miércoles, 18 de septiembre de 2019

“CÚMPLASE LA VOLUNTAD NACIONAL”. Una biografía de Baldomero Espartero


Breve reseña de libro de Adrián Shubert, Espartero, el Pacificador (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2018)

Uno de los lugares comunes que la historia reciente de España ha formado, y donde el franquismo tiene una responsabilidad enorme, es el papel del ejército en la historia del país. Que las armas en la Guerra Civil (1936-1939) fueran favorables a los elementos más reaccionarios y antiliberales del ejército, determinó un modo de entender el mismo. El franquismo nutrió la idea de un Ejército formado sobre los valores del tradicionalismo más atrasado y retrógrado, vinculando todas las acciones del mismo con esas ideas y lanzando al sumidero de la historia a otra parte del ejército que quedó desdibujado, manipulado o prácticamente desconocido para las generaciones venideras. La historiografía progresista tampoco fue, en líneas generales, generosa con el ejército, centrándose en los procesos más ominosos del mismo (guerras de Marruecos, represión ejercida por los militares contra el movimiento obrero, etc.) y dejando en un segundo plano el papel del ejército en el desarrollo de numerosos procesos revolucionarios. A pesar de ello, han existido grandes historiadores que, como Gabriel Cardona o Carlos Blanco Escolá, han tenido mucho empeño en recuperar una parte muy desconocida de los militares.
                Quizá en esto no hay culpas que valgan. Ciertamente, una parte del ejército participó de forma activa en los procesos más ominosos de la historia de España reciente, sus actuaciones en lugares como Filipinas o Cuba fueron de nefasto recuerdo, las guerras en Marruecos tiene episodios de crueldad inusitada y sirvieron para que un grupo de militares tomaron privilegios dentro del ejército (los africanistas) y, para rematar, los militares fueron los protagonistas de dos dictaduras que ha sufrido España en el siglo XX, siendo la de Franco especialmente virulenta y represiva. Fueron este grupo de militares los que imprimieron una visión unilateral de lo que era el Ejército y, por extensión, de España.
                Sin embargo, esos largo años de dictadura ocultó la faceta del ejército más liberal, aquella que sirvió como contraparte y, en muchas ocasiones, como apoyo para las trasformaciones progresivas de la sociedad española. Hoy apenas son conocidas las facetas que militares como Nicolás Estévanez dieron a la causa republicana. O como el general Villacampa, junto a la política desarrollada por Ruiz Zorrilla, intentaron proclamar la República en España. Tampoco como militares como Tomás de la Llave, expulsado incluso del cuerpo de ejército, promovió en el interior del mismo las juntas de suboficiales en el periodo de crisis iniciado en 1917 y que llegó a vincularse con el movimiento republicano e, inclusive, anarquista. Como ese ejército, descontento con la dictadura de Primo de Rivera, pactó con los republicanos y los anarquistas la necesidad de expulsar del país al dictador y al propio rey Alfonso XIII. No olvidemos que Fermín Galán y Ángel García Hernández eran militares que fueron fusilados por intentar proclamar la República en España en diciembre de 1930. Lean la obra de Galán Nueva creación y verán como ese militar tenía unas ideas enormemente avanzadas. También es justo rescatar que la sublevación de 1936 la hizo una parte del Ejército, porque otra se mantuvo leal a la República, que crearon organismo como la UMRA (Unión Militar Republicana y Antifascista) y que algunos de esos militares, como Juan Perea Capulino o Enrique Pérez Farrás, estuvieron con las milicias libertarias y muy cerca de la CNT. Sin hablar de personajes como Vicente Rojo o José Miaja, o, incluso, ya en las postrimerías de la dictadura franquista, la existencia y la represión contra la UMD (Unión Militar Democrática) de la que todavía se espera un restablecimiento. Muchos de estos militares pagaron con su vida, con el exilio o el ostracismo su lealtad republicana y su visión diferente de la sociedad.
                Esta tradición liberal del ejército parte del siglo XIX. Allí existieron personajes como Juan Prim y, sobre todo, Baldomero Espartero. Espartero es, con diferencia, el personaje más importante y trasversal de la política española del siglo XIX. Y gracias a la obra del historiador Adrián Shubert se ha recuperado la figura de Espartero poniéndola en su justa medida en la historia de España del siglo XIX.
                El libro de Shubert es muy completo y muy trabajado, haciendo una biografía total del personaje en cuestión, desde su nacimiento en el manchego pueblo de Granátula de Calatrava en 1793 hasta su muerte en Logroño en 1879. Pero Shubert no solo que queda en una historia lineal y una biografía al uso, sino que incluye al personaje en su época, haciendo un ejercicio prosopográfico con nota.
                De Espartero conocíamos muchos aspectos, pero Shubert ha logrado darle la dimensión que realmente tuvo. Su origen militar, su participación en las guerras en América, el ascenso de su popularidad con las guerras carlistas y la derrota de los tradicionalistas, su posición influyente de poder en el interior de la monarquía y su forma particular de entender las cosas. Un militar que fundamenta el progresismo liberal político, que siempre fue monárquico (era lo que tocaba en la época) pero que respeto la proclamación de la República en 1873. A pesar de sus exilios, Espartero se convirtió en un auténtico héroe nacional y su figura circulaba por distintos lugares de España con el sobrenombre de “El pacificador”. Un verdadero culto a la personalidad en el siglo XIX que valió a Espartero a ser comparado con George Washington o Napoleón Bonaparte. Pero también alabado, como cuando supo que poco podía hacer por la nación se retiro cual Cincinato a Logroño, donde se le seguía consultando y tentando. Un defensor acérrimo de la constitución y del liberalismo progresista que no dudó en afear a los suyos cuestiones en las que no estaba de acuerdo (especiales polémicas con Salustiano Olózaga), ya tuviera o no razón. Autor de medidas populares y también impopulares, que le granjearon fama de duro y autoritario (como el bombardeo de Barcelona, el de Sevilla o el fusilamiento de Diego de León). Un personaje que consiguió que fuese reclamado por monárquicos, republicanos e inclusive por socialistas como Fernando Garrido que veían en él, a pesar de su oposición, la única persona capaz de poner orden en el país antes de acometer transformaciones más profundas. Además, Espartero fue acumulando títulos y menciones a lo largo de su trayectoria (Duque de la Victoria, Príncipe de Vergara, etc.), convirtiéndose en uno de los pocos españoles que tuvo la denominación de príncipe sin pertenecer a ninguna dinastía reinante junto a Manuel Godoy, que también la tuvo. Y eso que rechazó en varias ocasiones la corona española. Nunca quiso ser Rey o Presidente de la República.
                Pero Shubert no solo ha rescatado la figura de Espartero en el contexto político. Al tener acceso al archivo particular del personaje, ha logrado reconstruir su vida privada y ha podido comprobar la enorme importancia que tuvo para Espartero su mujer Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz, de la que estaba profundamente enamorado. Jacinta, además, era una perfecta conocedora de la política de la época, culta y leída, que daba consejos y despachaba con las personalidades más influyentes de la época. Pocos meses separaron la muerte de Jacinta de la de Espartero.
                A esta obra magnífica de Shubert solo le pondría alguna matización sin importancia. La primera es que en los momentos que Espartero está en Cádiz (en plenos debates de las Cortes durante la Guerra de la Independencia), los datos de su vida son menores, y el autor vincula muchos supuestos de donde pudo estar Espartero en aquello momentos. Por otro, que al calor de algunos acontecimientos como el bombardeo de Barcelona de 1842 o las movilizaciones de la revolución de 1854 (tanto en las causas como en las consecuencias) el papel del movimiento obrero apenas es abordado, y tuvo una participación fundamental en el mismo. Dos apreciaciones sin importancia.
                Igualmente, Shubert realiza un necesario ejercicio de memoria histórica y nos muestra como la memoria de Espartero ha sido borrada de muchos lugares. El franquismo tuvo mucho que ver en ello, ya que un personaje como Franco no estaba cómodo con otro como Espartero, vencedor del tradicionalismo (al que Franco se sentía vinculado) y principal protagonista de la derrota del carlismo (grupo que apoyó a Franco durante la Guerra Civil y la dictadura). Se puso en relieve personajes como Tomás de Zumalacárregui frente a Espartero.  También por las distintas maneras de afrontar el final de una guerra civil. Frente al Abrazo de Vergara de Espartero, la política represiva sin límites de Franco. El dictador y su grupo más cercano siempre criticaron esa forma de acabar una guerra. Su objetivo era exterminar a su enemigo. Además, se popularizo la leyenda urbana errónea de que Espartero dijo una frase que jamás pronunció: “Hay que bombardear Barcelona cada 50 años”. Al final la impronta que quedó de Espartero en el siglo XX, plagado de dictaduras militares, fue desdibujada, falseada y manipulada.
                Si tienen ocasión no se pierdan la biografía de Espartero de Adrián Shubert. No se van a arrepentir. Bien trabajada, muy investigada y contrastada en la línea de un gran historiador como siempre ha sido Shubert. Yo la he disfrutado.

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