viernes, 23 de septiembre de 2016

“Yo he actuado como un anarquista” Melchor Rodríguez. El ejemplo del anarquismo humanista

Artículo publicado en la revista digital Frontera D

11 de mayo de 1940. Segundo Consejo de Guerra al que se enfrentó Melchor Rodríguez en pocos meses. Ese día, tras toda la lectura del pliego de acusaciones (detención del ex ministro Salazar Alonso por parte del grupo de Melchor Rodríguez y que acabó con la muerte de este en prisión o el de la detención de los hermanos González Amezúa), cuando el presidente el Tribunal García Marcí, dice si alguien en la sala tiene que decir algo más, alguien se levanta y dice “-Yo”. Es Agustín Muñoz Grandes. Uno de los militares golpistas, preso en la retaguardia republicana y que tras la Guerra Civil dinamizó la División Azul que fue a ayudar a Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Muñoz Grandes le debe la vida a Melchor Rodríguez y ese día entregó un pliego de 2000 firmas al Tribunal amparando la actuación de Melchor en la retaguardia republicana. Allí le denominan el Ángel rojo, como le conocía muchas personalidades del régimen franquista. Pero Melchor, en su turno de descargo, dice lo siguiente:
“Con su permiso, yo no soy cristiano, soy anarquista. Siempre creí que hacía lo correcto. Cumplí con el deber que la República me había encomendado. Toda mi vida luché por la libertad, defendiendo los ideales anarquistas. También los defendí durante la guerra, cuando tenía bajo mi custodia a miles de hombres acusados de conspirar contra el régimen legal que existía en España. Si merecían castigo o no, no era yo quien debía aplicarlo, y sí los tribunales competentes, por ello y de acuerdo con mis propios ideales les traté con el respecto que para todos los anarquistas merecen todos los seres humanos. No digo esto para pediros clemencia, pues reafirmo una vez más mis ideales, y si para demostraros que la CNT y la FAI están integradas por hombres honrados, que si en los momentos de peligro responden a la violencia con violencia, saben ser humanos con el vencido. No voy a jurar por ningún dios, pero les doy mi palabra de honor de que jamás cometí un crimen ni ayuda a cometerlo”.
            Así se defendió Melchor Rodríguez, según testimonio de otro anarquista, Manuel Pérez, y rescatado por Alfonso Domingo en su libro El ángel rojo. La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano (Almuzara, Barcelona, 2010). A pesar de esta defensa, Melchor fue condenado a muerte, aunque su condena fue conmutada a 20 años, y al final pudo beneficiarse de la libertad condicional. Libertad condicionada, ya que posteriormente a esa fecha Melchor “visitó” más veces el presidio por su implicación en la reconstrucción del anarcosindicalismo en la clandestinidad. Y así hasta su muerte el 14 de febrero de 1972 en Madrid.

Un anarquista llamado Melchor Rodríguez

            El movimiento anarquista introdujo en su entorno una cuestión fundamental para entender su triunfo social entre la clase obrera: el pragmatismo. Los libertarios, al impulsar sus sindicatos y organizaciones, fueron pragmáticos. Trabajaron en un entorno obrero y dieron respuestas que fueron convincentes para esa clase obrera. De no haber sido así, el anarquismo no habría pasado de ser una anécdota en la historia de España. Un movimiento que no solo intervino en la política del momento con sus propias herramientas, sino que creo todo un espacio de sociabilidad y de cultura que le convirtió justo en lo que quería ser: una alternativa al sistema económico capitalista. De hecho el anarquismo nació como respuesta a ese industrialismo y capitalismo que consideraron lesivo para la humanidad.
            Un movimiento tan amplio, tan ecléctico en muchas cuestiones, dio muchos militantes. Y algunos de ellos destacaron por su implicación, por sus acciones o por sus escritos. Y dentro de esos militantes cabría inscribir la figura de Melchor Rodríguez García.

Azarosos inicios

            Melchor Rodríguez nació en el sevillano barrio de Triana el 30 de mayo de 1893 en seno de una familia obrera y humilde. Quizá la historia de Melchor habría sido otra si hubiese triunfado en el medio donde comenzó a dar algunos pasos: el toreo. Incluso tiene referencia en la enciclopedia taurina de José María de Cossío. No era inusual en la época encontrar a hijos de clase obrera que buscaban suerte como maletillas. Cabe recordar a aquí que el poeta Federico García Lorca fue fusilado en agosto de 1936 junto a un maestro y dos banderilleros anarquistas.
            Sin embargo, el mundo del toreo no era fácil para quienes no tuvieran  posibles o  padrinos que apostaran por ello. Además tuvo una grave cogida que le apartó definitivamente de las plazas de toros. Melchor, que se quedó muy pronto huérfano de padre, le tocó trabajar duro para poder ayudar a su humilde familia (su madre era cigarrera). Trabajando de calderero llevaba un jornal a casa. Y fue en el mundo obrero donde llegó a su conocimiento las ideas que serían el leiv motiv de su vida: el anarquismo.

Madrid. Corazón de España

            Muy pronto Melchor se hizo sindicalista. Lo hizo en un momento clave en la historia del movimiento obrero español. Los ecos de la revolución que había triunfado en Rusia, hizo que el movimiento obrero cogiese fuerza e influencia. El ciclo huelguístico que se abrió en 1917, con el histórico pacto entre la CNT y la UGT, llevó a más de un triunfo de los trabajadores sobre la patronal. El más importante, el producido tras la huelga de la Canadiense en 1919, que desplazó a una delegación de la CNT a negociar y aprobar la reivindicación histórica de las 8 horas de trabajo. Un creciente poder del movimiento obrero que conllevó una reacción patronal violenta, inaugurándose los oscuros años del pistolerismo.
            En ese contexto Melchor Rodríguez se trasladó a Madrid. La capital de España también había sido protagonista de la movilización obrera. Mauro Bajatierra, panadero y periodista anarquista madrileño, dejó todo lujo de detalles de la movilización de agosto de 1917 en Madrid en su obra Desde las barricadas. Una semana de revolución en España. Las jornadas de Madrid de agosto de 1917. A ese Madrid movilizado llegó Melchor en 1921. El anarquismo madrileño era entonces embrionario. Contaba con la existencia del Ateneo Sindicalista, base de la futura CNT, y el Centro de Estudios Sociales. La figura por antonomasia de ese anarquismo era el ya citado Mauro Bajatierra. La CNT aun no había desarrollado sus estructuras, lo que hizo que la inmensa mayoría de los trabajadores se afiliasen a las sociedades obreras de la UGT. Lo hicieron por conciencia de clase, porque creían que sus intereses tenían que estar defendidos por los sindicatos obreros. La dinámica interna, que estos anarquistas dieron a las distintas sociedades obreras, intentó cambiar el rumbo, sin conseguirlo, de una organización muy anejada al Partido Socialista, rivales políticos de los anarquistas.
            Melchor se afilió a la sociedad obrera de la UGT de su oficio. Como lo estaba Bajatierra. Como lo estaba Cipriano Mera. Pero cuando estos militantes vieron que sus ideas eran más influyentes y en su sector se movía un modelo de organización obrera diferente al de la UGT, se lanzaron a la fundación y desarrollo de los sindicatos únicos de la central anarcosindicalista. Melchor Rodríguez fue uno de los fundadores de la CNT madrileña. Y será uno de sus grandes dinamizadores.
            Así será como Melchor Rodríguez se fue ganando fama de sindicalista. Un sindicalista que defiende a los trabajadores y que es detenido, de forma intermitente por ello. Muy pronto el joven Melchor sabe lo que era estar en prisión. Pero Melchor Rodríguez no se quedaba solo en el campo sindical. Los trabajadores tenían que adquirir conciencia de clase y defender sus derechos. Pero también necesitaban ideas para combatir al capitalismo. Y esa idea, para Melchor, no podía ser otra que el anarquismo. Por eso, junto a su militancia sindical, participó también de la fundación de grupos específicos anarquistas que agitasen las ideas libertarias entre los trabajadores y la población. Por eso, Melchor Rodríguez fue, junto a personajes como Tomás Cano Ruiz, José Alberola, Manuel Buenacasa, Eleuterio Quintanilla o el omnipresente Mauro Bajatierra, uno de los fundadores de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) en 1927. Una organización cuya leyenda negra (injusta) ha desfigurado su verdadera importancia en el campo político y social. Melchor fue uno de los impulsores, integrantes y dinamizadores.
            Así es como su traslado a Madrid terminó por completar la formación de un Melchor Rodríguez anarquista, que sería fundamental la historia del anarquismo madrileño.

La República. Madrid y el anarquismo

            La llegada de la República a España el 14 de abril de 1931 no fue casual. Ni siquiera producto de unas simples elecciones municipales. Durante años la oposición a la dictadura de Primo de Rivera y, por extensión, a la monarquía de Alfonso XIII que la había posibilitado, generaron un estado de opinión en la población española que desembocó en un cambio de estructuras políticas y de forma de Estado. Y los anarquistas no fueron ajenos a ese cambio. Por el contrario, intentaron a veces en solitario y la mayoría de las ocasiones en coalición, llegar a inteligencias con la oposición republicana para dar un cambio de rumbo a España.
            Melchor Rodríguez participó de esa movilización. Sus escritos así lo avalan. Cuando en 1930 la extrema izquierda republicana fundó en Madrid el periódico La Tierra, Melchor Rodríguez, junto a otros anarquistas, fue una de sus plumas más cotizadas. Esto no quiere decir que La Tierra fuese un periódico anarquista (era republicano) ni que Melchor fuese republicano (era anarquista). Pero en aquel momento existía un interesante grupo en Madrid que se movía en los márgenes del republicanismo y del anarquismo, que fueron voceros de una izquierda crítica que no iba a dar un cheque en blanco a la República. Los anarquistas, que carecían entonces de un medio de comunicación propio en Madrid (hasta la fundación del periódico CNT en 1932), vieron en La Tierra el medio que posibilitaba que sus ideas quedaran plasmadas en la sociedad. Allí Melchor coincidió con la flor y nata de la intelectualidad republicana del momento: Salvador Cánovas Cervantes, Eduardo de Guzmán, Salvador Sediles, Emilio Balbontín, César Falcón, etc.
            Pero también Melchor, como anarquista, participó y trabajó por el desarrollo del movimiento libertario en Madrid. En el congreso del Teatro Conservatorio (hoy María Guerrero), estuvo con las figuras más importantes del movimiento libertario del momento: Ángel Pestaña (que fue elegido Secretario General de la CNT), Juan Peiró (director de Solidaridad Obrera), Valeriano Orobón Fernández, Manuel Buenacasa, Cipriano Mera, los González Inestal, etc. Allí también estuvieron Durruti, Ascaso, García Oliver, Montseny, etc. Incluso coincidió con figuras anarquistas de primer orden internacional como Agustín Souchy o Rudolf Rocker.
            Y es que el anarquismo madrileño fue muy peculiar y, quizá, paradigmático de lo que fue anarquismo en general. Mientras en Cataluña, Valencia o Aragón, el movimiento libertario era hegemónico, en Madrid le tocó competir con los socialistas en el desarrollo del movimiento obrero. Y la actividad de muchos de sus sindicatos y grupos específicos de la FAI le llevó a tener una influencia nada desdeñable, llegando a arrebatar a la UGT la hegemonía en sectores clave como la construcción o la gastronomía.
            Melchor Rodríguez fue uno de los protagonistas de todo aquello. Desde la CNT dinamizó y participó en distintas luchas obreras, que le llevó en más de una ocasión a prisión. Denunció desde las páginas de La Tierra políticas que llevaba a cabo el gobierno republicano-socialista y que, a su juicio, eran lesivas para el desarrollo de la clase obrera. Muy característico fue su enfrentamiento con Ángel Galarza, diputado radical-socialista y Director General de Prisiones. Melchor denunciaba que la política represiva de la República era inadmisible y que el delito de prensa seguía vigente y era incompatible con la democracia.
            Melchor Rodríguez fue en esos años uno de los impulsores del grupo anarquista de la FAI “Los Libertos”. Lejos de esa visión del “pistolero anarquista” que se ha intentado trasmitir en la historiografía, los faístas se enzarzaron en debates sobre la conveniencia de acuerdo o no con los socialistas para desencadenar un proceso revolucionario en España. Sobre todo una vez que el gobierno republicano-socialista perdió las elecciones frente a la derecha de la CEDA y el Partido Republicano Radical de Lerroux. Esta victoria electoral de la derecha en noviembre de 1933 fue tomada por los anarquistas como una antesala del mismo fascismo que había triunfado en Italia y que comenzaba a dar sus primeros pasos en Alemania. Melchor y “Los Libertos”, así como el grupo “Los Intransigentes”, eran partidarios de llegar a una inteligencia con los socialistas. Para otros grupos de la FAI madrileña, los socialistas tenían una carga muy negativa como para llegar a acuerdos con ellos.
            En ese contexto, con una conflictividad obrera en Madrid que estaba llevando a la CNT a tener posiciones cada vez más poderosas frente a su rival UGT, donde la política de los Jurados Mixtos, tan criticados por Melchor Rodríguez, se derrumbaba y se imponía la acción directa incluso en algunas sociedades obreras de la UGT, estalló la huelga general de octubre de 1934, cuyo fracaso llevó a la cárcel a muchos militantes libertario. Melchor Rodríguez, que había sufrido mucha prisión, se erigió en defensor de los presos. Cuestión que le llevó incluso a negociar con el Ministro de la Gobernación, el radical Eloy Vaquero, la libertad de algunos de esos presos. Consiguió la libertad de 250, pero la acción de Melchor no fue bien vista por algunos sectores del movimiento libertario madrileño que apartaron a Melchor, y a su inseparable amigo Celedonio Pérez, de la FAI durante unos meses. Esa sensibilidad de Melchor por el derecho de los presos le acompañará toda su vida.
            A pesar de la represión tras la huelga de octubre, el movimiento libertario siguió siendo muy influyente en Madrid y Melchor era uno de sus protagonistas. Siguió trabajando por el desarrollo de la CNT y en enero de 1936 se reintegró a la FAI. Un momento crucial, pues el anarcosindicalismo debatió y aprobó la conveniencia del pacto con la UGT para plantar batalla al capitalismo y como mecanismo de autodefensa ante lo que consideraban el avance del fascismo. Así quedó aprobado en el Congreso de Zaragoza de mayo de 1936.
            Para aquellas fechas, Melchor Rodríguez era ya una figura fundamental del sindicalismo y del anarquismo madrileño.
La Guerra Civil. La humanidad en la barbarie

            El 18 de julio de 1936 un grupo de militares y de civiles se levantaron en armas contra la legalidad republicana. Ese golpe de Estado, organizado de antemano por personalidades de la derecha monárquica y que venía fraguándose entre determinados militares desde el mismo día que se proclamó la República, provocó una Guerra Civil que duró tres años.
            En Madrid, los sublevados del cuartel de la Montaña fueron vencidos por la labor que las organizaciones obreras desempeñaron en la resistencia. El movimiento obrero, que hasta entonces era un organismo de resistencia, se convertía desde ese instante en un organismo de gestión.
            Sin embargo las pasiones que se desataron aquellos primeros momentos, de aquella represión en caliente que aconteció en la retaguardia republicana, hizo que muchos integrantes de esas organizaciones obreras se pusiesen en guardia contra los abusos. Desde los periódicos, los grupos y los sindicatos se hicieron llamamientos al orden, a poner fin a los abusos de algunos. En Barcelona se realizaron actos contundentes, como fue el caso de Gardeñas. En Madrid, la figura de Melchor Rodríguez se levantó por encima del resto.
            Y es que poco a poco la República fue restituyendo el orden. Se comenzaron a desarrollar los Tribunales revolucionarios, garantistas, para frenar cualquier tipo de abuso. Las prisiones de partido fueron clausuradas en noviembre de 1936 (eso que la historiografía franquista ha llamado “checas” y que ha hecho fortuna, cuando en realidad no eran “checas”). Mientras el terror se imponía en la retaguardia de los sublevados, el orden se reorganizaba en la republicana.
            Sin embargo, el asedio a Madrid provocó uno de los hechos más negros de la República en guerra. La única matanza masiva en la misma se llevó a cabo en el mes de noviembre por mediación de sacas de presos, bajo la excusa de traslado, que eran conducidos, de forma extraoficial, a la zona de Paracuellos del Jarama donde eran ejecutados. Integrantes de la Junta de Defensa de Madrid y de la Dirección General de Seguridad estaban al tanto de ello. Melchor Rodríguez, que había sufrido la represión y la cárcel, no podía aguantar como se violentaba la libertad y se ponía en peligro a la República. Ya había protegido, de forma individual, a personalidades de la derecha que corrían el peligro de poder ser asesinadas. Pero en ese momento fue nombrado, por su compañero anarquista Juan García Oliver, Director General de Prisiones. La llegada de Melchor puso fin a las sacas y a las matanzas de Paracuellos del Jarama. Melchor prohibió el traslado de ningún preso entre las 20:00 y las 8:00. Se encargó personalmente de saber que los contingentes que salían de las prisiones madrileñas llegaban a su destino. Evitó, jugándose la vida, una matanza en la prisión de Alcalá de Henares cuando la ciudad fue duramente bombardeada por la aviación de los sublevados. Para Melchor aquellos presos tenían derechos. Melchor actuó como un anarquista y cumplió con lo que tenía que hacer un Director General de Prisiones de la República. Esto le llevó a enfrentamientos con aquellos que desde la misma trinchera de defensa de la legalidad, vio en los gestos de Melchor un favor a la causa sublevada. Sus enfrentamientos con el comunista José Cazorla fueron famosos.
            Melchor hizo cumplir la ley y ya no hubo matanzas en las prisiones republicanas. Cuando salió de la Dirección General de Prisiones, siguió trabajando por los derechos de los presos. Quizá Melchor pecó de exceso de bondad y confianza. Mucha gente de su círculo íntimo le iba a traicionar cuando la Guerra estaba acabando. Su compañero y amigo Celedonio se lo advirtió y ya le dijo que algunos de su entorno eran de la Quinta Columna. Pero Melchor no se lo creyó. Se equivocó. Tras el golpe de Casado, Melchor tuvo un importante cargo de confianza al frente del Ayuntamiento de Madrid, que le llevó a ser el último alcalde la ciudad cuando las tropas franquistas entraban en la capital. Fue, junto con Julián Besteiro, una de las pocas personalidades de la legalidad republicana que permaneció en la ciudad.
            A pesar de los esfuerzos, del cumplimiento del deber en sus cargos, de llevar sus ideas a todos los lugares, Melchor era uno más de los derrotados. Comenzaba la dictadura.

La larga noche de la dictadura

            Melchor cumplió su deber y eso le costó caro. Para el franquismo no había piedad con los vencidos. El 13 de abril de 1939, tras un homenaje a uno de los hermanos Álvarez Quintero, en el que Melchor participó por la amistad que le unía a ellos, fue detenido y encarcelado. Se le acusó de participar en la detención y muerte del ex ministro Rafael Salazar Alonso así como de los hermanos González Amezúa. Se le condenó a muerte y se le comentó la pena, tal se explicaba al inicio de este artículo.
            Pero aquella España oscura y gris del franquismo, una España de represión y miedo, no podían paralizar la actividad de Melchor. Se implicó en la reconstrucción de las organizaciones libertarias. Apoyó sin dilación la oposición antifranquista. Y eso que, al igual que a Juan Peiró, le ofrecieron participar de los sindicatos franquistas. Melchor lo rechazó. Eran sus enemigos ideológicos. Y él era un anarquista integral. Y volvió muchas veces a la cárcel por su oposición a la dictadura. Nunca quiso el favor de nadie y siguió trabajando como agente de seguros. Pero también Melchor era un artista y escribió poemas, canciones y coplas.
            Fue polémica la medalla que Bobby Deglané, una de las personas que Melchor salvó la vida, le dio en su programa “Cantar las 40”en 1964. Melchor aceptó la medalla y aprovechó para dar un discurso de reafirmación anarquista, de reafirmación de su cometido al frente de la Dirección General de Prisiones y de su ideario libertario. En la puerta de la casa de Melchor siempre hubo una bandera rojinegra que ponía “Melchor Rodríguez. Título de honor: persona decente.”.
            Melchor vivió y murió siendo un anarquista. El 14 de febrero de 1972 se apagó su vida. Sus compañeros anarquistas acompañaron el féretro hasta el Sacramental de San Justo, donde encontró un nicho para su cuerpo. Allí fue enterrado con bandera rojinegra. Pero allí también fueron algunos de sus enemigos ideológicos a los que salvó la vida por cumplir con su deber. También quisieron darle su último adiós.

Recuperar a Melchor

            Una vez abordada la figura de Melchor Rodríguez y lo que significó para la historia reciente de España, conviene hacer un merecido reconocimiento a la trayectoria de quien más ha hecho por recuperar la vida de Melchor: Alfonso Domingo.
            Alfonso Domingo es algo más que un periodista, documentalista y escritor. Es un apasionado de su trabajo. Y eso se nota en el resultado de todas sus investigaciones. Porque cuando le pones cariño y empeño a algo el resultado suele ser excelente. Y ese es el bagaje de Alfonso. Y a todo esto le une ser un gran profesional, lo que hace que la calidad de sus trabajos sea muy alta.
            Igualmente, Alfonso Domingo es alguien preocupado por recuperar la historia más reciente de nuestro país. Y lo hace de una forma valiente, quizá algo adquirido por haber sido corresponsal de guerra.
            Entre los libros que Alfonso ha trabajado la temática de la recuperación histórica, destacaría El canto del búho: la vida en el monte de la guerrilla antifranquista, Historia de los españoles en la II Guerra Mundial, El enigma de Tina (historia de la actriz Tina de Jarque y su ‘desaparición’ durante la Guerra Civil española) o su La balada de Billy el Niño. Pero Alfonso no se ha parado solo en la literatura. Su pasión por el documental le ha llevado a realizar algunos como Almas sin fronteras sobre la Brigada Lincoln, La memoria recobrada sobre la memoria histórica, Bajo todas las banderas sobre los españoles en la Segunda Guerra Mundial o Héroes invisibles. Afroamericanos en la Guerra de España, un interesante documental donde completa sus estudios sobre la Brigada Lincoln y sobre los negros que estuvieron en ella combatiendo en España.
            Esta incansable actividad le ha llevado a realizar dos magníficos trabajos sobre el personaje que hoy nos centramos: Melchor Rodríguez. A nivel bibliográfico su obra de 2010 ya citada: El ángel rojo. La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano. Una amplísima y trabajada biografía a nivel documental, que sacó del cajón del olvido a este personaje. No contento con ello, se puso a trabajar en un documental que estrena ahora y que es de una enorme calidad: Melchor Rodríguez. El ángel rojo. Dos obras que hacen justicia con Melchor.
             El tesón y el buen trabajo de Alfonso no han sido únicos. Hay que citar también el empeño de la familia de este anarquista. Porque Melchor volvió a la escena, nunca mejor dicho, cuando su bisnieto, Rubén Buren, dramaturgo y escritor, llevó a escena la obra La entrega de Madrid, sobre los último días de la Guerra en la capital de la República y la actuación del Melchor Rodríguez al frente de la misma.
            Son todos buenos antecedentes para recuperar a Melchor.

Coda

            Melchor es una figura extraordinaria. Una de las muchas que dio el movimiento obrero y el anarquismo si bien ha trascendido su persona. Fue siempre un anarquista integral, de aquellos que nunca iban a renunciar a la CNT y a la FAI. Melchor hubiese dado su vida por el anarquismo (más de una vez se expuso) pero nunca habría matado por unas ideas que consideraba igualdad, libertad y armonía. Lo que hizo al frente de la Dirección General de Prisiones fue su deber como cargo de la República y como anarquista, que fueron sus ideas. Muy lejos de la visión que algunos han querido dar de un “quintacolumnista” (no lo fue y siempre combatió a sus enemigos) ni de la imagen que algunos de esos enemigos intentaron dar de él. Si algo detestaba Melchor era el fascismo que tuvo a España bajo bota militar durante tantos lustros.

            Era de justicia el trabajo que Alfonso Domingo ha hecho alrededor de Melchor. Era de justicia rescatar la memoria y la figura de un hombre decente.

viernes, 16 de septiembre de 2016

LA VUELTA DE TROTSKY A ESCENA

Artículo publicado en la edición digital del periódico Diagonal

La figura de León Trotsky (Lev Davidovich Bronstein, como se llamaba en realidad) ha sido recurrente. No solo porque el fundador del Ejército Rojo fuese una de figuras más representativas de la Revolución rusa de 1917 y de la Guerra Civil del mismo país entre 1918 y 1921. Tampoco porque sus escritos fuesen referencia para miles de militantes de la izquierda que constituyeron, con el paso de los años, el llamado trotskismo. Ni siquiera por sus actividades tanto antes como después de la Revolución, entre las que se encuentra su liderazgo en las purgas a la oposición revolucionaria a los bolcheviques tras la Revolución rusa (socialistas revolucionarios, anarquistas, majnovistas, Krosntadt, etc.)
            Trotsky pasa también a la historia porque fue el derrotado en la lucha por el poder en la Unión Soviética tras la muerte de Lenin. Stalin le ganó la partida y como derrotado Trotsky inició un exilio de persecución. En el interior de la URSS las distintas purgas fueron acabando paulatinamente con la oposición al estalinismo. Pero Trotsky fue el huido y Stalin siempre lo tuvo como una cuenta pendiente. Alma Ata, Turquía, Francia, Noruega y México fueron los destinos de exilio de Trotsky, permanentemente perseguido por los integrantes de la policía política de Stalin que querían acabar con su vida.
            A finales de 1936, León Trotsky llegó a México por mediación del presidente Lázaro Cárdenas. Es una etapa prolífica para Trotsky pues escriba una parte importante de su obra. También porque logró impulsar su movimiento político propio, la IV Internacional.
            Pero el tiempo no era propicio ya para Trotsky. Su movimiento, excepto en algunos lugares concretos, no pasó de testimonial. El ámbito internacional no le era favorable. La URSS era la referencia de los partidos comunistas. Y la maquinaria de propaganda del estalinismo dejaba en muy mal lugar al fundador del Ejército Rojo. Además es un momento donde el avance del fascismo cercenó en países como Alemania la posibilidad de surgimiento de un movimiento de oposición al estalinismo dentro del comunismo. En España, el trotskismo apenas tuvo influencia, ya que Andreu Nin (otra víctima del estalinismo) había abandonado sus tesis hacía tiempo y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) nunca fue trotskista. Solo un pequeño grupo denominado Sección Bolchevique-Leninista de la IV Internacional, que no pasaba de unas decenas en Barcelona, se declaraba abiertamente trotskista. Incluso el que podía haber sido su paladín en España, Grandizo Munis, al final acabó también apartado del trotskismo. Los comunistas no estalinistas españoles consideraban que Trotsky no había sabido leer la realidad española. A ello se unió la virulencia con la que el PCE actuó contra estos grupos. Y también la victoria de Franco, que puso punto final a estos debates en el interior de España.
            Podemos decir que a la altura de 1939 el trotskismo no pasaba de algo testimonial y el propio Trotsky no era más que una figura representativa para pequeños grupos. Sin embargo era la cuenta pendiente de Stalin. Y el dirigente georgiano de la URSS no iba a parar hasta liquidar a su eterno enemigo (como había hecho con Kamenev, Zinoviev, Preobrazhensky, etc.). Para hacerlo, los servicios secretos soviéticos recurrieron a un español: Ramón Mercarder. Un comunista español, militante del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), que fue captado por la GPU soviética, trasladado a la URSS y entrenado durante meses con el propósito de infiltrarse en los círculos trostkistas para llegar hasta el líder revolucionario y liquidarlo. Mercader consiguió su objetivo. Se le cambió la identidad por la de Jacques Mornard, se infiltró en los círculos del trotskismo enamorando a una de las secretarias de Trotsky, Silvia Ageloff. Se ganó la confianza de mucha gente de su círculo haciéndose pasar por un empresario a la que nada le interesaba la política. Finalmente logró quedar a solas con Trotsky al que asesinó clavándole un piolet en la cabeza el 20 de agosto de 1940. Una historia rocambolesca que acabó con el objetivo de Stalin y que tuvo a un español como protagonista del acontecimiento.

