A LOS TRABAJADORES DE ALCALÁ DE HENARES
El mejoramiento y emancipación de la clase trabajadora, obra ha de ser de los trabajadores mismos.
COMPAÑEROS:
En todos los países del mundo medianamente civilizados obsérvase desde algún tiempo un decidido movimiento de concentración de fuerza proletaria.
Por natural instinto, todas las clases sociales tienden a perfeccionarse y aspiran a mejorar. Ninguna tan acreedora de ello como la nuestra.
Siendo la clase que con su esfuerzo sostiene todo equilibrio social, no solo es despiadadamente explotada y aherrojada por otra, que sin producir lleva la mejor parte del banquete de la vida, siendo que se ve huérfana de protección oficial, debido a que los comités directivos de la burguesía “llamados gobiernos”, no pueden faltar a su compromiso de clase.
Entre los cantores de los nobles sentimientos burgueses y patronales abundan doctores que a diario recetan infalibles panaceas que han de curar los males que padece la familia trabajadoras; quién, recomienda el ahorro; quién, la filantropía de la clase dominante; quién, la fe en la leyes del progreso, interpretadas por los Poderes; quién, ésta; quién, la otra. Pero nosotros, los desheredados, abriendo los ojos a la realidad, vemos cuan verdadera son y cuanta lógica encierra las sublimes palabras del autor de El Capital, con las cuales encabezamos este escrito.
Nosotros, y solo nosotros, los trabajadores, sabremos ser los curadores de los males que nuestra clase padece. Y lo conseguiremos con nuestra unión.
Mucho se ha hablado y escrito sobre la necesidad de organizarse que siente la clase explotada. No por eso dejamos de insistir en ello. Más que las palabras, son los hechos lo que demuestra dicha necesidad, como también que la unión leal y sincera es el arma más poderosa que los obreros deben y pueden emplear para alcanzar el triunfo de las aspiraciones.
A todos los oficios, sin distinción alguna, les apremia ir a la organización, para, unidos como un solo hombre los individuos que lo componen, mejorar su situación moral y material, humanizando las bestiales condiciones del trabajo y adquiriendo mejoras económicas, viendo aumentado el salario, ya disminuida la jornada, etc.
Que la Sociedad realza y dignifica al hombre, es innegable. Que por medio de ella se le respeta, también lo es.
A la Sociedad compuesta de la mayoría de los individuos de oficio y sólidamente constituida, la reconocen y respetan los patronos y sus representantes. Están en su perfecto derecho de asociarse, no tendrán inconvenientes en decir. Si la solidez de la Sociedad es incierta, esos mismos señores, poniéndose la Constitución y las leyes por montera, arrojarán a la calle al operario u operarios que estén asociados, so pretexto de que perjudican a sus intereses, a mas de no poder consentir, según ellos, traten de imponérseles aquellos que son sus esclavos. Si la Sociedad es fuerte, el burgués concederá los beneficios que en justicia les corresponden; si no lo es, se burlará de ella e impondrán condiciones que sonrojen a quienes tengan que acatarlas.
Reconocido todos lo expuesto, solo nos resta, obreros de Alcalá, “sin alborotos ni algaradas”, constituirnos en Sociedad de resistencia.
Individuos que no se asocien, como Sociedades que se nieguen a unirse a las demás de la localidad donde reside, podrán hablar mucho de unión, de compañerismo, de solidaridad, etc.; pero revelan que no sienten lo que dicen o que lo que dicen lo sienten en parte a lo sumo, flaqueando, por consecuencia, en defensa de los intereses de su clase, que son sus propios intereses.
Que querer es poder, resulta un axioma al alcance de las inteligencias; queramos los obreros de Alcalá, y la constitución de la Sociedad o Sociedades será un hecho. Entremos en el camino del progreso y nos colocaremos en situación de poder luchar contra el egoísmo y la avaricia de la clase patronal que, atenta exclusivamente al lucro del negocio y conceptuándonos como mercancía, no se afana mas que en abaratar el precio de la fuerza de trabajo muscular que prestamos, mejor dicho, que “vendemos” para con su fruto atender a nuestras necesidades y las de nuestra mujer e hijos.
¿Queremos ser dignos y amantes de nuestro bien?
¿Queremos que nuestra dignidad nadie la ultraje?
Vamos a la Sociedad.
Si no lo hacemos, no culpemos a nadie de nuestra suerte; culparemos a nuestra incuria y abandono, a nuestra inconsecuencia, y diremos que somos unos desgraciados o degradados que no queremos ir donde han ido otros trabajadores que desde aquí admiramos.
A la organización, pues.
Alcalá de Henares, 21 de junio de 1902.
1 comentario:
La vigencia del texto, en muchos de sus puntos, es tremenda
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