, Príncipe de
Vergara, etc.), convirtiéndose en uno de los pocos españoles que tuvo la
denominación de príncipe sin pertenecer a ninguna dinastía reinante junto a
Manuel Godoy, que también la tuvo. Y eso que rechazó en varias ocasiones la
corona española. Nunca quiso ser Rey o Presidente de la República.
Pero
Shubert no solo ha rescatado la figura de Espartero en el contexto político. Al
tener acceso al archivo particular del personaje, ha logrado reconstruir su
vida privada y ha podido comprobar la enorme importancia que tuvo para Espartero
su mujer Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz, de la que estaba
profundamente enamorado. Jacinta, además, era una perfecta conocedora de la
política de la época, culta y leída, que daba consejos y despachaba con las
personalidades más influyentes de la época. Pocos meses separaron la muerte de
Jacinta de la de Espartero.
A
esta obra magnífica de Shubert solo le pondría alguna matización sin
importancia. La primera es que en los momentos que Espartero está en Cádiz (en
plenos debates de las Cortes durante la Guerra de la Independencia), los datos
de su vida son menores, y el autor vincula muchos supuestos de donde pudo estar
Espartero en aquello momentos. Por otro, que al calor de algunos
acontecimientos como el bombardeo de Barcelona de 1842 o las movilizaciones de
la revolución de 1854 (tanto en las causas como en las consecuencias) el papel
del movimiento obrero apenas es abordado, y tuvo una participación fundamental en el
mismo. Dos apreciaciones sin importancia.
Igualmente,
Shubert realiza un necesario ejercicio de memoria histórica y nos muestra como
la memoria de Espartero ha sido borrada de muchos lugares. El franquismo tuvo
mucho que ver en ello, ya que un personaje como Franco no estaba cómodo con
otro como Espartero, vencedor del tradicionalismo (al que Franco se sentía
vinculado) y principal protagonista de la derrota del carlismo (grupo que apoyó
a Franco durante la Guerra Civil y la dictadura). Se puso en relieve personajes
como Tomás de Zumalacárregui frente a Espartero. También por las distintas maneras de afrontar el final de una guerra civil. Frente al Abrazo de Vergara de Espartero, la política represiva sin límites de Franco. El dictador y su grupo más cercano siempre criticaron esa forma de acabar una guerra. Su objetivo era exterminar a su enemigo. Además, se popularizo la
leyenda urbana errónea de que Espartero dijo una frase que jamás pronunció: “Hay
que bombardear Barcelona cada 50 años”. Al final la impronta que quedó de
Espartero en el siglo XX, plagado de dictaduras militares, fue desdibujada,
falseada y manipulada.
Si
tienen ocasión no se pierdan la biografía de Espartero de Adrián Shubert. No se
van a arrepentir. Bien trabajada, muy investigada y contrastada en la línea de
un gran historiador como siempre ha sido Shubert. Yo la he disfrutado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario