Artículo publicado en el número 381 del periódico Tierra y Libertad
En este año 2021 se conmemora dos
acontecimientos que marcaron un antes y un después en la historia del
movimiento obrero en general y del anarquismo en particular. La historia de dos
movimientos revolucionarios que cambiaron la forma entender algunos procesos
políticos y sociales, que marcaron las diferencias entre revolucionarios y que
iniciaban, en todas sus variables, momentos diferentes. Ambos se produjeron con
50 años de diferencia, en espacios geográficos alejados, pero compartían muchas
similitudes así como sus diferencias: la Comuna de París de 1871 y la rebelión
de los marinos de Kronstadt en 1921. Han pasado 150 y 100 años respectivamente
de ambos acontecimientos. Sin embargo, su memoria indeleble sigue estando
presente y es objeto de debate.
Cuando en París estalló la
revolución
Si
algo distinguió a Francia desde el final del siglo XVIII y a lo largo del XIX
fue que se presentó como un laboratorio de ideas y movimientos que eran vistos
con admiración y temor por el resto del continente y del mundo. Si la
Revolución Francesa iniciada en 1789 significó la puesta en práctica de gran
cantidad de teorías políticas que habían mostrado su oposición al Antiguo
Régimen así como la irrupción de las masas obreras en los procesos
revolucionarios también fueron derrotadas por la fuerza de las armas por
diversas circunstancias. El poso dejado por aquellos revolucionarios no fue
desechado por sus defensores en el siglo XIX. Si en 1830 Francia conquistó sus
derechos liberales en 1848 hizo lo mismo con los democráticos. Y aunque se
produjeron flujos y reflujos en el proceso, lo cierto fue que aquellas jornadas
la conciencia del obrerismo incipiente fue conformando todo un movimiento que
se preparaba para el asalto.
La
fundación de la Primera Internacional bajo parámetros franceses e ingleses
posibilitó al movimiento obrero francés conformar una herramienta supranacional
que articulase y estructurase sus actividades. La figura de Proudhon fue
capital en todo aquel proceso.
Pero
Europa estaba dirimiendo un conflicto entre potencias que estaba conformando el
futuro mapa político que llevó al mundo a la Primera Guerra Mundial. Uno de
esos episodios fue el enfrentamiento abierto entre la Francia de Napoleón III y
la Prusia de Bismarck y el Kaiser Guillermo. La guerra franco-prusiana de 1870
y la derrota en Sedan de las fuerzas imperiales francesas abrió un escenario en
Francia que intentó en muchos puntos retomar el proceso que se había abierto en
1848. Mientras algunos reivindicaron la vuelta a la República otros
consideraron que aquella moderada tenía que ser superada por una social. Con un
movimiento obrero mejor estructurado, muchas ciudades francesas se lanzaron a
la constitución de organismo revolucionarios que pusieran en práctica los
modelos de democracia directa. Lyon fue la primera pero donde más trascendencia
tuvo el acontecimiento fue en la ciudad de París.
Con
una Francia sitiada por las fuerzas del Kaiser, un gobierno nacional que
buscaba una capitulación y que veía mayor peligro en las fuerzas
revolucionarias del interior del país, los revolucionarios parisinos se
hicieron con el control de la ciudad, la Guardia Nacional controló los cañones
del Montmartre y neutralizó a las fuerzas del gobierno de Thiers. Unos días después
celebraron unas elecciones donde la victoria fue sin paliativos para las
fuerzas partidarias de proclamar a París en Comuna, estableciendo un
autogobierno de la ciudad, la supresión de los consejos de guerra, la amnistía
para los presos políticos y la libertad de prensa. Un movimiento encabezado por
trabajadores e intelectuales, con representación de todas las escuelas del
socialismo y de las ideas más avanzadas. Allí había proudhonianos o
bakuninistas como Benoît Malon, Eugène Varlin, Jules Vallès o Charles Longuet.
Había blanquistas (seguidores de Auguste Blanqui) como Théophile Ferré o Raoul
Rigalt. Jacobinos como Charles Delescluze o Gustav Flourans. O marxistas como
Leo Frankel o Auguste Serrailler.
Aquel
grupo diverso dio como resultado una serie de medidas que fueron inéditas en la
historia de la Francia y del movimiento revolucionario internacional. Lo
primero que aplicaron los comuneros parisinos fue una política de
representación federal, donde cada arrondisement (distritos) tenía su comité y
sus órganos decisorios. Un federalismo
que bebía directamente del modelo de Pierre Joseph Proudhon.
La
Comuna optimizó los recursos de primera necesidad creando comedores populares
al estilo de las clásicas Marmitas. Se vació de contenido político al funcionariado
parisino y se estableció que serían de designación directa por el pueblo de
París y con cargo revocables. Las condiciones de vida de la clase obrera fueron
mejoradas, con el establecimiento de la jornada de 8 horas y la regulación del
trabajo, en influencia directa de la Primera Internacional. Se reconoció el
matrimonio civil y las uniones libres, dando carta de naturaleza jurídica los
hijos que naciesen de estas uniones en igualdad de condiciones. Igualmente,
impulsados por personajes como Édouard Vaillant o Louise Michel, se aprobó un
modelo educativo laico, dando carta de naturaleza a la separación total entre
la Iglesia y el Estado, con el fomento de la educación obligatoria, las
formaciones profesionales y la coeducación de sexos.
Durante
las jornadas de la Comuna, la mujer tuvo una participación activa. Proliferaron
clubs y asociaciones de mujeres, al frente de las cuales estaban Louise Michel,
Nathalie Lemel, André Leó o Elisabeth Dmitriev. Las mujeres tuvieron un papel
protagonista en la formación política y en la defensa de la ciudad París. Por
ello pasaron a la historia con el apelativo peyorativo de las petroleuses (las
petroleras) en resonancia a las tricoteuses de la Revolución de 1789.
La
Comuna de París abolió el culto obligatorio de la Iglesia aunque dejó libertad
a cada habitante de profesar la religión que quisiera. Igualmente, abolieron la
pena de muerte, con la destrucción simbólica de guillotinas a los pies del
filósofo y escritor Voltaire. Retomaron el calendario de la revolución y
algunos monumentos simbólicos, como la Columna Vendôme o la casa de Thiers
fueron destruidas como inicio de una nueva era.
Los
organismos de gobierno estaban basados en la democracia directa, con la
proliferación de clubs de todas las ideologías, así como que la defensa de la
Comuna correspondió a la Guardia Nacional. Se fomentó las artes y la cultura,
lo que hizo que artistas de primer nivel como Gustav Courbet participasen de
forma activa.
Sin
embargo, la Comuna tuvo tres elementos en contra que determinó su derrota. El
primero que el movimiento no se extensivo a todo el territorio francés y los
intentos de articulación de comunas similares en lugares como Marsella, Lyon.
Narbonne, etc., fracasaron. Por otra parte, Francia estaba en guerra con los
prusianos, y para estos los ideales de la comuna tenían que ser derrotados. Y,
por último, en consonancia con los prusianos, el gobierno que había salido de
París hacia Versalles también quería la derrota total del movimiento
revolucionario. Thiers desde el gobierno, Gallifet y MacMahon al frente del
ejército emprendieron una ofensiva contra el París revolucionario que liquidó
la experiencia en la llamada “Semana Sangrienta”, y donde perdieron la vida un
gran número de comuneros. EL 28 de mayo de 1871, las ultimas resistencia de la
Comuna de París en el cementerio de Pere Lachaise sucumbían.
La
represión contra la Comuna se saldó con 30000 fusilados, miles de encausados,
condenados a distintas penas y deportados a las colonias francesas. Durante
muchos años hablar de la Comuna estuvo prohibido en Francia, aunque sus ecos, sus
simbologías y su trascendencia marcó el dinamismo del movimiento revolucionario
internacional.
La flor y nata de la Revolución rusa. Kronstadt
La
historia quiso que cuando se conmemoraba el 50 aniversario de la Comuna de
París que había sido antorcha de muchos movimientos, se produjera el trágico
final de otro intento de hacer variar el curso de la revolución.
A
muchos kilómetros de París, en la isla de Kotlin, frente a Petrogrado (hoy San
Petersburgo), unos marinos revolucionarios quisieron continuar con el legado
aportado por la Revolución de octubre de 1917 y fueron aplastados por ello.
Hay
que ponerse en situación. En Rusia, en octubre de 1917, las fuerzas
revolucionarias se habían hecho con el control pero la reacción contra las
mismas hizo que estallase una larga Guerra Civil (1918-1921). La ciudad de
Kronstadt era una de las plazas fuertes del Báltico, donde los marinos a ella
adscrita había participado de todos los movimientos revolucionario desde
inicios del siglo XX.