El Elegido

            Estos días se ha estrenado la película hispano-mexicana El elegido (The chosen), que cuenta la historia de cómo Ramón Mercader es formado por los servicios secretos soviéticos para asesinar a Trotsky. La película reconstruye fielmente el proceso y el elenco de personajes que aparecen generan una trama que sabe enganchar al espectador. El persona de Ramón Mercader, interpretado por Alfonso Herrera, esta bien caracterizado. También el rol que desempeñó en esta trama Caridad Mercader (Caridad del Río), la madre de Ramón. Una mujer de la clase acomodada catalana que comenzó en la década de 1910 a frecuentar círculos libertarios hasta que se convirtió en una convencida comunista y dio todo por el Partido. También refleja muy bien el entramado de los servicios secretos soviéticos. Y la figura inocente y engañada de una enamorada Sylvia Ageloff que fue la persona que Mercader utilizó para llegar hasta Trostky.
            Es una película con ritmo y entretenida. También muy dura por momentos. Quizá tiene algunos inconvenientes. Los puntos negros que quedan en la evolución de Ramón Mercader, desde que sale del frente en la Guerra Civil española hasta que se planta, primero en Francia y luego en México, enamorando a Sylvia. Hay zonas oscuras que si no se conoce la historia de Mercader puede quedar deslavazada. También algunas ausencias. Por ejemplo la implicación directa de Laurentii Beria, máximo responsable de la GPU en el momento, en el proceso del asesinato de Trotsky. O también los personajes de Diego Ribera y Frida Kalho, próximos a Trotsky y que no aparecen en la película. Por el contrario, si que aparece la pintoresca figura del muralista y comunista David Alfaro Siqueiros, que si bien su grupo y su militancia en el Partido Comunista de México queda perfectamente reflejada, por momentos parece muy desdibujada.
            A pesar de algunos inconvenientes, propios de la dificultad de condesar una historia tan densa en una película, el film merece la pena ser visto por la veracidad que trasmite de este acontecimiento.

El recurrente asesinato de Trotsky

            La muerte de Trostky ha sido tratada en muchas de las biografías que se ha escrito del revolucionario ruso. Pero debido a la historia que hay detrás de ese asesinato, su muerte ha sido objetivo de libros y películas específicos que han precedido a la película de Antonio Chavarrías.
            Ya en 1972 el director Joseph Losey llevó a la gran pantalla la muerte del fundador del Ejército Rojo con la película El asesinato de Trotsky. Y lo hizo con un elenco de actores de primer nivel en la época: Richard Burton, Alain Delon o Romy Schneider. Sin embargo esta película no es por la que se pueda recordar al gran director Losey. Es evidente que la temática se le fue de las manos y la historia del asesinato de Trotsky quedó desdibujada. Por ejemplo, Ramón Mercader no aparece en toda la película y la trama es sensiblemente variada.
            A nivel documental, en 1996, José Luis López-Linares y Javier Rioyo, montaron un magnífico documental titulado Asaltar los cielos, donde se cuenta de forma pormenorizada la historia de Ramón Mercader. Desde sus orígenes hasta su muerte, tratando su figura pero también la época en la que le tocó vivir. La muerte de Trotsky es ampliamente trabajada con testimonios rescatados de la época por protagonistas y familiares tanto de Mercader como de Trotsky. Un documental que con el paso de los años no ha perdido calidad.
            A nivel bibliográfico, junto a las muchas biografías de Trotsky, cabría destacar el libro de Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2011). Un buen libro, bien escrito y bien trabajado sobre esta temática. De menor calidad, pero muy centrado y bien reconstruido el proceso del asesinato de Trotsky, destacaría la obra del periodista mexicano José Ramón Garmabella El grito de Trotsky. Ramón Mercader, el asesino de un mito (Debate, 2007). Una obra donde la parte histórica relacionada con la Revolución rusa y la Guerra Civil española es bastante mediocre, pero que la reconstrucción de los pasos de Mercader en México está perfectamente trabajada.


            Seguramente que Chavarría ha tenido todos estos precedente en cuenta para realizar El elegido, película recomendable por la temática y por el trabajo sobre la misma.