Kronstadt
había tenido unas características peculiares y aquella plaza era un hervidero
de ideas. El soviet de Kronstadt se caracterizó por su pluralidad:
bolcheviques, socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas y un largo
etcétera. Durante la Revolución de febrero, Kronstadt actuó como una república
independiente, pues no reconocía al gobierno provisional y presionaba a la
revolución socialista. Un marino anarquista, Efim Yarchuk, formado en la ciudad
de Bialystok era uno de sus más dinámicos impulsores. La revolución de octubre
no habría sido posible sin esos marinos de Kronstadt como tampoco su
resistencia numantina cuando la revolución fue atacada por las tropas blancas. Fue
un también un marino anarquista de Kronstadt, Anatoli Zhelezniakov, quien puso
fin a las actividades de la efímera Asamblea Constituyente Rusa.
El
objetivo de los marinos Kronstadt al igual que los comuneros parisinos, era una
democracia obrera directa. Pero la guerra civil impidió cualquier intento o
desarrollo de debate entre las escuelas revolucionarias, cuestión que fue
aprovechada por los bolcheviques para reforzar su poder en el gobierno
soviético.
Cuando
la Guerra Civil tocaba a su fin, esos marinos que habían estado tres años
combatiendo a los blancos y muchos de ellos habían perdido la vida, creyeron
que era el momento de volver a plantear el modelo de revolución que se tenía
que implementar. Además, habían denunciado que la política bolchevique había
actuado en muchas ocasiones en contra de los intereses de los obreros. Eso hizo
que los bolcheviques de Kronstadt fuesen perdiendo influencia o bien se
posicionasen en los sectores críticos al gobierno.
Las
políticas gubernamentales y el modelo revolucionario hicieron que los marinos
de Kronstadt emitiesen en febrero de 1921 un documento con una serie de
reivindicaciones, amparándose en la potestad del plural soviet de su zona de
influencia. Los marinos de Petropavloks y del Sebastapol pedían libertad de
expresión para todas las corrientes de la izquierda, soviets libres sin control
de ningún partido político y corrección de la política económica impulsada por
el comunismo de guerra. No dejaban de ser reivindicaciones en consonancia con
otros movimientos como el de Majnó en Ucrania o el de Antonov en la región de
Tambov.
Al
frente de aquellos marineros estaba un antiguo militante del Partido
Bolchevique que la había abandonado por divergencias con la dirección del
partido: Stepan Petrichenko. Junto a él, un simpatizante del anarquismo:
Perepelkin.
La
rebelión de los marinos de Kronstadt no es una revuelta de ninguna ideología en
concreto y lo fueron de todas que criticaban desde la izquierda la política de
los bolcheviques. A pesar de la propaganda de la prensa gubernamental, que
trataba de vincular el movimiento de Kronstadt a las fuerzas blancas y
contrarrevolucionarias, el gobierno de Lenin era consciente que aquello era
otra cosa. Era una revuelta de la izquierda revolucionaria, pedían la vuelta al
modelo plural de octubre de 1917 y no se sentían identificados con la dictadura
de un solo partido. Si la idea era la negociación, aquello tenía visos de
extenderse demasiado en el tiempo y se podía poner en peligro el poder de los
bolcheviques. A pesar de los intentos de mediación, la opción gubernamental fue
la represión contra los marinos de Kronstadt. Zinoviev, Trotsky y Tujachevsky
encabezaron el ataque que en apenas una semana liquidó la resistencia del
Comité Revolucionario del Petropavlosk.
La
idea de una Tercera Revolución de aquellos marinos, que conformaban una puzzle
y caleidoscopio de ideas y iniciativas, fracasó por la fuerza de las armas.
Anarquistas, socialistas revolucionarios o bolcheviques de izquierdas acabaron
juzgados y presos por su apoyo a Kronstadt. Trostky, que había definido
Kronstadt como “la flor y nata de la revolución” varió su visión para
catalogarla en 1921 como “la canalla contrarrevolucionaria”. Esos bolcheviques
que reprimieron a Kronstadt fueron víctimas unos años después de las persecuciones
estalinistas: Trostsky, Zinoviev, Piatakov, Tujachevsky, Dybenko, etc.
Kronstadt
no fue una revuelta antibolchevique, como pudo ser la de Antonov. Lo que
buscaron aquellos marinos fue articular una nueva base de poder revolucionario
y continuar con el proceso que se abrió en 1917. Sus resultados fueron
catastróficos.
Mismo
final para dos comunas, la de París y la de Kronstadt, que creyeron en todo
momento en la necesidad de un movimiento revolucionario plural y donde el
anarquismo tuvo un papel protagonista.
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