martes, 6 de septiembre de 2016

EN ALCALA DE HENARES EXPLOTÓ EL POLVORÍN

Alcalá de Henares. 6 de septiembre de 1947. La ciudad aprovecha los últimos días del verano y de su calor. Todavía sonaban los ecos de las recientes fiestas de la ciudad, finalizadas unos días antes. Alcalá, y España, vivía los duros años de plomo del franquismo. Ese verano había sido ducho en noticias. Había muerto Manolete. El toro Islero segaba su vida en al plaza de toros de Linares. Era uno de los temas de conversación. También el fútbol. El Valencia había ganado la Liga. Muy cerquita había quedado el Athletic de Bilbao y el Atlético Aviación, que ese año 1947 volvería a ser Atlético de Madrid.
            Pero otra noticia también azotaba la mente de los alcalaínos. El 18 de agosto de 1947, en Cádiz, unos depósitos de armas habían hecho explosión y habían asolado la ciudad. 150 fallecidos y 2000 heridos. Una tragedia para la Tacita de Plata. Y esa noticia hacía temer a los alcalaínos que algo similar podía pasar en los polvorines situación en el cerro Gurugú y en el Zulema. Pocos días después esos temores se convirtieron en realidad.
            Eran las 21:45 de la noche. La jornada laboral de ese caluroso día tocaba a su fin. Los alcalaínos paseaban. De repente, un estruendo ensordecedor eclipsó la cuna de Cervantes. Los recuerdos de los bombardeos aéreos en la Guerra Civil planearon por muchas mentes. Una nube de polvo negro sepultó la ciudad. ¿Qué había pasado? Los polvorines A y B del cerro Gurugú habían hecho explosión. Toneladas de tierra habían sido removidas. La ciudad entró en colapso y a partir de ese momento nada fue igual.
            Cuando se comenzó a despejar se pudo ir aproximando a la zona del siniestro. Una zona donde se hacía temer lo peor. Allí estaban los polvorines y su personal militar. Pero cerca estaba la fábrica Río Cerámica. También muy cerca estaba la venta de Camacho. El resultado de la catástrofe se tornaba apocalíptico. Y no podía ser de otra forma cuando se comienza a hacer balance de la catástrofe. Entre el personal militar hay 10 fallecidos, entre ellos el sargento de artillera Luis Soria Albericio o el cabo Bernardo Pascual Martínez. Entre las víctimas civiles la catástrofe es mayor: 14 muertos. Entre ellos el ex concejal socialista (que había sufrido represión tras la guerra) Bonifacio Loeches, y toda su familia, que vivían en una casa de los alrededores del Gurugú. También Domingo Piris, que hasta hacía pocas fechas penaba en las cárceles del franquismo. Parecía que Alcalá no podía levantar cabeza.
            Los técnicos militares se desplazaron hasta la zona del suceso. El veredicto del Informe Pericial fue claro: ha sido un accidente. No ha podido ser provocado. Sin embargo aquel acontecimiento fue un caramelo en la boca para las autoridades del franquismo. En Cádiz el Ejército había asumido su responsabilidad, a pesar de los intentos de incriminar a la resistencia antifranquista. Sin embargo, reconocer dos errores en 20 días era demasiado precio para el “Ejército de la Victoria”. Alcalá venía desarrollando la reorganización de las estructuras políticas derrotadas en 1939 en la clandestinidad. Sobre todo tres organizaciones: la CNT, el PCE y las JSU. La CNT alcalaína ya había pagado su contribución. En 1946 sus estructuras fueron descubiertas y sus integrantes encarcelados.
            Pero el PCE y las JSU habían tejido un importante entramado político. Comités en la calle y en las fábricas. Agitación política y sindical. Decenas de militantes y simpatizantes. Al producirse la explosión, algunos militares lo tenían claro. Ha sido un accidente pero va a ser un sabotaje. Un sabotaje realizado por los comunistas. Y así, 48 horas después del siniestro, comenzaron las detenciones. Unas detenciones que se hicieron extensivas a las estructuras comarcales, provinciales e incluso nacionales de las organizaciones (a este respecto la obra de Fernando Hernández Sánchez Los años de plomo es fundamental). En Alcalá fueron detenidos muchos vecinos. Algunos viejos militantes. Otros nuevos y más jóvenes. Pero todos inocentes.
            Se instruye la causa 142010. Hay más de 70 detenidos. La causa cae en manos de Enrique Eymar, caballero mutilado, máxima figura del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Del Tribunal Especial contra el Espionaje y el Comunismo. No podía caer la causa en peores manos. Eymar vio una causa muy grande. Y por ello la divide. La 142010 queda con los “más peligrosos”. En la 239/48 también puede haber sentencias de muerte (de hecho las hubo). El resto, la 207/48, la 208/48 y la 209/48 eran colaboradores.
            Los consejos de guerra no dudan. Penas de muerte. La 142010 estaba vista para sentencia el 9 de julio de 1948. Pruebas falsas. Torturas. Ocultación de pruebas de inocencia. Unas semanas después (20 de agosto de 1948) eran fusilados en Ocaña, 8 dirigentes del PCE y de las JSU: Manuel Villalobos Villamuelas, Eugenio Parra Rubio, Rogelio García del Barrio, Pedro Martínez Magro, Benito Calero Vázquez, Daniel Elola Gómez, Luciano Arroyo Cablanque y Félix López Casares. El resto penas entre 30 y 6 años. Para las otras causas planeó la pena de muerte para Alejandro Heredero del Castillo, Ricardo Lidó Expósito y Fernando Nacarino Moreno. Salvaron su vida por muy poco.
            El franquismo había convertido un hecho fortuito, una fatalidad, en un crimen de Estado. Alcalá de Henares fue víctima y testigo de ello. Muchos de sus vecinos vieron como su vida quedaba rota por un hecho que no habían cometido.
            Efectivamente hay que pasar página. Pero primero vamos a leerla, a analizarla y a estudiarla. Y vamos a devolver, por justicia histórica, la inocencia a lo que nada hicieron. Alcalá debe un homenaje a todas las víctimas del polvorín de 1947.


Para saber más ver el libro de Julián Vadillo Muñoz y Alejandro Remeseiro Fernando La explosión del polvorín de Alcalá de Henares (1947), Foro del Henares, Alcalá de Henares, 2009